Acorazado Potemkin: poesía, tango, política y punk rock

 

Acorazado Potemkin: poesía, tango, política y punk rock

En Acorazado Potemkin se cruzan la poesía, el cine y la canción. El trío que combina una estética punkrock con ciertos ademanes del tango, estará este mes en Córdoba en el marco del V Festival Internacional de Poesía a desarrollarse entre el 30 de marzo y el 03 de abril.

Por Mariano Pacheco, escritor y periodista

15 Pacheco

En una sala situada en el barrio porteño de Villa Ortúzar, en una tarde calurosa de febrero, el trío recibe a Deodoro luego de un ensayo. Entre mates y tragos de agua fría, entre risas y comentarios informales, transcurre ese rato al que muchos periodistas calificarían como una “entrevista”.

Juan Pablo Fernández en guitarra y voz, Luciano “Lulo” Esain en batería y Federico Ghazarossian en bajo forman Acorazado Potemkin.

Sentados en un sillón de la sala de ensayos donde sus canciones suelen dar sus primeros pasos, en ese sillón al que consideran ya un “clásico” de charlas, mateadas y algunas fotos que les han tomado luego de más de una entrevista, uno puede pensar que el trío es no solo un grupo de música, sino un colectivo humano que se expresa como un coro. Juan Pablo suele hablar un poco más. De algún modo toma la posta, como se dice, pero la conversación tiene un tono ampliamente participativo. Por momentos cada uno espera su turno para hablar, aunque a veces uno complementa los argumentos de los otros.

Juan Pablo integró Pequeña Orquesta Reincidentes, banda con la que produjo composiciones para películas, como por ejemplo Whisky (2004).
Luciano participó de Playmobil y Flopa-Manza-Minimal. También Valle de muñecas y Motorama. Federico Ghazarossian ha sido parte de Don Cornelio y la Zona, Los Visitantes, Me darás mil hijos y Cardenal Domínguez Cuarteto.

Formado en 2009, el grupo tiene hasta el momento dos discos circulando: “Mugre” (2011) y “Remolino” (2014). En la charla insisten en la importancia de informar a los lectores de esta gaceta que ambos discos pueden descargarse de su página web (http://www.acorazadopotemkin.com.ar).

En 2012 también formaron parte de las bandas que grabaron canciones para “Cuerpo”, un disco realizado en homenaje a Mariano Ferreyra, el joven asesinado por una patota de la Unión Ferroviaria mientras participaba de un conflicto protagonizado por trabajadores “precarizados” del ferrocarril Roca. Del CD, realizado de manera autogestiva, también participaron –entre otros– la Orquesta Típica Fernández Fierro, Rally Barrionuevo, Las Pastillas del Abuelo y Manu Chao, y parte del dinero recaudado tras ventas anticipadas fue destinado a la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI), una organización de derechos humanos que asesora a familiares de víctimas de casos de gatillo fácil. La participación en este disco no es un dato menor, si se tiene en cuenta que Acorazado Potemkin fue una de las últimas bandas que el militante del Partido Obrero escuchó con fervor. Tal vez por eso se los pudo ver en escenarios de Plaza de Mayo, junto a quienes reclamaban justicia por su muerte.

Más recientemente, durante este verano, fueron una de las bandas que tocó en el Festival realizado en Parque Centenario en solidaridad con los trabajadores del Grupo 23, ante el vaciamiento de la empresa periodística emprendido por sus dueños, Sergio Szpolski y Matías Garfunkel.

Según cuenta el baterista de Acorazado, le dan mucha importancia al hecho de tocar en lugares así. También participaron de recitales en defensa de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y en Avellaneda, en las jornadas en donde los movimientos sociales pelearon (y conquistaron), que aquella estación de trenes del sur del conurbano bonaerense se llamara “Estación Darío y Maxi”, en homenaje a Kosteki y Santillán, los jóvenes militantes asesinados el 26 de junio de 2002 en la denominada “Masacre de Avellaneda”.

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La respuesta al porqué del nombre de la banda es concisa y clara. Cortito y al pie cuentan que, “de pibes”, el clásico filme de Serguéi Eisenstein (1925), donde se cuenta la sublevación de los marinos rusos frente a los oficiales de la armada zarista, “los marcó”.

Cine y canción. Canción y poesía. Tango, punk y rock and roll. Rock-punk-mugre”, así definieron alguna vez a su estilo, que es a su vez una estética que recupera para el rock nacional gran parte de su legado contestatario.

Y rescata del tango, asimismo, la tradición de escribir como se habla. A propósito de esta definición, y del espacio que en la década del 60 Juan “Tata” Cedrón abrió para el cruce entre poesía y canción (musicalizando textos de grandes poetas, como Juan Gelman y Raúl González Tuñón), este cronista les pregunta por ese vínculo, por cómo es abordado o entendido por la banda. Y si bien en su segundo disco Javier “Cardenal” Domínguez participa como invitado, los integrantes de Acorazado toman un poco de distancia. Rescatan para sí su oficio, y con mucho respeto responden que no toda letra de canción es una poesía. Aunque –¿con pudor?– reconocen que algunas de sus letras pueden ser leídas como poemas. “Aunque no todas”, se apresuran en aclarar. Para el bajista de la banda es “un 50 y un 50” entre letra y música. El cantante, por su parte, aclara que le gusta componer las canciones a partir de la melodía.

Como sea, entre el 30 de marzo y el 2 de abril estarán en la Docta, participando del “V Festival Internacional de Poesía de Córdoba”, organizado por las editoriales cordobesas Recovecos, Caballo Negro y Viento de Fondo, del que el año pasado participaron “músicos-escritores” como Leo Masliah y Gabo Ferro, y que en ediciones anteriores tuvo otros destacados músicos invitados, como Palo Pandolfo.

Además de Montevideo (Uruguay) la banda ha tocado ya en varias ciudades argentinas: La Plata y Mar del Plata, Pergamino, Mendoza y Rosario, San Luis y Córdoba, en la capital pero también en Río Cuarto. De hecho, cuentan que primero salieron a tocar en “el interior”, que Córdoba fue de alguna manera como su primera casa, y que viajan a la provincia mediterránea cada vez que pueden.

