Alrededor de la traducción

Alrededor de la traducción

A partir del 30 de septiembre y hasta el 21 de octubre, se llevará adelante en diferentes ámbitos de nuestra ciudad, la muestra “Casi lo mismo”, que aborda desde diferentes propuestas la problemática de la traducción.

María Pía López

Socióloga y Directora del Museo del Libro y de la Lengua.

Hace un año, más o menos, Ivana Vollaro, sutil artista, le propuso al Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional, pensar una exposición sobre la traducción. En el trabajo conjunto resolvimos que la muestra tenía que poder avanzar mostrando sus procedimientos, la elaboración de su camino investigativo. Así, consistió en una exposición de materiales, en un archivo digital –grabamos las entrevistas que fuimos haciendo a propósito de la cuestión– y un conjunto de actividades de discusión en el auditorio del Museo. Pensar la traducción es un modo de pensar la lengua, quizás uno de los más extremos. Charlando con traductores descubrimos que estaban más locamente enamorados de la lengua, sus rugosidades y sus libertades, que los escritores. Quizás por estar obligados a pensarla con relación a otra. Porque es un amor que despliega su potencia en términos comparativos, no se limita a la inmersión: requiere la pregunta por equivalencias, semejanzas, diferencias. Pensar los distintos planos de la traducción, todo lo que encierra en su nombre, fue, también, una puesta en abismo de la idea de que hay algo a lo que podamos llamar lo mismo. Más bien, fuimos obligadas a pensar en ese borde, ese matiz, esa diferencia en la que se fundan, incluso, las identidades culturales.

La traducción tiene muchos planos: políticos, pedagógicos y poéticos. No siempre prima una u otra de sus voluntades. Cuando la traducción es política importa la cuestión de los efectos: el arco que dibujará lo traducido sobre la superficie del agua en la que cae. Si la anima la voluntad pedagógica traducir será pasar a otro modo de la lengua, no sólo de un idioma a otro: también de un régimen discursivo a otro, inscripto en las dinámicas de la educación y sus niveles. Lo poético es su pulsión interna y permanente, aunque quede, a veces, postergada. Porque es la tensión sobre sus minucias, sobre sus ritmos, lo que anima la atención a lo preciso. Es decir, lo que nos recuerda la extranjería en la operación poética y nos separa de la inmersión natural en un idioma.

Hay quienes imaginan un mundo de pura comunicabilidad, que permitiría suprimir las incomodidades de la traducción. La utopía del esperanto, en cierto sentido, era la de un mundo interconectado por una lengua franca. Algo libertario había en ese supuesto como en el de toda utopía internacionalista, capaz de pensar las fronteras o las identidades menos como necesarias delimitaciones de la existencia de las comunidades humanas que como rémoras y trabas que obstaculizarían el reconocimiento de la semejanza de los hombres. Pero como suele ocurrir en la historia y sus tragedias, la lengua franca siempre fue un triunfo del mercado más que de los utopistas. La fuerza expansiva de la mercancía genera las condiciones para su decodificación general.

En el mismo año que Colón llegaba a las costas americanas, Nebrija escribió su Gramática de la lengua castellana. Con una declaración sustancial: la lengua es cuestión del imperio. No había tal sin unificación lingüística y de allí la necesidad de registrar su lógica y sus reglas para que cada fragmento de los territorios ocupados no alumbre una variante dialectal o un creole. La gramática: instrumento de unificación y de instrucción del colonizado. Destinada, a la vez, a preservar la lengua de la contaminación y extenderla como fuerza imperial. Traducir es, visto así, decodificar en términos de imperio: comprender la lengua de las poblaciones sujetadas para volver factible la dominación, hacer comprensible el nuevo idioma del mando. Si la lógica imperial es un modo de la universalización, lisura recién adquirida, traducir implica otro tipo de reducción de lo heterogéneo: la incorporación de lo otro a una zona que lo deglute y lo reinterpreta. Mijail Bajtin veía en esos términos la disputa por la hegemonía que implicaba una operación de traducción. No el acto de desplazar borrar, el que hace tabula rasa con los objetos culturales anteriores, sino el de incorporar en otras tramas, diluyendo su radical diferenciación. Un tipo de olvido sobre la cultura anterior.

Gilberto Freyre, crítico amable de la experiencia colonial, piensa el portugués brasileño creado al interior y como distancia del idioma colonial, rehecho en la boca de las esclavas negras, en el juego con los chicos de la casa grande a los que cuidaban y en la alianza con las jóvenes mujeres blancas de la hacienda. Traducir, ahí, es fundar una diferencia. Deglutir y desviar, fundar una diferencia. O eso pensaban sus compatriotas, los escritores y artistas antropófagos. El acto caníbal es un modo de la traducción. Se trata de una inversión: si el primer movimiento era el traducir colonial, el que fundaba imperio y gramática, en las tesis de Freyre o de Andrade estamos en el modo independentista de la traducción. O el quehacer propio y disidente con las lenguas coloniales.

Traducir para modernizar, traducir para fundar, traducir como parte de las empresas políticas de la región. Cuando las sociedades latinoamericanas lucharon por la emancipación, recurrieron a otros modos de la traducción. O al intento de traducir ideas capaces de fundar nuevos lazos sociales. Boleslao Lewin siguió una en particular: la que hacían los lectores de Jean Jacques Rousseau de sus tesis filosóficas en la coyuntura de las luchas emancipatorias. Porque si un Simón Rodríguez hacía gala del inventar o errar no se había privado de considerar su propia situación de tutor de Bolívar a partir de las lecturas de escritor francés. Y en la otra punta del continente, Mariano Moreno hizo traducir –¿o tradujo él mismo?– El contrato social. Sin descuidar las contradicciones, a la vez que lo consideraba un texto fundamental para las nuevas libertades, mandó a expurgar el capítulo dedicado a la religión, viéndolo como exceso o desborde. El libro estaba destinado a formar ciudadanos en las recientes escuelas de la república. En febrero de 1811 el voluntarioso secretario de la Junta moría en altamar y la facción saavedrista, triunfante, retiraba de circulación los volúmenes. Con lo cual los educandos del ex virreinato del Río de la Plata se quedarían sin su Rousseau.

El episodio es significativo: la confianza en el libro, la idea de que el proceso de separación de España exigía el diálogo y la apropiación de otras ideas europeas. Ir hacia Europa para descubrir una América no hispánica, no colonial, no subordinada; ir hacia el francés para dar cuenta de otro modo del castellano.

Una historia política de la traducción tendría como mojones intensos a su Rousseau y a su Marx. Como una historia de la traducción literaria encontraría sus momentos festivos en la que hizo Salas Subirat del Ulyses o la primera de Benjamin al castellano. O la que reconstruye Martín Gaspar alrededor de la pregunta por las traducciones de los libros de la colección Billiken. Aquellos leídos cuando no teníamos entre nuestras preocupaciones la de quién era el traductor, porque todo parecía venir en la lengua natural.

Judith Butler en Buenos Aires: el tiempo de la pregunta

Judith Butler en Buenos Aires: el tiempo de la pregunta

La filósofa estadounidense visitó Buenos Aires, previa escala en Brasil. Aquí la crónica de unos días en donde Butler parecía estar de gira.

Ianina Moretti Basso

Licenciada en Filosofía

el milagro exige

de mis huesos flor

& de mi mente frutos

en este crepúsculo preciso

en que la nuca del sol

se va de hocico

Mario Santiago Papasquiaro

“No sé si la reflexión crítica logre por sí misma cambiar el mundo, pero sí estoy segura de que el mundo no puede ser cambiado sin esa crítica”, dice Judith Butler en su paso por Argentina. La traen a Buenos Aires casi como a una rock star, en una agenda apretada de conferencias después de haber participado en Brasil del encuentro “Desfazendo Genero”. Desde el Centro Cultural Kirchner hasta el conurbano bonaerense (no hasta Córdoba, pero ese es otro cantar, mientras tanto allá vamos), Butler se preguntará sobre las formas de la izquierda, el género y la identidad, las herencias de Foucault y, atravesando todo, siempre el cuerpo.

