Religión y política en Argentina

Informe. Por Gustavo Cosacov. En DEODORO Abril, 014

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1. En la República Argentina el laicismo, entendido como separación de Estado e Iglesia, es incompleto. No solamente por el sostén al culto católico romano según lo establece la Constitución Nacional y también por el carácter público de la Iglesia, consagrado en el Código Civil, sino de modo efectivo y calculable en el sueldo que la Nación les paga a funcionarios del clero, en los subsidios especiales para la educación religiosa y también observable en las ceremonias oficiales y sus liturgias de consagración de honores e investiduras. Que una determinada creencia esté sostenida y su clerecía subsidiada por el dinero público es algo que se opone al ideal del laicismo. La separación del Estado y la Iglesia y el reconocimiento del valor de la religión en la vida de los seres humanos no están enfrentados. El llamado “muro de Jefferson” de la naciente democracia estadounidense, se encuentra hoy perforado por el fundamentalismo religioso. Evocando un conocido título del filósofo estadounidense Richard Rorty, un liberal de izquierda, se puede afirmar que “la religión (como fundamentalismo) es obstáculo para la conversación (política)”. Los paréntesis son míos.

En nuestro país, donde una mayoría amplia se autoconsidera católica, aunque su compromiso religioso sea muy variable y contingente, los pronunciamientos eclesiásticos tienen peso. La Iglesia, como persona pública, es un dispositivo jurídico, político y social de primera magnitud. No hay duda de ello para bien y para mal. A modo de ejemplo, para bien, es preciso recordar la decisiva intervención papal para impedir la guerra con Chile en 1978, impulsada por algunos desaforados mandos militares sedientos de sangre sacrificial. Para mal, el apoyo eclesiástico que recibió el terrorismo de Estado. Fermín Emilio Mignone en Iglesia y Dictadura, así como Horacio Verbitsky en La mano izquierda de Dios, ponen en evidencia lo que es indefendible y que no puede dejar de sumar en la cuenta de los pecados a confesar y por los que pedir perdón públicamente antes de pretender autoridad para reconciliar.

Ha cambiado el escenario histórico. Lo que antes de las dictaduras militares latinoamericanas y de las dictaduras del socialismo-real alentaba las esperanzas de los católicos que optaron por los pobres y que los apoyaban en sus luchas, ha desaparecido del horizonte cercano. Ya la tentación del comunismo no actúa con efecto polarizador. La vida religiosa ha vuelto a centrarse sobre su eje interior. Fe, esperanza y caridad, sobre todo caridad, es algo que sería bueno que se difundiera entre estos portadores de humanidad que somos.

2. La elección de los cardenales para designar un nuevo papa como cabeza de la Iglesia católica apostólica romana fue sorprendente para todos. La renuncia del guardián de la fe Benedicto XVI y la designación del jesuita latinoamericano Bergoglio es un enroque no muy fácil de entender en todas sus implicancias. Más aún cuando sólo Dios podría saber cómo se irán combinando los sucesos y las mentes que los interpretan.

Si juega o no a los dados el Señor del Universo es algo que no se sabe, pero en todo caso ellos están rodando en la mesa terrestre y no hay más remedio que apostar. En este año, Francisco ha producido gestos, documentos, declaraciones orales y ha tomado medidas para aclarar las oscuras finanzas vaticanas que son promisorios. Hereda una Iglesia con muchos conflictos internos y externos, pero también una poderosa estructura mundial, con mil millones de adherentes y una burocracia célibe altamente capacitada en la pesca de almas y de recursos materiales.

Lo que pueda hacer este hombre, que con humildad pide que recen por él, no depende solamente de su voluntad sino de la del Padre celestial. Y ya sabemos que aún siendo el Hijo amado el que pide que no se le dé a beber el cáliz del sufrimiento, es finalmente Su Voluntad la que prevalece y a la que se adhiere con amor el Hijo. Algunos creen firmemente que todo ha de seguir igual con Francisco, cuyo nombre es quizá una señal de cambio. Un jesuita que no se llamó a sí mismo Ignacio como el creador de su orden, sino Francisco, da que pensar.

