Los 90, Córdoba y el mito de la “Década perdida”

Gonzalo Puig y César Pucheta, en DEODORO Julio, 014

Córdoba. Año 2014. El momento de la efervescente escena musical no solo parece ir tomando de a poco la ciudad, sino que también trasciende los límites geográficos de la misma y de la provincia mediterránea. Artistas y bandas locales logran expandirse por el territorio nacional y los rastros del pasado se hacen presentes en cada uno de los pasos (y los saltos) experimentados por los hacedores de un momento que parece destinado a observarse desde la perspectiva del futuro. Ahora bien, así como la actualidad se muestra sólida, por momentos parece necesario tomarse el tiempo para pensar el fenómeno para atrás. Es decir, como producto de momentos anteriores, de movimientos culturales y musicales nacidos en otras décadas y latitudes. Ayer nomás, el trabajo audiovisual de Martín Carrizo, “Radio Roquenroll”, intentaba responder algunos interrogantes revisando qué pasaba en Córdoba cuando el rock nacía en Argentina. Allí, la mirada se concentra sobre la Córdoba de los 60, la amplifica hasta los 70 y pone sobre la mesa algunos de los personajes predominantes de ese momento. A fuerza de verdad, fue en los 80, rozando los albores democráticos, cuando surgieron las primeras bandas locales de trascendencia nacional. Fue ese momento, cuando, impulsados por los terrenos ganados por el rock en general, Proceso a Ricutti, Pasaporte, Tanmboor y Posdata (entre otros) llegaron a tener un gran nivel de exposición sin precedentes a nivel país. Pero ¿qué pasó después, más acá en el tiempo? ¿Qué pasó en los 90? ¿Qué fue de Córdoba y del movimiento roquero en el país? Seguir leyendo

El Subcomandante Marcos, el último rockstar latino

Simja Dujov, en DEODORO Julio, 014

Rock es transgresión. El Rock es tendencia. El Rock es moda. Rock es Revolución. Rock es Irreverencia. El Rock es mercado.

En América Latina, incluida Argentina, hace tiempo que el rock dejó de ser Rock.

Creer que rock son 4 tipos vestidos con dos guitarras, un bajo, una batería, sus camperas de cuero y su botella de Jack Daniels a medio llenar es no entender cómo, dónde y cuándo surgió el Rock. Elvis llevó los movimientos sexualmente explícitos de los negros al público blanco. La famosa ropa de los Beatles diseñada por Pierre Cardin los hizo más famosos que sus posteriores declaraciones poéticas y políticas. El Rock siempre estuvo relacionado con las masas y con una relación unidireccional con su público.

De la misma manera, a pesar de que muchos se resistan a creerlo, el músico popular que más representa a la Argentina en Latinoamérica no es ni Charly, ni Fito ni Spinetta, ni siquiera Soda Stereo, sino Sandro. El gitano, más que ningún otro, supo traducir el espíritu del rock en inglés a nuestra idiosincrasia y acompañar el sentir popular a lo largo de décadas, siendo un artista de culto sin dejar de ser popular. Con sólo dos canciones, de dos minutos de duración, Sandro nos dijo que música, sensualidad y transgresión debían ir juntas.

Hay muchas versiones de analistas que eligen autoengañarse cómodamente creyendo que el rock es un género musical. Creen en las falsas clasificaciones y divisiones creadas por el mismo mercado que ellos critican. Que el rock es una cosa, que el pop es otra, que el grounge, que hip-hop, que el heavy, que el punk. El compromiso con las formas y no con el contenido es un vicio de la crítica ingenua. La forma no es nada, es sólo un límite para sintetizar y hacer digerible el mensaje, y luego de un tiempo, ese mensaje puede ser sólo forma, como dice Oscar Wilde en su prefacio a Dorian Gray. El Rock dejó de ser un género hace tiempo, de hecho, quizás nunca lo fue. Seguir leyendo

La Revolución Inconclusa

César Barraco, en DEODORO Julio, 014

Corría muy rápido el año 1971 en la República Argentina. Un joven desgarbado, intenso, espigado, métrico para los gestos, está rindiendo un examen. La cosa no va bien. A los 22 años ya había conseguido lucirse en muchos escenarios de la vida. Se imaginaba amigo de Lennon y de Jagger. Pero en la prueba no podía responder a los requisitos impuestos por los evaluadores.