El primer concierto es el lunes 14 de septiembre. La conferencia “Laclau, Marx y el poder performativo de la negación” está señalada a las 18 hs, pero dan entradas dos horas antes. Cuando llego –en un esfuerzo de puntualidad– a las 16 ya hay una cola que da vuelta por varios pasillos, hace un codo en el aula 134 de Puan y al poco rato ya baja por las escaleras hacia planta baja. Pelos teñidos y rapados y besos diversos, edades variopintas y mochilas de hasta 50 litros, el campamento butleriano se expande. Después llegan unas chicas de andar misterioso con ramilletes de pulseritas fucsia: el Butler-pass que nos asegura la entrada. Con movimientos de tetris llego a la quinta fila y enciendo el grabador.

La charla es en la Cátedra Libre Ernesto Laclau, y la presentan Graciela Morgade y Paula Biglieri. Butler comienza con unas palabras en español, en un esfuerzo poco común en los venidos del norte global, y su exposición es un homenaje a Laclau: de él recibió un correo justo antes de su muerte pidiéndole que le hiciera una devolución crítica sobre su último trabajo. Butler recupera su relación con Laclau desde una “solidaridad que mantiene el agonismo”, y plantea sus distancias en la tarea compartida de “preguntarse cómo es que definimos la izquierda aún, cuál es su forma y su promesa, y cómo es que pensamos críticamente al mundo”. Es una clase precisa y específica enfocada en el proletariado, las negaciones que supone y la potencia de pensarlo en su corporalidad (“ya voy a pasar esta parte”, alienta a un público algo abrumado, “pero primero hay que sufrir” dice entre risas sin saber que casi recita un tango).

Butler responde las preguntas atenta al contexto latinoamericano; en sus charlas reflexiona sobre los 43 de Ayotzinapa y comenta, “Argentina sabe de desaparecidos” al tiempo que se pregunta a quién pertenecen los muertos. A pesar de que sufre el calor del Sur tiene buen humor, el público también y nos reímos de sus chistes. Casi al mismo tiempo y también en Buenos Aires, AMMAR lanza una línea telefónica para denunciar violencia institucional a trabajadoras/es sexuales que busca visibilizar la violencia hacia las trabajadoras/es, una parte fuertemente precarizada de la población, asediada por la violencia policial –entre otras–. Cuerpos expuestos a esa desposesión forzada que Butler asocia al neoliberalismo, la misma desposesión que en otro sentido habilita que esos cuerpos puedan aliarse en una resistencia.

El miércoles tengo suerte, desde la UNTREF arreglaron un transporte para prensa que nos lleva al auditorio donde nos espera una segunda conferencia. El punto de encuentro es La Biela, el mítico café detrás del cementerio de Recoleta: ahí se veían Borges y Bioy Casares casi a diario (Bioy vivía en un piso muy cerca con Silvina Ocampo), encuentros de los que hoy queda el libro y dos estatuas sentadas a una mesa del café donde algunos curiosos se sacan fotos. Del otro lado de la vidriera, los muertos de nuestra historia ven aterrizar turistas y palomas. Sale la combi rumbo a Tres de Febrero, y después de una marea de autos que amenaza con transformarse en La autopista del Sur llegamos a la cuarta fila del anfiteatro. Afuera, unas cuatrocientas personas previamente inscriptas esperan para encontrar lugar; del otro lado de la puerta, Butler por pantalla gigante. Este concierto parece primer mundo, pero Aníbal Jozami nos recuerda que estamos en el conurbano bonaerense, y que antes no hubiera sido pensable una presencia como la de esta filósofa en un alejado auditorio universitario. Pero ahí estamos, y después de la presentación de María Inés La Greca en nombre de la Red Interdisciplinaria de Estudios de Género, Butler arremete otra vez con algunas palabras en español, sobre “Cuerpos que aún importan”. La simplicidad con que Butler se presenta, su esfuerzo con el idioma, el agradecimiento para con colegas y traductoras y la seriedad con que toma cada pregunta la sitúa lejos de pedanterías y solemnidades casual que siguen operando en la filosofía desde el lugar del poder.

La conferencia tiene traducción simultánea; y también en simultáneo le están entregando la ciudadanía ilustre de Buenos Aires a Ilse Fuskova, importante referente del lesbofeminismo en Argentina. Otra feliz coincidencia, ya que Butler dedica su charla a conectar sus preocupaciones sobre el género con nociones más recientes como la de precaridad. Es por eso que la pensadora encuentra clave la pregunta sobre quién puede ser reconocido, dado que implica tanto a las minorías sexogenéricas como a otra parte de la población como inmigrantes, trabajadoras/es sexuales, desposeídos de tierras y/o derechos de salud, vivienda, etc.

Durante esta conferencia, Butler propone disminuir la velocidad del debate –político, sobre los derechos, en contra de la violencia–. ¿Por qué bajar la velocidad de la discusión política desde una reflexión teórica? Todo argumento, dirá Judith, descansa en definiciones que son “formas abreviadas de teoría”; la teoría entonces es ineludible y los activismos como los que ella misma adhiere, feministas, queer, trans entre otros, tienen por objetivo hacer la vida más vivible para los cuerpos precarizados al tiempo que hemos de desafiar las categorías que nos definen.

“La teoría puede ser entendida como una experimentación con lo posible, y la expansión de la idea de lo posible puede de hecho hacer la vida más vivible”, termina Butler. Después de preguntas –entre ellas una notable que impugnó su epistemología desde la mirada trans– y aplausos, se llevan a la rock star mutis por el foro, y no hay el mano a mano del lunes donde le pedían autógrafos, la invitaban a vivir a Argentina si gana Donald Trump y yo atiné a darle unas palmaditas en el hombro, a modo de torpe agradecimiento. Quedan unas pizzas y un tren nocturno hasta la capital para cerrar el viaje. Jueves y viernes Butler sigue hablando, nos preguntamos si dirá algo sobre aborto, identidad de género, trabajo sexual o violencia policial, temas tan urgentes en la violenta Córdoba delasotista. Por eso más bien la pregunta que me vuelve es qué seguiremos diciendo nosotros. Nos toca, en este crepúsculo preciso, no sólo preguntarnos por lo que hay sino también cuestionar las categorías con las que abordamos la pregunta, para impugnar desde los huesos la violencia normativa, y afirmar en cambio que otro tiempo es todavía posible.

Lo pequeño no es hermoso

En la Deodoro N° 57 publicamos una carta abierta A Roger Koza del director Matías Herrera Córdoba. Aquí su respuesta.

Lo pequeño no es hermoso

Roger Koza

Programador y crítico de cine

He leído tu carta abierta con atención y cariño, e intentaré responderte con precisión, aunque al mismo tiempo aprovecharé la ocasión y el carácter público del intercambio para expresar algunas inquietudes que tengo respecto de lo que se ha denominado “Nuevo Cine Cordobés”.

Para empezar, una primera coincidencia. No se trata de un movimiento, como bien vos decís en tu texto publicado en el número anterior de Deodoro, sino de un fenómeno. Quisiera entonces esclarecer qué significa aquí el vocablo “fenómeno”. La primera necesidad que me solicita ese término es su adjetivación. ¿Un fenómeno social? Probablemente sí. Adjetivado ya, permítaseme una genealogía mínima.

A fines de siglo, y unos pocos años después, justo cuando la imagen en movimiento completó su mutación ontológica y su naturaleza analógica fue sustituida por otra –digital–, hubo una deriva estructural en todos los órdenes vinculados al cine. Se empezó a filmar, exhibir y discutir sobre él de un modo novedoso y jamás imaginado. El surgimiento de un cine hecho Córdoba es imposible de ser concebido sin esa mutación que nos excede pero que nos determina.

En esas coordenadas técnicas y simbólicas está la genealogía del fenómeno. Mi forma de pensar sobre él es concebirlo como un conjunto de prácticas (filmar, escribir, hablar, debatir) destinadas a constituir una cultura cinematográfica. A diferencia de otras provincias, existe en Córdoba –en una escala pequeña, pero verificable– una comunidad cinematográfica en construcción.

