El Subcomandante Marcos, el último rockstar latino

Simja Dujov, en DEODORO Julio, 014

Rock es transgresión. El Rock es tendencia. El Rock es moda. Rock es Revolución. Rock es Irreverencia. El Rock es mercado.

En América Latina, incluida Argentina, hace tiempo que el rock dejó de ser Rock.

Creer que rock son 4 tipos vestidos con dos guitarras, un bajo, una batería, sus camperas de cuero y su botella de Jack Daniels a medio llenar es no entender cómo, dónde y cuándo surgió el Rock. Elvis llevó los movimientos sexualmente explícitos de los negros al público blanco. La famosa ropa de los Beatles diseñada por Pierre Cardin los hizo más famosos que sus posteriores declaraciones poéticas y políticas. El Rock siempre estuvo relacionado con las masas y con una relación unidireccional con su público.

De la misma manera, a pesar de que muchos se resistan a creerlo, el músico popular que más representa a la Argentina en Latinoamérica no es ni Charly, ni Fito ni Spinetta, ni siquiera Soda Stereo, sino Sandro. El gitano, más que ningún otro, supo traducir el espíritu del rock en inglés a nuestra idiosincrasia y acompañar el sentir popular a lo largo de décadas, siendo un artista de culto sin dejar de ser popular. Con sólo dos canciones, de dos minutos de duración, Sandro nos dijo que música, sensualidad y transgresión debían ir juntas.

Hay muchas versiones de analistas que eligen autoengañarse cómodamente creyendo que el rock es un género musical. Creen en las falsas clasificaciones y divisiones creadas por el mismo mercado que ellos critican. Que el rock es una cosa, que el pop es otra, que el grounge, que hip-hop, que el heavy, que el punk. El compromiso con las formas y no con el contenido es un vicio de la crítica ingenua. La forma no es nada, es sólo un límite para sintetizar y hacer digerible el mensaje, y luego de un tiempo, ese mensaje puede ser sólo forma, como dice Oscar Wilde en su prefacio a Dorian Gray. El Rock dejó de ser un género hace tiempo, de hecho, quizás nunca lo fue.

Para entender el rock hay que entender cómo funciona la sociedad o por lo menos tener algunas pistas de cuáles son las motivaciones de las personas para hacer elecciones y tomar decisiones. Qué lleva a una persona a combinar su gusto musical con ponerse una remera con la cara de un cantante. Cuál es el poder de una canción en un idioma que a veces no entienden pero que lleva a muchos a sentirse identificados. Qué es lo superficial y cuál es la esencia. Hay que entender que el Rock no es nada si no tiene esa combinación de mensaje transgresor junto con una buena dosis de marketing.

Las personas que critican al pop diciendo que no es rock le están haciendo un favor. La transgresión se alimenta de la crítica, el marketing de la irreverencia se deleita con las habladurías.

Hace 20 años, en una mañana de enero, como dice la canción, bajó de las montañas de la selva mejicana el último rockstar latino. El ejército zapatista, liderado por el Subcomandante Marcos, fue la bisagra que definió el fin de la vieja visión analógica de la cultura del siglo XX y el paso a la era digital del consumo cultural. Antes de facebook, youtube, twitter y las redes sociales, Marcos creó el personaje digital más transgresor y mediático del mundo, combinación perfecta de fin y medio, de acción y representación, de espiritualidad y coraje. Marcos es fiel al espíritu del origen del rock.

Marcos armó una revolución, pero no sólo una revolución que cambió las condiciones de vida y el sentido de libertad de un pueblo entero. Marcos cambió el paradigma de la forma en la que se producen los cambios sociales. Cubriendo su cara con un pasamontañas, derribó los prejuicios acerca de la imagen. Creó una marca. Si Marcos hubiese vivido en los 60 en París, quizás los existenciales hubiesen usado pasamontañas en lugar de una polera negra. Marcos supo cómo llegar al público que tenía más allá de sus fronteras, llegó al gran mundo mediático a partir de un discurso fuerte y sólido. Épico y poético, como una canción de Bob Dylan, Marcos iluminó el corazón y encandiló el bolsillo de muchísimas organizaciones de ayuda internacional. Sin su perfecto conocimiento del marketing, con la sola voluntad, no hubiese logrado durar más que un breve tiempo de resistencia. Sin embargo su lucha, la lucha de los campesinos de la selva Lacandona, una lucha real, se vio afectada por la fuerte presencia mediática de este nuevo personaje de la escena mundial. Un hombre detrás de una máscara, un hombre que puede ser cualquiera de nosotros, sin embargo es él, sólo él. Un hombre que todos quisieran ser, que se presenta como uno más. Genera esa identificación y cercanía de los primeros músicos de rock, de la típica historia generada en mito que se repite constantemente, del joven de un suburbio bajo de la ciudad, con una infancia complicada, uno más del montón, que convierte su sufrimiento en grandes hits radiales y se transforma en una estrella sin dejar ese look de barrio.

Creó eslóganes, imagen, historias, mitos, una mítica propia. Un hombre blanco liberando a los indígenas, un Mesías propio. Hizo de la humildad una marca y del anonimato una unicidad. Qué es todo esto sino rock, la contradicción al servicio de la identificación.

El Subcomandante Marcos es eso, un personaje, un mito, una idea, es todo lo que el rock nos enseñó. Marcos genera la ilusión de que todos podemos ser él. Que con un pasamontañas ya estamos apoyando una causa revolucionaria. Y así logró estar en todos lados. Fue él quien dijo «No importa lo que está detrás de la máscara, sino lo que simboliza». Y la gente cree en los símbolos.

Por un lado logró que lo apoyaran las ONG internacionales por su poesía, y por otro logró la admiración de sus enemigos por su perfecto manejo del discurso.

El Subcomandante Marcos es el último rockstar latino.

Cuando dijo «¡No necesitamos permiso para ser libres!», nos dejó los corazones latiendo con fuego, como si fuese el estribillo de nuestra canción favorita. Esa que no se te va de la cabeza durante todo el día después de una fiesta.

Luego del Subcomandante, cualquier intento de combinar transgresión con marketing sería ridículo. Solamente sería posible cuando el cambio social fuese real y no un discurso vacío, del que ya estamos acostumbrados y hasta cansados.

Tenemos que aceptar que el rock es actitud, una actitud tan contradictoria como lo son los sueños colectivos.