Lírica, armonía, negras y blancas, versos, rimas, sonetos, y demás podas lingüísticas, lo arrinconan contra el papel. La hoja está en blanco. De repente se le acerca un ser bajo, correcto y gentil, y le dice que es hora de terminar, que el tiempo se acabó y debe entregar su examen.

Ese día lo bocharon, reprobaron y aplazaron. La junta examinadora dictaminó que el joven aspirante carecía de las aptitudes y capacidades para ser socio de esta sociedad.

La Sociedad Argentina de Autores Intérpretes y Compositores (SADAIC) acababa de rechazar, formalmente, a Luis Alberto Spinetta como miembro con derecho a cobrar por sus obras. El flaco no cumplía con los requisitos que, en aquellos años, debían acreditarse durante la cuestionada evaluación.

Por un decreto de las fuerzas supremas de la burocracia creativa, el fundador de Almendra y autor de Muchacha ojos de papel, no podía cobrar regalías por la difusión de sus propias creaciones.

Como respuesta, Spinetta escribió una carta a SADAIC que concluía diciendo “…Ustedes deben destapar sus oídos. Para destapar sus cerebros, cualquier revólver llegaría inexorablemente tarde”. (ver aparte)

Al mismo tiempo y en la misma ciudad, un dictamen de otra junta daba de baja de sus honorables filas a otro joven argentino por considerarlo peligroso para sí y para los demás. Es que este muchacho, de familia patricia y doble apellido, no se adaptaba a las exigencias de la CoLimBa (Correr, Limpiar y Barrer). El conscripto en cuestión ya había simulado algunos trastornos psiquiátricos, motivo por el cual fue trasladado al Hospital Militar. Una mañana, el soldado inquieto e insatisfecho, fue hasta la morgue del nosocomio, cargó un cadáver en una silla y lo sacó a pasear por los jardines. Se lo veía pálido, habría dicho a sus superiores cuando le preguntaron el motivo del funesto paseo. Tras el incidente la baja salió de inmediato. El Ejército Argentino expulsaba de sus filas a Carlos Alberto García Moreno, en esos años conocido como Charlie García.

El mundo ya no sería el mismo. Se venía Pescado Rabioso y Sui Generis editaba Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, disco que, por recomendación del Sr. Tijeras, no incluía Botas Locas. La canción que García dedicaba a su paso por el servicio militar obligatorio… “Si ellos son la patria, yo soy extranjero”… decía en uno de sus versos.

Desde el comienzo, el rock argentino fue contestatario porque sus protagonistas lo eran en la vida real. No fue casual que instituciones como el Ejército y SADAIC hayan expulsado a García y Spinetta. Lo que vino después lo potenció aún más. Seguir leyendo

Parte del aire

Mariano Barbieri. DEODORO, Julio 014

No se puede arder en el altar del materialismo. Siempre llega un momento en el que uno necesita darle otro valor a su propia vida. No importa la actividad elegida (…) la intención es siempre la misma: encontrar una metáfora que rime con la necesidad de darle un significado a la actividad humana. (…) Yo, por mi parte, escribo canciones.

Leonard Cohen

Es fascinante la influencia de los olores en las conductas, en las memorias. El olor, que no es otra cosa que partículas ínfimas de aquello que se huele, en combinación, por ejemplo, con recuerdos o experiencias, es capaz de generar una suerte de absolutismo de lo invisible. Una parte física, otra emocional. Son gases, polvillo, materia irreconocible para la mirada, imperceptible al tacto, pero misteriosa y reflectante como todo lo que no se ve pero existe y determina. La pregunta sobre el rock, también, tiene que ver con la omnipresencia de lo invisible. Con las cosas que no se tocan, dice Pity Álvarez, uno de los rockers más rockers de la escena.