Está claro que había algunos indicios previos que nos remontan a décadas analógicas. Vos nombraste a Juan José Gorasurreta, un verdadero Juan el Bautista de la cinefilia cordobesa. Los primeros realizadores que empezaron a escribir esta nueva historia del cine cordobés, como Liliana Paolinelli y Santiago Loza, pasaron, incluso como vos y otros realizadores cordobeses de la generación posterior, por ese espacio sin sede precisa que se denominó La Quimera, un cineclub nómade que fue una escuela de entrenamiento para casi todos (y aún hoy lo sigue siendo). Aquí habría que decir también que La Quimera es un desprendimiento indirecto, una huella, de todo un movimiento que ni siquiera empezó aquí, sino en Santa Fe. Gorasurreta es un emisario del espíritu de la Escuela de Santa Fe, epicentro de una invención insólita de un cine que empezaba a interpelar lo real y que fue el puntapié inicial que signó la experiencia cinematográfica en Latinoamérica. Pero seguir por aquí nos alejaría de nuestro tema; basta con señalarlo, porque es necesario. No quisiera, de todos modos, dejar de mencionar a Daniel Salzano. El Cineclub Municipal Hugo del Carril ha sido el otro espacio simbólicamente relevante de estos últimos años, y sin él la historia hubiera sido distinta. Estoy seguro que hay nombres que deberíamos incluir. Menciono ahora también a Enrique Lacolla, pero debe haber otros. Recordar e historizar es siempre un buen ejercicio.

El único señalamiento que me pareció pertinente de la famosa entrevista de Sergio Schmucler que mencionás es aquel en el que cita a Leonardo Favio en tanto cineasta que encarnaba una virtud y una actitud. Él lo expresó de otro modo, y yo prefiero decirlo así: en el cine de Favio había una sustancia popular que atravesaba sus relatos y estos, además, podían sortear la comodidad de representar el pequeño mundo privado al que se pertenece. ¿Quién entre nosotros podría aspirar a filmar una película delirante y hermosa como Nazareno Cruz y el lobo, o una como Gatica, el Mono? Si ese es un interrogante extremo, preguntemos entonces: ¿quién estaría dispuesto a filmar la época kirchnerista, la cual se ha desplegado como una hiedra tanto en el seno de la intimidad como en el orden público? En otros términos: ¿cómo puede ser que no haya existido aún una ficción cordobesa (y argentina) que examine directa e indirectamente la infiltración del ubicuo antagonismo relacionado con la experiencia política en el resto de las experiencias íntimas, familiares, laborales, sociales? La mayoría de nuestras ficciones transcurren en el limbo. Me anticipo: un personaje de El grillo dice algo al respecto, y la crisis existencial en la que ella y el resto están sumergidos no solamente se limitaría entonces a un universo clausurado en el que el afuera es inexistente. Es un indicio.

El desafío del cine cordobés es aspirar a cierta grandeza. Ya tenemos demasiadas películas de adolescentes hechas por cineastas que recién han dejado ese estadio y que ni siquiera llegan a superar con sus relatos una idea de juventud desprovista de rebeldía e inconformismo. Películas como Criada, Yatasto, De caravana, La sombra azul e Hipólito, con sus aciertos y desaciertos, anunciaban una posibilidad de ir más allá del recurso seguro de filmar lo que se conoce y espejar simétricamente una generación a la que se pertenece. Luego, los cineastas cordobeses eligieron el repliegue en la intimidad (Los besos, El último verano, Todo el tiempo del mundo, Atlántida, Miramar, entre otros títulos), esa tendencia a sacralizar las historias mínimas, cuya expresión más perfecta, exitosa y conservadora es Ciencia naturales, una película inofensiva e inobjetablemente sensible, pero que clausura todo riesgo y termina siendo la más paradigmática de un sistema estético global.

En tu carta mencionabas una preocupación en torno a la crítica. Comparto todas tus preocupaciones y podría enunciar problemas aun más acuciantes. En los últimos 10 años, la crítica que se escribe en Córdoba dejó de ser moldeada por la reseña semanal de los diarios, la cual suele estar determinada por la redescripción de un argumento y la interpretación de este por parte del crítico. En este sentido, la publicación de los libros Diorama y Hacia lo que vendrá. Escritos desde el cine, sumada a la existencia de una revista como Cinéfilo, fueron hitos de una transformación literaria en torno al cine.

Debo decir que la promesa que veía en esa publicación llamada Cinéfilo ha sido en cierta medida traicionada. El staff es formidable y sus redactores son gente sensible e inteligente. Después de un par de años de existencia, los jóvenes que tienen a su cargo la revista han conseguido sostenerla y mantener un nivel más que aceptable en tanto discurso general y análisis específico de películas y temáticas. Sin duda, es mejor que otras revistas que se publican en Argentina, pero lamentablemente comparten un espíritu de época: en cierta forma, participan del discurso general de la crítica acoplándose a las certidumbres del consenso. No cuestionan ni rivalizan con el status quo de la crítica porteña. Así, han quedan aislados y en todo caso no son otra cosa que una curiosidad de provincia. A su vez, se han mantenido distantes del “fenómeno”, incluso siendo parte de él. El gesto combativo de pensar a fondo y escribir sobre las películas cordobesas y cuestionarlas en su propia física y en el ordenamiento simbólico concomitante a las poéticas elegidas por los cineastas de la provincia, brilla por su ausencia. Lo mejor que hicieron al respecto fue cuestionar honestamente Salsipuedes para después encarar una entrevista con el director, un ejemplo de discusión que conjuró el desprecio y el resentimiento. Pero todo quedó ahí.

Nada más por ahora. Lo único que nos queda es trabajar, trabajar y trabajar. Y seguir también pensando y estudiando.

El enigma no resuelto

 

El enigma no resuelto

 por Guillermo Vázquez

El joven Marx, a los veintipico de años (edad promedio de un estudiante de la UNC que cursa Derecho de la Navegación, Estructuras III o Geotecnia II) escribió una frase sobre el comunismo en unos apuntes: es el enigma resuelto de la historia, dijo. Esa fe en que las contradicciones y dolores de la explotación se verían por fin concluidos con la sociedad sin clases.

¿Qué clase de enigma es el peronismo en la historia argentina? Un texto de Nicolás Casullo de hace unos diez años daba unos sintagmas que asustaban por la dimensión inabarcable del fenómeno político más pensado de todo el siglo XX argentino, y vuelto a poner en marcha siempre:

Peronismo. Conciencia política anticapitalista de la clase obrera, fascismo vernáculo,  bonapartismo contrarrevolucionario, movimiento histórico del pueblo, laborismo frustrado, presencia de las mayorías democráticas, historia de la resistencia popular, hecho maldito del país burgués, nacionalismo antidemocrático, burocratismo gremial conciliador, identidad política proscripta, democracia cristiana camuflada, conducción del frente de emancipación nacional, organización de obediencia verticalista a un jefe, proyecto burgués reformista, ideología anticomunista de las clases trabajadoras, pueblo y nación en armas, barbarie acaudillada, cultura subalterna antihegemónica, sindicalismo de la liberación, última carta antipopular del sistema, identidad política de las vanguardias guerrilleras, populismo conservador oligárquico, proyecto antiimperialista por el socialismo, alianza sindical-militar, neoliberalismo menemista pronorteamericano.

El texto se detenía en 2004, y no habría la enormidad de nomenclaturas sobre la reactualización de muchos de estos lemas que trajo kirchnerismo y sus detractores por izquierda y derecha. A 70 años del 17 de octubre de 1945, la fecha más mítica para un peronismo rodeado, asediado a veces, por el mito, también Deodoro hizo una apuesta por pensar otro aniversario que pasó más desapercibido: los 60 años del 16 de setiembre de 1955, uno de los hechos más dolorosos de la historia nacional, en la cual Córdoba tuvo una participación lamentable (y sin embargo reivindicada hasta hoy, tantas veces, por tantos actores).

La idea originaria –y así fue transmitido a quienes invitamos a escribir– era tomar las preguntar que hacíamos al caso Córdoba. No por un cordobesismo de símbolos vacíos o lugares comunes (reproducidos como si fuese una proeza en una canción –“Oda”– sobre Córdoba que anda dando vueltas como un zombi hace unos años). El peronismo, que obviamente trasciende a un Partido, es una de las cosas más universales que tenemos. “Universal” no solo porque, como siempre dice el artista Daniel Santoro, es una de las pocas creaciones argentinas que ha llegado lejos en el mundo como particularidad nacional. Hoy cualquiera tiene atributos para opinar sobre peronismo. Estoy seguro de que no ocurre con términos como “centroderecha”, radicalismo, o comunismo (pero, claro, puedo estar en el error). Como la presunta intención (o ausencia de la misma) en la patada de Tévez: todo el mundo está tentado a decir algo sobre el peronismo.

