París versus Parir

Consuelo Cabral
Todos los días en Argentina, cientos de parejas transitan la ruta de la infertilidad. Diagnósticos, estudios médicos, clínicas especializadas, leyes nacionales y provinciales, tratamientos de tres chances cada uno, obras sociales y costosos medicamentos, son algunas de las paradas de una carrera contra el tiempo cuyo objetivo final es tener un hijo.

El mundo de la fertilización/infertilidad está poblado de eufemismos y pistas tácitas que de algún modo contribuyen a convertir en tabú el deseo de los clientes que están allí sentados, el de nosotros, los pacientes, los que cargamos con el deseo primigenio de tener un hijo y que por causas desconocidas algunos, conocidas otros, no podemos. Los que no estamos enfermos, pero sin embargo vamos a una clínica y nos hacemos estudios, dolorosos, costosos, movilizadores, esperanzadores. Estudios que se llevan horas y meses y hasta años de nuestras vidas. Recorremos obras sociales autorizando recetas y presupuestos mientras la lucha se libra en dos frentes paralelos: tener un hijo y que las obras sociales no se queden con lo que por ley no les corresponde. E implícito, un tercer frente más: luchar contra el tabú social de la infertilidad que con solo pronunciar su nombre genera en nuestro destinatario una extraña mezcla de incomodidad, pudor y curiosidad. Con excepción de aquellos que le agregan a este triángulo un lado más, un sentimiento de pena que paradójicamente acompañan de expresiones llenas de alegría y esperanza que no hacen más que sembrar la pena allí donde antes no existía.

Y es la negación colectiva de la infertilidad la que deja entrever un tabú hecho carne y hueso en las distintas esferas de la sociedad. De manera inconsciente asociamos el hecho de no poder tener hijos de forma convencional a una ruptura con las costumbres de la tribu, a un castigo consecuencia de haber violado alguna tradición enseñada ancestralmente, a una relación de causa-efecto donde por no hacer lo correcto es que nos sucede lo que nos sucede. La palabra infertilidad asociada a una mujer o a un hombre conlleva toda una serie de juicios imaginarios dichos en voz baja en pos de no saltar la barrera de la intimidad. Y es este silencio prudencial de los demás el que perpetúa la imagen de esta palabra como un cuco deforme que no se sabe bien de dónde viene ni a dónde va.

Definida médicamente como “la imposibilidad de lograr un embarazo después de un año de relaciones sexuales regulares, de dos a tres veces por semana, sin protección”, a la infertilidad no le ha alcanzado aún con ser tratada en el Congreso de la Nación, ni en la Cámara de Diputados, ni siquiera le ha bastado con ser convertida en Ley Nacional de Fertilización, para derribar el tabú que la acompaña a donde vaya y que tiene a la negación como primera reacción de quien la mira sin conocerla en profundidad. Negación entendida como tal, pero también como consejo que intenta rescatarnos del club de las 50 millones de “parejas con dificultades para concebir”, que según la Organización Mundial de la Salud (OMS) existen en el mundo.

Negación Toma Uno (con ingrediente yoga): “Leí en internet que es todo una cuestión mental. Tenés que tranquilizarte y seguro que quedan”.

Negación Toma Dos (con ingrediente morbo): “No quiero meterme pero ustedes están… o sea… ¿tienen relaciones seguido?”.

Negación Toma Tres (con ingrediente místico): “Mirá, yo creo que es todo una cuestión de fe. Rezale a la Virgen de la Dulce Espera que una amiga le rezó y le fue súper bien”.

Negación Toma Cuatro (con ingrediente humorístico en detrimento del hombre porque sí): “¿Y si probás cambiar de gallo?”.

Negación Toma Cinco (con ingrediente psicológico): “¿No será que en el fondo no querés tener hijos y por eso no quedás embarazada?”.

Y mientras escuchamos por vez número 100 las mismas cosas, vamos a nuestra agenda y marcamos con un cuadradito el número del día del mes en que otra vez nos vino aquello que impide que venga lo único que queremos que llegue.

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La ingenuidad de las primeras consultas va mutando lentamente hasta convertirnos en animales desconfiados con el suficiente olfato para detectar en qué lugares anida la posibilidad real de reproducirnos y en qué lugares no. Donde está el diagnóstico. Por qué no podemos. Por qué si todo está bien, no podemos. Poco a poco las dudas comienzan a disiparse y el diagnóstico llega y algo no estaba tan bien como pensábamos. Y es un alivio y un festejo, porque es el comienzo de esta ruta donde hasta la posición y la forma de relacionarse de nuestros cuerpos van cambiando. De la mano y desinformados al comienzo. Espalda contra espalda y terriblemente fuertes después. Somos los ojos del otro ahí donde no puede ver. La madre y el padre de un hijo en latencia cuya gestación implica mucho más que nueve meses. Un hijo con forma de receta médica, de inyección, de ecografía, de intentos fallidos, de un estudio llamado Histerosalpingografía. Sí, de un estudio llamado His-te-ro-sal-pin-go-gra-fí-a. Un nombre que debiera estar escrito así, en sílabas, para representar de modo brillante los estremecimientos de dolor que provoca el sentarse sobre una mesa debajo de una máquina de rayos X y colocar los pies en los estribos mientras a través de un catéter nuestro útero y trompas de Falopio se llenan de un líquido que lo habita todo buscando detectar si algo está obstruido. Histerosalpingografía. Palabras que en general sólo conocen algunos integrantes de la comunidad médica y quienes pertenecemos al selecto Club de los 50 millones.

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Cigor es uno de los numerosos centros de reproducción asistida que existen en Córdoba. Y aunque las letras que conforman su nombre signifiquen Centro Integral de Ginecología, Obstetricia y Reproducción, es imposible no imaginar a sus fundadores en el momento de elegir un nombre donde las palabras se acomoden de tal modo que dejen entrever la misión principal de este lugar. Cigor, de cigoto: célula resultante de la unión del gameto masculino (espermatozoide o anterozoide) con el gameto femenino (ovocito) en la reproducción sexual de los organismos. ‘Bingo’, habrá pensado Daniel Estofan, su director, cuando a él o a alguien más se le ocurrió.

Cigor está ubicado sobre una de las veredas que el bulevar Chacabuco tiene cerca de la ex-Casa de Gobierno y de Mc Donald’s. Casi en cruz con la antigua casa que ahora habita Ronald. A media cuadra hay un bar donde las parejas se sientan a tomar café mientras acomodan el papeleo y se cuentan qué entendieron realmente de todo eso que los médicos acaban de explicarles.

Probablemente este lugar no sea el primero que consultan, como tampoco lo sean los médicos a quienes confían sus cuerpos y el deseo de tener un hijo. En la ruta de la infertilidad hasta dar con el diagnóstico y el tratamiento indicado se cruza Córdoba de norte a sur, y de este a oeste.

Las indicaciones de la doctora son concretas, precisas y rápidas.