Para quienes aún no los han visto tocar en vivo, ahora cuentan con la posibilidad de hacerlo, no solo en un evento que se realizará con entrada libre y gratuita, sino en un espacio que suele cruzar no solo poesía con canción, sino también con otras artes y, sobre todo, con una intensa voluntad de hacer de estos espacios un lugar de encuentro.

Todo lo que el poder odia es todo lo que el poder oculta

Todo lo que el poder odia es todo lo que el poder oculta 

Por Javier Quintá

Un recorrido por las páginas de la vida de Viviana Avendaño, la presa política más joven del país. Militancia, amor y muerte a 40 años del Golpe

Hace ya tiempo que la crónica periodística —pese a los pronósticos que le auguraban una muerte prematura, a su salida cada vez más esporádica en los diarios, a su largo peregrinar por suplementos turísticos—, ha vuelto a aterrizar sino como la mejor, al menos, la forma más cercana de lo que, muchos entienden, es el periodismo. Frente al manejo supuestamente ascético de la información como operación, al dato vía twitter que vuelve anecdótico un crimen o informa el minuto a minuto de un montón de temas que no le sirve a nadie, frente a esa noticia donde importa más quien titula en negritas que quién la escribe, la crónica es el último bastión para acercarse a la cara oculta de los hechos.

Seguramente lo que está en el fondo de esta cuestión no sea solamente una crisis del periodismo, sino más bien de quienes se apoderaron de las armas para contar lo que pasa. Quienes por mucho tiempo nos hicieron creer que para decir algo hacían falta un montón de recursos que únicamente ellos podían garantizar, donde no importa tanto el periodista que está detrás e investiga, que sabe preguntar y se arriesga libremente.

Por suerte las buenas historias perduran. Y el libro de Alexis Oliva, Todo lo que el poder odia, de ediciones Recovecos, es un ejemplo que desbarata esa mentira. Que se puede hacer periodismo e, incluso, se pueden editar obras de calidad sin tanto preámbulo. Pero quizá la mejor repuesta a ese débil ardid jurídico provenga hace décadas de la ficción, en boca de aquel personaje del Largo adiós, de Chandler: «Soy dueño de periódicos, pero no me gustan. Los considero una amenaza (…) sus chillidos constantes sobre la libertad de prensa significan, con algunas escasas excepciones, libertad para comerciar con escándalos, crímenes, sexo, sensacionalismo, odio, insinuaciones, y para el uso político y financiero de la propaganda. Un periódico es un negocio para ganar dinero mediante los ingresos que proporcionen los anuncios».

Más claro, echale agua.

Nunca es tarde

Al periodista el dolor le llega tarde, leí por ahí. Y a Alexis Oliva su acercamiento a Viviana Avendaño, el personaje central de su crónica, sin saberlo él aún, le llegaría días antes de su muerte. ¿Cuántas cosas querrá decirle ahora que, luego de seis años de investigación, escribió su biografía? ¿Cuántas muertes se encierran en la vida de Viviana Avendaño, que sobrevivió a la dictadura pero no a aquel fatídico octubre del año 2000, cuando en las protestas sociales que la llevaron a ocupar un lugar central en los cortes de ruta de Cruz del Eje, en reclamo de trabajo, un extraño accidente automovilístico le quitó la vida? ¿Cuánto decía esa muerte de lo que se vendría un año después, el 19 y 20 de diciembre de 2001? ¿Cuánto dirá de las luchas sociales que aún restan por todo lo que falta?

A cuarenta años del Golpe del 24 de marzo, cuando todavía hay quienes plantean dudas
—como si eso sumara algo al debate— de la cantidad de desaparecidos, editoriales que piden tratos humanitarios para los torturadores, de especulaciones sobre si el triunfo de Montoneros no hubiera sembrado más terror —y, por lo tanto, se lee, la dictadura sería el mal menor—, la historia de Viviana Avendaño regresa de la muerte para decirnos algo del presente.

La niña que nació al ritmo de la resistencia en uno de los barrios más populares de Córdoba, Villa El Libertador, trae consigo una pieza más del rompecabezas que dejó la dictadura. Porque la historia de Viviana sobrevive al Buen Pastor, la cárcel devenida en shopping y aguas danzantes, donde pasó sus primeros años de encierro. Sobrevive al anquilosamiento de un partido político —el PC, al cual quiso a pesar de sus desencuentros—, a esa lucha entre aquellos ideales que la movilizaban y las trabas, muchas veces burocráticas, otras culturales, de una dirigencia que debía transformarse a los nuevos albores democráticos, transformaciones que la tendrán a ella como protagonista. Porque Viviana era mujer en un partido mayoritariamente de hombres, y era lesbiana en un mundo de corsés apretados.

Porque todo lo que el poder el odia es también todo lo que el poder oculta, Alexis se dedicó a la ardua tarea de desentrañar aquellas lógicas de una sociedad de clases a través de la vida de Viviana Avendaño. Que bien podría empezar con la desaparición de su hermana, Juana Avendaño, en el centro de detención clandestino La Perla. O más atrás, en la dura vida de una madre, Pituca, criando a sus tres hijos con un padre ausente en la miseria. Y de ahí en adelante la vida de Viviana será siempre una partida ganada a un final que, como todo el mundo, tenemos asegurado. Viviana eligió la militancia. Y no hace falta atar muchos cabos para darnos cuenta de que en su cuerpo quedaron grabadas las heridas de una política represiva vigente hasta el día de hoy, con cargos ocupados sino por los mismos hombres, sí por los mismos mecanismos violentos. Primero disparo, luego pregunto.

Ser periodista, dice Cristian Alarcón —en referencia a la eliminación de los archivos de Infojus por parte del Gobierno, trabajo llevado a cabo por colegas, ahora despedidos, durante tres años—, «es vivir en el desacuerdo, en la tensión con las fuentes, con los protagonistas de los acontecimientos, los lectores y con los dueños o financiadores a quienes se los frena siempre con convicción ética y evidencias producidas de la investigación permanente». Con maestría podría aplicarse esta ética al trabajo de Alexis, quien con una exhaustiva búsqueda de testimonios —en el facebook que lleva el nombre del libro se encuentran documentados— y fotografías plantea serias dudas sobre una muerte que la justicia se apuró en dar por resuelta.

