EL MACRISMO Y LA CUESTIÓN SOCIAL

De la alegría, las flores y los globos de colores que inundaron la campaña electoral cada vez queda menos. A pocos meses de iniciado el cambio, la propuesta de la felicidad con simple sonrisa va transformándose en paulatina perplejidad, decepción y frustración.

Luis Miguel Baronetto

Aunque algunos conocidos programas radiales se empeñen en apostar pidiendo paciencia, la realidad choca como la ñata contra el vidrio.

Más que hacer una enumeración de males neoliberales que hasta los argentinos no muy veteranos han padecido, valdría hacer un esfuerzo para encontrar explicaciones que vayan más allá de diagnósticos exculpatorios o predicciones apocalípticas.

No será fácil ver bajo las aguas turbias. Pero habría que hacer el intento para evitar mayor sufrimiento a los empobrecidos que la pasarán todavía peor. Cuando un presidente de la Nación dice que “proteger el empleo es alejar las inversiones” está claro el panorama de la pobreza agudizada en los próximos meses. Pero más claro está la apuesta esencial del macrismo: la centralidad del capital, especialmente extranjero que ahora pasa por sobre naciones e incluye a los paraísos fiscales, terrenos que muchos funcionarios actuales conocen muy bien. Los inversores no son caritativos. Ni como limosna dejarán caer una moneda. Es el capital acumulándose a costas de la vida humana. Nada nuevo, pero palpable, violento y criminal.

Se ha pretendido justificar el pago a los fondos buitres para recuperar la credibilidad. Hasta la madre patria financiera ha quedado sorprendida de la rapidez con que el macrismo hizo los deberes. Es de buen alumno hacer mérito sin mezquinas especulaciones. Pero es probable que las inversiones vengan, y el endeudamiento crezca a cifras inconmensurables. Nada de eso indica reactivación del aparato productivo ni generación de empleo. El aumento de la pobreza ya medido por las últimas encuestas de la Universidad Católica Argentina se agigantará. Después de varios meses de gestión ya no se podrá culpar al pasado. La quita de beneficios sociales, de subsidios a elementales servicios públicos, los despidos, etc., serán peor padecidos por los más necesitados de la sociedad. Pero también afectará a esa ancha franja de la clase media, donde se suman los trabajadores con mejores salarios. Quizás sientan más los efectos de los cambios. Acostumbrados a un nivel de consumo que se va restringiendo es probable que crezca el reclamo contra el deterioro del poder adquisitivo. Las estructuras asociativas más fuertes, preservadas especialmente en el gremialismo, se verán enfrentadas al desafío de asumir los reclamos no sólo de sus afiliados, sino de los sectores sociales todavía más afectados. Será con los dirigentes al frente, aunque buena parte preferiría esconderse.

No sería beneficioso que el pueblo agotase la paciencia, haciendo “tronar el escarmiento”, como solía repetir Perón. Muchos años de democracia, con sus idas y venidas, han consolidado su valor. Pero no pueden utilizarse sus formalidades para reimplantar la dictadura del mercado. Los políticos amantes de los cargos públicos utilizarán el argumento de la prudencia para no hacer olas. Pero si no se generan canales para encauzar las necesidades serán los responsables del futuro incierto que se les abre tanto a los más pobres como a las clases medias. Esa incertidumbre puede ser criminal porque la represión violenta será feroz. ¡Hay que garantizar la gobernabilidad para no espantar a los inversores! Alerta para los que ocupan la función pública. Porque hacerlo sin ocuparse del pueblo es corrupción. La estafa a la voluntad popular debería prever penas como las otras.

La perversa especulación con la memoria corta que bien se usó con la apelación al “cambio”, haciendo olvidar historias parecidas y padecidas no hace mucho tiempo, es riesgosa. Porque “la necesidad tiene cara de hereje”; y ahora los herejes no mueren en la hoguera.

Avizorar dificultades para la vida de los empobrecidos y de los sectores que crecieron en calidad social en estos años de democracia, no es para aproximarse al abismo. El viejo aforismo dice que los pueblos no se suicidan, porque contienen el futuro que los anima en la marcha. Pero la apuesta a la esperanza no es en el aire. Se sustenta en los esfuerzos de organización y articulación a partir de lo concreto. “Y en la calle codo a codo somos mucho más que dos”, poetizó Benedetti. La política no se construye sin amor, que es generosidad. Nadie puede pretender poner su bandera para capitalizar nada, porque la nada es la nada; un cuchillo sin mango y sin hoja, dice el refrán.

Aunque con los años hemos recorrido mucho camino, con avances y tropiezos, aprendimos que sólo pisando la realidad se va haciendo el proyecto de justicia y dignidad para todos, pero empezando por los que están en el subsuelo de la sociedad. Con el terror y con el miedo nos hicieron desaparecer aquellas apuestas hoy adormecidas. Imponiendo el individualismo, ganaron la cabeza y el corazón. “Por algo será… Yo no fui… Me salvo solo”. Queda una dura batalla cultural, que no es primariamente intelectual, sino de sensibilidad. La política no es para los insensibles, o no debería serlo. Si lo es, algo no funciona bien en esta democracia acotada. Pero la nueva realidad de acelerado empobrecimiento hará despertar a todos/as, aún a aquellos que se sintieron hartados de diversa forma.

El macrismo presenta lo viejo como nuevo, aunque no sea calco de lo vivido. Puede todavía ser peor, aunque edulcorado para alguna parte de la sociedad que por un tiempo mantendrá sus expectativas en cambios prometidos. Diferenciarse del demonio neoliberal presentando el rostro desarrollista es pretender esconder el tridente. Sería hasta un retroceso intelectual volver al dilema de países en vías de desarrollo o dependientes. Con tanta deuda acumulada, con tanto capital internacionalizado e informatizado sólo con vendas en los ojos se podrán seguir viendo globos de colores; mientras quedan sepultados en el basural de los descartables los niños hambrientos y los ancianos abandonados. Que la cuestión social se vea agravada no equivale a deducir expectativas de cambios en sentido contrario. Mucho tiempo se malgastó sin organizar desde las necesidades del pueblo. Hacerlo desde las urgencias de los partidos políticos es errar para una imprescindible politización que reinstale a los sectores populares como protagonistas y no como clientes. Otra vez los movimientos sociales articulados, pero preservando su autonomía. Si estas reflexiones al vuelo despiertan el debate, bien. Pero si además, y especialmente, animan al compromiso de transformación como tarea concreta y constante, mejor.

Ciencia y Tecnología Argentina: ¿Sagrada Familia Laica?

Ciencia y Tecnología Argentina: ¿Sagrada Familia Laica?

Por Roberto A. Rovasio, [Profesor Emérito (UNC), exInvestigador Principal (CONICET)]

En un crítico análisis histórico-dialéctico de la Ciencia y Tecnología (CyT), es inevitable la recurrente percepción lampedusiana de cambiar algo para que nada cambie. Imagen válida desde lo nacional y regional hasta ―con más protagonismo― lo planetario.

Sobre los hombros de ilustres pioneros, desde Tales de Mileto (624-545 AC) en adelante, la llamada CyT moderna irrumpió en occidente luego de la Gran Guerra y amplió su dominio a partir de la Segunda Post-guerra Mundial, cuando se proyectaron las bases (Guerra Fría mediante) del actual prorrateo hegemónico del poder fáctico mundial.

Se podría admitir que en Argentina, luego de la primigenia etapa colonial, la museística, el relevamiento naturalista y los precursores “sabios alemanes sarmientinos”, la CyT moderna se inició entre los años 1930s y 1940s. Sobre todo, bajo la bandera de la industrialización en un país donde el conservadurismo agrícola-ganadero, para cumplir con sus designios económicos, solo había necesitado mantener la lujuria bovina en una fértil y rebosante pampa.

Primeros acuerdos y conflictos

Entre 1940 y 1955, el vínculo de la CyT con la industria y el desarrollo nacional se desarrolló en las esferas militar, productiva y científica. Estos actores protagonizaron numerosos y mutuos conflictos que caracterizaron la etapa, con disputas asociadas al poder político de turno. Sin embargo, en esa época se comenzó a gestar la idea de actividad científica como profesión y se sembraron los núcleos de lo que luego serían las instituciones de CyT.