–Primero se hacen estos estudios lo antes posible para aprovechar tu ciclo. ¿En qué día estás? Bueno, no importa. Después lo ves con la secretaria que te va a dar los pedidos para el dosaje de progesterona, la ecografía trasvaginal y el test de compatibilidad. Necesitamos repetir espermograma… ¿Vos ya te habías hecho uno, no? ¿Te acordás la fecha? Ah, pero ese laboratorio no nos sirve. Hacelo acá a la vuelta que son especialistas en andrología.

El tour del diagnóstico implica una serie de pasos a cumplir en tiempo y forma, en días exactos. Todo está regulado por el ciclo femenino y olvidar un turno médico puede significar un mes perdido y nuevas horas de trámites para actualizar los pedidos, por lo que la organización es un requisito indispensable a la hora de comenzar a transitar la ruta de la infertilidad. Los centros de reproducción asistida suelen trabajar con determinados laboratorios e institutos de diagnóstico por imágenes estableciendo así aceitados circuitos de vida: de Cigor a Lar, de Lar a Dominis, y de Dominis vuelta a Cigor, todo en el radio de dos manzanas, todo rápido y furioso, aunque lleve años alcanzar el objetivo.

La mayoría de las mujeres que consultamos, tenemos entre 30 y 38 años, siendo 28 millones el DNI más escuchado en el hall de entrada, decorado con notas periodísticas prolijamente recortadas y enmarcadas en grandes cuadros de marcos oscuros. Notas cuyos titulares anuncian exitosos casos de fecundación in vitro realizados allí mismo, donde estamos sentadas. Una de esas notas dice que hasta los cuatrillizos del milenio parece que fueron concebidos acá. Los hombres rondan la misma edad que las mujeres, o tal vez tengan unos años más. Son, como la médica que nos atiende, expeditivos y concretos. Como nosotras, obedecen dóciles, mansos y pacientes, las indicaciones que nos dan.

Las causas de infertilidad pueden ser múltiples, pero si la His-te-ro-sal-pin-go-gra-fí-a, la eco trasvaginal, los espermogramas, los análisis y los demás estudios, dieron bien, el trabajo se centra en un test postcoital donde a través de un microscopio se observa una muestra de los fluidos del hombre y la mujer interactuando. Allí la meta es “analizar la sobrevida espermática en el moco cervical de la mujer, evaluándose su calidad, el número de espermatozoides presentes y sobre todo su capacidad de movimiento en el moco”. Lo que resulte de este examen determinará si el tratamiento a seguir son relaciones programadas con Clomifeno recetado, inseminación intra uterina con inyecciones de Menopur y Gonacor que debe aplicarse la mujer previamente a la inseminación, o Fecundación in vitro con punción ovárica y testicular, previa transferencia de embriones. Baja, media y alta complejidad, respectivamente. Bajo, medio y alto dolor físico, respectivamente. Baja, media y alta expectativa, respectivamente. Bajo, medio y alto costo económico, respectivamente.

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El caso de Córdoba es particular y paradójico. La provincia tiene su propia normativa y no adhirió a la Ley Nacional 26.862 de Reproducción Médicamente Asistida sancionada en julio de 2013 que obliga a las obras sociales a brindar cobertura a parejas heterosexuales, homosexuales y mujeres solteras, en tratamientos de reproducción cubriendo hasta cuatro intentos, cada uno de los cuales oscila entre los 12 y 50 mil pesos. Tampoco por lo tanto adhirió a la cobertura gratuita y pública que dicha ley establece para aquellas personas que no poseen obra social ni prepaga, teniendo en cuenta que en Argentina una de cada diez parejas tiene problemas de fertilidad. Sin embargo, en marzo de este año la presidenta Cristina Fernández inauguró el Instituto Universitario de Medicina Reproductiva en la Maternidad Nacional, ubicada frente a la Plaza Colón, siendo el primer centro de fertilización asistida del interior del país, con tecnología de baja y alta complejidad, completamente gratuito para todas las parejas que no tengan obra social y sí tengan problemas de reproducción. Por otro lado, quienes vivimos en Córdoba y tenemos ambas cosas, problemas y obra social, seguimos entonces regidos por la normativa provincial que deja en manos de las obras sociales y las prepagas definir qué parte del tratamiento y de la medicación deciden cubrir, de acuerdo a si su afiliado es hombre o mujer. Obras sociales que se rigen por precios de tratamientos en Buenos Aires y que ni aún con fallos judiciales de por medio, cubren lo que debieran cubrir. En Córdoba, la obra social del personal universitario (Daspu) es prácticamente la única que cubre este tipo de tratamientos respetando lo que expresa la Ley Nacional.

IMAGEN: Grabado de María Beatriz Cabral

La gran rebelión popular del 29 de mayo de 1969

Roberto Ferrero

En un principio fue la Acción; el Verbo vino después. Es decir, las interpretaciones vinieron después y es lo normal en este mundo histórico y antibíblico que habitamos. También es normal que, siendo una la Acción, es decir los hechos, sean variadas las interpretaciones de ellos, desde que estas no son más que miradas lanzadas desde ángulos de clase muy distintos.

Por ello, la burguesía verá siempre el Cordobazo como un alboroto muy desagradable, como un “hecho subversivo”. Sin embargo, la categoría político-policial de “subversivo” tal cual se la empezó a usar en el lenguaje corriente a partir de los años 70, hace referencia a –o nos da la idea de– elementos minoritarios, marginales, sin apoyo popular, de actuación clandestina y accionar armado, que se autoatribuyen una representatividad social que nadie les ha otorgado y que nadie les reconoce. En este sentido no hay nada menos subversivo que el Cordobazo, que fue un hecho público, a la luz del día y con enorme participación colectiva. Es decir: un acontecimiento verdaderamente democrático en el cabal sentido del concepto, según el cual el Demos se hace cargo de sus asuntos, así sea momentáneamente, como sucedió, obviando toda intermediación de sus “representantes”. Que en este caso, ni siquiera existían en los parlamentos y las legislaturas porque habían sido clausurados.

En una coincidencia que no es excepcional y que refuerza la calumnia reaccionaria, la ultraizquierda se adjudica el Cordobazo y lo reivindica sin ambages mostrándolo como hijo de sus obras. Tal paternidad no existió nunca. Es falsa. El 29 de mayo no se originó en el accionar de la ultraizquierda, sino que –a la inversa– ésta nació de aquel. Tales son los hechos históricos en su cruda cronología. Fue precisamente una sobrevaloración voluntarista, subjetivista, del grado de conciencia revolucionaria de aquellos obreros y estudiantes que actuaron en el Cordobazo, lo que llevó a un sector ultimatista de la izquierda y de las clases medias ilustradas en proceso de radicalización a lanzarse a la aventura de la lucha armada, de una equivocada guerrilla que por naturaleza no podía ser urbana y que tampoco contaba con ambiente en las campañas sembradas de propietarios rurales capitalistas o arrendatarios burgueses y pequeñoburgueses. Los fuegos del Cordobazo los cegaron y les hicieron sentir que se iniciaba una revolución total que al fin produciría el advenimiento de una sociedad más justa, que hasta entonces no había podido abandonar el regazo de los libros y los panfletos. En realidad, no hacían más que practicar un sustituismo elitista que anulaba cualquier política de masas.

