La pregunta por el compromiso político de la literatura siempre ha sido menos frecuentada en la poesía que en la narrativa. Esa pregunta incomoda a la vez que se hace inevitable cuando una generación vuelve a preguntarse por ella. Cinco poetas que comparten una generación cordobesa, y también el grupo Pancomido, se acercan a la cuestión desde lugares que dan cuenta de la diversidad y las discusiones pendientes.
Politica mysterium
Carlos Surghi
Escritor y poeta
La muerte seguida de filósofos, editores, poetas –en algunos casos cercanos, en otros distantes y en un caso puntual leído y admirado– me llevó a pensar que venimos del misterio y hacia el misterio vamos –cuando no pasamos gran parte del tiempo haciendo esfuerzos por negar e ignorar ese misterio que nos rodea y nos trabaja hasta vencernos. Sin embargo, la licencia extraordinaria a esa falta del origen y el final, y a nuestra pecaminosa distracción en el presente, es la poesía misma. Ella proviene de una atención inusitada que gravita sobre el mundo; por caso para Hölderlin era ritmo, sostén, continuidad, excusa de existencia que justifica todo lo presente. Si tuviese entonces que definir su singularidad de un modo muy general, y acorde con un pedido de opinión que me solicitan en este momento, diría que dentro del terreno de lo legible que puede ocupar una feria dedicada al libro como objeto en el cual leemos actividades de la cultura, la poesía ocupa el lugar de lo ilegible, es un libro que conduce hacia el silencio. Pero aclaremos que lo ilegible aquí no existe como tal en el sentido de aquello que no se entiende, que nos expulsa de algo que se dice, sino que está presente en el poema en el sentido de aquello que requiere otra lectura, otra predisposición como puede ser entregarse a cierto extrañamiento.
Siempre me llenó de admiración el hecho de que la poesía sea ilegible hasta en su lógica de subsistencia: ediciones de autor, agrupaciones de pequeñas editoriales; prepotencia de trabajo impulsada por una minoría y predisposición heroica a sostener una resistencia frente a la inteligencia devastadora de la mala prosa la han llevado a situarse en su lugar de distinción. Tal vez por tradición, por su constante sustracción, la poesía es aristocrática en cualquier contexto, aún en el de los bienes culturales, en el de la política misma –de hecho, la poesía es política del misterio: atiende a lo innombrable, y por eso, poco de ella se puede decir que no sea accesorio, circunstancial, propio de una equivocación sostenida por la vanidad.
Muchas veces frente al extrañamiento del poema pienso: cómo se podría pensar una política de lo íntimo cual la que atraviesa el curso de las palabras que leemos; quién podría, en lo íntimo de esa escritura donde aún hay yo, desear una política que sea todas las posibilidades del poema. Si lo político es una forma de resistencia me atrevería a decir que siempre me interesaron las formas casi insignificantes de resistir, las formas que están inscriptas en todos los aspectos de lo contemporáneo y que hacen al poema como accidente, equivocación, dispersión de un significado que creemos necesario. ¿Existe entonces en la poesía una voz grandilocuente que necesariamente para volverse poesía de lo político debe levantar banderas de la época, acciones concretas de un presente apenas experimentado; o con el solo hecho de pensarse a sí misma como un misterio sobre el día esa voz ya es más política que cualquier consigna programática? Por afinidad para con lo maravilloso-insignificante me atrevo a decir que es más probable encontrar lo poético-político en lo circunstancial, en lo gratuito, en cierta adolescencia trotskista de la poesía que necesariamente debe contrapesarse con el conservadurismo senil de lo impune. Uno de los últimos libros del poeta Hugo Gola reúne una serie de textos que hacen las veces de anotaciones, registros de un diario a medio camino de lo que se lee y lo que se experimenta. Entre sus muy logradas páginas descansa el hecho poético-político por excelencia que trasciende a su autor y puede aplicarse como espíritu de género: “Cada vez me atrae más la idea de la poesía como un no decir”. Que cada uno de nosotros pueda leer ese no decir, que pueda hacer con él su forma de resistencia, que sepa llevarlo como un escudo en las batallas diarias, es garantía del absoluto político que una y otra vez se hace presente en el misterio del poema.