Forzando tal vez una analogía, el recuerdo y la identidad son micropartículas de aquello que alguna vez se sintió con mucha intensidad. Algunas, fragancias; otras, basura. Recitales, situaciones acompañadas de alguna melodía: se trata de momentos o de espacios vividos donde (casi) sin tomar verdadera conciencia del asunto aprendemos a ser (Blázquez, en Deodoro junio). Nada menos. ¿Cómo es, si no, que algunas canciones o eso que se denomina la cultura rockera tatúan sobre las experiencias de las personas recuerdos y explicaciones resumidas en una frase, en una actitud o en una determinada zapatilla? Hablamos de simbología y poesía que imprimen sentido de manera extraordinaria.

Las letras de las canciones generan realidades intelectuales disfrazadas de emociones, explica el Indio Solari, que prefiere hablar de pensamiento rítmico para definir su poesía. Pensamiento y ritmo. Como si reforzara así aquella certera máxima de Roberto Fontanarrosa: lo contrario de lo divertido no es lo aburrido, sino lo pomposo. Lo pretencioso: el cancionero popular y especialmente el rock está compuesto de frases simples de compositores y poetas que entendieron que ponerle Sócrates a tu hijo no garantiza su inteligencia. En la narración de la desesperación, la supervivencia y la aceleración, el pensamiento rítmico, la poesía y las canciones de rock se llevan una parte importante de esa permanente construcción de sentido. Seguir leyendo

Pascual: el Hombre detrás del Conde

Consuelo Cabral, en DEODORO Junio, 014

En Córdoba, Argentina, un hombre deja de ser Pascual Gómez para convertirse en una suerte de oráculo viviente conocido como El Conde Pascual. ¿Quién es el hombre al que artistas, hinchas de fútbol, presos, bandas de cuarteto y hasta políticos, le confían su suerte y le agradecen colgando pasacalles y pintando las paredes de toda la ciudad?

El Conde Pascual se desparrama en una risa de vocales abiertas, desordenadas, yuxtapuestas, mientras una cabra moribunda yace desangrándose en el ritual de La Casa de los Viernes. Después abre la boca, engulle un trago de Coca Cola tibia, escupe y se rasca el sobaco derecho. Ahora le pica el izquierdo. Y otra vez el derecho. Dice que “no hay vez que haga un ritual para ayudar a morir a alguien que no me empiecen a picar los chivos». Que por eso prefiere las sanaciones. Que lo disculpe que tenga que rascarse de esta forma, pero que le pica que es una locura. Lo veo tan incómodo que hasta pienso en ayudarle. Finalmente se le pasa. Yo respiro aliviada; la cabra antes moribunda, ya no respira.

El Rolex de plástico dorado que cuelga en la pared marca que ya son las once y media de la noche en la casa de Villa Warcalde donde cada viernes se reúnen distintos pai umbandas para realizar rituales de todo tipo, incluso algunos que incluyen sacrificios con animales. Los encargos son muchos y variados. Desde cuestiones amorosas hasta terminar con la vida de alguien.

El Rolex de plástico sigue avanzando. El ritual umbanda, también. Si todo sale bien, mañana un hombre amanecerá muerto. En una oficina decorada con calcomanías de estrellas multicolores, alguien compró su vida por 12.500 pesos.

De no ser por el altar improvisado de madera de pino, la habitación estaría prácticamente vacía. El piso, de baldosas antiguas, revela que esta casa tuvo épocas más esplendorosas. A medida que pasan las horas el aire pareciera volverse más espeso. Las velas desparramadas por el piso le iluminan la cara acentuando su textura. El Conde sujeta al sapo por las patas traseras mientras le sumerge la cabeza en el mismo vaso en el que antes tomó Coca Cola. Sólo que ahora, el vaso tiene la sangre de la cabra muerta. Seguir leyendo

El enemigo en fuera de campo

Celina López Seco, en DEODORO Junio, 014

El cine argentino se debatió, desde sus mismos orígenes, entre la dicotomía Civilización o Barbarie. Términos cuyo contenido adquiere la forma de la ideología que lo nombra. (Léase: Contenido. Forma. Ideología. Tres conceptos que no pueden pensarse por separado en relación a la dupla de mayor éxito nacional).