Era toda una hermosa y gigantesca ilusión. Aquellos aguerridos proletarios y estudiantes del 69 no tenían más pretensión que hacer patente al Onganiato que no contaba con consenso social alguno y que el pueblo estaba harto de la dictadura. No iban más allá –y era bastante–. No mantenían, de conjunto, ningún proyecto alternativo para sustituir el orden capitalista por otro más avanzado. En todo caso, se trataba se volver al régimen parlamentario pseudodemocrático perdido tres años atrás. Que también era un objetivo ambicioso, dadas las circunstancias opresivas de ese presente.

El Cordobazo no se organizó con vistas a una finalidad revolucionaria. No hubo ni un aparato, ni una estrategia ni una orientación deliberada en ese aspecto. Existió, sí, un mínimo de organización a nivel sindical, no una táctica apuntando al poder, porque Elpidio Torres, Agustín Tosco y Atilio López, principalmente, programaron el carácter activo del paro de ese día memorable, proyectaron la hora y la ruta de las columnas obreras e incluso previeron disputar la calle a las tropas policiales. Llevaban bulones, hondas y piedras. Algunas organizaciones estudiantiles diagramaron cómo iba a ser su apoyo a la movilización en el barrio Clínicas y otros sectores estratégicos de la ciudad. Por lo demás, no se esperaba, y por ello no se organizó, la intervención entusiasta de la clase media –de los vecinos, por usar una terminología no muy exacta pero gráfica– como tampoco se esperaba el incendio de la Xerox y otras empresas imperialistas. Sólo en este sentido el Cordobazo fue espontáneo. De conjunto, y contrariando a quienes ven todo blanco o todo negro, los sucesos del 29 de mayo fueron una mezcla de espontaneísmo y de organización, de improvisación y de planificación, que fue mucho más allá de donde sus iniciadores creían que iba a llegar. Al retroceder la policía a sus lugares de acuartelamiento y quedar la multitud dueña de las calles, los jefes del movimiento no supieron qué hacer con la situación de poder ciudadano que imprevistamente había caído en sus manos. El Ejército resolvió sus dilemas, porque la situación de dominio y pleno poder de las masas en rebelión tenía una base endeble: ningún sector de las fuerzas armadas la apoyaba y las demás grandes ciudades no se rebelaron para respaldarla. La represión acabó con ella muy rápidamente.

Finalmente, un poco de justicia en la distribución de los méritos frente al endiosamiento indiscriminado de Agustín Tosco. El “Gringo” que vino de Moldes fue sin duda el más grande e incorruptible líder sindical-político de su época y Atilio López un luchador sincero y honesto que lo acompañó siempre, pero sin los diez mil obreros de SMATA que Elpidio Torres –con todo lo burócrata y maniobrero que era– puso en la calle aquel 29 de mayo, no hubiera habido Cordobazo. Y no era solo el número, sino la combatividad sin desánimos de aquellos mecánicos que durante una década habían votado libre y democráticamente al “Negro Elpidio” como su Secretario General. Tal la verdad “políticamente incorrecta” para quien esto escribe y firma.

En síntesis: el Cordobazo, en la perspectiva histórica, queda configurado y vale por lo que fue: una gran protesta popular y democrática, síntesis de organización gremial y espontaneidad popular, que derrumbó a un gobernador corporativista y plantó en la nave del Onganiato nacional la carcoma que finalmente lo mandaría a pique. Vale por eso que fue y no por lo que sus detractores de derecha y sus apologistas de ultraizquierda creen que fue.

La rutina de las celebraciones anuales, como sucede siempre, lo vaciará de su contenido revolucionario, pero las generaciones militantes que vendrán asumirán esa esencia como un legado que es preciso reivindicar y actualizar siempre como antecedente e inspiración.

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Tres preguntas al historiador Pablo Pozzi

  1. ¿Cuáles cree que son algunos ejes de disputa historiográfica sobre los acontecimientos de mayo de 1969? ¿Qué dificultades y fortalezas le adscribe a esas mismas interpretaciones?

–El Cordobazo ha generado, casi de inmediato, toda una industria de libros que abarcan desde enfoques sociológicos e históricos como el de Francisco Delich, pasando por lo testimonial como Jorge Canelles o Elpidio Torres, hasta lo político como un libro de Nahuel Moreno. En cuanto a lo historiográfico, los distintos enfoques en torno a sus causas, pueden reducirse a cuatro. Para Daniel James el Cordobazo fue producto de una “ola de protestas obreras” que se relacionaron con factores estructurales. Este enfoque tenía la ventaja de considerarlo como producto de una multiplicidad de factores, y la desventaja que incluía todo y por ende explicaba poco. La propuesta de James Brennan que lo planteó como producto de una crisis de las industrias locales combinada con las rivalidades de poder entre gremialistas de Córdoba y de Buenos Aires. Esto pone énfasis en las relaciones de producción en el punto de trabajo, e indaga en por qué estos obreros se movilizaron con estas características. Pero tiene el problema de que pone el acento en la particularidad cordobesa y por ende no toma en cuenta que el Cordobazo fue parte de una importante cantidad de “azos”. Esta crítica la señaló Nicolás Iñigo Carrera, cuyo planteo es que el Cordobazo fue “otra estrategia de la clase obrera”. Esto resulta un poco esquemático ya que genera una imagen de obreros recurriendo a opciones externas, pero tiene el acierto de destacar las nuevas prácticas que surgen de la experiencia previa. Por último, Mónica Gordillo pone énfasis en “una fuerte cultura de oposición y resistencia” que genera las condiciones para el Cordobazo, y lo ubica como parte de un proceso acontecido “en el resto del país y el mundo”. Esto representa un avance importante por cuanto al recurrir a la cultura obrera pretende explicar los comportamientos individuales y colectivos en un contexto más general. Pero es difícil coincidir con el concepto de “resistencia y oposición” porque pone el acento en lo reactivo y el Cordobazo tuvo un importante contenido político propositivo. Gordillo es la que más ha trabajado este tema, lo cual no quiere decir que uno no pueda discrepar de sus ideas. Quizás uno de los aspectos más interesantes de su propuesta es que hay que “darle una perspectiva histórica” en contraposición a las discusiones más sociológicas o políticas.

El Cordobazo marcó un hito en la historia de la clase obrera argentina. Una parte de esa discusión es de índole académica. La valoración y las conclusiones tienen importancia para la caracterización global de la clase obrera argentina y su potencial revolucionario. En términos generales, coincido con Beba Balvé al plantear que el Cordobazo ocurre en “el eslabón débil del capitalismo argentino: lo suficientemente débil como para recibir con mayor crudeza y profundidad las crisis que afectan al país, y lo suficientemente fuerte como para poder reaccionar.”[1] Aunque esquemática, esta caracterización implica una nueva etapa en las formas de lucha de la clase obrera argentina con el recurso a la violencia por parte de las masas y por el planteo del socialismo como una alternativa viable de poder popular y significa que ha realizado una experiencia que se sintetizó en un salto en la conciencia.