Hoy también comienza otra batalla
Leticia Ressia
Poeta y Lic. en Letras
Empecé a escribir a principios de los 90. No eran poemas de amor adolescente o la catarsis de una chica incomprendida, sino el encuentro entre la pulsión de la escritura y la ebullición de un contexto histórico en el que Menem hablaba de instalar, en Córdoba, una plataforma espacial que nos remontaría a la estratósfera. Luego comprendí que escribía por necesidad y resistencia, y que el único punto en común entre el discurso político y la poesía era el lenguaje: sólo mediante el lenguaje representamos y construimos una máscara.
Sin embargo, en esa preocupación por el cómo decir, la política olvidó, entre otras cosas, la belleza. Es casi imposible concebir su praxis de manera poética, pero sí podemos pensar a la poesía como su contradiscurso. Precisamente, después de los 90 y la crisis del 2001, la producción editorial cordobesa sumó nuevos actores a los ya conocidos. Es imprescindible mencionar a Llanto de mudo, La Creciente y Pan Comido, como propulsores de una nueva forma de publicar y hacer poesía; poetas jóvenes, libros de bajo costo, una propuesta estética diferente y en algunos casos, militante. Es decir, precedentes importantes de nuestra poesía actual que es variada, reconocida y con un público lector que crece.
Sin intentar establecer una mirada reduccionista sobre la poesía local, es necesario para cualquier tentativa de análisis sobre la relación entre poesía y política, detenerse, al menos, en ciertos aspectos fundamentales: una poética del disentimiento –entendida como voz testimonial y privilegiada de denuncia contra los valores impuestos por el mercado y el abuso de poder–, el uso particular del lenguaje, políticas de publicación y distribución, la relación con las instituciones, la ocupación de los espacios públicos y el poeta militante. Todos estos factores funcionan en la polis cordobesa y rompen con el prejuicio de poesía pura vs. poesía panfletaria. Incluso los que no hacemos una poesía exclusivamente de denuncia o de la mal llamada poesía social, estamos atravesados por nuestra propia ideología y las políticas de turno. No puedo escribir de manera amable, no hay otro tono desde cual crear que no sea el de la réplica, la ironía y la furia. La poesía no es para mí la forma pasiva de un lenguaje sino la interpelación constante. Vivimos en una de las provincias cuya policía es de las más represivas del país, con un código de faltas abusivo y entre otras cosas, pobre en políticas culturales oficiales.
Contra este deterioro el contradiscurso poético se levanta, ocupa espacios públicos, como el Cabildo, para hacer El festival internacional de poesía que cuenta con el trabajo, sostenido e impecable, de Carlos Ferreyra, Gastón Sironi y Alejo Carbonell. Se promueven infinidad de ciclos de lectura tanto en la capital como en el interior, en bares, bibliotecas y librerías convocadas por las editoriales independientes entre las cuales, algunas en permanente diálogo, llegaron a formar hoy el colectivo Frente Mar. Se toma la calle con lecturas y performances poéticas con el grupo Preña Mutosi y la feria de fanzines. Se lee poesía en las escuelas, y también en los ex-centros clandestinos de detención. Habitar el grito se llamó el ciclo de lectura en La Perla organizado por el grupo Pan Comido y distintas organizaciones de derechos humanos, que convocó bajo las palabras de Glauce Baldovin, a ocupar el lugar donde todo lenguaje era arrancado con dolor.
Finalmente, no encuentro un mayor gesto político en nuestra poesía, que la multiplicidad de voces y estéticas que toman la palabra y la multiplican, porque como escribiera Glauce “hoy también comienza otra batalla”.
Prescindible y necesaria
Gabriela Milone
Doctora en Letras. Docente de la UNC. Investigadora de Conicet.
¿Acaso puede decirse que hay usos más o menos políticos de la lengua; que hay poesía más o menos política; que la politicidad de la poesía se mide según la instrumentalización de lo político, cuando por “político” se entienda la escansión de “contenidos” considerados más aptos para decir, para incidir, para decidir? ¿Nos preguntaremos si la poesía decide sobre algo, si habla por todos? Muchos nos han enseñado a complejizar estas ideas y a conducir la reflexión al extremo de lo pensable. Aun así, cabe preguntarse: ¿no es política la poesía, toda poesía, cada vez que presta voz a lo que pareciera no tener voz, cada vez que hace audible lo que no se oiría de otro modo? No son preguntas que debamos responder; son interrogantes que abren la discusión, más allá de la dicotomía clasificatoria de, por un lado, la supuesta poesía de “compromiso político” y, por el otro, la presunta poesía de pura “exaltación lírica” (pero a esta altura quizá debamos reforzarle las comillas a esas expresiones).