El interés de la incipiente CyT pasaba por la explotación de materias primas locales, la organización científica del trabajo, la normalización de materiales y el desarrollo de la investigación. Esta última asociada a la creación de laboratorios universitarios con fuerte intervención del Estado y marcada orientación industrialista. Como consecuencia de los movimientos político-castrenses, diversas cohortes de científicos contestatarios fueron eyectadas del sistema y contribuyeron a crear instituciones de investigación científica en el ámbito privado, financiadas por empresas y fundaciones nacionales y extranjeras.

En esa vacilante etapa, la controversia desarrollada por la CyT en los países centrales también se reflejó en Argentina como dos vertientes principales y contrapuestas. Los defensores de la ciencia universal, libre o autónoma (luego llamada “cientificista”) y los que propiciaban una ciencia más planificada hacia intereses nacionales y regionales.

La elite científica de la época, orientada hacia las ciencias biomédicas y basada en la investigación libre y autónoma liderada por Bernardo Houssay (V. Deulofeu, L. Parodi, E. Braun Menéndez, J. T. Lewis, A. C. Taquini, L. F. Leloir), disponía de mayor peso relativo comparado con la casi inexistente tradición en investigación industrial. Esto les permitió segregar la investigación básica original de las actividades técnicas y profesionales, consideradas subalternas, y que hoy se llamarían de transferencia tecnológica.

La otra vertiente, a la luz de la todavía cercana post-guerra, proponía orientar la ciencia hacia objetivos de desarrollo nacional ubicados en las áreas metalúrgica, aeronáutica y nuclear (M. Savio, E. Mosconi, E. Gaviola, J. A. Balseiro); donde también confluían sectores académicos de sesgo humanista liderado por Rolando García (F. González Bonorino, I. Pirosky, H. Ciancaglini, A. Zanetta).

Fueron épocas de grandes conflictos conceptuales y semánticos sobre ciencia básica, pura o fundamental, ciencia aplicada, aplicación de la ciencia, inventos y descubrimientos, técnica y tecnología, etc. Pero aún cuando ambos grupos tuvieron representación institucional durante muchos años y gobiernos, el liderazgo fue mantenido, explícito o no, por la “Escuela de Houssay”.

Años dorados” y algo más

El período de 1955 a 1973 comenzó y terminó con sendos golpes de estado conocidos por los eufemismos Revolución Libertadora y Revolución Argentina, motines vocingleros que no fueron revolucionarios, ni libertadores, ni exclusivamente argentinos. Entre ambos, la CyT supo de enormes y contradictorias experiencias, no siempre ligadas a lo académico, ya que los grupos en conflicto competían por los escasos recursos que el Estado estaba en condiciones (y en la voluntad) de aportar al sector. No obstante, basadas en proyectos anteriores, se crearon instituciones aún vigentes (INTI, INTA, CNEA, CONICET, etc.) y nuevas carreras e institutos de investigación, reformulando las funciones universitarias en un proceso de clara “desperonización”.

Los conflictos en Universidades y CONICET fueron centrales en el abanico político-ideológico de este capítulo, donde también convergieron (o chocaron) las ideas democráticas-liberales con las tradiciones de raíz católico-conservadora. El intento de la autoridad militar de turno por satisfacer a ambos sectores fue, como era previsible, un fracaso.

La fluida asistencia técnica y financiera de instituciones internacionales (OEA, UNESCO) y Fundaciones (Ford y Rockefeller) de EEUU, dieron lugar a los denominados “años dorados de la ciencia argentina”. Sin embargo, los administradores de este período aportaron poco al avance de la CyT, cuyas discursivas bondades allí quedaban. Asimismo, los intentos de autonomía nacional de los gobiernos civiles entre-golpes (anulación de indignos contratos petroleros, ley de soberanía en medicamentos, etc.), fueron detonantes de la citada Revolución Argentina con su Noche de los Bastones Largos (invasión de hordas militarizadas a las universidades, 400 detenidos sólo en Buenos Aires, cientos de Profesores despedidos y más de 300 exiliados, destrucción de laboratorios y bibliotecas, censura de la enseñanza).

Durante la dictadura de Onganía, la búsqueda para la Argentina de un “modelo exterior”, como el Modelo Belga a mediados de 1960s, fue guiada por instrucciones que permitieran incluir en un solo organismo al conjunto de Consejos de Ciencia y Tecnología, de Desarrollo y de Seguridad. De esta forma, se aseguraba el control político-ideológico del conocimiento, con o sin participación de los agentes involucrados.

En lo académico-universitario, los aportes del Estado a la CyT no fueron relevantes y la elite tradicional, representada ahora por los “hijos y nietos académicos de Bernardo Houssay”, siguió comandando el área como referente de la ciencia argentina, que comenzó a ser caratulada como “cientificista”. Así, en 1969, el libro de Oscar Varsavsky, Ciencia, política y cientificismo (CEAL, Buenos Aires) planteó críticas básicas, como la ausencia de planificación, falta de políticas explícitas sobre necesidades nacionales, desconexión entre producción y uso del conocimiento, impacto de fondos extranjeros para definir líneas de investigación. En el mismo sentido, la revista Ciencia Nueva impulsada por Manuel Sadosky permitió la participación del progresismo científico nacional e internacional (www.ciencianueva.com). La radicalización de la ciencia reflejaba lo que ocurría en el mundo: Guerra Fría, Guerra de Vietnam, Tercer Mundo, Mayo Francés, Teología de la Liberación, Cordobazo, Ecologismo, etc.

Ideas contestatarias al establishment, aunque más moderadas, tenían una guía en Jorge Sábato, y así, diferentes corrientes del pensamiento científico fueron tomando forma en discusiones sobre Ciencia e Ideología, Relaciones Centro-Periferia, Teoría de la Dependencia y Responsabilidad Social del Científico.

De la sartén al fuego

La década de 1973 a 1983, contuvo una esperanza democrática y una vorágine de horror, donde la ciencia y la academia no fueron ajenas. El corto paréntesis civil inicial, condicionado por proscripciones y escurrimientos ideológicos, no fue brillante para la CyT. Su nuevo organismo rector, la Secretaria de CyT, cambió cinco veces su denominación y dependencia, así como diez autoridades que nunca completaron su mandato. El CONICET, luego de la muerte de B. Houssay en 1971, también mutó de autoridades, dependencias e intervenciones. La proporción del presupuesto para la SECYT bajó del 8,8% en 1973 al 2,3% en 1982, y el de Universidades del 27,9% al 8,3%, mientras en la selectiva reestructuración del INTA, destinada a favorecer corporaciones terratenientes, se mantuvo entre 25 y 40%, lo que también explica el aumento relativo de la inversión en CyT con relación al PBI (0,28% al 0,40%).

Universidades, CONICET y SECYT, organismos “potencialmente subversivos”, pasaron a depender del Ministerio de Educación, y gran parte de las cúpulas académico-universitarias fueron ocupadas por lo más rancio de la tradicional estirpe católico-conservadora. Desde el Ministerio de Educación y el Rectorado de la UBA (solo una muestra) se inició la “eliminación del desorden” y “su depuración ideológica”. En Córdoba (copiando a la dictadura griega) se prohibió la Matemática Moderna y su Teoría de Conjuntos, por incluir “terminología subversiva” (SIC).

El avance de la ultraderecha y de los grupos parapoliciales, con el cuartelazo para “aniquilar la subversión” (cualquier rebeldía del campo laboral, educativo y cultural), sentaron las bases del feroz Terrorismo de Estado. Así, el golpe de marzo de 1976, bajo el nuevo eufemismo de Proceso de Reorganización Nacional, fue solo un trámite esperado y aprobado por gran parte de la sociedad. La añeja Doctrina de la Seguridad Nacional y el novel Neoliberalismo llegaban para quedarse.