 

  1. ¿Sobre qué aspectos deberían avanzar más –por estar inexplorados o errados– las investigaciones, textos y lecturas del Cordobazo?

–Cada uno de los anteriores abre toda una línea de investigación importantísima y que debería ser profundizada. Gordillo ofrece una perspectiva interesante. ¿Cómo puede ser que una provincia tan católica y conservadora como Córdoba produjo un hecho de relevancia nacional como el Cordobazo? Quizás se fue forjando una cultura obrera que posibilitó este hecho. Esto permitiría explicar cómo surgen figuras como Agustín Tosco o Gregorio Flores, o fenómenos sociales como el clasismo.

La historia cordobesa contiene cosas interesantísimas. En la década de 1930, la Federación Obrera Local, liderada por comunistas, socialistas y anarquistas, organizó 68 sindicatos locales en 28 localidades tales como Hernando, Alejandro Cabrera, La Carlota, Adelia María y Elena. El Partido Comunista organizó numerosas “Asociaciones Comunistas Femeninas” en pueblos rurales. El archivo del dirigente riocuartense de la construcción Víctor Barrios revela el trabajo realizado por los activistas sindicales de izquierda en el interior cordobés. Sólo la imaginación puede dar cuenta del significado de organizar centros femeninos comunistas entre las obreras y esposas de los peones rurales de localidades como Alejandro Cabrera.[2] En San Francisco el principal partido era el Comité Popular de Defensa Comunal (CPDC), dirigido por Serafín Trigueros de Godoy[3]. Este partido, contaba con una amplia base obrera y popular y adhería al espectro político de la izquierda antiestalinista, reivindicando una política económica basada en el radicalismo agrario georgiano. En marzo de 1928 en Villa Huidobro, el Bloque Obrero y Campesino, organizado por los comunistas, triunfó en las elecciones municipales llevando como candidato al independiente José Olmedo, obrero rural y secretario general del Sindicato de Oficios Varios.[4] Treinta años más tarde, el Partido Comunista ganó la intendencia de Brinkmann por 753 votos contra 699 de la UCRP y 409 de la UCRI y tenía 250 afiliados, o sea casi el 10% de la población y cerca del 14% de los votantes.

Un análisis de la procedencia de la militancia “setentista” demuestra que muchos de estos eran oriundos de esos mismos pueblos chicos. Lugares como Cruz del Eje, Río Cuarto, Morteros y San Francisco tuvieron una cantidad importante de sus hijos militando en el PRT-ERP. En Río Cuarto, los comunistas tuvieron una temprana organización. Villa María fue una ciudad donde el PCA logró organizarse tempranamente y donde nació José “Pancho” Aricó. Esta contradicción entre una fuerte tradición conservadora en lo social y católica ortodoxa en lo cultural y una cantidad de datos que parecerían implicar la existencia de una cultura izquierdista subterránea a través de décadas, a su vez sugiere un replanteo en torno a la valoración de las expresiones político-culturales de las ciudades chicas y los pueblos del interior de la Argentina que contribuiría a explicar la persistencia de una conflictividad clasista notable y la generación de fenómenos como el Cordobazo.

  1. ¿Cómo cree que el Cordobazo va a quedar en la memoria colectiva cordobesa y nacional? ¿Es posible que haya una lectura determinante y hegemónica? ¿Cuáles serían las consecuencias de esa lectura?

–Existe una fuerte y subterránea disputa sobre toda la historia argentina, y en particular sobre la del período 1966-1976. Donde sí existe una visión hegemónica es en el plano político. Esto es sumamente peligroso por cuanto la idealización y deshumanización de los protagonistas de la historia tienden a fomentar la pasividad en la población. Si solo gente excepcional hizo el Cordobazo, en circunstancias excepcionales, ¿cómo podemos hoy hacer nada cuando somos seres humanos comunes con problemas y limitaciones? El Cordobazo lo hicieron trabajadores y estudiantes comunes, con sus miserias y heroísmos, que en un momento determinado pudieron marcar el devenir histórico de la Argentina. Eso siempre puede repetirse aunque nunca de la misma forma ni de la misma manera. El Cordobazo es parte de la experiencia y de la memoria de los trabajadores argentinos y como tal no se pierde, sino que se recurre a ello según sus necesidades. Son los propios trabajadores, a pesar de lo que digamos los historiadores, los que forjan la “tradición” y las “lecciones” del Cordobazo.

[1] Beba Balvé et alia. Lucha de calles, lucha de clases. Elementos para su análisis (Córdoba 1971-1969). Buenos Aires: Ediciones La Rosa Blindada, 1973, pág. 158.

[2] Véase Mariana Mastrángelo. Rojos en la Córdoba obrera 1930-1943. Buenos Aires: Editorial Imago Mundi, 2011.

[3] Un interesante trabajo sobre el triguerismo es el de Roberto Ferrero. Sabattini y la decadencia del yrigoyenismo. Buenos Aires: Ediciones de Mar Dulce, 1981. Y también Trigueros y su época. El populismo de izquierda en San Francisco. Córdoba: 2011.

[4] Véase la interesantísima obra de Flavia Danielle. Historia de un partido obrero comunista del interior de Córdoba, 1925-1928. Córdoba, Tinta Libre, 2011.

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Cordobazos: Pasado y Presente

Guillermo Vazquez

Desde que se recuperó la democracia en los años ochenta, cada 29 de mayo proliferan mesas redondas, testimonios varios, declaraciones institucionales, notas periodísticas en la prensa gráfica, radial y televisiva, manifestaciones en las calles cordobesas, en fin: conmemoraciones varias sobre lo que se llamó –y el adverbio “universalmente” no le queda grande– el Cordobazo. Hay también cierta obligación de subir algo a las redes sociales para adherir a esa conmemoración; quizás la más común sea pegar la afamadísima foto de Tosco ordenando una columna hacia la izquierda en una marcha, o alguna frase o video. Esto al menos para cierto perfil “sociopolítico” (digamos así, emulando a los vendedores de focus groups) de quienes opinan en las redes sociales. Si algún comentarista ocasional decide manifestarse en contra de la conmemoración del Cordobazo –por ejemplo el año pasado, en el matutino La Voz del Interior–, diciendo que no es algo de lo que debamos sentirnos orgullosos, ni mucho menos, es la excusa para que miles salgan a levantar el dedo diciendo que aquel acontecimiento sigue doliendo a la “oligarquía cordobesa” y demás. Probablemente sea cierto. Pero como en general manejamos los humores en proporción, hay que decir que la enorme mayoría cordobesa que opina sobre el tema lo toma orgullosamente. A lo sumo esgrime la tantas veces expuesta “bifacialidad” cordobesa (como le gusta decir a Roberto Ferrero): la ciudad de las iglesias y la Reforma; el Cordobazo y Lacabanne; más acá, quizás: la feroz policía y la marcha de la gorra.