Pero tampoco se confundan si creen que se encontrarán con una historia triste. Las grandes batallas que libran estas mujeres —sumamos a Juana Avendaño y a Pituca— tienen, sin lugar a dudas, como recompensa, una vida digna de ser vivida. Y aunque suene injusto, que es cierto que Viviana no debía morir, este libro es la muestra de que aquellas armas que ella usó para enfrentarse al poder de turno, no se esfumarán como muchos querrían. Porque Viviana ha vuelto a nacer en cada uno de nosotros.

Hay cadáveres

Hay cadáveres

A principios de 2000, en la gestión del intendente Germán Kammerath, se inauguró en Córdoba una sede del Museo Nacional de Bellas Artes. Se proyectaron edificios y emplaces que acompañarían el nuevo emprendimiento en la zona del exmercado de abasto. Pero como un acto fallido, todo duró mucho menos de lo pensado.

Emilia Casiva. Lic. en Comunicación Social

Mediados del año 2000. El director del Museo Nacional de Bellas Artes Jorge Glusberg y el intendente de Córdoba Germán Kammerath, firman un acuerdo de cooperación para abrir la primera sede permanente del MNBA en el interior del país. Como patada inicial se monta una retrospectiva de Julio Le Parc. Suenan bombos y platillos, se descorcha el champán y se estrechan manos. Dicen que hasta Darío Lopérfido, entonces ministro de Cultura, estaba entusiasmado con la idea. Por la misma época, Glusberg firmaba un acuerdo similar con el secretario de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Neuquén. En ambos casos los compromisos eran asumidos tanto por la Secretaría de Cultura de la Nación, como por los respectivos municipios. La federalización del patrimonio artístico estaba en marcha, y los cordobeses habíamos sido elegidos.

El MNBA Neuquén cuenta hoy con más de 200 piezas que van del Renacimiento al Impresionismo, además de colecciones nacionales integradas por obras de los precursores, la Generación del 80, el Grupo de París y las vanguardias. En sus salas también se realizan muestras temporarias de artistas nacionales e internacionales, como Goya o Picasso. El MNBA Córdoba es un depósito que alberga vehículos confiscados por la Municipalidad, neumáticos viejos y yuyos altos.

Gentrifica y reinarás

Aquel evento inaugural presagiaba un futuro reluciente al lugar que ocuparía la ciudad en el mapa artístico de Argentina. Desde las páginas de La Nación, una Alicia Arteaga exaltada y rebosante de federalismo anunciaba: “Finalmente, el arte cruzará la barrera de la General Paz, y Córdoba tendrá una sucursal del Museo Nacional de Bellas Artes, tal como ocurre con el MoMA, en Queens; o con el Guggenheim, en Bilbao”. La idea: convertir a los viejos galpones del exmercado de Abasto, ubicados sobre la costanera entre Ibarbalz y el puente Maipú, en “una especie de Puerto Madero”, según lo proyectaba el arquitecto Fermín Alarcia, funcionario municipal y autor del proyecto. El plan: recuperar la zona, conectar el Museo a través de un puente con una “Plaza de la Música”, y sumar bibliotecas, bares, disquerías y restaurantes que permitieran sostener el emprendimiento. La preocupación central era que éste se autofinancie para que no sea “como los museos del interior, que dan lástima» se escuchó comentar a Glusberg. Lo que quería decir era algo más, lo que quería decir era ocio, negocio, criterio empresarial. Entre planes e ideas, se prometieron dos millones de dólares por parte del municipio y 50 millones por parte de la Nación.

En 2001 se licitó el proyecto, y se presentaron bocetos y maquetas en el marco del envío de la Primera Bienal Internacional de Arte en el Cabildo de la ciudad. Tres arquitectos cordobeses (los mismos que habían ganado un concurso internacional para diseñar el MALBA), proponían enmarcar los 1400 metros cuadrados del futuro MNBA mediterráneo, en un plan de desarrollo urbanístico que buscaba recuperar la historia del lugar, la memoria de esos galpones que hace años miran al Suquía. Pero la cosa es que el estudio AFTArquitectos tuvo que hacer un rollito con los planos. Roger Chartier escribió una vez que es responsabilidad de la historia volver inteligibles las herencias acumuladas y “las discontinuidades fundadoras que nos han hecho lo que somos”.

Imaginen un silencio largo. Luego de eso vendrían negociados del gobierno con las tierras; protestas de empleados municipales por las condiciones de seguridad e higiene de su lugar de trabajo (en los galpones comenzó a funcionar la Dirección de Control de Transporte); amenazas de llevarse las chapas del techo (hubo quien las compró y después no pudo sacarlas); planes de urbanización imaginados por cándidos estudiantes de arquitectura en sus trabajos finales.

El edificio, gigante y despedazado, sigue allí. Cuentan que aquella noche de la inauguración previa, en el Abasto hacía un frío glacial. Y que, entre medio del emperifollado público (Le Parc y señora incluida), la artista Zoe Di Rienzo se paseaba con un cartel que decía: “cuidado, frágil”.

Levantad, carpinteros, la viga del tinglado

Una voluntad incansable de las artes contemporáneas es hacer de ellas mismas, de sus prácticas y objetos, un lugar de lo inacabado. Pero habría como mínimo un error de cálculo, cuando esa voluntad se traslada –no sé si por ósmosis, contagio o torpeza– hacia la esfera de la gestión pública de la cultura. Allí es cuando empieza a sonar un loop constante, hecho de olvidos e interrupciones. “Quizás las relaciones del Museo con las políticas que lo exceden sean el mejor lugar para buscar su especificidad”, sugería la investigadora Carolina Romano en las páginas de Parabrisas, una publicación que proponía pensar los museos que tenemos frente a los museos que queremos. La pregunta es ¿por qué nos acostumbramos a que nos corten el chorro? ¿Qué se espera de la “comunidad artística” de Córdoba? ¿Qué esperamos de nosotros mismos?

Pero toda comunidad –que dice, calla, hace y deja hacer– está siendo cada vez otra, diferente de sí misma. Por eso no tiene “última palabra” ni “ars poética”, por eso no hay para ella una declaración de principios, de esas que se hacen de una vez y para siempre. Hay, sí, ciertas imágenes sueltas, singulares, convocadas por lo común. Como la del cartelito de Di Rienzo, que se me ocurre acompañada de otras imágenes de la “comunidad artística”, que pasan rápido y le hablan. Son, además, imágenes que exceden al museo, como sugería Romano.