Entre los vaivenes político-castrenses locales y el modelo institucional internacional (ONU, UNESCO, OCDE, OEA), la CyT nacional se configuró bajo la estrecha supervisión de EE.UU. y sin disimulada coacción para su adopción. Bajo ese paradigma, sin abandonar el discurso del desarrollo científico y la transferencia de conocimientos, un tercio de las actividades científicas siguió en la órbita de investigación básica, el 40% del personal sirvió en el área de ciencias médicas y más del 30% de los proyectos se aplicaron a la adquisición de conocimientos. También se destacó la atomización institucional, con 30% de los institutos formados por 5 o menos científicos, escaso apoyo económico y gran concentración metropolitana con el 30% de los institutos y la mitad de los recursos financieros.

Como en la década anterior, los relevamientos impulsados por organismos internacionales revelaron deficiencias y reiteraron críticas a la CyT. Sin embargo, no se cambió la dependencia ideológica dominante en la estrategia de crecimiento o de modelo de desarrollo con fuerte impronta economicista. Aun así, emergieron grupos que intentaron desacralizar la ciencia al cuestionar el “modelo lineal” según el cual la ciencia básica es seguida “naturalmente” por la investigación aplicada, el desarrollo, la innovación tecnológica y el bienestar social (bases de la conocida Teoría del Derrame neoliberal).

Actualizando previas estrategias, hacia el final del período y con carácter retórico, se volvieron a considerar las prioridades regionales, los recursos naturales, etc. No obstante, en la dimensión política práctica, se establecieron condiciones para crear o modificar universidades bajo el modelo de las Research Universities estadounidenses, departamentalización, creación de Campus, inserción en el aparato productivo y matrícula limitada a 15 a 25 mil estudiantes.

Parte de la jerga institucional de la época fueron los Programas Prioritarios, Programas Orientados, Programas Libres, Programas Nacionales…, de tecnologías varias, de electrónicas y anexos, de enfermedades endémicas diversas, de viviendas y afines, de energías no convencionales, de radiopropagación, de recursos naturales renovables, de petroquímica, de biotecnología, de ingeniería genética y, la última moda, los Programas de Transferencia. Muy pocos de ellos fueron genuinamente productivos. También se “descubrió” (con varios lustros de atraso) la idea del trabajo multidisciplinario, sin que ello fuese óbice para que, apoyados en ese discurso, la mayoría de los investigadores siguieran trabajando cada uno en su “nicho ecológico”.

Entre el eufemismo, la ambigüedad y el repertorio pseudo-científico, se pretendió convencer a los investigadores (y a la sociedad!!) de las bondades y factibilidad automática de trasladar el conocimiento a las empresas e industrias privadas nacionales, que no existían y que casi nunca habían pedido a la CyT vernácula su intervención para resolver problemas. El investigador en su laboratorio, a la hora de solicitar un subsidio, aunque su proyecto contemplara estudiar El Spin Anti-horario del Electrón en el Átomo de Hidrógeno, tenía que congraciar su proyecto proponiendo una “aplicación”, so pena de no recibir una moneda. Lo mismo que en los años iniciales de este periodo, cuando todo investigador que se respetara debía estudiar (algo) sobre Chagas, caso contrario sería tildado de anti-patriota y no recibiría un peso para su trabajo. (Vale considerar que, actualmente, sigue habiendo los históricos 3 millones de Chagásicos).

El vaciamiento de la CyT en el seno de las universidades, así como el descalabro que se intenta resumir, no respondió sólo a ineficiencia. En las complejas y cambiantes tensiones de este atroz decenio, la relación de fuerzas internas al poder fáctico quedaron dirimidas desde el primer momento, entre una facción que pugnaba por un Superministerio de Planificación y otra que implantaría el Superministerio de Economía, con los conocidos resultados sobre la imposición neoliberal que sería redundante repetir. Mientras tanto, las segundas y terceras líneas de mando de la CyT seguían configuradas, no sin conflictos y pese a los discursos aperturistas, dentro la órbita de la “ciencia libre y autónoma tradicional”, ahora de la mano de los “nietos y bisnietos académicos de Bernardo Houssay”, que lograron adaptarse y sobrevivir.

CyT en la democracia neoliberal

La época entre 1983 y 2003, como en la década anterior, fue marcada por un revoltijo de ilusión y desconsuelo. La llegada de un gobierno elegido por el pueblo llenó de esperanzas y las insuperadas tensiones tuvieron un viso de solución al unificarse la gestión de SECYT y CONICET bajo el liderazgo de Manuel Sadosky, respetado académico que aportó cohesión científica y política. La reversión de la concentración de la CyT en el CONICET en detrimento de las Universidades, prolongada desde la muerte de B. Houssay en 1971, fue una de sus exitosas políticas.

Mientras tanto, los poderes económicos se agazaparon, esperaron y rebrotaron con toda su parafernalia neoliberal, ahora no apoyada por las armas sediciosas sino por deslealtades políticas con disfraz democrático, que la población esperanzada no parecía comprender. Durante la década del menemato, el CONICET fue reiteradamente intervenido por una selecta cofradía con estrechos vínculos castrenses y clericales, que revirtió el breve remanso de la CyT. En esa época abundaron los titulares sobre si “…valía la pena resucitar la ciencia argentina??”.

La bamboleante CyT continuó naturalizando la tradicional dependencia y el paradigma científico trazado en décadas anteriores se expandió apoyado por “préstamos” del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Los compromisos contraídos con esa entidad financiera abarcaban los modos y criterios para formular y evaluar políticas científicas, así como agendas de investigación, provisión de insumos y compra de equipamiento. La actividad científica muy centralizada, el control del BID y el repertorio de institutos gestionados por directores con alto grado de discrecionalidad sobre la orientación temática y el manejo de recursos, fueron el denominador común que llevó al debilitamiento de los mecanismos competitivos y a la imposibilidad de apartarse de lo decidido por gestores vernáculos y foráneos. Cuando la situación se transformó de mala en calamitosa, el BID propuso (con fuerza de orden) la “privatización del CONICET”, impedida por la densa oposición de los investigadores.

Las luchas y paradojas no fueron pocas en la principal institución de CyT del país, diseñada, creada y conducida por el peso de un Nobel. La tradicional “Escuela de Houssay” desconfiaba de la burocracia estatal y juzgaba que sólo los científicos estaban en condiciones de definir su actividad, así como su orientación y política. Por otra parte, desde el seno institucional se levantaron voces sobre la “intromisión de la política en el campo científico”, las “prácticas clientelares”, las “tradiciones, hábitos e intereses de grupos”; en suma, de la influencia de “…los mediocres del sistema científico apoyados en sectores del poder político”.

La creación de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCYT) como promotora de CyT, estableciendo las tareas de ejecución al CONICET, tampoco fue garantía de equidad, sino el peligro de su disolución como respuesta a los siempre presentes intereses personales y de sub-grupos de poder. Las propuestas de nuevas formas de elección de autoridades, de normas de asociación con terceros, de criterios de evaluación institucional y de re-integración con universidades, fueron intentos para lograr la unidad de la CyT, aunque para otros significaba la “desviación de la misión original del CONICET”. Mientras unos hablaban de “refundación”, otros lo consideraban su “refundición”.

Como en décadas anteriores, quizás desde los años 1930s, el problema de la CyT seguía irresuelto y sin duda no solo obedeció a las interpretaciones y opiniones de diferentes vertientes, sino a la filosofía ―la ideología― de formas de pensamiento tradicionales y dependientes, que eran la base de los vaivenes políticos del pasado y presente. En la bisagra del nuevo siglo, los débiles y erráticos gobiernos no mejoraron la situación, reiteraron las oscilaciones e introdujeron en la jerga la nueva moda de la “Innovación en CyT”, importada sin críticas ―como en el pasado― del Hemisferio Norte. Entretanto, con altibajos, los descendientes de la “Escuela de Houssay” mantuvieron el liderazgo.

No solo de subsidios vive el hombre…

La reciente etapa de 2003 a 2015 fue testigo de movimientos profundos en la CyT argentina. Los dilemas del pasado intentaron ser resueltos (olvidados o postergados) y la recuperación económica de la década permitió reparar viejos lastres sociales, afectando también a la CyT con un incremento de la inversión al 0,6% del PBI y al 6% para Educación más CyT.