Una vez, ante un libro de poesía hecho artesanalmente por un pequeño grupo de editores, el poeta bahiense Mario Ortiz exclamó: “Esto es política, muchachos”; y de esa definición sucinta y exaltada quizá se entendió que se hablaba de un hacer (poiesis), de un hacer algo, de un hacer algo que antes no estaba hecho, de un hacer algo que antes no estaba hecho y que tiene voz y que se escucha y que se lee y que es poesía (¡poiesis!).
Hace unos días, Alción Editora (Córdoba) anunció la reedición, a casi diez años de ser publicado, del ensayo de Oscar del Barco titulado Juan L. Ortiz. Poesía y ética. La noticia es por demás interesante, no sólo por los posibles nuevos lectores del libro, sino porque acaso desde allí sea posible volver a poner en escena la pregunta vigente, al menos, desde Hölderlin: para qué poetas en tiempos de desamparo. Y se habilitaría esta pregunta específicamente de la mano del poeta entrerriano, cuya escritura también fue leída por muchos en clave exclusivamente “lírica”, en esa sucesión incontables de “oh” del poeta extasiado ante la experiencia del milagro que lo rodeaba; lectura que avanzó en detrimento de la profunda mirada política del poeta del mundo, y más aún: de su apuesta ética por un espacio común para la voz poética. Porque si hay algo en lo que parece insistir la lectura de del Barco sobre el poeta Ortiz es en la configuración de ese espacio de la experiencia donde esta poesía convoca a los “otros” y a los “amigos” para cantar a y por los hombres, los niños, las mujeres, los animales, los ángeles, los árboles, el río, el aire, la dulzura, el dolor, lo que une, lo que se comparte, lo que se recibe y lo que se da. Dice del Barco, leyendo a Ortiz: “La poesía no lleva a ninguna parte, ella es (…) un lugar cruzado por los llamados sin fin”. Creemos que si hay una experiencia común (en la poesía de Ortiz, como así también en la poesía de del Barco), quizá sea esa escucha y esa escritura cruzada por los llamados sin fin, por los llamados de los débiles, aquellos que no tienen voz sino grito.
Jean-Luc Nancy decía que aunque la poesía sea prescindible (cualquiera puede vivir sin poesía), nos es absolutamente necesaria. No sabemos si hay verdad en esa afirmación, tan sólo sabemos que hubo una vez un poeta que, a orillas del Paraná, escribió obstinadamente para que los hombres “seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada”.
Busco el Gran Escrito Cordobés y Cursi
Lucas Tejerina
Fabricante de búmeran
La gran y única irrupción poética que aconteció en la política de Córdoba sucedió en julio de 1995. ¿Fue el pueblo? ¿Fueron punteros políticos? ¡Qué importa quiénes fueron! Protagonizaron, ellos, el fuego poético que comenzó a quemar un emblema del costado más nefasto de la política cordobesa: la Casa Radical. La intrepidez poética avanzó sobre el conservadurismo político. Mi eterno agradecimiento a aquellos que me ofrecieron ese bello acto de justicia poética.
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Pienso cuáles fueron mis primeras aproximaciones a la conjunción dada entre la palabra poética y el decir político y me veo leyendo, escuchando discursos de Perón y de Evita y presenciando los cierres de campaña del peronismo y el radicalismo en el 83. Deslumbramiento por la palabra era lo que sentía cuando escuchaba a Alfonsín cerrar sus discursos recitando, vehemente, el preámbulo. Ya de grande, los poetas que me fascinaron fueron, desde un principio, poetas militantes: Vallejo, Neruda, Hernández, Hikmet. Pero, salvo escasos meses a fines del siglo pasado, no milité políticamente ni creo hacerlo nunca. A mis 40 años no he podido vencer el sentimiento de inutilidad que emana, para mí, de todo accionar humano. Sobre todo el mío. No creo, al menos en mi caso, militar a través de la palabra. Otros, en Córdoba, lo hacen. Y les sale bien. Hay una parte de la política humana, diaria, callejera, barrial, militante, que se deja ‘aprehender’, ‘traducir’, ‘nombrar’ con las herramientas de la poesía. Y hay una parte de la política humana y cloacal que todavía no la he visto contada en el ‘soporte poético’. Yo intenté la primera parte y no me salió. Desde entonces busco el “Gran Escrito Cordobés Y Cursi” que me haga estar en paz con mis demonios internos y mis amores externos. O al menos que me dé un tiempo de tregua. Pero nada político hay en esa búsqueda. Sé que tampoco había una intencionalidad de búsqueda política en el poeta, editor, historietista Diego Cortés, fallecido hace pocos días atrás. Sin embargo con su sello editorial Llanto De Mudo –una especie de locomotora silenciosa, siempre aceitada y de funcionamiento constante que no detuvo su marcha en los últimos veinte años–, hizo mucho más por la cultura de Córdoba que, para ser breves, los últimos tres secretarios de cultura de la municipalidad. Pensé en nombrarlos pero sería ensuciar esta hoja.