Quiero decir: nada ruidoso, ninguna herida pendiente, ni fuerte altercado al respecto. El Cordobazo es casi una celebración como la expulsión de las invasiones inglesas o alguna batalla contra los realistas españoles: no se puede estar en contra. Y está bien que así sea. Sin embargo, proliferan ideas, palabras, formas, menciones, exaltamientos de algunos nombres y ocultamientos de otros, valoraciones sobre el significado de esa lucha, etc., que poco tienen en común. Es que revive en ellas una disputa, una querella. La izquierda, el peronismo, el radicalismo, la socialdemocracia, en todas las formas posibles (y cordobesas) de estas agrupaciones políticas, celebran de modo diverso el Cordobazo, con sentidos a veces contrapuestos. Se ve en la Legislatura año tras año, y sobre todo cuando en 2013 el día 29 de mayo fue declarado Día de las Luchas Populares: solo tuvo la abstención –que no incluyó palabras ofensivas a los acontecimientos del 69, sino que puso reparos en la enseñanza sobre el tema en los colegios que ordenaba la ley– del legislador García Elorrio. Pero si se leen con atención, poco en común tienen las evocaciones (por ejemplo) de los legisladores Pihen, Clavijo y Olivero.

Lo mismo ocurre en la historiografía sobre el tema (donde también deben incluirse los libros testimoniales de los partícipes de la época). Hace más de un siglo, Lenin decía que en filosofía se dejaba ver una lucha de partidos. Y si bien no necesariamente los historiadores y ensayistas que han intervenido sobre el Cordobazo están encuadrados en partidos políticos puntuales, cierto es que también de sus visiones se despliegan críticas a algunas tendencias que vienen siendo símbolos en muchos partidos. Se dice que son modos de revertir lo que muchos llaman “mitos”. Pero no mito en el sentido de Mariátegui, Sorel o Gramsci (es decir, un estandarte para la revolución), sino mito como una falsedad que el sentido común ha tomado como verdadera. “Mito” puede ser también algo hermoso, algo que queremos creer, como el que dice Perlongher en algún texto sobre Osvaldo Lamborghini: que los estudiantes y obreros del mayo del 69 cordobés leían El fiord, al que consideraban inspiración para sus luchas. (¡Cómo nos gustaría creerle ese versazo a Perlongher!).

Hace muy poco, a propósito del acompañamiento de los organismos de derechos humanos argentinos a la marcha que conmemoraba las víctimas del genocidio armenio, Diego Tatián decía que no solamente el pasado ayuda a comprender el presente –frase hecha, como los posteos del Cordobazo en Facebook–, sino que solo desde el presente podemos comprender el pasado. Para evitar que las conmemoraciones del Cordobazo sigan siendo domesticadas en una aceptación condescendiente y obvia (que excede claramente lo sindical), quizás sea de utilidad para el debate público de la política cordobesa la pluralidad de interpretaciones sobre semejante acontecimiento social y político. Pluralidad de interpretaciones que debe, que necesita imperiosamente, mostrarse conflictiva entre sí (como mostrará este dossier, creemos). Porque, contra el dominio de los formadores de focus gropus, de encuestas que inflan y desinflan, de lenguajes muertos en la discusión política, este momento de Córdoba y sus debates pendientes, quizás también pueda alumbrar con mayor fuerza las causas y consecuencias de aquel encuentro popular del que hoy todos nos sentimos orgullosos.

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Saldaño debe esperar

Se estrenó la película de Raúl Viarruel, sobre el cordobés condenado a muerte en Texas, Estados Unidos. El documental narra la historia de Saldaño, pero también el de su propio caso, cuya relevancia institucional lo trasciende.
 Por Hernán G. Bouvier (abogado, investigador)
Sobre la película: Saldaño, el sueño dorado. Director: Raúl Viarruel. Producción: El desencanto SRL, Carmen Guarini
  1. Espera. Víctor Saldaño, cordobés de origen, es dado de baja de la marina en los años 90, regresa a su casa y sin dar explicaciones ni despedirse (según su madre) agarra sus bolsos y se va. Emprende un viaje por Brasil, las Guayanas, Centroamérica y recala en Texas donde es acusado y condenado a muerte en 1996 por secuestro y homicidio en ocasión de robo. Aquí es conocido como el cordobés condenado a muerte. La película de Raúl Viarruel Saldaño, el sueño dorado emprende la tarea de contar una parte de la historia de Saldaño y de los vericuetos jurídicos e institucionales que han determinado que Saldaño actualmente siga en espera de su condena a muerte, su declaración de insania mental o su absolución. En el documental habla sólo un familiar (la madre) y, por sobre todo, los funcionarios diplomáticos junto a los diferentes abogados defensores locales y extranjeros que intervinieron en su causa.

Por decisión o límite, el documental es simple, llano, artesanal. Relata en clave lo-fi lo que hay para contar, sin show de música incidental, ni graves voces en off. No hay, por decisión o límite, ingredientes espectaculares. No los hay. Habla la madre, hablan los abogados locales (C. Hairabedián y J.C. Vega), hablan los funcionarios diplomáticos, habla su abogado en Estados Unidos. Pero por sobre todo (máximo hallazgo del documental) habla un registro audiovisual: la cámara circuito cerrado del cubículo en donde Saldaño confiesa su hecho apenas detenido. No parece saber que lo graban, no parece saber el alcance de lo que ha hecho y está haciendo al confesar su hecho. Cuenta de manera ingenua o inconsciente, con tono casi centroamericano, que “lo bajamos del carro, se me echó encima y me quería quitar el revólver” y que le dio cuatro tiros. Confiesa ingenuamente, sin calcular, como quien accede a la simple insistencia de un curioso desinteresado. Luego pregunta al policía “¿cuánto crees que me van a dar?”. El policía no responde de manera precisa. Pero el silencio o la evasiva retumba: cuatro tiros disparados por un latino, en Texas, a un estadounidense. No es broma. Su confesión es del 95, su condena a muerte –sujeta a múltiples suspensiones– del 96. Saldaño espera hace casi 20 años. Desde el 99 espera en el corredor de la muerte: una celda sin comunicación, con dos comidas de porotos al día (a las 3 y 12 de la mañana) y una merienda de café y pan. Camina una hora cada dos o tres días, con cadenas.