El nuevo Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva aumentó el aporte para la investigación y desarrollo, así como el número de becarios e investigadores, los salarios, instrumentos y equipos. Se crearon nuevos polos científico-tecnológicos e institutos asociados con Universidades. Se repatriaron científicos y se acercó la ciencia a la población. Sin embargo, los científicos siguieron transitando el conocido camino: egreso universitario, doctorado, postdoctorado en el Hemisferio Norte con “elección” del tema de trabajo, ocasional regreso al país con un tema de trabajo “exclusivo” por la escasa masa crítica local, desarrollo del tema en colaboración con el extranjero, ilusión de competitividad global y dirección de doctorandos (que repetirán el periplo).

Sin cuestionar los recientes avances producidos en aspectos claves de la CyT, es claro que tal progreso solo respondió a la decisión de un mayor aporte financiero al sistema, sin cambios en la base filosófica (ideológica) de CyT. En suma, el BID, el Banco Mundial o sus análogos, siguieron marcando el paso de la CyT argentina. Nunca se hizo (o se publicó) un balance entre científicos emigrados y repatriados, y quizás sea temprano para visualizar el aporte genuino de estos últimos. Tampoco se cuestionó, y poco se consultó más allá de selectos cenáculos, el criterio para evaluar ingreso y permanencia en el sistema de CyT, o para obtener subsidios, o para crear institutos. El rótulo de “innovación productiva” pocas veces fue más que un slogan y muchas ofertas de apoyo para la asociación ciencia-industria, o para las nupcias entre ciencia básica y transferencia de conocimientos, fueron declarados desiertos por falta de postulantes. Asimismo, pocos de los proyectos financiados lograron genuinas innovaciones o transferencias, aun bajo los criterios del dictum del Hemisferio Norte (publicaciones y patentes).

La “Escuela de Houssay” siguió presente y liderando muchos aspectos de la CyT. Pero, en los que apilan años domina la impresión de una larga película que prolonga la saga desde los años 1930s. Sin embargo, la renovación de actores permitió interpretar cada presunto cambio como algo innovador y original, con la complicidad de los que conociendo el film, callan y otorgan.

Incierto horizonte de la CyT

En el pasado, las prolíficas y tradicionales Sagradas Familias repartían sus hijos hacia el destino agrícola-ganadero, sin descuidar la ofrenda a la milicia, la curia, la cancillería y los partidos políticos (incluso rivales), donde tenía sitio hasta alguna oveja negra anarquista. Esto aseguraba una sólida presencia familiar, protegida de adversidades en los inevitables tiempos de cambios políticos. Hoy, una menos prolífica pero aun tradicional Sagrada Familia Laica de la CyT también se consagra a la moderna fuerza viva de empresas, movimientos partidarios y pseudo-liderazgos mundiales de CyT, asegurando así un sólido amparo frente a los vaivenes sociales, con garantía de un eventual “retorno a las fuentes” y, sobre todo, manteniendo los superiores intereses ideológicos del poder global de turno. Quizás, ya no debería interesar si sigue vigente el liderazgo de la “Escuela de Houssay”, ya que puede ser el momento de superar esa opción.

Es claro que hoy se transita otra bisagra de la historia nacional, y no solo de la CyT. Pero el futuro de este esencial componente y de su entorno y soporte es, al menos, incierto. La pregunta que algunos se formulan sobre: ¿Qué clase de CyT queremos? debería subordinarse a: ¿En qué clase de país la queremos? Nadie sabe las respuestas que pueden emanar de los diferentes enfoques, que nunca serán sencillas ni completas y no siempre ciertas. Pero, no hay respuestas sin el coraje de las preguntas iniciales. Que, sin duda, deberían proyectarse a realidades nacionales y regionales en la producción del conocimiento y su transferencia.

Que el único prorrogado del actual gabinete sea el Ministro de CyT, podría ser solo una anécdota detrás de las veladuras de una denominada “política de estado”. Que el ministro reconozca que el país “rebalsa de cerebros” que tendrán que salir al exterior, ¿es diferente que cuando se hablaba de “fuga de cerebros”? En esta óptica, los 3000 investigadores del CONICET en 2003, elevados a 9000 en 2016 y proyectados a 14.000 en una próxima etapa, ¿no es equivalente a seguir ofreciendo mano de obra calificada y barata al Hemisferio Norte? A menos que se haya pensado (planificado) donde ubicar en el país a esos nuevos profesionales. En el mismo contexto, además del aceite de nuez o los ovillos de pelo de guanaco, ¿no sería trascendente fabricar las vacunas que el país está en condiciones de fabricar, aún a contramano de las multinacionales farmacéuticas?

El señor Ministro de CyT promete con euforia nuevas inversiones de los “aliados históricos” (Europa y EE.UU.), para la innovación productiva, la integración empresarial y la captación de capitales (préstamos) del exterior. Pretende un “sector productivo innovador, un sector privado demandante de tecnologías y que aporte a sostener actividades de investigación y desarrollo”. Y sobre esta especie de realismo mágico de la CyT vernácula, anticipa la “contribución de las decisiones empresariales apoyadas en modernos criterios de medición respaldados en parámetros de consenso internacional”. Discurso pasatista que, con ligeros cambios de jerga (pero no de actores), se escuchó en forma reiterada en los últimos 70 años.

Mientras tanto, como prueba de la potenciación del federalismo y de las economías regionales, se mencionan algunos nuevos centros o parques tecnológicos “del interior”, aunque a la hora de discutir sobre políticas nacionales de CyT, la “mesa chica” sigue ocupada ―en el mejor de los casos― por algunos cerebros de la CABA y zona bonaerense, empresarios y “gestores internacionales”. Asimismo, es lamentable que el Ministro que no se opuso a la importación, fabricación y uso de agrotóxicos, declare que está comprobado que dichos productos no producen cáncer, cuando en muchos países desarrollados del Hemisferio Norte los mismos agrotóxicos están prohibidos por la misma razón que el ministro parece ignorar y que la población de la pampa húmeda (y menos húmeda) padece.

La sobada frase: “Si al gobierno le va bien, al país se irá bien” no puede ser más falaz. Precisamente, porque en CyT como en otras áreas, en “qué clase de país la queremos” es lo primero que debiera ser reconocido y asumido. Los indicios del presente rumbo en CyT, al explicitar ―entre otros aspectos― que la mejora económica (sueldos) no se ha acompañado de aumento en la “productividad científica” (papers y patentes), indican claramente que el rumbo de la CyT vernácula nunca cambió en forma significativa desde los años 1930s, y que se están abriendo las puertas para una eventual, próxima y neoliberal retracción del sistema.

Hace años se acuñó el concepto de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS), apuntando a ser mucho más que un slogan. También se intentó recuperar programas como el de Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo (PLACTED). Estos y otros esfuerzos para progresar hacia intereses y objetivos de un sistema con clara soberanía intelectual en CyT, procuraría que el científico asuma su responsabilidad frente a la sociedad. Y no simplemente subirse (o mantenerse) en un tren conducido por “los que saben” hacia una no definida “excelencia científica”.

La pretensión de promover cambios basados en las propias ideas es, sin duda, un camino difícil, aunque más gratificante que proponer mudar de formato, adaptarse y asumir que los gatos pardos también son atractivos, al mejor estilo lampeduciano.

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Me casé con un boludo, mejor me voy a Francia

Me casé con un boludo, mejor me voy a Francia

El último tanque nacional de Taratuto rompe records de público en las salas. Es un fenómeno en relación a las mediciones de audiencia, y en tanto fenómeno, bien podemos mirarlo desde otro ángulo.

Matías Lapezzata

Editor – Crítico de cine

Hay películas que se vuelven un signo de los tiempos, a conciencia o sin ella, y con menor o mayor relevancia según los casos. Las argucias de la razón, la sobre interpretación y las lecturas propias de una coyuntura política que impulsa ángulos precisos de lectura, siempre están a la orden del día para producir textos que desborden de excesos y alucinaciones varias. Pero también, y viendo las películas de fuera hacia dentro por decirlo de alguna manera, existen las condiciones materiales de producción de un film, que terminan por definir hacia dentro su existencia como objeto del arte y de la industria, y de posicionarlo en relación a un contexto social, económico y político.