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Hay más poesía en el prospecto de la azitromicina que en cualquier discurso del más brillante político cordobés actual. Yo escribí, años atrás, un largo escrito que pensé podía servir como una especie de conjuro frente a un hecho que, intuíamos, era irreversible, inminente y trágico: la muerte de Chávez. Le proponía a Dios, en el escrito, que lo dejara a Chávez 20 años más modificando, concreta y poéticamente la realidad latinoamericana, y me llevara a mí. O en su defecto se llevara a Ramoncito Mestre. O, como en un poema proponía Luy, votásemos a quién se llevaba. Yo sé que Dios escuchó mi pedido. Pero se lo llevó a Chávez. No sé qué relación puede tener este hecho con la poesía y la política de Córdoba. Pero no van a negar que no sea un dato menor saber para quién va a votar Dios en las próximas elecciones municipales.
Los miserables crean el futuro
Las calles de la ciudad, sus paredes y veredas, enuncian de manera sostenida y silenciosa a través del arte y la poesía, un futuro próximo, lo que vendrá.
Cuqui
Poeta
«¿Qué diría de la humanidad de hoy? Diría que sus calles son amplias».
Voces reunidas, A. Porchia
Los poetas contemporáneos escriben dentro de los cubículos que arman las paredes más el techo. Personas anónimas escriben/dibujan del lado de afuera, del otro lado, donde está prohibido, aforismos impresos con aerosol de puño y letra o con esténciles, en general en mayúsculas –cuando hay cursiva o mayúsculas y minúsculas, se aprecia la urgencia emocional que acompaña el discurso–, son la voz de la ciudad.
Lo que se reclama en las paredes ahora puede ser ilegal o inconcebible, en el futuro será una realidad cotidiana, como lo es el voto femenino, el matrimonio igualitario, etcétera. Dibujar o escribir en las paredes es un arte marginal y en las calles se gesta una pequeña revolución en apariencia silenciosa y lenta que traerá un cambio radical a largo plazo.
Por ejemplo: “maternidad no es destino”, “anticonceptivos/ para no abortar/ aborto legal/ para no morir”, “Quiten sus Rosarios/ De nuestros Ovarios”/ “Las ricas abortan/ las pobres mueren/ ¡hipócritas!”, “yo aborto tú abortas/ todas callamos”, llevarán a la maternidad responsable y la legalización del aborto.
Arte y poesía en las paredes
«En nuestra época, cada político, cada héroe deportivo, cada terrorista o estrella de cine genera un gran número de imágenes porque los medios automáticamente cubren sus actividades».
Volverse público, Boris Groys
Producir imágenes no necesariamente es arte. Lo mismo vale para la poesía urbana. ¿Los aforismos que vemos pintados en las paredes son literatura? ¿Cómo funcionarían si estuvieran impresos en un libro? “waranga/ dejá de/ parir”.
¿Cómo pensar hoy a un poeta maldito, con sus poemas en un libro cuidado por algodones al lado de aforismos que representan y son necesitados por las masas?