Una: En 2012, los muros exteriores del fallido MNBA cordobés son elegidos para el proyecto de arte urbano Inside Out. Todavía hoy pueden verse sobre su fachada, los rastros dejados por las pintadas de Elián Chali, Lucas Aguirre, French Napp y otros artistas. “Museo Virtual de Bellas Artes”, se lee sobre uno de los muros. La palabra “virtual”, estencileada sobre fondo rojo, cubre parte del logo anterior.

Dos: en febrero de 2016, cientos de ciudadanos se manifiestan ante un edificio histórico del centro de la ciudad, no por el cierre de un Museo, sino por el corte abrupto del proyecto curatorial que se sostenía desde allí adentro. En medio de la peatonal, ven relampaguear el vacío que se forma cuando paredes, política y gestión se piensan, otra vez, de manera separada.

Tres: de vez en cuando alguien recuerda. Durante el último verano, en el Museo Palacio Ferreyra se realiza un ciclo de arte contemporáneo llamado Interferencias. Mauricio Cerbellera, uno de los artistas invitados, se pone a dibujar mientras mira obras de la colección. En un momento, se detiene ante una vieja panorámica de la ciudad. La obra es de Honorio Mossi, y se titula “Córdoba en 1895”. “Yo fui con mi vieja cuando era un pibe a la inauguración de los galpones, a ver la muestra de Le Parc”, me cuenta después por chat, “ahí compré mi primer libro de arte”. En la copia que Mauricio hace de la obra de 1895 dice, tenue y escrito en lápiz: “aquí se construirá el Museo Nacional de Bellas Artes”. En ella aparece, en primer plano, un terreno vacío de la costanera, entre Ibarbalz, las vías y Maipú.

Palabras para Bonino

Palabras para Bonino

El grupo Zéppelin Teatro crea a finales de 2014 una obra llamada Esdrújula, palabras para Bonino, en la que se plantea un diálogo estético, humano y artístico entre laboriosas hormigas y el gran ave.

por Jorge Villegas (dramaturgo y director teatral.)

Escena Uno: El psiquiatra está en su consultorio escuchando a una paciente (depresiva) externa de la colonia; lo hace mirándola a los ojos, escudriñando los pliegues donde aún se aferra la vida, otrora serena y simple de esa no tan joven mujer. De pronto la puerta del office se abre e ingresa intempestivamente un hombre corpachón, parece un ángel viejo y triste rogando por el cielo: doctor, doctor, sáqueme de aquí, no aguanto más doctor. El médico gira sobresaltado y responde Bonino, no ves que estoy atendiendo. Pero no aguanto más, no aguanto, sáqueme. Bueno, armá un bolsito en un rato nos vamos. La puerta se cierra, la sesión con la paciente externa se retoma. El silencio inunda la habitación, fría y húmeda del hospital psiquiátrico. Se avecina una tormenta y el olor a lluvia junto a una brisa fresca dan un tono especial a esa tarde de campo cordobés. La puerta del consultorio vuelve a abrirse y con el rostro desencajado una enfermera grita doctor, doctor, por favor venga urgente venga. La sesión termina cuando lleno de abrupsis el hombre de guardapolvo corre afuera de la habitación y se dirige a interceptar a dos enfermeros que llevan en una camilla crujiente el cuerpo aún vivo pero agonizante de Jorge Bonino, paciente del manicomio y otrora actor y performer vanguardista. Por qué hiciste eso Bonino. Yo ya estoy terminado, doctor. No voy a salir más de acá. Estoy terminado. Los ojos abiertos dejan huir a un miedo feroz y salvaje, el miedo a la muerte que corre siempre segura de sí hacia la colonia. Un hueco en la cabeza del paciente que acaba de arrojarse al vacío escaleras mediante impide la salida de palabras en los hombres que rodean los restos aún vivientes de este ícaro en desgracia. Preparenló, voy a llamar una ambulancia, dice el médico que acierta a encontrar a un importante neurólogo al teléfono, hermano del paciente agonizante. Ya mando una ambulancia, dijo. Los enfermeros, el médico y algunos pacientes desvelados ante la situación esperaron en vano la llegada del vehículo comprometido; sí llegó ella, con sus manos heladas, su corazón de hielo y su infalible puntualidad. Perfecta como siempre, la muerte se llevó al iniciarse la madrugada del 17 de abril de 1990 a un hombre gigante, entero como el sol, bravo como una marea, y despierto como un búho vigilando la noche cualquiera.

Entremés primero: En un pequeño teatro suizo un actor barbado y corpulento que parece salido de un cuento fantástico, realiza a fines de los años sesenta su espectáculo estrella –Bonino aclara ciertas dudas– en medio de un congreso de lingüistas al que asisten personas de todo el mundo, japoneses, hindúes, sudafricanos, belgas, todos creen encontrar en el misterioso lenguaje del actor, argentino y cordobés, palabras pertenecientes a sus lenguas. Usted ha dicho seis palabras en japonés. Sí y veinte de sánscrito. Nada de ello. La obra en cuestión, de la que sólo quedan audios de las funciones porteñas –en el Di Tella– era una explosión de lenguaje pleno de sentido pero ausente de significado, donde el actor y sus gestos conducían una suerte de historia de la humanidad tan hilarante que la risa registrada en las grabaciones y en la memoria de los espectadores de cualquier lugar del mundo dejaba paso a una inquietante sensación de no saber nada. Nada de nada. Habría que empezar de cero. Perturbación. Yo sólo quería explicar la historia de los hombres desde ningún punto de vista. Decía.