En el año 1999, Adrián Caetano de manera independiente estrenaba Francia. Protagonizada por Natalia Oreiro en un papel sorprendente para su habitual incursión por el mundo actoral, Francia, en una escala mínima y secreta quizás siendo que se exhibió en proporción directa a sus mínimas condiciones de producción, lograba articular una visión crítica de la Argentina del momento a partir de una visión cinematográfica singular y accesible. En los días de su estreno, Caetano hablaba de esta película como su proyecto más personal. La historia contaba el transcurrir de una familia cuyos vínculos y relaciones se estructuraban a partir de la mirada y los conflictos de Mariana, una niña, en una realidad social contemporánea como era la decadencia de la clase media argentina antes de la crisis del 2001. La historia era atravesada por una reflexión en torno a instituciones civiles. La familia, las subjetividades, la escuela, la policía y la salud pública resultan observadas dejando entrever no sólo un estado de cosas crítico, sino también una potencia para transformar el mundo a partir de la suma de las voluntades ante la adversidad económica y afectiva. Es decir, a su modo planteaba una salida.

No es lo que sucede en cambio en la última obra de Juan Taratuto, Me casé con un boludo, que de manera espectacular y bajo condiciones de producción industriales, clausura de manera sistemática toda posibilidad de comprender el mundo por fuera de cuatro paredes y una cantidad inagotable de dinero.

Una lectura posible puede indicarnos que Me casé con un boludo tiene una factura técnica impecable, un guión de hierro y que se mueve con solvencia dentro del género de comedia romántica. Bien podríamos decir que en resumen es una película eficiente. Da gracia (salvo por momentos en donde el exceso vuelve grotesco lo que debería ser gracioso), y narrativamente es perfecta dentro de todos los lugares comunes que la ya centenaria fórmula chico-conoce-chica supone, incluido su recurso cine dentro del cine, que pretende potenciar una visión romántica en donde el cine actúa como potencia del amor, es decir, el amor triunfa tanto en la realidad como en las películas.

La cuestión entonces sería preguntarse cuál es esta realidad propuesta. Y es la cuestión porque la realidad se cuela aún en las estructuras más herméticas si entendemos que el cine es ante todo una mirada sobre el mundo. Es difícil pensar a Me casé con un boludo por fuera de sí misma, parece un objeto desprendido de alguna parte, como una burbuja que flota libre y suelta en un mundo maravilloso. El crítico de arte estadounidense Manny Farber llamaría a este artefacto “arte elefante blanco”, es decir, un objeto molesto y viejo que representa una maquinaria que en vez de expandirse se contrae, y cuyas apuestas escénicas solo ponen de manifiesto la necesidad del director y el guionista de sobre-familiarizar al público con lo que se está viendo. De este modo, no parece sorprender que en la película Buenos Aires este desdibujada por completo, imposible de configurar más allá de alguna esquina incierta y del plano inicial que sobrevuela un auto de lujo en una zona rica y bella sobre una calle vacía de autos… y de personas. Y es que en Me casé con un boludo el mundo queda acotado a la propiedad privada, no hay por fuera de la casa del protagonista un indicio de que algo esté sucediendo más allá del límite de este universo de clausuras, a no ser por la casa de la hermana del personaje de Bertuccelli, el único afuera propuesto, que es peligrosa, extraña, y también ridícula. Su casa está muy lejos, tanto como para que esa distancia represente un vacío que no puede ser completado con nada. No hay comunidad y entramado social que articule el plano de los ricos con cualquier otro estrato. La única imagen posible de una diferencia está dada por actores que pagados por el personaje de Suar, interpretan a una familia que recibe su dádiva ficticia a la entrada de su hogar, en un acto amoroso que pretende construir su cualidad de buena persona. Y es que Suar, en la interpretación de un boludo que exacerba sus cualidades verdaderas de empresario canchero y exitoso en la vida real, no hace más que confirmar aquello que Ricardo Foster señalaba hace solo unos días a propósito del sujeto dominado por el capital neoliberal que promueve la maquinaria macrista, un individuo autoreferencial, vuelto sobre sí e imposibilitado de establecer una relación con la comunidad.

Me case con un boludo tiende en todo momento a concentrarse sobre sí, no hay grieta que atraviese realmente el conflicto de la pareja protagónica más allá de un desencuentro que se subsana a fuerza de impostación y con la ayuda de un guionista, que le dirá al personaje de Suar qué hacer, ofreciéndole un libreto que oculte sus verdaderas intenciones, que de todos modos están a flor de piel.

La galería de periodistas aduladores en representación de sí mismos y del poder mediático de canal 13 de la que se vale Taratuto para construir esta ficción, sumado a lo anterior, terminan por volver obscena e impune la riqueza que se ostenta como capital de la felicidad. O será que de verdad podemos creer, luego de salir de la sala a oscuras, que en la luz del día de nuestra propia realidad, la felicidad, el amor y el dinero estarán esperándonos a la vuelta de la esquina.

La Extraña Dama

La Extraña Dama

Por Juan Manuel Burgos

Rezan los heteros de derecha para que vuelvan los noventa y los de izquierda corean que la historia se repite primero como tragedia y luego como parodia. Las locas tenemos otra idea sobre los noventas, sobre la tragedia, sobre la parodia. Otras temporalidades.

Cualquier gay fanático de la alta costura o marica neófita que haya visto a Meryl Streep en El Diablo Viste Prada sabe que la pregunta que nos convoca es la pregunta por la moda: ¿Qué hay de nuevo-viejo? Por eso al principio esta nota iba a llamarse Moda y Pueblo; también me hubiese gustado ser más creativa y hacer algo con la palabra tendencia. No se pudo, le debo más a la Lynch que a Fito. Deodoro me pidió que escriba un poco sobre las cuestiones de género, que al parecer manejo, la figura de la primera dama en estos meses del nuevo gobierno y otras feminidades en escena: en suma, un racconto del encuentro política/farándula de los últimos días. Tampoco sé si puedo, pero necesito el trabajo.

No hace mucho estábamos sentadas costurando unos fanzines con una amiga ciega, una travesti y otra sidótica cuando Cristina, en su advocación de maldita lisiada, apareció de blanco, con transparencias y perlas, junto a un portarretratos con la foto de Néstor, en una silla de ruedas con una bota ortopédica exageradísima que tuvimos que describirle a la que no veía ―porque la forma es, antes que nada, contenido―. Nos anunciaba la disolución de la SIDE y la creación de una nueva agencia de seguridad a la que llamaría, si no entendimos mal, Ariadna. ¿Era cierto, era mentira, era una puesta? ¿Importaba? “No me van a hacer mover un centímetro”, decía sobre ruedas mientras con un guiño nos prometía acabar con esa seguridad estatal que para nosotras siempre fue el terror. Como cualquier marica, y por haber estudiado artes y leído a Butler, sé que la parodia viene primero ―como los bocetos que son la primera copia―; después, ahora, la tragedia. Escuchamos con las mismas amigas a Gabriela Michetti, quien no está capacitada para llevar con glamour su prótesis, distinguir entre pobres drogadictos y ricos con excesos, entre pobres y normales, celebrar en el día de la mujer la complementariedad y la jerarquización de los sexos, declarar que los jóvenes no son actores políticos y su protesta merece un límite, explicarnos que no tiene nada en contra del matrimonio gay sino con que los gays procreen, and so on, and so on. La diversidad funcional es así: diversa.