Sin embargo, está claro (como plantea Carlos Godoy en su intervención) que el peronismo –en todos los sentidos– tiene manifestaciones bien diversas según las diversas geografías del territorio nacional. Pero sobre todo porque la reflexión en torno a Córdoba tiene que ver con una deuda, y es la de pensar con más intensidad su historia política, social y cultural.

Hubo otras personas invitadas –militantes de otros partidos o movimientos no peronistas– que no tomaron la propuesta de Deodoro (con dos modalidades: la amabilidad como regla, o un enigmático silencio como excepción) y que convocaremos para pensar en otros números previstos sobre ejes similares –por caso, uno que ya está en agenda: la izquierda. Lo importante también es tener la posibilidad, la libertad de un espacio, de decir algo sobre el peronismo, incluso sin argumentar, como un grito de hartazgo o de indignación ante una injusticia: que es un engaño hablar de eso, que no hay ningún enigma por resolver, que nada es complejo sino más bien simple (“Es el peronismo, estúpido”). O guardar silencio, parquedad, como haría un maestro zen.

Pero sabemos también que es muy difícil decir algo. Hace unos años, Deodoro, la Editorial de la UNC y la librería 1918 (cuando ésta estaba frente a la Compañía de Jesús) coorganizaron un micro ciclo de charlas, en medio de una campaña para la intendencia que transcurría en ese 2011, salvo alguna rara excepción, sobre ejes conmovedores sobre cómo habría de hacerse la obligada privatización de la recolección de basura. Titulamos el ciclo “No queremos hechos, queremos palabras”, buscando alguna provocación en aquel grafiti del hiperinflado mayo francés que, como todas aquellas pintadas del 68, ya no asusta ni a un pequeño comerciante anti-conciliar. (Recuerdo que Alejandro Groppo, uno de los tipos más apasionados que pensó el peronismo en Córdoba, coordinó una mesa.) Las páginas que siguen a continuación son nuevamente una apuesta entre tanta mirada por encima del hombro, casete puesto y especulación. Y como un japonés vinculado al honor samurái que se practicó el harakiri tras descubrir que existía el cepillo de dientes eléctrico –según contó en alguna parte Fontanarrosa–, imaginamos la angustia terminal de los grandes oradores del peronismo –y contra el peronismo– que tuvo esta provincia, si hubiesen sabido de la existencia del telepronter.

DEBATE POESÍA/POLÍTICA.

La pregunta por el compromiso político de la literatura siempre ha sido menos frecuentada en la poesía que en la narrativa. Esa pregunta incomoda a la vez que se hace inevitable cuando una generación vuelve a preguntarse por ella. Cinco poetas que comparten una generación cordobesa, y también el grupo Pancomido, se acercan a la cuestión desde lugares que dan cuenta de la diversidad y las discusiones pendientes.

Politica mysterium

Carlos Surghi

Escritor y poeta

La muerte seguida de filósofos, editores, poetas –en algunos casos cercanos, en otros distantes y en un caso puntual leído y admirado– me llevó a pensar que venimos del misterio y hacia el misterio vamos –cuando no pasamos gran parte del tiempo haciendo esfuerzos por negar e ignorar ese misterio que nos rodea y nos trabaja hasta vencernos. Sin embargo, la licencia extraordinaria a esa falta del origen y el final, y a nuestra pecaminosa distracción en el presente, es la poesía misma. Ella proviene de una atención inusitada que gravita sobre el mundo; por caso para Hölderlin era ritmo, sostén, continuidad, excusa de existencia que justifica todo lo presente. Si tuviese entonces que definir su singularidad de un modo muy general, y acorde con un pedido de opinión que me solicitan en este momento, diría que dentro del terreno de lo legible que puede ocupar una feria dedicada al libro como objeto en el cual leemos actividades de la cultura, la poesía ocupa el lugar de lo ilegible, es un libro que conduce hacia el silencio. Pero aclaremos que lo ilegible aquí no existe como tal en el sentido de aquello que no se entiende, que nos expulsa de algo que se dice, sino que está presente en el poema en el sentido de aquello que requiere otra lectura, otra predisposición como puede ser entregarse a cierto extrañamiento.

Siempre me llenó de admiración el hecho de que la poesía sea ilegible hasta en su lógica de subsistencia: ediciones de autor, agrupaciones de pequeñas editoriales; prepotencia de trabajo impulsada por una minoría y predisposición heroica a sostener una resistencia frente a la inteligencia devastadora de la mala prosa la han llevado a situarse en su lugar de distinción. Tal vez por tradición, por su constante sustracción, la poesía es aristocrática en cualquier contexto, aún en el de los bienes culturales, en el de la política misma –de hecho, la poesía es política del misterio: atiende a lo innombrable, y por eso, poco de ella se puede decir que no sea accesorio, circunstancial, propio de una equivocación sostenida por la vanidad.

Muchas veces frente al extrañamiento del poema pienso: cómo se podría pensar una política de lo íntimo cual la que atraviesa el curso de las palabras que leemos; quién podría, en lo íntimo de esa escritura donde aún hay yo, desear una política que sea todas las posibilidades del poema. Si lo político es una forma de resistencia me atrevería a decir que siempre me interesaron las formas casi insignificantes de resistir, las formas que están inscriptas en todos los aspectos de lo contemporáneo y que hacen al poema como accidente, equivocación, dispersión de un significado que creemos necesario. ¿Existe entonces en la poesía una voz grandilocuente que necesariamente para volverse poesía de lo político debe levantar banderas de la época, acciones concretas de un presente apenas experimentado; o con el solo hecho de pensarse a sí misma como un misterio sobre el día esa voz ya es más política que cualquier consigna programática? Por afinidad para con lo maravilloso-insignificante me atrevo a decir que es más probable encontrar lo poético-político en lo circunstancial, en lo gratuito, en cierta adolescencia trotskista de la poesía que necesariamente debe contrapesarse con el conservadurismo senil de lo impune. Uno de los últimos libros del poeta Hugo Gola reúne una serie de textos que hacen las veces de anotaciones, registros de un diario a medio camino de lo que se lee y lo que se experimenta. Entre sus muy logradas páginas descansa el hecho poético-político por excelencia que trasciende a su autor y puede aplicarse como espíritu de género: “Cada vez me atrae más la idea de la poesía como un no decir”. Que cada uno de nosotros pueda leer ese no decir, que pueda hacer con él su forma de resistencia, que sepa llevarlo como un escudo en las batallas diarias, es garantía del absoluto político que una y otra vez se hace presente en el misterio del poema.

Hoy también comienza otra batalla

Leticia Ressia

Poeta y Lic. en Letras

Empecé a escribir a principios de los 90. No eran poemas de amor adolescente o la catarsis de una chica incomprendida, sino el encuentro entre la pulsión de la escritura y la ebullición de un contexto histórico en el que Menem hablaba de instalar, en Córdoba, una plataforma espacial que nos remontaría a la estratósfera. Luego comprendí que escribía por necesidad y resistencia, y que el único punto en común entre el discurso político y la poesía era el lenguaje: sólo mediante el lenguaje representamos y construimos una máscara.

Sin embargo, en esa preocupación por el cómo decir, la política olvidó, entre otras cosas, la belleza. Es casi imposible concebir su praxis de manera poética, pero sí podemos pensar a la poesía como su contradiscurso. Precisamente, después de los 90 y la crisis del 2001, la producción editorial cordobesa sumó nuevos actores a los ya conocidos. Es imprescindible mencionar a Llanto de mudo, La Creciente y Pan Comido, como propulsores de una nueva forma de publicar y hacer poesía; poetas jóvenes, libros de bajo costo, una propuesta estética diferente y en algunos casos, militante. Es decir, precedentes importantes de nuestra poesía actual que es variada, reconocida y con un público lector que crece.