Pero siendo un argentino nativo y habiendo ejercido su poder pastoral en su propio país, hace de su elección un acontecimiento político local sin desmedro de su repercusión internacional. No podemos eludir esta situación y debemos afrontarla.

Creo que es bueno para la propia misión de la Iglesia, que no se oculte la verdad histórica de la participación de miembros prominentes de la misma en los crímenes del terrorismo desde el Estado.

En una serie de artículos cuyo tono es severo y cuyo contenido es digno de la mayor atención a pesar del dolor y la angustia que transmiten al lector cuando se informa de los hechos de vejaciones, torturas, pronunciamientos fanáticos y acompañamiento sacerdotal, Verbitsky reitera acusaciones y refuta réplicas a sus dichos.

En una de las subnotas, como a la ligera, el autor afirma (no es literal) que cada hombre o mujer pueden cambiar o transformar su acción y su pensar en todo momento. Suponiendo que la presentación acusatoria del papel de Bergoglio, entonces Superior de los jesuitas tal como lo narra H. V. fuera verídica, ¿sería fatal para el papa Francisco, en términos ético-religiosos este hecho? No lo creo. La confesión y el arrepentimiento sincero, incluso el “podría haber hecho más…” operan religiosamente. Y la jurisprudencia es favorable al acusado. El apóstol Pedro, en cierto momento tuvo una flaqueza, una falla y lloró por ello. Por cobardía negó tres veces al Divino Maestro en una sola noche. Y ¡qué noche! Pero a pesar de ello es el custodio de las llaves del Reino de los Cielos. Sabe tejer redes, sabe arrojarlas, sabe recogerlas. También él deja atrás su nombre hebreo Cefas para convertirse en Pedro, en la roca sobre la que se levantará la Iglesia.

No obstante estas faltas graves pudieron Pedro y Pablo ser los padres del cristianismo, venerados hasta el día de hoy. Sin duda la posibilidad de obtener el perdón por los pecados cometidos es una institución fundamental tanto en el credo cristiano como en el judaísmo. El perdón es un don. Circula como don y no como mercancía. Las indulgencias no valen nada si han sido adquiridas por un precio.

3. La conversión del emperador Constantino al cristianismo introdujo un elemento extraño en la tradición judeocristiana: la fusión del poder terrenal con el espiritual. En realidad esta fusión no significaba una ruptura, sino la continuidad de una tradición tanto para el mundo heleno como para el mundo romano. El llamado “cesaropapismo” de la Iglesia bizantina fue desafiado por la institución papal.

Quizá el papado hunde su legitimidad en el profetismo judío. En la tradición israelita se observa con claridad que cuando el profeta interpela al pueblo o a los reyes, lo hace precisamente como alguien que ya no es dueño de lo que sale de su boca, sino que es la palabra del Señor la que se escucha cuando él habla.

Es justamente en la Biblia hebrea donde la soberanía se escinde. Esta es quizá la diferencia fundamental entre paganismo y judaísmo en el plano político. Como lo señalara Martin Buber en un ensayo titulado “Platón e Isaías”, la tradición del judaísmo en su momento de profetismo considera que el dador de la Ley (Torá) es Jahveh y no el rey. Y no obstante lo que digan los sacerdotes, es el profeta el que tiene la última palabra respecto a la voluntad de Dios. Buber pone énfasis en la permanente lucha del judaísmo contra la idolatría. La insumisión del “poder espiritual” del profeta, frente al “poder terrenal” del rey es de origen judío. Pienso que es este profetismo el que conecta con el papado, al menos antes del cisma del cristianismo de Occidente.