La diversidad de maricas también: los últimos homosexuales, los gays de libre mercado, los putos peronistas, los varoncitos antipatriarcado, las locas del fin del mundo. No sé qué se supone que deba decir ahora: ¿que producen vidas más vivibles las madres sobreprotectoras e hipersexualizadas con padres ausentes que la familia heteroperfecta cuya mujer se entrega a la crianza trilingüe de su hija, no opina de política y viste elegante mientras esconden en el sótano a los hijos extramatrimoniales? ¿Que mejor el divorcio, las odaliscas pagas y Elektrita Menem como primera dama? ¿Que releamos la Teoría KinKon de Despentes imaginando que un gorila nos toca a la jefa? ¿Que el baile del vogue surgió de travas negras y latinas que parodiaban a las mujeres blancas, y que luego una de esas mismas mujeres blancas llamada Madonna lo volvió trágicamente asimilable y comercializable entre los varones gays blancos y su entorno friendly dominante de los 90? ¿Que el Vogue de Cristina en el centro cultural Kirchner no tiene nada que ver con La Aguada marcando la tendencia argentoeuropea para la revista Vogue española? ¿Que ser coqueta está mal o bien, o quién sabe? ¿Qué, como dice mi amiga La Sergio, Juliana sea retribuida por su trabajo reproductivo como coach emocional y que tenga los aportes al día y se cumplan sus derechos laborales, como a otras trabajadoras sexuales no les pasa? ¿Que ojalá las niñas coyas vestidas de guardapolvo que escucharon a Michelle Obama decirles que debían esforzarse para acceder a las universidades y construir el liderazgo femenino que falta en América latina, que esas niñas, por dios, no sean las mismas esclavas de un taller clandestino, montadas de estudiantes con sus propias producciones? ¿Que si le vamos a dar bola a una negra en plan retro que sea a Anamá Ferreyra? ¿Que nos liberen a Milagro Salas como nos liberaron a Moria? ¿Que ojalá Milagro pueda transitar la cárcel con tanto estoicismo como Mo? Que al pibe acorralado, que a ese no nos lo maten.

* * *

 

Al fin y al cabo, la primera dama “no es un cargo electo ni nombrado, no tiene funciones ni responsabilidades asignadas ni autoridad sobre otras personas ni devenga un salario u otra compensación”; qué sentido criticarla. Propongo redireccionar nuestro empeño hacia una nueva-vieja figura, en un tropo discursivo más habilitante, más camp, anterior a los 90, del 89. El tropo de una juventud que murió recién nacida: La Extraña Dama

 

Llena de recuerdos y resignación /me aferré al destino / sin descansar, hasta encontrar/ la herencia que dejaste en mi camino /despierta soledad, envuélveme /soy esa extraña dama/ que está dispuesta a vencer.

 

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Domingo pasada la medianoche, Sucre y Colón, en el Beep Pub (histórico antro cordobés de putos, tortas, travas y heteros de cotillón). Dos transformistas están haciendo un show de esos políticamente incorrectísimos donde, playback de Valeria Lynch mediante, se ofende a todo cuanto se puede: negros, pobres, chetos, locas, chongos, pasivas, activas, tortas, yonkies, yankees, bolivianos, gordos, putas, discas y travas. Allí donde el INADI no tiene, ni debería tener nunca, jurisdicción alguna ―parias todas― nos encontramos. Chiste va, chiste viene en medio de un concurso malogrado sobre quién finge el mejor orgasmo a cambio de una cerveza, alguien del público denuncia la injusticia (de siempre) que se está cometiendo. Ni lenta ni perezosa y bastante irritada, una de las que conduce le exige al que vocifera que pague de su bolsillo el premio a quien considere el mejor candidato y se deje de joder. El sujeto en cuestión extiende de su billetera un Evita solidario, porque la pa(t)ria es el otro. Y otras todas.

 

Bien aprendidos los cordobeses de De La Rúa, al igual que en la ley antidiscriminación vigente desde el 88: el daño se resarce pagando. Igual, se sabe, no hay dinero que alcance y el show must go on, pero cierta tensión que una de las que conducía intentó remontar sola ya se había instalado. En broma y muy en serio frente a la mala cara de su compañera, la que le ponía pilas llamó a la irritada “macrista” y ésta última ofendidísima devolvió el chiste diciéndole “choriplanera”. Muy asumida la choriplanera monologó sobre todos los planes y asignaciones que cobra por sus cincuenta hijos con síndrome de down. Nos reímos, pero ya no como antes. Incapaz de sostener la actuación del género, la macrista aclaró que a ella no le daba de comer ni un gobierno ni el otro, que ella vivía de su trabajo y que no iba al trabajo de nadie a arruinárselo. Too late, precariedad laboral para todas y todes. Según la mente hetera volvieron los ’90, pero las locas sabemos, fachas o nac&pop, que esto miciela, es otra cosa: Esto es porno y recién comienza.

En la hoguera

En la hoguera

 

Por Guillermo Vazquez

Grupo de tareas gerencial para reinstalar a la Argentina en el circuito financiero internacional. Nacimiento al lenguaje y la práctica política del siglo XXI. Retorno del neoliberalismo. Fin del “consenso de las commodities”. Ceocracia. Gobierno de Despidos, Desmantelamiento y Derechos Vulnerados –escriben en este número los trabajadores de la delegación cordobesa de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Brutalidad oligárquica, esgrime Guillermo Moreno. Súbita agonía del país peronista –como tituló su dossier la siempre interesante revista Crisis. Centroderecha argentina por primera vez democráticamente victoriosa. Paradigma de una ola antipopulista en la región. O, también, como figura en uno de los cientos de avisos fúnebres de enero pasado por la muerte de Guillermo Alchourón (ex presidente de la Sociedad Rural Argentina): restauración de la república. Fin de época. Y así. Hace unos años la cátedra de Oscar Landi en la UBA dio como lectura obligatoria el policial negro norteamericano para tratar de explicar el menemismo –hasta que nuevas categorías fueran surgiendo al interior de la teoría política argentina. Ahora los análisis proliferan, y este dossier intenta aportar varios desde disciplinas y maneras distintas. Pero en el medio del análisis, de los análisis, las mayorías del país se encuentran entre la expectación, el padecimiento, la frustración o el desentendimiento –una buena parte: después del hartazgo, otra de casi iguales proporciones: tras la derrota.

Sin embargo, en las evidentes novedades del gobierno de Cambiemos, en su órbita lingüística, en su semiótica cargada de calculados gestos y acciones tendientes a una suerte de gobernabilidad visual y emocional, sucede también otra cosa. Suceden también otras cosas. Uno de los acontecimientos más interesantes, y contemporáneo a los primeros meses de Cambiemos, como si fuera parte de una temporalidad distinta –a la vez que simultánea– fue una afiliación masiva como pocas veces se vio en la historia al Partido Justicialista. No al Frente Ciudadano, ni al Partido Peronista Auténtico (que fue faro del peronismo montonero en los meses previos al golpe del 76): al Partido que hoy preside el ex gobernador sanjuanino José Luis Gioja. Contra la muerte total de las ideologías y las estructuras, en el momento en que se predicó la crisis absoluta de los partidos políticos, sucedía eso. Y esa afiliación ocurrió, quizás, sin razonarla en la “identidad mayoritariamente peronista de la clase trabajadora argentina” que también fue el lema de otra época –hoy sería muy difícil afirmar semejante cuestión. Esa acción de cientos de miles, combinó una idea tan del siglo XX –el Partido como depositario del hacer, de las tareas de militancia, el aparato de conducción– con una reinterpretación de un espacio que, tras la muerte de Perón, parecía que solo perdería vitalidad.

Porque si hubo antes, en la década kirchnerista, una revitalización de la identidad peronista (de Emilio Pérsico a Nancy Duplaá), no iba de suyo que eso se tradujera en una revitalización justicialista partidaria –en un punto, transversalidad y demás mediante, fueron inversamente proporcionales.