Entremés segundo: París. Año 1968. El actor argentino Jorge Bonino, de notable éxito parissien, se dirige a su función dispuesto a suspenderla, simplemente por falta de ganas. Abatido. Mentalmente agotado. Posiblemente en experimentación con drogas y en pleno flower power –sin olvidar el hervidero que es París, el de la imaginación al poder y Sartre junto a Jean Vilar discutiendo una madrugada en la toma del Odeón– el joven artista cordobés está dispuesto a devolver el dinero y a explicar a sus espectadores las razones de su falta de deseos teatrales. Al llegar el público lo reconoce, él explica que no habrá función, todos ríen, él insiste, más risas, se sube al escenario y hace pasar a algunos espectadores, cuenta que está abatido, que se siente mal, más risas, dice que se volverá a Córdoba, risa generalizada, que abandonará París y la cambiará por la tranquilidad de su Villa María natal. El público tentado ovaciona al cómico, la vida, el arte, todo está confundido en ese instante en el que lo real y lo imaginario son una misma cosa.

Escena segunda. Escena final: Un pequeño grupo de teatristas cordobeses conversan durante el invierno de 2015 acerca de Bonino. Están dispuestos a montar un texto que simula ser una entrevista al genial actor. Una entrevista en la que un autor imagina –Casarín M– un diálogo con Bonino en el Hospital para enfermos mentales donde éste morirá. El texto será texturizado por las cosas que pasen durante el tiempo previsto de ensayos –tres meses– e incluirá canciones, pequeñas situaciones teatrales nuevas, bailes, aproximaciones a un posible diálogo entre este grupo de artistas –también cordobeses y que no conocieron a Jorge Bonino por razones etarias– y el mito de un actor genial que se había tomado, como él mismo lo había dicho, la existencia muy en serio. La selección de las partes del texto original, bastante extenso, llevó al colectivo a pensar en los vínculos de Bonino con la dictadura de Onganía donde éste fue expulsado de la Facultad de Arquitectura; Bonino además era Arquitecto; el Cordobazo seguido desde París; y la molesta presencia que este inclasificable artista armaba congestionando el razonamiento de los jóvenes de una época cuya racionalidad extrema hacían imposible aceptar con candidez la bomba de sentido arrojada con valor estético inusitado por un contemporáneo de Tosco y Pampillón al edificio perfecto de la razón y la elocuencia.

Palabras finales. Bonino dice, en sus últimos días en el manicomio un pensamiento acerca de Dios. Y yo entiendo por Dios la unidad total, la unidad total de las cosas que se mueven, los pájaros que cantan, la lluvia, las flores que nacen, las estaciones, todo eso es Dios. Y Dios existe en una personalidad que es consciente; Dios escucha también; y Dios es la luz y el agua y el fuego y también es la tierra.

Tauromaquia

Tauromaquia

Guillermo Vázquez

Desde algunos espacios de la UNC –entre los que se cuenta esta revista– se viene insistiendo en dos procesos político-sociales como claves para pensar la actualidad y discutir su legado: la reforma del 18 y el gobierno cordobés de los años 73-74. Deodoro Roca y Ricardo Obregón Cano aparecen como personajes paradigmáticos de ambos momentos.

En Deodoro y Obregón hubo una cierta tauromaquia (que nada tiene que ver con el maltrato animal; más bien, como veremos, por el contrario), que metafóricamente podríamos vincular con sus habilidades retóricas y políticas en medio de épocas tempestuosas. Pero también hubo una tauromaquia explícita, literal, que queremos recordar acá.

Los toros suelen ser ubicados fácilmente en las constelaciones del humor o de la caricatura; es un poco lo que hace Deodoro Roca en la famosa “defensa del toro” –traída siempre a colación por los defensores pintorescos, despolitizantes de Deodoro–, que es en realidad la defensa de un ciudadano de Ongamira enjuiciado por un turista que fue atacado por un toro en las inmediaciones de su propiedad. Allí Roca señala una culpa de la víctima, pero con argumentaciones que hacen de la pieza jurídica un verdadero (otro) manifiesto: “el accidente había sido algo así como una venganza del paisaje áspero y sellado de Ongamira por los diarios ultrajes del turismo seriado y que el toro había sido algo así como el paisaje en acción”. Y también: “un toro no es como un paisaje. A un paisaje se lo puede ametrallar, y hasta ofender, con una maquinita pueril y no dice nada, ni se aparta, ni embiste. Un toro es cosa distinta. Cualquier ademán puede ser contraproducente”. Deodoro habla en otros textos del “toro de la revolución”.

Lo de Obregón es distinto, pero tan anecdótico como político (como en el caso de Roca). Debe haber sido en las vísperas del conflicto por el lock-out patronal de los comercializadores de la carne, sobre el final del 73, donde el gobernador da un discurso ante un auditorio de obreros, militantes, funcionarios y demás, parado, transpirado (se asomaba el verano cordobés: diciembre), con la oratoria brillante que siempre lo caracterizó. Allí Obregón lanza una frase que parece bíblica –más bien ligada al Antiguo Testamento, a diferencia del furor evangélico (que está en otros discursos de Obregón) que cultivaron con pasión otros peronistas laicos, como Raimundo Ongaro, Eva Perón o Alicia Eguren–, en medio de una descripción de la grave situación política que quería llevarse puesto a su gobierno (“porque poderosos intereses se opondrán a esta marcha victoriosa del pueblo”); dice “por eso vamos templando nuestros espíritus”. Esa frase me quedó grabada más que cualquier otra de aquella época. Una época de grandes frases, pero quedó ésa, como ubicada en una época que no podía, acaso, entenderla. ¿Qué quiere decir con eso un dirigente político como Obregón, en medio de una época donde la templanza podría haber sido tomada, a lo sumo, como un privilegio burgués? Eran ya las vísperas de lo que se avecinaba a fines de febrero del 74, y de la noche negrísima que vendría en marzo del 76. Aquel diciembre, el gobierno provincial, cuya dupla en el ejecutivo eran Obregón y el inolvidable mártir popular Atilio López, manda a confiscar 1500 reses, para evitar la falta de abastecimiento de la población. Se cuenta por lo bajo que se hizo con muchos empleados de las juventudes políticas de aquel entonces, y que carnearon a un toro campeón. Creo que Obregón le hablaba, entre otros destinatarios, a los jóvenes peronistas y sus excesos en aquella intervención de las 1500 reses, sobre todo la del toro campeón carneado (lo particular); así como también, obviamente, su frase tenía un anclaje político muy claro (general), que tocaba lo local, lo nacional y lo continental.