Jenny Holzer es una artista conocida por sus textos en carteles electrónicos a gran escala en la vía pública: “el abuso de poder no nos sorprende”, “la propiedad privada creó el crimen.” Bárbara Kruger aúna fotografía y poesía en blanco, negro y rojo, en una obra feminista y anticonsumista: una nena rubia con trencitas saca la lengua y el texto encima suyo dice: “El dinero puede comprar tu amor”; un soldado joven es tapado por “Seguimos perdiendo cuando ganamos”; una mujer joven y sexy, rubia, de pelo largo, es cubierta eróticamente por unas palabras recortadas, “Las rubias lo hacen mejor”; una fotografía de una burbuja tiene escrito encima: “Jugando con la libertad”, etcétera. John Lennon y Yoko Ono hicieron intervenciones urbanas pacifistas con el poema/eslogan “the war is over (if you want it)” y llevaron adelante la memorable performance, “Bed peace” (1969).
En las marchas populares es donde más se ve la poesía breve para luego ser recitada una y otra vez por los caminantes. O son escritas en grandes banderas, en carteles llevados a mano, en el cuerpo. “ni olvido ni perdón”. Y esas frases contundentes son más inolvidables que ningún verso de ningún poeta contemporáneo. El alma de la época está en esos aforismos anónimos escritos ilegalmente por ahí.
Léase como se habla
Pan Comido Poesía
¿Valdrá la pena en los tiempos que corren y abrazamos, desde el 25 de mayo de 2003 al invierno primaveral del 2015, puntualizar la relación o relaciones de la poesía con la política? Ya el pueblo lo entendió mejor que nadie y eso es lo que importa: la política es como el pan: más fresco o más reseco, más light o más casero, amasado por tus manos o por otras, está en todas las mesas: en las pudientes y en las despojadas de todo derecho, en las inundadas y en las que se incendian. Y, algunas veces, no vemos ni las migas.
En todo caso podemos hablar de que no existen –en lo que sería cierto ambiente de la poesía, o los y las poetas de Córdoba– muchas discusiones; menos de las políticas. Más sí podemos ver qué hace cada uno, cómo la hace y con quién.
Como Pan Comido hemos ido avanzando intuitivamente en estos años. Sabiendo que nos gusta la poesía, nos convoca y nos compromete con muchas de nuestras pasiones más cotidianas. En ese camino, fuimos tratando de juntarnos con todos aquellos artistas, grupos, instituciones y organizaciones que no nos sentimos parte del proyecto de país que impusieron la dictadura cívico-militar y el neoliberalismo. Y que con los años fuimos construyendo, desde el lugar que a cada uno le toca, el proyecto nacional y popular que nos permitió recuperar la igualdad, la soberanía, la alegría, la gloria coronada de la historia. Como dice nuestro compañero Pablo Carrizo: “Somos otros o silencio”.
Nos interpelan los conflictos y el desarrollo de nuestro oficio que tiene que ver con escribir, editar y difundir poesía.
En nuestra Córdoba, tanto el gobierno provincial como el municipal, tienen una nula relación concreta con el sector editorial y cooperativo: muchas encuestas y pocas políticas. No acompañan con capacitación, ni con incentivo a la producción, ni con la difusión de lo que se hace, por fuera de la industria editorial que, como se sabe, está totalmente concentrada en pocos dueños. Empresas Editoriales Alta Gama manejan el mercado y las ferias oficiales, donde las editoriales pequeñas independientes o alternativas no son acompañadas por los estados locales para poder distribuir y comercializar sus producciones. La competencia es totalmente desigual.
Ni el Municipio ni la Provincia reconocen el trabajo de las y los poetas con más experiencia y trayectoria. No les pagan –o lo hacen con meses de atraso– la pensión por la Ley de Reconocimiento Artístico. Y tampoco se los convocan para lecturas en actividades oficiales o en escuelas públicas, que son su mejor manera de sentirse vivos: compartiendo su trabajo con la gente.
Es por eso que adherimos a las propuestas que los trabajadores y trabajadoras de la cultura hemos elaborado para el desarrollo y la difusión de nuestro trabajo, con Ley Provincial de Cultura y la creación de un Ministerio que desarrolle políticas específicas para el sector.
En este contexto, la poesía suele ser el tiempo que uno le roba a la familia, al sueño, al empleo que te da de morfar. El momento que cada uno se puede quedar pensando en dónde estarán suspendidas las palabras para decir todo lo que nos gustaría decir y no sabemos cómo. Pero hay palabras que nos siguen tiroteando, historias que nos acompañan. Hay música del lugar que no se calla, ni agacha la cabeza. Léase como se habla.
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