Sin intentar establecer una mirada reduccionista sobre la poesía local, es necesario para cualquier tentativa de análisis sobre la relación entre poesía y política, detenerse, al menos, en ciertos aspectos fundamentales: una poética del disentimiento –entendida como voz testimonial y privilegiada de denuncia contra los valores impuestos por el mercado y el abuso de poder–, el uso particular del lenguaje, políticas de publicación y distribución, la relación con las instituciones, la ocupación de los espacios públicos y el poeta militante. Todos estos factores funcionan en la polis cordobesa y rompen con el prejuicio de poesía pura vs. poesía panfletaria. Incluso los que no hacemos una poesía exclusivamente de denuncia o de la mal llamada poesía social, estamos atravesados por nuestra propia ideología y las políticas de turno. No puedo escribir de manera amable, no hay otro tono desde cual crear que no sea el de la réplica, la ironía y la furia. La poesía no es para mí la forma pasiva de un lenguaje sino la interpelación constante. Vivimos en una de las provincias cuya policía es de las más represivas del país, con un código de faltas abusivo y entre otras cosas, pobre en políticas culturales oficiales.

Contra este deterioro el contradiscurso poético se levanta, ocupa espacios públicos, como el Cabildo, para hacer El festival internacional de poesía que cuenta con el trabajo, sostenido e impecable, de Carlos Ferreyra, Gastón Sironi y Alejo Carbonell. Se promueven infinidad de ciclos de lectura tanto en la capital como en el interior, en bares, bibliotecas y librerías convocadas por las editoriales independientes entre las cuales, algunas en permanente diálogo, llegaron a formar hoy el colectivo Frente Mar. Se toma la calle con lecturas y performances poéticas con el grupo Preña Mutosi y la feria de fanzines. Se lee poesía en las escuelas, y también en los ex-centros clandestinos de detención. Habitar el grito se llamó el ciclo de lectura en La Perla organizado por el grupo Pan Comido y distintas organizaciones de derechos humanos, que convocó bajo las palabras de Glauce Baldovin, a ocupar el lugar donde todo lenguaje era arrancado con dolor.

Finalmente, no encuentro un mayor gesto político en nuestra poesía, que la multiplicidad de voces y estéticas que toman la palabra y la multiplican, porque como escribiera Glauce “hoy también comienza otra batalla”.

Prescindible y necesaria

Gabriela Milone

Doctora en Letras. Docente de la UNC. Investigadora de Conicet.

¿Acaso puede decirse que hay usos más o menos políticos de la lengua; que hay poesía más o menos política; que la politicidad de la poesía se mide según la instrumentalización de lo político, cuando por “político” se entienda la escansión de “contenidos” considerados más aptos para decir, para incidir, para decidir? ¿Nos preguntaremos si la poesía decide sobre algo, si habla por todos? Muchos nos han enseñado a complejizar estas ideas y a conducir la reflexión al extremo de lo pensable. Aun así, cabe preguntarse: ¿no es política la poesía, toda poesía, cada vez que presta voz a lo que pareciera no tener voz, cada vez que hace audible lo que no se oiría de otro modo? No son preguntas que debamos responder; son interrogantes que abren la discusión, más allá de la dicotomía clasificatoria de, por un lado, la supuesta poesía de “compromiso político” y, por el otro, la presunta poesía de pura “exaltación lírica” (pero a esta altura quizá debamos reforzarle las comillas a esas expresiones).

Una vez, ante un libro de poesía hecho artesanalmente por un pequeño grupo de editores, el poeta bahiense Mario Ortiz exclamó: “Esto es política, muchachos”; y de esa definición sucinta y exaltada quizá se entendió que se hablaba de un hacer (poiesis), de un hacer algo, de un hacer algo que antes no estaba hecho, de un hacer algo que antes no estaba hecho y que tiene voz y que se escucha y que se lee y que es poesía (¡poiesis!).

Hace unos días, Alción Editora (Córdoba) anunció la reedición, a casi diez años de ser publicado, del ensayo de Oscar del Barco titulado Juan L. Ortiz. Poesía y ética. La noticia es por demás interesante, no sólo por los posibles nuevos lectores del libro, sino porque acaso desde allí sea posible volver a poner en escena la pregunta vigente, al menos, desde Hölderlin: para qué poetas en tiempos de desamparo. Y se habilitaría esta pregunta específicamente de la mano del poeta entrerriano, cuya escritura también fue leída por muchos en clave exclusivamente “lírica”, en esa sucesión incontables de “oh” del poeta extasiado ante la experiencia del milagro que lo rodeaba; lectura que avanzó en detrimento de la profunda mirada política del poeta del mundo, y más aún: de su apuesta ética por un espacio común para la voz poética. Porque si hay algo en lo que parece insistir la lectura de del Barco sobre el poeta Ortiz es en la configuración de ese espacio de la experiencia donde esta poesía convoca a los “otros” y a los “amigos” para cantar a y por los hombres, los niños, las mujeres, los animales, los ángeles, los árboles, el río, el aire, la dulzura, el dolor, lo que une, lo que se comparte, lo que se recibe y lo que se da. Dice del Barco, leyendo a Ortiz: “La poesía no lleva a ninguna parte, ella es (…) un lugar cruzado por los llamados sin fin”. Creemos que si hay una experiencia común (en la poesía de Ortiz, como así también en la poesía de del Barco), quizá sea esa escucha y esa escritura cruzada por los llamados sin fin, por los llamados de los débiles, aquellos que no tienen voz sino grito.

Jean-Luc Nancy decía que aunque la poesía sea prescindible (cualquiera puede vivir sin poesía), nos es absolutamente necesaria. No sabemos si hay verdad en esa afirmación, tan sólo sabemos que hubo una vez un poeta que, a orillas del Paraná, escribió obstinadamente para que los hombres “seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada”.

Busco el Gran Escrito Cordobés y Cursi

Lucas Tejerina

Fabricante de búmeran

La gran y única irrupción poética que aconteció en la política de Córdoba sucedió en julio de 1995. ¿Fue el pueblo? ¿Fueron punteros políticos? ¡Qué importa quiénes fueron! Protagonizaron, ellos, el fuego poético que comenzó a quemar un emblema del costado más nefasto de la política cordobesa: la Casa Radical. La intrepidez poética avanzó sobre el conservadurismo político. Mi eterno agradecimiento a aquellos que me ofrecieron ese bello acto de justicia poética.

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Pienso cuáles fueron mis primeras aproximaciones a la conjunción dada entre la palabra poética y el decir político y me veo leyendo, escuchando discursos de Perón y de Evita y presenciando los cierres de campaña del peronismo y el radicalismo en el 83. Deslumbramiento por la palabra era lo que sentía cuando escuchaba a Alfonsín cerrar sus discursos recitando, vehemente, el preámbulo. Ya de grande, los poetas que me fascinaron fueron, desde un principio, poetas militantes: Vallejo, Neruda, Hernández, Hikmet. Pero, salvo escasos meses a fines del siglo pasado, no milité políticamente ni creo hacerlo nunca. A mis 40 años no he podido vencer el sentimiento de inutilidad que emana, para mí, de todo accionar humano. Sobre todo el mío. No creo, al menos en mi caso, militar a través de la palabra. Otros, en Córdoba, lo hacen. Y les sale bien. Hay una parte de la política humana, diaria, callejera, barrial, militante, que se deja ‘aprehender’, ‘traducir’, ‘nombrar’ con las herramientas de la poesía. Y hay una parte de la política humana y cloacal que todavía no la he visto contada en el ‘soporte poético’. Yo intenté la primera parte y no me salió. Desde entonces busco el “Gran Escrito Cordobés Y Cursi” que me haga estar en paz con mis demonios internos y mis amores externos. O al menos que me dé un tiempo de tregua. Pero nada político hay en esa búsqueda. Sé que tampoco había una intencionalidad de búsqueda política en el poeta, editor, historietista Diego Cortés, fallecido hace pocos días atrás. Sin embargo con su sello editorial Llanto De Mudo –una especie de locomotora silenciosa, siempre aceitada y de funcionamiento constante que no detuvo su marcha en los últimos veinte años–, hizo mucho más por la cultura de Córdoba que, para ser breves, los últimos tres secretarios de cultura de la municipalidad. Pensé en nombrarlos pero sería ensuciar esta hoja.