4. Por una doble vía, el cristianismo contemporáneo se nutre del llamado Antiguo Testamento. Pedro y la transmisión del carisma, función sacerdotal por excelencia la de atar y desatar en la tierra y en el cielo. Dueño de las llaves y también de las redes para pescar almas. El otro, apóstol por vocación, de oscuros antecedentes, es Saulo, un perseguidor de la primera generación de cristianos. Un celoso guardián de la Ley que pudo haber participado en la lapidación de alguien que proclamara que Jesús de Nazareth era el Mesías esperado por el pueblo de Israel. Hoy diríamos, “un ex represor”. Según el relato bíblico, Pablo se convierte en apóstol de Jesús luego de un confuso episodio visionario en el que éste le pregunta porqué lo persigue. Pablo cristiano es el acontecimiento del Saulo fariseo. En la misma tradición del cristianismo paulino ya está señalado que “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” y siempre será sorprendente la libertad del Espíritu, que “sopla donde quiere”.

Pablo, judío, ciudadano romano, apóstol de los gentiles. Fariseo que prosigue, ahora como cristiano, con la fundación de comunidades de creyentes más allá de cualquier frontera étnica, política o social: ni judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni amo ni esclavo, son distinciones que importan.

Pedro y Pablo son dos figuras singulares en el origen. Estas dos figuras son dos tipos de religiosidad que conviven en tensión en la Iglesia. El primero da continuidad a una sucesión que podríamos llamar jerárquica y vertical, cratológica: Pedro como el primer pontífice (Mt 16, 18-19). El poder para atar y desatar en la tierra y en el cielo, es un poderoso dispositivo teológico-político desde la adopción del cristianismo por parte del Imperio romano. El pontífice es el representante vicario del Cristo, único caso de representación “eminente” o “existencial” que subsiste en el mundo moderno, según la observación de Carl Schmitt en su ensayo Catolicismo y forma política. El papa católico es investido por el colegio de cardenales como obispo de Roma y como cabeza de la Iglesia. Como contrapartida, desciende de los cielos el carisma por el que ese hombre se convierte en vicario de Cristo. La representación es eminente porque como dice Schmitt, baja de lo alto.

Pablo crece en el eje horizontal como el apóstol de la ecúmene gentil, dispersa en comunidades imposibles de uniformar; es el fundador de la horizontalidad de las iglesias. Pero es plural en busca de lo universal y no como afirmación del particularismo.

Tal vez esa tensión entre lo paulino y lo petrino es la que sigue presente en la desconfianza, cuando no en el rechazo y la persecución, ante las comunidades eclesiásticas de base, donde se encuentran las principales víctimas del odio visceral que expresan los discursos integristas contra aquellas comunidades que se nutrieron de los católicos que optaron por los pobres.

5. La Iglesia como coincidencia de opuestos. Lo visible y lo invisible del Dios. La oposición fundamental que atraviesa la historia de la Iglesia, viene de mucho más atrás. Es la oposición entre lo innombrable, invisible, inconcebible del dios hebreo y la posibilidad de nombrar, ver y concebir a dios encarnado en un hombre como su propio hijo, a través de una madre mortal, como en los mitos de las religiones idólatras. La Iglesia católica romana es una sociedad mundial de opuestos que coinciden. Pero no creo que sea única por ese solo motivo. Entiendo que el sincretismo no es privativo del cristianismo sino un rasgo antropológico de la relación entre las culturas, particularmente entre vencedores y vencidos. Un amigo de mi padre definía al catolicismo como “un invento judío explotado por una empresa italiana”. Un anacronismo, sin duda, pero que conserva alguna verdad suficiente como para hacer reír. El movimiento eclesiástico que lleva el nombre del padre Carlos Mugica y el Instituto del Verbo Encarnado son miembros de la Iglesia.

Sin el rasgo monárquico sería imposible que subsistiera el cristianismo. El eje vertical busca detener la diseminación paulina del cristianismo, que dejado a su divina locura terminaría en sectas que se multiplicarían hasta no reconocer en ellas sino puro gnosticismo. Las cartas de Pablo reflejan esas tensiones y rupturas. No solamente se trata de echar las redes para pescar almas, sino también conducir la nave que surca en un mar de los mil demonios.