Hay una tauromaquia política tanto en la explicación de la acción causal del toro “defendido” por Deodoro Roca, vengándose de la barbarie de la frivolidad ante el paisaje rural cordobés (“turistas Kodak” los llama Deodoro); y en la frase de Obregón en las vísperas del carneo de un toro (“símbolo de la oligarquía”, se diría en la época) en el caso de los jóvenes militantes del FREJULI cordobés. Quizás es el reverso total de la frase del torero acaso más famoso que haya existido, Manolete, cuando un entrevistador le preguntó por los toros: yo a los toros los mato, dijo. Acá es precisamente lo contrario.

Sin embargo, sorprende lo que dice Obregón en el momento inmediatamente posterior al sintagma de la templanza de los espíritus: vamos confirmando nuestro pensamiento. ¿Cómo resuena hoy esta conexión (vamos templando nuestros espíritus, vamos confirmando nuestro pensamiento), que combina dos circunstancias –principios férreos y templanza en la acción–?

El de Obregón era un grito en medio de una tormenta que ya a esa altura comenzaba a parecer inevitable. El grito de Obregón –que habla, literalmente, a los gritos– resuena porque no manifiesta nada vinculado a “desensillar” ni dejarse pisotear o retroceder en las convicciones. No. Tampoco lo hace en medio de la nada, o en momentos como el calmo primer año del gobierno de la Alianza (la del ’99, digo): lo hace en medio de la tempestad. Es una virtud también de la tauromaquia: por eso vamos templando nuestros espíritus.

Sistema solar para los pájaros (o lo Exorbitante)

Sistema solar para los pájaros (o lo Exorbitante)

Elisa Gagliano, Lic. en Teatro UNC

Para Los Pájaros es una banda de música integrada por pacientes psiquiátricos y pacientes no psiquiátricos. Se llama así porque es un sinónimo de libertad, dicen. Hace unos 3 o 4 años que funciona. Desde el 93, dice uno en broma. 2013, parece. Hay algunos que ya no juegan más, es que antes era otra cosa.

Escribir sobre la locura o sobre la música resultará, sino imposible, tan impreciso como querer construir un sabor con un sonido. Como intentar explicar el sexo o la muerte, puros rodeos del lenguaje. Categorías abstractas que con suerte, servirán de termómetros de la alegría o la tristeza y sus cantidades insoportables o no.

Sospecho que la nota será un naufragio. Es ahí, justo ahí donde autorizo a mi imaginación, que no es más tarea que unir cosas del mundo que ya conocemos de una forma nueva, a arriesgar. El lenguaje y la experiencia orgánica se parecen a los sistemas solares, sí. Los planetas se trasladan alrededor del Sol en órbitas elípticas y, al mismo tiempo, rotan sobre sí mismos. Jamás habrá una colisión.

¿Cómo narrar lo que no se narra, entonces? ¿Cómo es esa relación entre lo que los órganos segregan y el lenguaje designa? ¿Cuánto espacio habrá entre los dos? ¿Entre lo que el cuerpo es y no es? ¿Cómo traicionar la lectura que se hace de ellos, la lógica que los enmarca, que los condena locos o esquizofrénicos o perversos o brillantes o esbeltos o bellos cuerpos?

Igual, lo vamos a intentar. Tomamos mates, algunos dibujan, otros conversan, otros miran un punto detenido sobre sí mismos.

Quiero saber ¿qué es lo que los hace sufrir? Pregunto.

Germán: Los problemas psicológicos que tengo me hacen sufrir. Siempre estoy pensando si venir acá o ir a la iglesia. Acá o a la iglesia. Y últimamente no tengo mucha alegría. ¿Que qué me hace sufrir decís?

Sergio: La desgracia de todas las personas y me hace sufrir menos cuando lo comparto.

Bernardo: Macri. Desde que asumió, como nunca estoy sufriendo hoy. Una política que no tiene nada que ver con los humanos.

Sacha: No sé… eso no sé, nada. No sé, no sé que me estás preguntando, no entiendo la pregunta.

El lenguaje sería un planeta entonces; el cuerpo el núcleo solar. El Sol es sin duda el componente más notable del sistema, no sólo provee de la mayor parte de energía al conjunto, sino que además es dueño de la mayor parte de la masa. ¿Cómo narrar lo que está por fuera del lenguaje y ocupa casi todo el espacio?

Igual, lo vamos a intentar. Tomamos más mates, algunos fuman, otros miran un punto detenido sobre sí mismos.

¿Pensaron alguna vez qué es el tiempo?

Sacha: No sé qué es.

Zoilo: No me gusta, no me quiero morir, pero es inevitable.

Sergio: Son los espacios que tenemos para hacer las actividades diarias.

Germán: El tiempo… qué pregunta. Es algo que no se puede parar. Que está. O como dice la canción. “caminante no hay camino se hace camino al andar” no sé qué tendrá que ver eso con el tiempo (risas). Es rápido, me parecía ayer cuando tenía 20 años. Como decía Lebon, el tiempo es veloz.

Javier: Algo que uno no puede atrapar, de lo que nosotros estamos dispersos. Pienso en el ritmo. A veces el tiempo se me confunde con el ritmo. Pienso en tiempo y pienso en espacio. No sé definirlo.

Matías: ¿El tiempo? Movimiento. A mí me gustan los andinos, piensan que el pasado está adelante.

No se trata entonces de cantidades de cordura o locura la imposibilidad de entender un estado delirante, un estado de angustia, un estado musical, sino de la conformación misma del propio sistema.

¿Y qué es la locura? Insisto.

G: No estar mucho en la realidad. Yo me siento a veces un poco loco. Lacan dijo que todos estamos locos porque cada uno vive su propia realidad. Cada uno tiene su propia realidad. Lacan dijo que todos estamos locos.

M: Una categoría, que nombra una cantidad de cosas que no se pueden entender. Siempre en la historia eso que no se entiende se nombra así, locura. Se le teme y se lo marca. Se lo adjetiviza. Es un problema me parece.

Z: Yo intento buscar la cordura, pero no sé, sé lo que es la locura. Pero ni siquiera cuando estaba en el psiquiátrico estaba tan loco. Debería estar aceptada por la sociedad. Hay locos buenos y locos malos. Creativos y delirantes.

