Guillermo Vazquez. Apertura, DEODORO de Junio, 014
Casi siempre que decimos “esto tiene muchas aristas” –frase que hemos escuchado hasta el hartazgo, por ejemplo, sobre los hechos del 3 y 4 de diciembre pasado en Córdoba−, como sinónimo de otro eufemismo: “esto es muy complejo”, queremos evadir una toma de posición. Del otro lado, y con sus razones diversas, la velocidad de las cuestiones nos interpela violentamente. Por las redes sociales, en reuniones con amigos, en los asuntos diarios del trabajo, en los medios, en la política (universitaria, provincial, nacional, lo que fuera). Cuántas evasivas de ese tipo encontramos en los consejos de los publicistas políticos a sus candidatos sobre temas como el aborto, el estado paupérrimo de la vida en las cárceles, la reforma policial, o lo que convoca al dossier: el rol de las Fuerzas Armadas. Símbolo primero de la corrección política.
Sin embargo, tomar el riesgo y avanzar, intensamente, en las aristas –no usarlas como evasiva− puede devolver, incluso, mayor provocación, mayor incorrección política que las frases altisonantes, vengan del lado que vengan. Porque las frases provocadoras (“con Milani no hay derechos humanos”) son también parte de la evasiva. La discusión en marcha sobre un necesario nuevo Código Penal ha sido, entre otras, la prueba de ese uso rimbombante y cínico, también sostenido por publicistas, políticos y twitteros.
La “cuestión Milani” –i.e. que el jefe del Ejército propuesto por este particular gobierno esté imputado por delitos de lesa humanidad durante la última dictadura cívico-militar− tiene muchas aristas. Aristas bien figurativamente: unión entre planos, pero también que dificultan la comunicación entre los mismos. A pesar de ser uno de los temas más difíciles de nuestra coyuntura, es menester hacer la apuesta que mencionábamos más arriba, sin negar nunca la gravedad del hecho, y reconocer que hay actores de innegable legitimidad en el asunto con posiciones contrapuestas. Aunque haya también otros actores sociales a su vez muy presentes, permanentemente, en la actualidad de estas discusiones: por ejemplo, los informes de medios y periodistas que hasta ayer pedían “basta de los setenta”, hablaban de listas negras o –ya en extremo cinismo− alegaban “libertad de expresión” para no ser investigados e imputados por delitos de lesa humanidad, en la ciclópea tarea iniciada y aún lejos de concluir en torno al genocidio argentino: la de la complicidad civil, fundamentalmente de las corporaciones económicas y de medios.
Pero esta voluntad diversa –insistimos: contrapuesta, tantas veces− de actores, al interior del Estado argentino y en sus contornos más legitimadores (movimientos sociales y obreros, organismos de derechos humanos, artistas e intelectuales, etc.), no muestra un retroceso ni una concesión a nadie, sino más bien una fragilidad, que es necesaria, que hay que reivindicar –Eduardo Rinesi nos dice algo de eso en la entrevista de este número. Esa discusión, por dramática que sea, habla de que se generó un espacio donde eso puede ser considerado y produzca efectos políticos reales, puede ser dicho y tomado como referencia en –y precisamente por− la propia historia de un entramado social. Pasó con los contratos petroleros de Perón en el 55, y la oposición que tuvo de muchos de sus legisladores. O la reprobación –y decepción− de la gran cantidad de activistas y legisladores del Frente Amplio uruguayo cuando Tabaré Vázquez vetó el derecho al aborto. También con Chávez y el freno al referéndum constitucional de 2007. Más que traicionar, o retroceder, estos procesos mostraron la vitalidad de lo que supieron instalar; la “institucionalidad” –más allá de las instituciones formales− que produjeron, marca un “sentido común”, un lenguaje, un modo de argumentación renovado que es su principal mérito, y al que hay que prestarle atención, aunque se oponga a sus posteriores decisiones. Estas contradicciones al interior mismo de las instituciones y la ciudadanía, demuestran el ensanchamiento de la democracia que vivimos. Porque no tenemos que mentirnos, y hacer del padre en La vida es bella: no se puede sentir solamente el vitalismo democrático siempre como “primaveral” –así, las “primaveras” del 73 y 83−, ejercicio que puede hacerse quizás retrospectivamente. Y no ahora mismo, al terminar esta apertura, leer el dossier, volver a los medios, al barrio, al trabajo, a las amistades o a la soledad de alguna pieza. Al –como decía Deodoro Roca, citando a Ingenieros− difícil tiempo nuevo, que nos ha acostumbrado a la pasión de discutirlo todo.
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