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Hay más poesía en el prospecto de la azitromicina que en cualquier discurso del más brillante político cordobés actual. Yo escribí, años atrás, un largo escrito que pensé podía servir como una especie de conjuro frente a un hecho que, intuíamos, era irreversible, inminente y trágico: la muerte de Chávez. Le proponía a Dios, en el escrito, que lo dejara a Chávez 20 años más modificando, concreta y poéticamente la realidad latinoamericana, y me llevara a mí. O en su defecto se llevara a Ramoncito Mestre. O, como en un poema proponía Luy, votásemos a quién se llevaba. Yo sé que Dios escuchó mi pedido. Pero se lo llevó a Chávez. No sé qué relación puede tener este hecho con la poesía y la política de Córdoba. Pero no van a negar que no sea un dato menor saber para quién va a votar Dios en las próximas elecciones municipales.

Los miserables crean el futuro

Las calles de la ciudad, sus paredes y veredas, enuncian de manera sostenida y silenciosa a través del arte y la poesía, un futuro próximo, lo que vendrá.

Cuqui

Poeta

«¿Qué diría de la humanidad de hoy? Diría que sus calles son amplias».

Voces reunidas, A. Porchia

Los poetas contemporáneos escriben dentro de los cubículos que arman las paredes más el techo. Personas anónimas escriben/dibujan del lado de afuera, del otro lado, donde está prohibido, aforismos impresos con aerosol de puño y letra o con esténciles, en general en mayúsculas –cuando hay cursiva o mayúsculas y minúsculas, se aprecia la urgencia emocional que acompaña el discurso–, son la voz de la ciudad.

Lo que se reclama en las paredes ahora puede ser ilegal o inconcebible, en el futuro será una realidad cotidiana, como lo es el voto femenino, el matrimonio igualitario, etcétera. Dibujar o escribir en las paredes es un arte marginal y en las calles se gesta una pequeña revolución en apariencia silenciosa y lenta que traerá un cambio radical a largo plazo.

Por ejemplo: “maternidad no es destino”, “anticonceptivos/ para no abortar/ aborto legal/ para no morir”, “Quiten sus Rosarios/ De nuestros Ovarios”/ “Las ricas abortan/ las pobres mueren/ ¡hipócritas!”, “yo aborto tú abortas/ todas callamos”, llevarán a la maternidad responsable y la legalización del aborto.

Arte y poesía en las paredes

«En nuestra época, cada político, cada héroe deportivo, cada terrorista o estrella de cine genera un gran número de imágenes porque los medios automáticamente cubren sus actividades».

Volverse público, Boris Groys

Producir imágenes no necesariamente es arte. Lo mismo vale para la poesía urbana. ¿Los aforismos que vemos pintados en las paredes son literatura? ¿Cómo funcionarían si estuvieran impresos en un libro? “waranga/ dejá de/ parir”.

¿Cómo pensar hoy a un poeta maldito, con sus poemas en un libro cuidado por algodones al lado de aforismos que representan y son necesitados por las masas?

Jenny Holzer es una artista conocida por sus textos en carteles electrónicos a gran escala en la vía pública: “el abuso de poder no nos sorprende”, “la propiedad privada creó el crimen.” Bárbara Kruger aúna fotografía y poesía en blanco, negro y rojo, en una obra feminista y anticonsumista: una nena rubia con trencitas saca la lengua y el texto encima suyo dice: “El dinero puede comprar tu amor”; un soldado joven es tapado por “Seguimos perdiendo cuando ganamos”; una mujer joven y sexy, rubia, de pelo largo, es cubierta eróticamente por unas palabras recortadas, “Las rubias lo hacen mejor”; una fotografía de una burbuja tiene escrito encima: “Jugando con la libertad”, etcétera. John Lennon y Yoko Ono hicieron intervenciones urbanas pacifistas con el poema/eslogan “the war is over (if you want it)” y llevaron adelante la memorable performance, “Bed peace” (1969).

En las marchas populares es donde más se ve la poesía breve para luego ser recitada una y otra vez por los caminantes. O son escritas en grandes banderas, en carteles llevados a mano, en el cuerpo. “ni olvido ni perdón”. Y esas frases contundentes son más inolvidables que ningún verso de ningún poeta contemporáneo. El alma de la época está en esos aforismos anónimos escritos ilegalmente por ahí.

Léase como se habla

Pan Comido Poesía

¿Valdrá la pena en los tiempos que corren y abrazamos, desde el 25 de mayo de 2003 al invierno primaveral del 2015, puntualizar la relación o relaciones de la poesía con la política? Ya el pueblo lo entendió mejor que nadie y eso es lo que importa: la política es como el pan: más fresco o más reseco, más light o más casero, amasado por tus manos o por otras, está en todas las mesas: en las pudientes y en las despojadas de todo derecho, en las inundadas y en las que se incendian. Y, algunas veces, no vemos ni las migas.

En todo caso podemos hablar de que no existen –en lo que sería cierto ambiente de la poesía, o los y las poetas de Córdoba– muchas discusiones; menos de las políticas. Más sí podemos ver qué hace cada uno, cómo la hace y con quién.

Como Pan Comido hemos ido avanzando intuitivamente en estos años. Sabiendo que nos gusta la poesía, nos convoca y nos compromete con muchas de nuestras pasiones más cotidianas. En ese camino, fuimos tratando de juntarnos con todos aquellos artistas, grupos, instituciones y organizaciones que no nos sentimos parte del proyecto de país que impusieron la dictadura cívico-militar y el neoliberalismo. Y que con los años fuimos construyendo, desde el lugar que a cada uno le toca, el proyecto nacional y popular que nos permitió recuperar la igualdad, la soberanía, la alegría, la gloria coronada de la historia. Como dice nuestro compañero Pablo Carrizo: “Somos otros o silencio”.

Nos interpelan los conflictos y el desarrollo de nuestro oficio que tiene que ver con escribir, editar y difundir poesía.

En nuestra Córdoba, tanto el gobierno provincial como el municipal, tienen una nula relación concreta con el sector editorial y cooperativo: muchas encuestas y pocas políticas. No acompañan con capacitación, ni con incentivo a la producción, ni con la difusión de lo que se hace, por fuera de la industria editorial que, como se sabe, está totalmente concentrada en pocos dueños. Empresas Editoriales Alta Gama manejan el mercado y las ferias oficiales, donde las editoriales pequeñas independientes o alternativas no son acompañadas por los estados locales para poder distribuir y comercializar sus producciones. La competencia es totalmente desigual.

Ni el Municipio ni la Provincia reconocen el trabajo de las y los poetas con más experiencia y trayectoria. No les pagan –o lo hacen con meses de atraso– la pensión por la Ley de Reconocimiento Artístico. Y tampoco se los convocan para lecturas en actividades oficiales o en escuelas públicas, que son su mejor manera de sentirse vivos: compartiendo su trabajo con la gente.

Es por eso que adherimos a las propuestas que los trabajadores y trabajadoras de la cultura hemos elaborado para el desarrollo y la difusión de nuestro trabajo, con Ley Provincial de Cultura y la creación de un Ministerio que desarrolle políticas específicas para el sector.

En este contexto, la poesía suele ser el tiempo que uno le roba a la familia, al sueño, al empleo que te da de morfar. El momento que cada uno se puede quedar pensando en dónde estarán suspendidas las palabras para decir todo lo que nos gustaría decir y no sabemos cómo. Pero hay palabras que nos siguen tiroteando, historias que nos acompañan. Hay música del lugar que no se calla, ni agacha la cabeza. Léase como se habla.

Litigio y cambio social

ILUS PUGA

Litigio y cambio social

Mariela Puga

Doctora en Derecho. Coordinadora de la Clínica Jurídica de Interés Público Córdoba

Una extendida idea progresista del derecho tiene muchas veces una contracara que legitima la endogamia jurídica, entendiendo mal el conflicto social. Una de las mayores especialistas locales en litigio estratégico, se pregunta por los alcances de esas argumentaciones.

Episodio 1: Primeros fueron los jueces

Frecuentemente, la intervención judicial progresista se anticipa a la de los órganos ejecutivos y legislativos. Esta afirmación tiene evidencias irrefutables en nuestra historia reciente. No obstante, una versión de ese progresismo judicial está claramente más comprometida con la legitimación de los actores jurídicos y sus instituciones, antes que con el cambio social justo. Intentaré explicar estas afirmaciones.