S: Es un estado exorbitante del ser humano.

B: Es la música misma. Es el ser humano. Algunas soportables y otras insoportables.

Un hecho interesante es que los planetas entre más cerca están del Sol se mueven con mayor velocidad. Eso arriesgo para esta nota, arriesgo con imaginación. Arriesgo como Los Pájaros, que hoy hicieron una canción nueva.

Yo traje la letra –dice Germán– la melodía la hicimos entre Bernardo y yo. Cara de turrón” un tema que acaba de salir y dice así:

Tienen cara de malas personas

no los quiero ver más,

más más más.

La policía mete miedo

todo el tiempo en mi cabeza,

zaz zaz zaz.

Mi psicoanal dice que estoy paranoico

con esta gente.

Cara de turrón”

¿Y qué es la música para ustedes?

S: A mí me gusta. A mi amigo Rodri también.

G: Es muy importante. Un psiquiatra me dijo en el año 92 que la música era donde me sentía libre. Siempre los Beatles, Génesis.

Z: Algo que me mantiene vivo, me da esperanza. Me hace bien al alma.

S: La música es una expresión del arte.

B: Es la vida misma, funciono a raíz y por la música.

J: De lo más lindo que hay, lo que más me gusta hacer. Todos la disfrutamos.

M: Son formas de comunicación.

Para Los Pájaros es una banda de música. ¡Antes no era una banda! Dicen. Tenemos nuestros temas y tenemos un disco. Se puede conseguir acá. ¡Hay! Tengo uno ahí justo. Dicen. Bernardo en guitarra y canto. Zoilo en canto. Germán en voces y teclado. Sasha en canto, cajón y batería. Nahuel en canto y no sabemos qué más. Sofi canta. Bernardo y Matías son una especie de productores. Javier un productor re plomo. Sergio aún no sabe, se acaba de sumar. Hay otro chico que toca la flauta traversa y el Rodri. Alta banda. Dicen.

¿El disco? ¿Sale?

30. Sale $ 30.

Expedición Sancho

 

Expedición Sancho

Hace poco más de un año, en una temporada azotada por las lluvias, se jugaba en Córdoba el partido de vuelta por la final del ascenso al torneo de fútbol Federal A.

Racing de Nueva Italia se enfrentaba en su cancha con 9 de Julio de Morteros.

Adrián Savino

12 savino

Cuando desperté, la tormenta con que me había dormido todavía estaba allí. Manoteé el control remoto y prendí el televisor: la imagen de un locutor de noticiero duró un segundo o menos y desapareció. Se apagó todo, hasta la lucecita del standby. Probé encender el velador y la luz me encandiló, no dejando lugar a dudas: el primer hecho memorable de aquel domingo era que mi plasma de 32 pulgadas (único tele de la casa) había sido víctima de un golpe de tensión eléctrica.

Mi (entonces) esposa y mis dos hijos habían salido de viaje en nuestro auto el día anterior, dejándome solo en casa por todo el fin de semana de carnaval. El plan era pasar aquel 15 de febrero de 2015 yendo de la cama a la compu, entre libros, películas, fútbol e internet. Lejos de la cama, las pelis y los partidos perderían buena parte de su encanto. La idea de pasar el día entero en casa ya no resultaba tan atractiva.

Mientras desayunaba, consulté la cartelera de cine. Lo poco que había de interesante ya lo había descargado y visto en el plasma recién roto. Seguí recorriendo el diario del día, donde las principales noticias se referían a unas inundaciones en Sierras Chicas. Le escribí a mi mujer para asegurarme de que estaban todos bien, aun cuando sabía que ellos estaban en Punilla, al otro lado del Cuadrado. De inmediato me respondió que todo ok, y tras un instante de vacilación decidí no hacer clic en los títulos catastróficos y bajé a Deportes. Allí encontré algo que me llamó la atención: por la tarde se jugaba, en Nueva Italia, el partido de vuelta de la final del Torneo Federal “B”, entre Racing de Córdoba y 9 de Julio de Morteros. En la ida había ganado 9 de Julio 4 a 2, por lo que Racing necesitaba ganar por tres goles para poder ascender al Federal “A”. La noticia se refería en particular a las chances inciertas de que el partido llegara a disputarse, debido a que la lluvia no se detenía y el campo podría no alcanzar a escurrir lo suficiente.

Tuve sensaciones encontradas. Por un lado ganas de que parase de llover de una vez por todas, así el partido se jugaba y podía ir a verlo. Por el otro, que la lluvia siguiera, y entonces no tendría que cruzar la ciudad anegada para ver a dos equipos de (literalmente) cuarta categoría que por lo general me eran completamente indiferentes (soy de Belgrano).

Como a la media hora paró de llover. Un rato después, se confirmó que el partido no se suspendía. Mi indecisión se terminó, de pronto supe que iría.

Eran las tres pasadas y la final estaba anunciada para las siete. Si bien Racing no es por lo general un equipo tan convocante, este partido seguramente llevaría mucho público; sería necesario estar allí como mínimo una hora antes. En dos viajes de ómnibus, tardaría entre hora y hora y media para ir desde mi domicilio en Marqués de Sobremonte hasta el estadio “Miguel Sancho”. Es decir que a más tardar, debía estar saliendo a eso de las cuatro y media.

El cielo permanecía cargado pero la lluvia no volvía. Me serví pizza recalentada y almorcé en la galería que da al patio. Mientras comía divisé el monopatín de mi hija y la bici con rueditas de mi hijo, tirados en el pasto y cubiertos de gotas. ¿Y qué tal si voy en bici?, pensé mientras giraba la vista hacia nuestra Tomaselli Lady azul apoyada cerca del asador. Después de todo Nueva Italia no es tan lejos, y tengo tiempo de sobra. En el tramo final de un verano de bolsillos flacos, esa expedición bien podía convertirse en mi humilde viaje de vacaciones.

A eso de las cinco me vestí con ropa deportiva liviana, zapatillas, una campera impermeable, riñonera, y una gorra con la cara de mi hijo impresa en la frente, que en su jardín habían decidido regalarnos el año anterior a los papás (previo cobrárnoslas), aprovechando la coincidencia del día del padre con el Mundial. Tenía otras a mano, pero esta me servía especialmente por sus colores celeste y blanco, a tono con los de Racing.