El primer viernes de mayo había pasado una semana exacta después de que el movimiento obrero organizado volviera a poner en duda –una duda, diría un profesor de Metafísica, metódica– la muerte de un sujeto popular vertebrador del cambio hacia la justicia social. Ese día, por la noche, Cristina Banegas brilló con su interpretación de Eva Perón en la hoguera en un Teatro Real repleto –mudo y tenso durante su actuación, y exultante de aplausos y gritos al final. Un leve resfrío, o acaso una alergia por su vestimenta ligera y su descalcez en una sala de clima fresco, produjo en Banegas un efecto más hermoso aun, de cierta vulnerabilidad. Como el efecto –según cuenta Fernando Martín Peña– que quería producir Favio elevando hasta saturar el sonido del estreno de Sinfonía del Sentimiento en los discursos de Evita. El texto de Leónidas Lamborghini no es difícil: simplemente es imposible. Poblado de preposiciones, quizás porque los predicados y las construcciones gramaticales más clásicas habían sido también puestos fuera de quicio por el peronismo salvaje a la vez que tan clarificador de la abanderada de los humildes. Banegas avanzaba como por una carrera con obstáculos que sorteaba sin un furcio: era el negro Bolt ganando los 200 metros, con una claridad arrolladora y explorando con magistral valentía esas frases entrecortadas, las preposiciones terminando y abriendo enunciaciones en forma rizomática, haciendo estallar la gramática, la sintaxis, la lengua misma de Borges y Victoria Ocampo.

Quizás ese tanteo, esa exploración quirúrgica que no deja sana una lengua, era también un modo de ver dónde podía anclarse un discurso político hoy, tras el triunfo –solo táctico y de posición– de la consigna publicitaria light como organizadora de la nación. Banegas recitando a Lamborghini era como un lenguaje que mostraba sus imposibilidades, sus heridas, pero a su vez su novedad permanente: como si mostrando su intensidad estuviera esperando –no sentado, sino en movimiento constante– su oportunidad para poner en el absurdo la política excluyente –retomando la expresión de un libro de Américo Cristófalo sobre los viajantes a Punta del Este en los noventa. Es extraño, aunque tiene una cierta lógica: hay que insistir en esa convivencia, en esa “temporalidad plural” diría un marxista italiano –y retomará con una idea parecida en este dossier el texto de Juan Burgos. Porque hay también tiempos y convivencias distintas en un peronismo que, dividido o no, se revitalizó estos meses haciendo casi una “épica de la derrota”, como escribió indignado el sociólogo Vicente Palermo. “Vieja” y “nueva” política no servirán de mucho para pensar la convivencia de estas temporalidades. Las izquierdas y otras constelaciones políticas también orbitan la dificultad.

pobres por qué/ ricos por qué, le hace decir Leónidas a Eva, en la hoguera, y es acaso que el país ha retornado a la dulce y violenta edad de los por qué.

El Fútbol como síntoma: recorrido cronológico del FPT

El Fútbol como síntoma: recorrido cronológico del FPT

La batalla que el gobierno kirchnerista sostuvo con la corporación mediática, tiene una arista ineludible y que cobra especial relevancia en un país como la Argentina: el negocio del fútbol.

Flavio Lo Presti

Escritor

En el 2009, a comienzos de la guerra entre el gobierno y Clarín que tuvo como puntapié inicial la pelea por la resolución 125/08 en 2008 (algo así como el asesinato del archiduque de Sarajevo en la Primera Guerra Mundial) la AFA le pidió a Televisión Satelital Codificada (TSC, o Clarín a secas) 720 millones de pesos por la televisación del fútbol, esgrimiendo como motivo la crisis que enfrentaban los clubes. La empresa se negó a pagarlos, y la consecuencia directa fue el establecimiento de un contrato entre la nación y la AFA para televisar el fútbol de primera y la B Nacional, de manera gratuita, a través de la televisión pública y de las emisoras que quisieran retransmitirlas, con un nombre perfectamente K: Fútbol para todos (aunque faltó el «y todas»).

Fue, en un punto, un clic cultural, e instaló una pregunta que nos seguimos haciendo: ¿tiene el Estado que sostener el acceso de los ciudadanos al deporte que más pasiones despierta en el país? ¿No debía destinarse ese dinero a cosas más urgentes? Era una pregunta que la oposición se hacía con aspavientos en las tribunas de los medios contrarios al gobierno K.

La controversia

La administración de las imágenes del fútbol por parte de TSC había sido cruel: durante su imperio los goles no podían mostrarse antes de que se pasaran en Fútbol de Primera el domingo a la noche, y algunas señales del cable común pasaban las tribunas de los partidos que se televisaban codificados en TyC MAX en una especie de suplicio de Tántalo futbolístico.

Cuando este régimen ligeramente sádico terminó, la presidenta de la nación Cristina Fernández cometió uno de esos pequeños exabruptos que inflaban el pecho de amor a la gente que habita el lado K de la vida y hacían rabiar de veneno a los detractores: nos habían secuestrado los goles. Parece una exageración considerando las resonancias que esas palabras tienen en nuestro país, pero no hay que olvidar que Víctor Hugo Morales sufrió un proceso (y fue condenado) por emitir en los televisores que estaban a sus espaldas de un matutino televisivo las imágenes de la final intercontinental de 2000 entre Boca y Real Madrid. Además, la frase de Cristina parece menos impertinente (desde el punto de vista de la expresidenta) si se considera la convicción con la que el kirchnerismo sostuvo la complicidad de Clarín con la última dictadura cívico militar y la idea de que la compra de Papel Prensa había sido ilegitima.

Por otra parte, en el marco de la controversia que generó transformar un negocio en un servicio público y contra la ola de quejas de sectores que no es difícil relacionar con los perjudicados por la recisión del contrato en 2009, Info News publicó en 2012 un cálculo según el cual las funciones del Teatro Colón le costaban a la Ciudad de Buenos Aires 949 pesos por espectador, mientras el FPT costaba 4 pesos, siempre de acuerdo a las mediciones de rating. ¿Vale más, culturalmente, lo que se presenta en el teatro Colón que el fútbol?

Quizás la controversia más grande ha sido motivada por la propaganda oficial. Desde sectores contrarios al kirchnerismo se hizo del FPT un chivo expiatorio de la culpa K señalando que se usaban recursos del Estado como medio de propaganda partidaria, porque en los entretiempos no solo se veían esas acciones de gobierno (propaganda de los programas Conectar Igualdad, del lanzamiento de Arsat 1, etc.) no publicitadas por los medios que cuasi monopolizan el encendido, sino también invectivas contra políticos de la oposición (Mauricio Macri, José Manuel de la Sota) y empresas con las que se sostenía la guerra ideológica metaforizada con la imagen de la grieta.

El cambio

Bien, todo cambió. Con el cambio de administración nacional, el FPT dejó, en primer lugar, de tener propaganda oficial: hemos cambiado la «libertad» ideológica de los entretiempos por los despidos, el aumento de las tarifas y un acuerdo dudoso con las aves carroñeras del sistema financiero global. Al frente de los restos del Fútbol Para Todos se puso al empresario Fernando Marín, exgerenciador de la quiebra de Racing Club de Avellaneda. Marín llegó para realizar el plan de acción por excelencia de Cambiemos: normalizar. ¿En qué consistió la normalización? En primer lugar, en darle a los canales privados más poderosos, por muy poca plata, los partidos de los equipos más grandes: Boca, River, Independiente y Racing son ahora televisados por El Trece y Telefé. Por la exclusividad de treinta partidos a lo largo de las quince fechas del torneo, esos canales pagaron 180 millones de los 1900 millones que el Estado desembolsó en AFA. TyC sports, por su parte, recuperó la televisación de la B Nacional.

Durante los últimos años hemos escuchado relatores militantes. Ahora volvió el paradigma del periodista deportivo de los noventa: el avivado que se colocó en un trabajo soñado y que nos recuerda segundo a segundo a qué restaurante inaccesible va a ir a comer esa misma noche, quién le fabrica las corbatas y los zapatos. Cada tanto nos convidan con la picada de una conocida marca de fiambres cuyo precio la vuelve imposible para el público en general. De todos modos, casi no importa: ya hay menos posibilidades de ver el fútbol. Hoy, los espectadores dependen del streaming online en varios de los partidos de la fecha, porque (para dar un ejemplo) en la Argentina televisivamente federal de Cambiemos no siempre se puede ver a los equipos rosarinos en Córdoba.