Hace unas pocas semanas la Corte Suprema de Justicia Norteamericana declaró inconstitucional las leyes estatales que impedían casarse a las parejas del mismo sexo (un mes antes, hacía lo mismo la Corte Suprema Mexicana). La alegría de progresistas recuerda que fueron también los jueces argentinos quienes autorizaron los primeros matrimonios igualitarios, anticipándose así a la reforma del código civil. Nuestros jueces, también fueron los primeros en hacer que personas transexuales e intersex pudieran cambiar su nombre y sexo en los documentos de identidad, anticipándose con ello en varios años a la ley de identidad de género.

No es exagerado subrayar que las cortes ofrecen un Coliseo más hospitalario que el de los órganos electivos, para discutir las bases de la moralidad social. Es allí donde la cuestión moral toma por primera vez cuerpo público, bajo las reglas del litigio, y la forma de un “caso”. De esta forma, la razón moral traza su dimensión institucional, y el discurso autoritativo del derecho se transforma en el trofeo anhelado por los militantes del cambio social.

Los antecedentes son bastante sobresalientes. Fueron los jueces argentinos los primeros en permitir que una pareja pueda divorciarse allá por los años ochenta, antes de que la ley argentina finalmente habilitara el divorcio, y fueron también jueces, quienes en medio de los neoliberales años 90, ordenaron al sistema de salud nacional la provisión de medicamentos gratuitos a todos los enfermos de sida del país.

La mirada política atenta, no puede dejar de advertir en estos antecedentes, a las huellas del crecimiento del poder simbólico de la institución judicial y del discurso del derecho. En efecto, cada vez que una ley confirma lo que los jueces venían sentenciando, algo importante parece demostrarse. En esa anticipación los jueces no sólo le “marcan la cancha” a la regulación progresista por venir, sino que al hacerlo en sintonía con el “sentir social” mayoritario, demuestran una especial aptitud para imponer pretensiones estabilizadoras de un nuevo orden social.

Episodio 2: Después vinieron los jueces

No solo a través de la anticipación a las leyes se legitima la intervención judicial, sino también a través del desafío de leyes conservadoras o de la reanimación de leyes progresistas moribundas.

¿Cómo olvidar aquel día en que la Corte Suprema de Justicia Argentina (CSJ) declaró inconstitucional a las leyes de punto final y obediencia debida? La CSJ sólo estaba confirmando la constitucionalidad de una ley posterior, la ley 27.776 que ya había declarado la nulidad de aquellas leyes, pero que padecía de insuficiente legitimidad. Quizás porque no era claro que la mayoría estuviera de acuerdo con el juzgamiento de los militares, o quizá porque para los actores jurídicos era demasiado obvio que la ley 27.776 implicaba la violación de principios sacrosanto del derecho penal. En cualquier caso, fue la Corte quien limpió la ley 27.776 y con ello habilitó nuevamente el juzgamiento de los militares. Inmunizó a la ley 27776 de la crítica legal fatal (aunque no de toda), la sazonó con los argumentos necesarios para hacerla parte del derecho, y, finalmente, le dio el respaldo institucional necesario para pertrecharla de autoridad estatal.

¿Cómo olvidar cuando la misma Corte declaró la constitucionalidad de la ley de medios?, justo cuando se debatía la misma legitimidad del poder judicial para inmiscuirse en la validez de una ley dictada por las mayorías. Reconvirtió en autoridad, lo que hasta ese momento era una fuerte crítica hacia los jueces que recogían los reclamos de Clarín. Ya tampoco se puede borrar de la historia institucional el día que la CSJ sentó principios claros sobre los casos de «aborto no-punible» que por primera vez pusieron la voluntad de la mujer embarazada en el silogismo legal, o cuando declaró la inconstitucional a la penalización de la tenencia de estupefacientes para consumo personal, y a la ley que impone el monopolio sindical. Todo eso mientras el congreso ni siquiera se dignaba, o digna, a dar la discusión en el recinto.

En estos, como en otras decenas de casos, el progresismo de los jueces en materia de moralidad política aunque no se anticipa a las leyes, sí las desafía con perspectivas que responden a la crítica progresista del derecho vigente, o bien, fortalece aquellas leyes progresistas que no tienen la suficiente fuerza institucional para consagrar su autoridad. Al hacerlo, las Cortes nuevamente brillan, ya no como el primero, sino como el último Coliseo del debate moral.

Episodio 3: Y otra vez los jueces

La concreción de leyes progresistas, a veces producto de denodadas luchas sociales y judiciales, ha tenido muchas veces un primer momento de incertidumbre. Ni bien la ley sale de la cocina legislativa, queda al desnudo la brecha entre la norma y la realidad.

Lejos de politizar esa brecha, quienes ganaron la lucha política conquistando la ley, se inclinan sistemáticamente por juridizar su próxima batalla. Equivocadamente, desde mi punto de vista, tratan de evitar neutralizar el sabor del triunfo reconvirtiendo el relato del conflicto social. Lo que era una “injusticia moral o social”, se transforma en una cuestión de “incumplimiento de la ley”. La demanda movilizada busca ahora que se cumpla «lo que dice la ley”, y los activistas sociales, y sus intuición morales, se alinea a favor de “que reine el derecho.”

Este es el ciclo final de la juridización del discurso social y político, la escena de coronación de los actores jurídicos y sus instituciones. Ahora sólo tenemos una “falta”, la que sólo pueden llenar los jueces ordenando que se cumpla la ley, después de que abogados presentaron sus demandas, con los argumentos legales acordes. Así, el protagonismo de los actores jurídicos y sus argumentos propios se devora buena parte del debate moral y político, mientras crece irrefrenable la dependencia a las lógicas, actores y mecanismos del campo del derecho.

El desplazamiento del sentido común por el sentido legal, es el último hito de esta escena. Otra manera de llamarlo, es la expropiación total del relato del conflicto social a sus principales actores políticos.

Interludio: ¿Cambio social?

Sostener que las cortes se anticipan o desafían a los órganos electivos (ejecutivos y legislativos), en materia de cambio social, o incluso que socorren su progresismo, no quiere decir que las decisiones judiciales lideren el cambio social.

Las cortes van siempre por detrás de los cambios sociales, aunque su particular rol las habilite a reflejarlos institucionalmente antes, o hasta mejor. Es desde esa posición estratégica dese donde se decanta su legitimidad.

Historiadores sociales y jurídicos vienen demostrando que las decisiones judiciales vistas como las “más progresistas” del derecho occidental, tuvieron lugar cuando las mayorías ya se alineaban en esa dirección. Los jueces, simplemente vienen demostrando la capacidad para catalizar las nuevas intuiciones morales mayoritarias, o para reflejar inquietudes morales que aunque no sean mayoritarias, son lo suficientemente intensas como para hacerse un lugar central en el llamado “debate público burgués”.

Es aquí donde a un observador atento le toca advertir que esa “anticipación”, “desafío” o “socorro” progresista en la canalización institucional de la voluntad de cambio moral (mayoritaria, o particularmente intensa), es un mecanismo que genera gran rédito político, en cuanto legitima a los actores jurídicos que lo articulan.

La legitimidad social que ganan los jueces al ser los primeros en expresar institucionalmente lo que quiere la voluntad política dominante, los abogados que les llevan los casos que la expresan, los juristas, que generan los argumentos legales que fundan las decisiones de cambio, ha sido el principal input de legitimación social y política del sistema judicial occidental.

Entre los observadores externos al derecho, están los que ven a la intervención judicial progresista unida coyunturalmente a la legitimación del derecho y sus actores. Es decir, quienes identifican la conexión causal. Otros, dirán que ese tipo de intervención es lo que “justifica” el rol político de los jueces en nuestro sistema institucional. En fin, intentan justificar esa conexión causal. Finalmente, estarán los que se ocuparan de indicar que para muchos actores del campo jurídico, esa legitimación se ha transformado en su objetivo único, o al menos privilegiado. Ellos pretenden explicar la conexión causal.