Arranqué pedaleando por una de las calles curvas del Marqués, no del todo seguro de lo que estaba haciendo. Crucé Zumarán, Granadero Pringles, Los Paraísos, Alta Córdoba, Residencial América, sin más testigos que un perro que me toreó un poco para matar el aburrimiento, y dos o tres autos que yiraban sin apuro en la tarde cordobesa.

Hasta que pasando la avenida Alem, en Talleres Oeste, por fin vi señales de vida: música cuartetera en el aire, chicos con camisetas de Racing, gente de todas las edades preparándose en las puertas de sus casas, listos para partir hacia el Sancho. En cosa de segundos todo había cambiado, de la nada casi absoluta al clima de partido. En la esquina de Diagonal Ica y Puerto Rico decidí doblar, siguiendo a las multitudes celestes y blancas que por allí se dirigían.

Unas cuadras más adelante, en el cruce con Rancagua, me bajé de la bici para continuar caminando. En lo alto pude divisar una de las torres de iluminación del Sancho con el cielo tormentoso de fondo. En esa dirección iba la multitud cada vez más densa, por la vereda y parte de la calle. Pensé en que hacía más de treinta años que no iba a esa cancha, desde un lejano Racing-Belgrano por la liga cordobesa a principios de los ochenta.

En una de las esquinas del estadio le pregunté a un hombre canoso dónde podía dejar la bici. Me dijo que fuera al “estacionamiento”, señalándome un descampado que estaba justo al frente. Allí pagué cuarenta pesos, y terminé atando la Tomaselli a una cama metálica toda oxidada que estaba en un rincón lleno de yuyos.

Conseguí mi platea sin hacer tanta cola. Como faltaba más de una hora para el comienzo del partido, decidí comerme un chori antes de entrar. Me senté en una verja a saborearlo con una Sprite helada, mientras contemplaba a la gente que pasaba hacia el ingreso de plateas. Los vi serios, nerviosos, reconcentrados. Sin ser de su cuadro, podía comprenderlos perfectamente; tan era así, que al verlos me convencí del todo de que iba a hinchar por Racing.

Terminé de liquidar el chori y entré al estadio. Los descansos de la escalera estaban inundados y había que cruzarlos en puntas de pie y pegado a las barandas de cemento. Una vez arriba, encontrar un lugar no fue tan complicado. No es que no hubiera gente (al contrario, estaba casi lleno), sino que para alguien solo siempre quedaba algún rinconcito en esas gradas sin sillas.

Si mi sentido de la orientación no fallaba, me encontraba en la platea lateral norte. Casi toda la panorámica desde mi posición era de gente de Racing, exceptuando media popular desierta a la derecha del arco más lejano. Esto era inequívoca señal de que la hinchada venida desde Morteros había sido ubicada en la platea lateral opuesta a la que yo estaba ocupando. Me paré y estiré todo lo posible, pero apenas alcancé a ver unas banderas y trapos celestes.

Detrás de mí se ubicó un hombre ciego, que mientras trataba de acomodarse me pisó la campera. Su acompañante le dijo que tenga cuidado, y les aclaré que no había ningún problema.

El campo se veía en buen estado, se notaba que había aguantado los diluvios del fin de semana. Las conversaciones entre el ciego y su amigo me aportaron un par de datos: que la mayoría de los jugadores de Racing provenían de las inferiores, y que venían cobrando salteado porque el club afrontaba un pedido de quiebra.

Entraron los árbitros y automáticamente estallaron los silbidos. El comentario unánime alrededor era un supuesto penal mal cobrado para 9 de Julio en el partido de ida. Abajo, los fotógrafos formaban una medialuna alrededor de la salida del túnel, mientras dos bellas promotoras ondeaban unas banderas enormes con el logo del Banco de Córdoba.

Salió a la cancha Racing. Detrás de una nube de papelitos, banderas y globos, resonó una salva de fuegos artificiales que con la luz del día no llegaban a destacarse sobre el resto. En medio de la bienvenida al local, salió también el visitante. Oí los gritos y una corneta a gas del otro lado de la platea, pero sobre todo un coro de chiflidos aún mayor que el de los árbitros.

Justo antes del inicio del juego, con los equipos dispuestos cada uno en su campo, el amigo le preguntó al ciego si veía bien desde allí. Él le aseguró que sí.

El partido fue tan intenso y emocionante como lo había previsto. Ganó Racing 3 a 1 en los noventa y luego, tras unos penales interminables, terminó quedándose 9 de Julio con el ascenso.

Los ganadores festejaban con su hinchada, alambrado de por medio. El ruido más notorio, sin embargo, era un sinfín de puteadas furiosas de la popu de Racing contra quince o veinte policías que con sus escudos trataban de detener una lluvia de proyectiles, mientras por detrás de ellos unos bomberos comenzaban a lanzar agua para dispersar a la gente. Unos escalones más abajo, dos tipos con chombas de piqué señalaban la escena y se reían, como si hubieran estado presenciando un show circense o algo por el estilo.

Los jugadores de Racing se iban por el túnel y la platea los aplaudía sin muchas ganas. La voz del estadio intentaba calmar los ánimos recordándonos que en el fútbol, como en la vida, siempre hay revancha, y de paso felicitaba al rival recién ascendido.

Lo oía al ciego comentar que los otros habían jugado mejor y el resultado había sido justo, cuando desde lo alto de la tribuna sonaron unos gritos desaforados pidiendo un médico. Subí junto a otros y vi a un hombre viejo tendido en el cemento, con un grupo de personas a su alrededor agitando remeras para darle aire. Alguien comentó que se trataba de un socio vitalicio que vivía al frente del estadio. Los paramédicos llegaron casi corriendo. Unos minutos después consiguieron que el hombre abriera los ojos y dijera que estaba bien, que nomás necesitaba su pastilla de la tensión.

Bajé a la calle, busqué mi bici y me uní a la masa silenciosa y triste. Unas cuadras más adelante, llegando a la Puerto Rico, sentí que comenzaban de nuevo a caer las gotas. Me calcé la capucha de mi campera para iniciar la pedaleada de vuelta a casa. La lluvia y los truenos volvían para quedarse otra noche entera.