Octavio Getino en su libro Cine argentino (2005) dice que la Barbarie era la respuesta intelectual de la resistencia, de aquellos que combatían la herencia colonialista del proyecto civilizador. Pero Sarmiento ya había calado tan hondo en una ideología nacional que el lugar común del término Civilización parecía anterior a nuestra conformación como argentinos: habíamos nacido para ser corregidos. Por inmigrantes, por brutos, por negros, por indios, por gauchos, por pobres, por asumir la periferia como territorio geográfico en relación al imperio.

El cine argentino nunca se calló: manía de explicarlo todo, entre el documental y la ficción empezó trazando un recorrido que, antes que el mismo neorrealismo en Europa, denunció las condiciones sociales de una patria que no podía ser grande. Hugo del Carril, Leopoldo Torre Nilsson, Fernando Birri, Fernando Ayala, Lucas Demare. Con la batalla por la identidad de fondo y la inocencia de proponer una respuesta, muchos realizadores argentinos salieron a contestar sobre la esencia de un ser nacional. ¿Un ser?

Demare en La guerra gaucha (1942) divide por conjuntos las distintas facciones que luchan por la independencia de la corona española, militares, gauchos, niños, chinas, curas, brujas, aristócratas y bebedores, todos, todos son argentinos por cuyas venas corre sangre libertaria. Cada uno, digno habitante de estas pampas se reconoce como tal a través de un enemigo común.

Hugo del Carril en Las aguas bajan turbias (1952) puso negro sobre blanco: la milicia y los pobres no están del mismo lado. Los pobres van al yerbatal buscando una moneda y el capataz, el que manda, el que tiene fuerza, sólo se distingue de ellos por pararse al otro costado. Las condiciones de explotación sostienen al obrero, sus cuerpos se pierden en el Paraná. Aquí no está la misma sangre de La guerra gaucha corriendo por las venas porque las venas de los argentinos de Del Carril no entienden la libertad en términos tan abstractos como el nombre de un país. Seguir leyendo

Sobre tabúes y Fuerzas Armadas

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Enrique Lacolla, en DEODORO de Junio, 014

Después de un largo eclipse y en el marco de un mundo cada vez más inquieto, el tema militar vuelve por sus fueros.

Después de la dictadura todo debate serio sobre las Fuerzas Armadas se tornó en tabú. Las atrocidades cometidas durante el Proceso permitieron transformarlas en el chivo expiatorio de los males de una sociedad que no fue del todo inocente de esos crímenes y que prefirió transferir las culpas a los ejecutores de una política previamente determinada en las sedes del establishment y de la estructura internacional del poder.

Este lavado de manos se debió en buena medida al problema identitario que arrastramos como consecuencia de nuestra formación dependiente y del desarrollo torturado que ha tenido nuestra nación desde sus orígenes. Este marco ha ayudado a conformar un tipo de pensamiento que rehúye la realidad y tiende a resolver todo en blanco y negro.

Las Fuerzas Armadas son un resultante de nuestro pasado y no una creación intelectual, y por lo tanto participan de los rasgos que nos caracterizan. Como el país, han solido estar divididas dentro de sí mismas, tal y como lo ha estado el resto de la sociedad, desde la independencia hasta nuestros días. Es decir, entre una concepción soberanista de nuestra existencia y otra que sólo se la representa como prolongación apendicular de un poder externo. Esto es, como cliente de las potencias hegemónicas.

El carácter reaccionario y ferozmente represivo que las Fuerzas Armadas ostentaron durante los años del Proceso, por ejemplo, fue parte de una regresión argentina que tuvo su punto de inflexión en el golpe cívico-militar de 1955, y que remató en el genocidio social cometido por el neoliberalismo en la década de los 90. En las FF. AA. esa faceta brutal fue incentivada por la tutela militar norteamericana a través de la Escuela de las Américas y por una sumisión ideológica al esquema maniqueo de la guerra fría. Y fue asimismo exasperada por el accionar insensato de una guerrilla encandilada por el ejemplo de la revolución cubana y alienada de la comprensión de la compleja realidad social de nuestro país. Que estaba –y está– necesitada de un cambio en profundidad de sus estructuras, pero que no podía ni puede valerse para lograrlo de un aventurerismo abonado por la ingenuidad y la soberbia. Seguir leyendo