  1. Jueces. Lo juzga un jurado de una pequeña ciudad de Texas con 25.000 habitantes. Su abogado en el primer juicio no habla castellano, él todavía no habla inglés. El jurado sólo decide si es culpable o inocente, el juez (técnico-jurista) la pena. La condición necesaria para poder imponer la pena de muerte en Texas en aquel momento depende de mostrar la peligrosidad del condenado. Para ello se necesita una pericia psicológica que sigue un protocolo. Las variables para decidir si es peligroso según el protocolo, entre otras, son el sexo (mujer= no peligro, hombre= peligro), edad (joven= peligro), raza (latino= peligro). El caso es fácil: culpable, hombre, joven y latino, con el significativo dato que no les resulta claro si un argentino es latino. Conclusión de la pericia: peligroso. El psicólogo (juez mental) incide y decide en su suerte. Si el perito lo dice, será cierto nomás. El juicio es anulado por prejuicio o “factor racial” por la Corte Suprema de EE. UU. Se logra además la promulgación de la ley (Bill) Saldaño que torna ilegales los protocolos psicológicos basados en el factor racial. Pero en el nuevo juicio, el problema de los jueces mentales aparece una y otra vez. Los abogados norteamericanos tienen en claro que hay que evitar la incidencia de los peritos, porque lo declararán sano, peligroso y será condenado a muerte otra vez. La madre se opone a esta estrategia. Su hijo está “loco” y ella no puede omitir decir la verdad (minuto 42). Final del segundo juicio, Saldaño evidencia una clara declinación mental, pero aún así hay nueva condena. La fiscal del caso, al final del juicio, toma un maniquí disponible en la sala de audiencias –utilizado para representar a Saldaño en la reconstrucción del hecho– y lo despedaza. En Argentina no hay pena de muerte legalmente reglada, y la confesión filmada de Saldaño sin abogado defensor habría sido declarada inválida sin remedio. Eso sí, el peso de los jueces mentales en el ámbito penal es idéntico.
  2. Las instituciones y la suerte. El compromiso de la madre, de abogados locales y extranjeros, y de la cancillería argentina, transforma el caso Saldaño en un caso con peso institucional. Hay una ley con su nombre que servirá a otros y el pedido de clemencia en su favor es firmado por múltiples embajadores, funcionarios papales, el presidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Amnesty International, y más. Se adivina una mímesis entre el trabajo institucional que lleva a estos resultados y la manufactura del documental: trabajo lento, sin recursos, artesanal, caligráfico. Un equipo de cancillería sigue su caso, y varias carpetas ordenadas con su nombre lo recuerdan (o precisamente indican de qué se trata a esta altura). Lo importante para algunos no es tanto la discusión sobre la pena de muerte o su culpabilidad, sino que se logró abatir el “factor racial”, para otros el consenso latinoamericano a su favor. En el ínterin, Saldaño ya no es sólo Víctor Saldaño, sino un “caso” cuya relevancia institucional lo trasciende. El proceso y conjunto de voluntades que lo recuerda y considera como persona es al mismo tiempo el que no puede evitar que la suerte de Saldaño ya no sea su suerte sino la del “caso”. La contienda a esta altura trasciende a Víctor Saldaño. Servirá para otros, quizás para nosotros. ¿Y para él? Se trata de una aporía a la que puede llevar la preocupación institucional. Las buenas voluntades desean la clemencia o su declaración de insania, pero la maraña institucional transforma el caso en una suspensión sin límites. En la suma trágica de consecuencias no intencionales de acciones intencionales, Víctor Saldaño está condenado –técnicamente– a esperar.maxresdefault

Imprescindibles de abril: discos cordobeses

Discos cordobeses que tienen que estar en tu discoteca (o en tu lista de Mp3) 

Compilador de la sección: Gonzalo Puig

Rodrigo Carazo – Ríe Río (2013)

Gonzalo Puig

Rodrigo Carazo es uno de los nombres que ha ido ganando terreno en los últimos años en la escena musical de la ciudad. Nacido en Río Grande, en la austral provincia de Tierra del Fuego, Rodrigo, como tantos otros, llegó a Córdoba con su instinto de curiosidad totalmente encendido. Ese es el principal motor de una búsqueda que ha llevado a este cantautor a mixturar sonidos y ritmos para darle forma a una particular manera de comprender la música, que le permiten poner sello propio a sus composiciones.

Una de las particularidades de la búsqueda y la mixtura de Carazo, es el anclaje en la naturaleza, lo que lo lleva a mezclar sonidos autóctonos de nuestro folclore, con una forma jazzera de ejecutar y una exploración de ritmos e instrumentos africanos, que derivan de la creación de la Safari Beat, otro proyecto que lo tiene como protagonista.

Ríe Río es su primer disco solista y se editó a mediados del año 2013 de forma totalmente independiente. Este trabajo cuenta con 8 canciones de firma propia y a forma de carta de presentación, sirve para mostrar cómo los aires respirados en las sierras cordobesas se pueden ir metiendo en cada canción. Esto, claro, corresponde a que el trabajo en torno al disco fue realizado 100% por el músico en la bella Cabana de Unquillo, en lo que él llama “Carazo Home estudio Portátil”. La mezcla y el mastering estuvieron a cargo de Farid Hakimian y Agustín Cravero.

En este disco, Carazo se luce como multi-instrumentista. Entre los instrumentos que ejecuta se pueden distinguir, guitarra, bajo, percusión, piano Rhodes, Ngonis (instrumento africano), claves y hasta ollas de cocina. Una gran cantidad de músicos amigos aportaron sus sonidos al disco. La Safari Beat, Luli Lerda, Gonza Sánchez, Coral Barzola, Joaquín Camaño, Bruno Cravero, Rodrigo Saldaña, Mariana Poblete, Adri Bertoli y Nehemías Figueroa fueron los encargados de resaltar la atmósfera comunitaria que se puede apreciar a buen volumen en Ríe Río.

Ríe la aventura misma de vivir / Cambio para el cambio mismo compartir”, reza el tema de apertura del disco, y que le da nombre al mismo. Cada tema es una pieza que destaca el viaje musical que Rodrigo Carazo ha realizado. Un músico trashumante que tiene un pie en las sierras y otro en algún remoto lugar del África. Los sonidos perfectamente ensamblados ayudan a sumarnos a este viaje del músico, que permite que su experiencia sea compartida. La sensación de movimiento y libertad que rodean cada canción, se complementan con los ritmos circulares y mántricos.

En “Mirá Mirá”, el track 5 del disco, el fueguino abre la puerta a lo lúdico: “Mirá, mirá, / Qué bueno está, qué bueno que es jugar. / Mirá, mirá, / Qué bueno está, qué bueno que es soltar”. Para Rodrigo Carazo la música es un juego, desprendimiento de ataduras y una aventura, y en este disco logra que nos sumemos a su ideario de búsqueda eterna, esa curiosidad que nos hace sentirnos jóvenes todo el tiempo.