Pero además, y en lo que hace estrictamente al programa y a sus empleados, Elio Rossi (el periodista de los tiradores) denunció en su blog que había sido sancionado por su solidaridad pública con los despedidos de FPT y por un comentario que apuntaba a un complot para favorecer a San Lorenzo en la zona 1 del torneo de transición. Rossi, además, citó una supuesta conversación con Marín en la que el CEO del nuevo FTP le señalaba las razones de los cuatro despidos del programa: Mariano Hamilton hablaba de Política, Javier Vicente era desagradable por criticar a Macri, Adrián di Biasi era feo, Luis Lugo por razones indefinidas.

El FPT parece así una maqueta de lo que Cambiemos hizo a nivel general desde que dirige los destinos de la Nación: transferencia de recursos al poder concentrado, despolitización, persecución ideológica y, finalmente, despidos.

Villagra, el fútbol y la historia.

Villagra, el fútbol y la historia.

Dicen que a la historia la escriben siempre los que ganan. Creo que en realidad es al revés: ganan los que escriben la historia, los dueños del lápiz con punta. Julio César Villagra nunca imaginó que estaría escribiendo sin papel la memoria de miles de personas. Él solamente jugaba al fútbol.

Angel Seastián Ramia

Hincha de Belgrano

En este inventado país la lucha ha sido, y lo sigue siendo, la imposición de la memoria; la selección, recorte, y repetición del pasado, en todos los ámbitos. Así fue que leímos y aprendimos como pudimos en los 14 pizarrones de nuestra escolaridad que San Martín cruzó los Andes en su Caballo Blanco, que Sarmiento fue el primer maestro, que el Cabildo y los pastelitos para las negras sin dientes, todo para recortar en la Billiken. Ahí están los héroes que le van a dar sentido a esta gran nación, en cada calle céntrica del país. Y están las guerras, los grandes acontecimientos y los feriados. Y los dinosaurios, las pirámides de Egipto, Roma, el descubrimiento de América, la Revolución Industrial y el hombre en la luna. Eso es la historia, un montón de frases, titulares del que rara vez se aprende el cuerpo de los hechos. ¿Y nosotros? ¿Qué hacemos los que no somos héroes, los que no vamos a cruzar los andes, los que no vamos a liberar a ningún pueblo? Vivimos, hablamos y cantamos nuestra historia. Y otros, muy queridos, hacen jueguitos, patean una pelota y nos hacen vivir, hablar y cantar otra historia a miles. No hay feriados para los comunes, menos para los jugadores de fútbol. Algunos viven en la memoria oral del pueblo y cada tanto es necesario escribirlo.

La Chacha

Julio César Villagra. Nombre de emperador. El guaso era tan tímido que no hubiera podido jamás estar al frente del imperio romano. Le decían la Chacha, jugaba generalmente por la banda derecha, dejaba a los defensores rivales pidiendo el diario y hacía enloquecer a la hinchada pirata. Y eso no lo hacía cualquiera.

Llegó a Belgrano en 1982, más o menos en la época en que a Galtieri se le ocurrió recuperar las Malvinas. Venía con su amigo Mario Luna, que le insistió en que lo acompañara a probarse. Belgrano estaba en la lona. Villagra, un negro de Villa Libertador, flaquito, ruludo y con cubana, como eran los cordobeses de antes, se hartó de desbordar y tirar el centro, desbordar y enganchar para adentro, picar sin que nadie lo alcance, frenar y seguir. El Pucho Arraigada, que andaba probando jugadores no dudó en aceptarlo. Una pequeña crónica periodística dice que el 18 de julio de 1982 la Chacha debutó contra Alianza San Martín (una fusión entre Argentino Peñarol y Huracán) en la cancha de Huracán de Barrio La France. Ganaba Alianza. Empató Belgrano. Último minuto del partido, gol de Villagra. La tribuna delira. La historia, agradecida.

Lo que no se dice

Aquí conviene pisar la pelota. Sentir que todos pasan un poquito de largo. Girar, observar el panorama, cambiar de frente. Como dije anteriormente, la historia es un territorio de disputas y en el fútbol también pasa lo mismo. Alguien escribió su historia y dijo esto sí, esto no.

Los ingleses inventaron todo esto. Dominaban el mercado mundial y en cada barco cargado con mercadería con la cual someterían a los pueblos, viajaba una pelota. Cayeron a Argentina. Jugaron entre ellos; se hablaba en inglés en los partidos. “Los ingleses locos”, decían los paisanos. Pero los de acá se enamoraron rápido. Y empezaron a jugar. Argentina era un cocoliche de inmigrantes, de nacionalidades, de lenguas y costumbres. El fútbol, por la economía de su práctica permitió igualar a todos. Pibes de 14, 15 años armaban equipos. No conocían las reglas pero lo jugaban. Los ingleses armaron una liga, jugaban entre ellos. Se empezaron a fundar clubes de fútbol por todos lados, en todo el país. Los trenes llevaban ese extraño y loco juego: patear una pelota desde la punta de esta pampa hasta el horizonte aquel. Amateurismo puro. Jugar por jugar. Después hubo gente, tribunas, estadios, masividad, pueblo, plata. Profesionalismo. Los grandes. El interior. Los Nacionales. El punto exacto en que cambia la historia. Frenar. Cambiar de frente, volver la pelota atrás.

Belgrano, Talleres, Instituto y Racing fueron los clubes más ganadores de la liga cordobesa. Hubo campeones, goles, jugadores, árbitros, hinchas, festejos, amores y dolores, hubo fútbol, hubo vida. Pero algo pasó y en un momento toda una historia dejó de importar. A mediados de los 80, tres de los cuatro, escritorio mediante, abandonaron la liga, se fueron a Primera y quedó Belgrano, corriendo para cualquier lado, hecho mierda. Y en el peor momento en la historia del club aparece Villagra, soldando estos pedazos de historia.

Tiempo recuperado

Villagra jugó entre 1982 y 1991. Vivió, lo que dicen los que la vivieron, la “década romántica”. Fue, realmente, una etapa durísima pero hasta el sufrimiento se extraña cuando ya no está. Las vivió todas: Liga Cordobesa, Provincial, Regional, Nacional B y 45 minutos en Primera, ante River. En “reconocimiento a su trayectoria”, los dirigentes le dieron el pase libre. Se lo sacaron de encima, lo mataron, le quitaron la vida mucho antes. ¿Qué hace un jugador cuando ya no puede jugar? Villagra hizo hasta tercer grado del primario, no sabía hacer ecuaciones, ni conocía de diptongos ni geografía, ni de ciencias naturales ni nombres de capitales de Europa ni de historia. Villagra jugaba al fútbol, hacía historia, pero todavía no lo sabía.

El 13 de septiembre de 1993, con 30 años de edad, la Chacha fue a una plaza, se sentó en uno de los bancos y se pegó un tiro. Murió dos días después. Se terminó su vida y empezó su historia. La idolatría creció. Los que lo vieron jugar desde la tribuna, los que lo conocieron envuelto en su timidez, los que pudieron sacarse una foto, todos comenzaron a tejer un recuerdo, armar un relato. No hay casi imágenes de él: un par de centros, dos o tres goles, un par de minutos de video para una década. Ni siquiera aparece en Wikipedia. Villagra es una historia oral, como el fútbol todo, contada de generación en generación. Las jugadas se agradan, los dolores se achican, la memoria elige.

A los pocos meses, Chichí Ledesma, el mismo presidente que lo había dejado libre, decide nombrar a la cancha de Belgrano “Julio César Villagra”. No hubo ninguna documentación oficial, no hubo acta, no hubo cartel, placa, nada. Todos siguieron diciéndole el Gigante, el periodismo, los hinchas. Veintidos años después se hizo justicia: los propios hinchas pintaron un cartel con la inscripción de su nombre, con la presencia de su leyenda, para nombrar a las cosas por su nombre.

No pude ver jugar a la Chacha pero el fútbol permite incluirte en el pasado, hablar de un nosotros. Soy un común, uno de los que nunca gana e incapaz de gambetear, hacer más de diez jueguitos, soy uno más. Escribir sobre él, recuperar las emotividades, es hacer otra historia, desafiar los discursos gritones, dar vuelta el partido, ejercitar la memoria.