Lo que debería interesar al progresismo social o moral de nuestro tiempo, no es tanto que los actores del campo legal se beneficien con intervenciones judiciales progresistas, como que ellas benefician realmente al cambio social. Ello implica dar cuenta tanto del let motiv, como de la forma de la intervención judicial. En efecto, si los actores jurídicos sólo buscan “vestir bien” al derecho frente al espejo de la opinión pública dominante (o vestirse bien ellos mismos), por lo general harán uso de la potencia simbólica del discurso, evitando hacer uso de las potestades instrumentales del derecho. El discurso progresista judicial legitimará a los actores del campo que lo promovieron, e incluso a los contrincantes que lo acepten (en cuanto representan sentimientos morales mayoritarios o intensos). Pero también jugará un rol lamentable de desmovilización política, entrampamiento legal, y preservación del estatus quo conservador. Evidencias irrefutables de esto últimas se observan en lo ocurrido después del fallo del juez Rinaldi en relación a las Razzias policiales de la ciudad de Córdoba en mayo del 2015.

ILUS PUGA

La torre infinita

La torre infinita

Un recorrido por una de las tareas más difíciles como imprescindibles de la poesía, la traducción, en la Córdoba desde comienzos del siglo pasado a la actualidad.

Silvio Matoni

Docente, poeta, escritor.

El acto de traducir participa de una extraña fe, puesto que se sabe que las lenguas, diversas y arbitrarias cada una en sus particulares relaciones de sonido y sentido, no son equivalentes en muchos casos, quizás en ninguno. Esta dificultad, que corresponde a la opacidad de cada lengua en la medida en que no transparenta su referente, en tanto que lo señalado por la palabra no deja de hacer resonar otras alusiones y otros espesores, históricos, inmemoriales, se incrementa cuando se trata de poesía. Porque justamente es la práctica de escritura donde más se suele acentuar el costado material de las palabras. En el poema, se han seleccionado ritmo, tono y cadencia, y cada palabra no parece reemplazable por su sinónimo. Y si la sinonimia no existe nunca de manera exacta dentro de una lengua, esa búsqueda forzada de sinónimos que quiere atravesar los idiomas, y que se llama “traducción”, pareciera condenada al fracaso. Sin embargo, sucede, y se da sobre todo, con intensa insistencia, en la poesía y entre los poetas. Y es como si quisieran remediar el defecto de las lenguas, sus diferencias, a través del rito solitario de convertirlas unas en otras.

Deberíamos pues empezar a recordar la historia de las traducciones poéticas en Córdoba a partir de Mallarmé, autor inaugural, que muriera en el umbral del fin del siglo XIX. Este había dicho precisamente que faltaba una lengua suprema, la que expresaría todo lo decible en todas las lenguas del mundo, y con esa lengua superior, soporte místico de la traducibilidad, soñarían los poetas que eligen cada palabra como si no hubiese nada más crucial en la tierra, ni en el cielo. Pero la perfección es imposible, el azar o lo arbitrario de los signos triunfa, la historia deja atrás lenguas en ruinas, y por eso Mallarmé, poco antes de morir, lanzó su Golpe de dados, el gran poema gráfico, de versos fragmentados y frases rotas, donde naufraga la sintaxis para que se desprenda la idea, aunque sólo sea la idea de la nada. Precisamente, en 1943, en un destino sudamericano, Agustín Oscar Larrauri publica su versión de este poema tan influyente en un sello llamado “Ediciones mediterráneas” (puede leerse hoy su reedición en la editorial Babel, publicada en 2008, con un lúcido e informado prólogo de Eugenia Cabral sobre el traductor, su época y su pensamiento).

En la misma línea de cierta búsqueda de actualización de la tradición poética local, abrumada de hispanismo y de modernismo latinoamericano, apegada a un conservadurismo formal que no cesaría en todo el siglo XX, resulta imprescindible mencionar la gran colección de traducciones “Campana de fuego”, de editorial Assandri, con estudios siempre profundos y audaces, dirigida por Alfredo Terzaga en la década de 1950 y que se prolongaría hasta los años 60. A su director se deben puntos muy altos en la historia de las versiones poéticas de Córdoba, como las de Rimbaud, sobre todo Iluminaciones, o los Himnos a la noche de Novalis, ambos textos reeditados en los últimos años por Ediciones del Copista y la Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, respectivamente. También en esa colección aparecieron las traducciones de José Vicente Álvarez de Rilke (Elegías de Duino y Sonetos a Orfeo), de Stefan George y de Hölderlin. Por su parte, en 1958, Carlos Fantini traducía y prologaba el gran himno a la poesía urbana y precursor de las llamadas vanguardias históricas, Alcoholes de Apollinaire. Y el otro notable traductor de la colección, dedicado al inglés, Enrique Caracciolo Trejo, publicaría por entonces sus versiones de William Blake y la espléndida antología de Los poetas metafísicos ingleses del siglo XVII, en 1961. De manera extraña, sinuosa, afortunada, todavía no hace muchos años, digamos que un par de décadas, uno podía encontrarse con algún volumen de la colección “Campana de fuego” y comprarlo casi por nada. La fe de sus traductores, desde un pasado que parecía remoto, desde una promesa de dedicación a la poesía que parecía rota, llegaba entonces al presente, seguía estando ahí, edificando en nuestro uso del idioma la torre infinita, frágil, siempre inconclusa, de una literatura babélica.

Más cerca del presente, en los 60, hubo algunas traducciones célebres, que hicieron época y que por eso han vuelto a aparecer recientemente, como la de La filosofía en el tocador de Sade por Oscar del Barco. Pero los libros de poesía en cambio requieren siempre de un editor que apueste por algo que no está hecho para una respuesta inmediata, libros para los que vendrán, mensajes arrojados al mar de las generaciones con etiquetas sobrias y que acaso tarden en encontrar a su interlocutor, como dijera Osip Mandelstam, lo que demora la luz de una estrella en tocar a otra. Ya en una etapa casi contemporánea entonces, hay que mencionar las ediciones de Alción y su colección “Otras voces”, que iniciaran Pablo y Esteban Anadón con el gran libro de Ungaretti, El dolor, en 1994. Aunque también antes, sin editoriales a la vista, las poetas Elisa Molina y Mary Calviño habían podido imprimir una serie de cinco plaquetas bilingües, en 1984 y 1985, con versiones del poeta franco-lituano Lubicz Milosz, de los italianos Umberto Saba y Ungaretti, de la norteamericana Sylvia Plath y del griego Nikos Dimu. Aunque las traducciones fueran realizadas en otros sitios, llegaban así a las posibles lecturas de Córdoba y volvían a redefinir el tono de su poesía imaginable, o imaginaria.

¿Qué sucede hoy en la traducción de poesía en Córdoba? Las editoriales siguen, se suceden; la tarea de Juan Maldonado en Alción sigue estando en la proa de esa nave loca de la edición de poesía traducida, con poetas de todo el país que le encomiendan sus trabajos de años, de toda una vida a veces. ¿Quién podía prever que tendríamos al alcance versiones de Mandelstam, Marina Tsvetáieva o Joseph Brodsky? ¿Que encontraríamos la poesía completa de W. B. Yeats aquí y ahora? Y la lista de ese catálogo sería interminable, como el futuro.

En el horizonte se esbozan nuevos deseos, nuevas ansias de traer hacia nosotros el espejo refractario de la lengua ajena, para ser otra cosa, para volver a hacer lo propio y lo de todos con aquello que se nos escapa. En esos entusiasmos que todavía no podemos delimitar del todo, existen ya tentativas fructíferas, de las que basta mencionar un ejemplo simple: las traducciones de poetas brasileños hechas por jóvenes estudiantes de Córdoba, impulsados por una visita de San Pablo, para la editorial de extensión de la Facultad de Filosofía y Humanidades, La Sofía Cartonera. Ahí salieron ya, en 2014, entre otros varios títulos que incluyen también narrativa, Figuras en tránsito de Alberto Martins, y El pretexto para todos mis vicios de Heitor Ferraz Mello, en versiones de Ignacio Montoya, Juan Revol, Luisa Domínguez y Tatiana Faria.

Vuelve a recordarse entonces que traducir es también una forma de aprender, de ir hacia lo extraño o lo que está al lado para conocer o revelar la rareza en lo propio. A fin de cuentas, toda poesía traduce en la historia un original perdido y fragmentado en el principio o quizás un texto tan vasto que su escritura aún estaría por venir.