Santiago Guerrero – El medio del mar (2014)

Juan Manuel Pairone

A finales de la década de 2000, Santiago Guerrero empezó a cantar. Lo hizo como parte de los excéntricos y exquisitos Tomates Asesinos, siempre asociados a la experimentación con máquinas y al electro-pop instrumental. Y fue todo un cambio, hacia afuera y hacia adentro. De repente, la música de los Tomates tomaba otra forma; sus canciones ya no eran únicamente viajes siderales y electrificados, ahora también tenían estrofas y más de un estribillo memorable. Basta escuchar Noches de Absaló (2011), coronado por la solemne, dulce y profunda voz de Guerrero, para entenderlo todo. Ahí había un cantante en potencia y había canciones que necesitaban mostrarse. Y cuando hablo de canciones pienso en “Laberinto” y su carácter de hit alternativo inmediato. Inmejorable carta de presentación.

Algunos años después, en la recta final de 2014, apareció casi de la nada un disco solista a cargo de Santiago Guerrero, el individuo. Ya no llama la atención ni resulta curioso. Se trata de una confirmación y una apuesta llena de valentía y necesidad artística. Guerrero seguramente no se considera un cantante excelso, pero debería saber que el poder que emana de su voz no ha hecho más que crecer en este tiempo. El medio del mar lo encuentra mucho más consolidado en su rol vocal y, también, muestra un costado compositivo que excede la lisergia controlada de su grupo de siempre. En su debut solista, quien lleva las mismas iniciales que un legendario modelo de guitarra se muestra también como un cancionista hecho y derecho, con una economía y organización de recursos que recuerda a su prolijidad e inventiva como diseñador gráfico.

En lo concreto, SG es un constructivista de la canción. Todo suena simple y placentero al oído, pero por detrás se esconde una complejidad silenciosa, traducida en capas de detalles que ayudan a consolidar la unidad. No hay pornografía ni exhibicionismo, hay sabiduría y paciencia. Alcanza con escuchar el trío inicial “Ecuánime”/”Oscila el sol”/”Aliento exquisito” para embeberse de la atmósfera que plantea el álbum. Todo a su debido momento y en su justa medida. Guerrero no duda en programar un bombo, derramar sintetizadores, jugar con su voz paneada o usar una guitarra como guía espiritual de la canción. Pero nos pide que prestemos atención a cada elemento y nos entrega en bandeja la posibilidad de disfrutar del carácter singular de cada arreglo.

Que Cerati, que el flaco Spinetta más acústico, que Bowie teñido de folclore. Es verdad, algo de todo eso resuena en el ambiente. De todos modos, esas referencias solo confirman que Guerrero ha dado forma a un disco ultra personal, de altísima factura. Puede ser largo, quizá un tanto repetitivo, pero conserva un halo de grandeza propio de esos álbumes capaces de enamorar al instante. Además, es una lección en términos de preproducción y registro. Y si eso no fuera suficiente, esta nota subraya que El medio del mar cuenta con una inmensa canción capaz de definir a toda una generación: “Indie”, con postal de época a cargo del poeta Ricardo Cabral.

Diego Marioni Trío – Oración (2010)

Paola De Senzi

A pocos años de afincarse en Córdoba y luego de integrar agrupaciones como La Pirca y La Chirlera, el músico catamarqueño Diego Marioni editó “Oración” junto a Juan Angera y Jorge Reales. Un trabajo del año 2010 que apuesta a la idea de que se puede proyectar y actualizar clásicos, sin perder la esencia.

Por esos tiempos Marioni decía en una entrevista “No hacemos música para músicos, trabajamos desde la estética que tenemos en la cabeza tratando de llegar a la gente”. Entonces, el sonido y las palabras se disparan desde el origen. Por eso a pesar del vuelo musical de cada uno de los 17 temas de este disco, la esencia no muta.

“Amanece en el barrio que hoy me toca”, dice una frase del único tango del disco, como para afirmar que el vivir en la urbe es sólo una circunstancia, y que en los acentos y el lenguaje permanece la tradición, el origen.

La vidala que da nombre al disco se intercala entre tema y tema en fragmentos que van guiando la escucha, acompañando el paisaje de los distintos ritmos que aborda como autor Marioni en los huaynos “Chinitina de mi Alma” y “Luna Lunera”, las chacareras “La Vieja Pesadora” y “El Arobe”, la “Zamba del Lucero”, la huella “Rumbo” (dedicada a Romina López, su compañera), “El Colero”, un gato compuesto con Mariano Clavijo, la “Canción del Pralinero” y el ya mencionado tango “El Mundo de los Otros”, al que antecede un recitado de Mariano Medina.

Otros compositores completan el repertorio elegido por Diego, clásicos como “Tejedora Belenista” que nombra a Catamarca desde la pluma y la melodía de los salteños Castilla y Falú. Acertadamente el track incluye un fragmento de “Cantor Vallisto”, de Eusebio Mamani, coplero de Santa María. También están “Tun Tun”, bailecito de Manuel Acosta Villafañe, la vidala “De los Altos Minerales”, recopilada por el riojano Tata Duarte y “Andate con quien quieras” de Selva Gijena.

Percusión, vientos y voces a cargo de Diego Marioni, Juan Angera en bajo y Jorge Reales en guitarra completan el sonido. La voz de Marioni densa, grave, menciona personajes, relata vivencias de tierra adentro junto al maravilloso vuelo musical que acompaña. Como invitados están Romina López, Mariano Clavijo, el dúo Wagner-Taján y Lula Fernández en voz; Viviana Pozzebón en percusión, y Cecilia Zabala en guitarra.

El disco fue editado por el colectivo de músicos independientes UPA y grabado en los estudios Desdémona, bajo la dirección de Marioni. En tanto Angera y Reales continúan el camino en la música popular argentina con producciones independientes, Marioni se ha convertido en uno de los jóvenes referentes de la música popular argentina, de su provincia y también en Córdoba.

Oración es un disco que bien podría ser de proyección, pero a la luz de los ritmos, el lenguaje y su poesía logra instalarnos en el paisaje vallisto, en sus costumbres y su esencia. Un trabajo clásico y esencial de esta nueva generación de músicos de folclore.

Un día perfecto para el pez banana – Suba (2012)

César Pucheta

Cuando uno trae consigo un puñado de canciones prestas a formar parte de un disco, elegir las formas de ensamblarlas para presentarlas suele ser un desafío interesante. En “Suba”, Un día perfecto para el pez banana (de aquí en más UDPPPB) acierta de tal manera que bastan 75 segundos para comenzar a imaginar todo lo que vendrá después. El disco arranca con una guitarra en estado frenético que lentamente se abraza con su par sobre una base rítmica marcada por la solidez y la constancia del acompañamiento que se acoplará inmediatamente con la voz (dulce, provocativa, lúdica y aniñada) de Lucila Escalante. “Y aunque nunca fue tan fácil flotar como en tu pileta/ nunca abandoné las buenas intenciones/ La posibilidad de sonreírle a una idea y apropiarla/ siempre será mi forma de construir…”, casi todo en poco más de un minuto.

Suba, editado en 2013, es uno de los trabajos más interesantes de todo lo producido en nuestra ciudad en el último lustro. Por apuesta, por performance y proyección, UDPPPB logra en su primer LP una síntesis musical que venía puliendo desde tiempo atrás y que, luego de algunos retoques logró plasmar con la soberbia que expresa la contundencia propositiva.

