Crónicas de celuloide

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Crónicas en celuloide

Desde hoy y durante toda esta semana vamos a estar publicando en la web de Deodoro las crónicas de nuestro enviado especial, Matías Lapezzata, quien nos comparte sus reflexiones sobre el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

Por Matías Lapezzata

La segunda jornada del XXX Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, llegó a su fin coronada con la proyección de uno de los grandes exponentes orientales de hoy, el cineasta Sono Sion, que presenta aquí dos de las cinco producciones que realizó en el último año. Las funciones de trasnoche son una verdadera fiesta cinéfila, y según se dice a viva voz, donde vive de verdad el cine. Pero este cronista, por lo pronto, ha optado por la mesura, pues las funciones de trasnoche no auguran un digno despertar para la primera función diaria de prensa, temprano en la mañana cuando recién va retirándose la bruma del mar.

El viernes el festival se dio el lujo de abrir su programación con la presencia del director de la película de apertura, el francés Arnaud Desplechin (director de Mi vida sexual, Cuento de Navidad, Reyes y Reina, entre otras), quien presentó fuera de competencia su última obra: Tres recuerdos de juventud. En esta película evoca los pasos de Paul Dedalus, el alter ego protagonista de casi toda su obra, a partir de tres períodos de su vida: infancia, juventud y adultez respectivamente. Desplechin afirma trabajar en sus producciones avanzando siempre sin darle lugar a la duda, y eso se aprecia, en este caso, en la firmeza y el modo en que se imprime cada plano en la pantalla, como un hecho en el mundo. La historia de Paul está acompañada de Esther, quien es en verdad, al decir del propio director, la verdadera protagonista. Novia de Paul desde la adolescencia, e interpretada por una actriz que “existe demasiado” (ella es puros ojos, mejillas y labios, dirá el director, quien destaca el virtuosismo de cada uno de sus actores, y en especial del gran Mathieu Almaric, que lo acompaña desde su ópera prima), aparece en cada momento para confirmar que Desplechin adora a sus personajes, y que trata con amor y sutileza, pero de forma lúdica, los materiales del cine. Sus filmes, y este no es la excepción, son un continuo de potencia, expresiones bellas de un mundo en donde la vida no lo es.

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La segunda jornada comenzó con la función de El arrullo de la araña, la nueva película de José Celestino Campusano (Vikingo, Vil romance y Fango, entre otras) quien estaba junto a su troupe de actores en medio de un paréntesis en la filmación que están realizando en el sur de la Argentina, acompañando la que sería la primera proyección pública, y también privada, pues nadie había visto el montaje final todavía. Realizada en una semana bajo el ala de Cine Bruto, la productora del mismo Campusano, y el Cluster Audiovisual de la Provincia de Buenos Aires, retrata la vida de un grupo de personas que trabajan juntas en una ferretería del conurbano bonaerense, bajo las órdenes de un patrón ridículo y miserable. El cine de Campusano posee rasgos que se mantienen filme a filme, que identifican a todas sus películas. Las locuciones de los personajes parecen transpolaciones del William Blake de Jim Jarmush, aunque él dice que son, más que escritura e interpretación actoral, transpolaciones de acontecimientos reales, vividos por las comunidades donde y con quienes él trabaja, y que por eso no escribe tanto cómo cambiar de forma lo que de verdad ha sucedido. Su cine entonces tiene algo de misionario, pues se propone mostrar aquello que no se ve, que no solo está por detrás del cine comercial e imperialista (en sus propios términos), sino que se corresponde también con experiencias de personas de determinadas clases y lugares, cuyas vidas no forman parte del discurso hegemónico, y no solo del cine.


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El cierre llegó con Canción de invierno, última obra de Otar Iosseliani, director de Georgia, pero que filma desde hace años en su exilio en Francia, quien no rodaba desde el año 2010. Una vez más, todos los motivos de su filmografía están presentes, y se puede constatar, como en los grandes directores, el hecho de que pareciera estar filmando siempre lo mismo, pero de diferentes maneras. Aquí la amistad entre los hombres es el núcleo desde el cual se articulan un sinnúmero de historias que pasean por la historia cruenta de la humanidad, pues sus actores/personajes van y vienen representando diferentes personajes en diversos momentos históricos. Elogio lúcido del ocio y del juego, alegato antibélico y con un humor que recuerda los filmes de Jaques Tati, es un filme más en la carrera de un director que nos invita a cada momento a beber, a comer, y a diseñar estrafalarios métodos de conquista amorosa.

 

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