Si se busca pincelar a grandes rasgos las características de Suba se hace complicado no enunciar en clave oximorónica (suponiendo que el neologismo es válido). Parecen convivir en el trabajo la solidez grupal con el alto despliegue de cada uno de sus actores individuales (el todo y la suma de las partes) así como también los aspectos lúdicos cargados de libertad con la meticulosidad en cada uno de los movimientos. El ejemplo aparece en la voz de Lucila, que logra ir moviéndose por distintos registros y echando mano a herramientas disímiles a lo largo del trabajo, pero también en las guitarras que a veces dialogan tanto que llegan a cruzarse cual pelea de hermanos en la que los resultados siempre terminan superando la situación inicial. Hay pasajes en el disco en el que todo se hace extremo y lo aparentemente simple se complejiza logrando atmósferas densas casi psicodélicas. “Bien” y “Caja muda”, son buenos ejemplos para comprobarlo. También se destacan un par de canciones con aires de hit (“México” y “Reyes de la ciudad”) que como buenos productores la banda eligió para destacar entre las demás para la difusión del disco y una que parece alejarse del frenetismo reinante para asentarse en un clima más armónico y relajado, “Casa” (aunque “Bolsillo” también puede convivir en esa misma línea estética).

Lucila Escalante se encarga de la mayor parte de las letras del disco y logra un estilo propio en esa forma compositiva que encaja a la perfección lo que su propia banda hace al ejecutarlas. No habría otra posibilidad. Lo hecho por ella junto a Juan Manuel Pairone, Santiago Álvarez Ruiz, Javier Rabinovich e Ignacio Xavier Ruibal tiene ese sello que los hace tan particulares. Basta ver una actuación en vivo para comprobarlo. Allí donde todo expone, todo se exacerba.

¿Residente o Visitante?

Por Mariano Barbieri

En el año 1993 nacía el primer country de la ciudad de Córdoba. Hasta entonces, el concepto era tan solo la traducción literal al inglés de las palabras “campo” o “país”, o el género musical que designaba a las melodías rurales estadounidenses. Creedence y Elvis también hicieron música country, y más acá –Bob Dylan mediante– León Gieco se alimentaba del género. El country era, paradójicamente, música de raíces.

Una de las máximas de la sociología urbana dice que la ciudad es la expresión física de las prácticas sociales que ella alberga y produce (Adrián Gorelik), una especie de espejo que refleja en el mapa, el orden social. Tres años antes de la inauguración del country Las Delicias, la empresa pública de aviación Aerolíneas Argentinas, y la telefónica ENTEL eran vendidas. Y dos años después de estas, ya en 1992, había comenzado la privatización de la petrolera pública YPF. La misma suerte siguieron los ferrocarriles, algunos bancos, empresas de energía, agua, correo y muchos otros servicios públicos. La reducción de los espacios compartidos y la expansión de las voluntades privadas eran un cambio cultural profundamente concebido que iba mucho más allá de las empresas del Estado. Se trató de una cosmovisión que tiene todavía en nuestra cultura una vitalidad roedora.

Las Delicias es el emblema, la bandera, fue el primer paso a la creciente ghettización. Entonces se trataba de un emprendimiento típicamente aristocrático de diferenciación social, vinculado casi con exclusividad a una idea de pureza comunitaria. Hoy, el Gran Córdoba es la segunda región del país con mayor superficie de ciudad privatizada. Córdoba y sus satélites le dieron mayor materialidad, aportaron la expresión física a las divisiones sociales. Es un cambio de una contundencia mayúscula que no se trata en absoluto de un estigma hacia las costumbres de la alta sociedad. Es un problema de ordenamiento social que tiene un impacto inmediato en el ejercicio de la ciudadanía y en el ejercicio de derechos. Las personas viven cada día más en pequeñas comunidades socioeconómicamente homogéneas y territorialmente delimitadas tendientes a suprimir las diferencias y con ello, a aumentar el miedo a lo desconocido.

El crecimiento por expansión (ampliación de la mancha urbana) tiene dos grandes protagonistas: las urbanizaciones privadas dirigidas a segmentos de medios, altos y muy altos ingresos, y los programas de urbanización del Estado dirigido a sectores empobrecidos. En los dos, interviene directamente el Estado. Nuestra provincia es un ortodoxo ejemplo de este proceso de atomización social.

A comienzos de la década pasada hablábamos de la Operación Desencuentro, de un conjunto de acciones coordinadas orientadas a la ghettización de la ciudad en nombre de los derechos ciudadanos (todas las invasiones son en nombre de la paz, de alguna paz). En Córdoba, el Estado hace abuso de su opción de clase: los hábitos de las fuerzas policiales y judiciales son la demostración categórica de esta afirmación, a esta altura, obvia. Basta con recorrer alguna cárcel o transitar cualquiera de las miles de fronteras a la libre circulación. ¿Quiénes las atraviesan? ¿Quiénes las habitan? ¿Residente o visitante? Papeles de la bicicleta, de las motos, documentos personales, o simplemente prohibiciones sin explicaciones amparadas en el Código de Faltas.

Con nombres vinculados a la naturaleza, se multiplicaron en decenas los barrios privados, ahora mucho más como decisión de huida de la ciudad compartida (Arizaga 2004) que como lujo aristocrático. Como lado B de esa misma acción, el otro desplazamiento: el Programa Mi casa, mi vida, erradicó de las zonas urbanas a aproximadamente doce mil familias que ahora habitan Ciudades Barrio, como Ciudad de Los Cuartetos, Ciudad de Los Niños, Ciudad Evita, etc.

El desencuentro y la segregación (por no volver a hablar de ghettización) fue una auténtica política de seguridad del gobierno provincial. Pero la administración que planificó el desencuentro, cosechó saqueos. La Córdoba que olvidó sus pulmones, recibió asfixias de fuego y de agua. Los débiles y cómplices gobiernos municipales de las ciudades aledañas a la capital entregaron la naturaleza y la ciudadanía (Mendiolaza es un archipiélago de barrios cerrados, Malagueño aún peor) a capitales privados evidentemente poco afectos a la conservación, por ejemplo, de los bosques nativos o a la convivencia de las diversidades.

El horizonte es volver a generar Ciudad Compartida, recuperar el control y el disfrute público de la ciudad. Las instituciones de la sociedad civil como las organizaciones barriales, los centros de jubilados, las plazas, los clubes, los espacios culturales o recreativos no son una carga nostálgica, sino más bien la garantía misma de la convivencia. No hablamos solo de una decisión de urbanismo (diría que es lo menos relevante), sino sobre todo de una política de seguridad, de inclusión, de una razón ecológica y educativa (las ciudades dentro de la ciudad generan escuelas y universidades uniclasistas a su medida), pero principalmente de garantía de derechos. La ciudad compartida es, también, la condición de posibilidad de la movilidad social.

Imagen de portada: Natalia Tescione