El despertar de un largo sueño

El despertar de un largo sueño

Por Carlos Surghi. Escritor y poeta

Un recorrido por la historia de la literatura nacional devela un sinnúmero de inicios narrativos a partir del despertar de un día cualquiera. Desde Adan Buenosaires en su pensión de Villa Crespo hasta el Wenceslao de Saer, salir del sueño es motivo de más de un comienzo.

Existe una relación entre sueño, despertar y literatura que no es mimética o representacional, sino más bien estructurante. Por poner un solo ejemplo el Ulises de Joyce va desde las primeras impresiones en la mañana a los balbuceos femeninos en las horas próximas a la negra noche. Así en la literatura todo aquello que la razón sueña despierta en lo irracional del mundo. Lo singular es que la literatura no reduce ese terreno incierto del despertar y el sueño como lo hacen otras disciplinas, por caso el psicoanálisis o las ciencias de la mente, sino que más bien hace todo lo contrario, ahí ve algo que se presta a una proliferación infinita de figuras fantasmales y apariciones vanas.

La literatura argentina puede ser leída como un largo sueño con infinitas formas de despertar; es más, en ello hay escenas precisas y puntuales. Cuando Borges supone que somos el resultado de un sueño en la mente del demiurgo desconocido, no está tan sólo extremando sus posicionamientos estéticos; hay en el escepticismo borgeano cierta fatalidad del destino a la cual no podemos escapar, tampoco podemos explicar, pero sí podemos desplegar, en lo que la ficción nos supone: vagas interpretaciones. Quién no recuerda el camino emprendido por Dahlmann a través del sueño hecho pesadilla de ser alguien que cree ser quien es, y que finalmente descubre que es puro instante de muerte. Para Borges la literatura tiene ambas caras de la moneda de la realidad: lo que soñamos en la noche y lo que recordamos en el despertar del día. Pero, ¿qué pasaría si ambos se alteraran, se mezclaran hasta superponerse u ocultarse uno en el otro? El argumento de El sur es muy simple, a la pesadilla de la septicemia por un golpe doméstico sobreviene el despertar en un viaje al campo argentino. Sin embargo la aparente vida diurna de Dahlmann comienza a tener indicios, señales, signos a leer e interpretar que le dicen que ese viaje no está hecho de percepciones materiales, sino más bien de fatalidades. Lo que debía ser un descanso en una vieja estancia, termina siendo un duelo a cuchillo en el medio de la llanura, como si Dahlmam jamás hubiese salido de la clínica y continuara en la pesadilla de la septicemia, pues en medio de ese arrebato de bravura “sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado”. La capacidad reductiva de Borges siempre fue brillante, de hecho la literatura es una distracción del caos en el cual estamos sumidos y en pocas páginas ésta lo puede postergar; ahora bien, ¿no es interesante saber que la muerte de Dahlmann a plena luz del día es el verdadero despertar del sueño de este héroe?

De algún modo despertar es también asumir la pesada carga del mundo, su obscena condición material, esa prepotencia de formas y texturas que llegan a los sentidos. Frente a ello el sueño sería el desentendimiento absoluto de esa pesadilla de mirarlo todo, como acaso para Funes, el memorioso, lo era el deseo del olvido. En El limonero real, Juan José Saer hace girar esa idea de lucidez total alrededor de las peripecias que acontecen a un poblador de las orillas santafesinas en el último día del año. El célebre comienzo de la novela, “AMANECE / Y YA ESTÁ CON LOS OJOS ABIERTOS”, no es otra cosa más que una invitación a hundirnos en la plena luz del verano para ver el sol en lo alto del mediodía, el agua quieta, la intensidad temblorosa de la fronda verde en la línea de la costa y hasta el lento proceso de cocción de la carne en un banquete de celebración que cierra la jornada. Sin embargo, el despertar que parece un ingreso a la superficie resplandeciente del mundo, no es otra cosa más que un juego de contrastes con las sombras: “En esa oscuridad en la que Wenceslao fija cada amanecer la mirada cuando abre los ojos: la oscuridad de afuera confirma que la oscuridad de adentro se ha retirado y que por lo tanto está despierto”. Pero, ¿de qué está hecha la oscuridad de adentro?, ¿es tan solo una simple mención al tiempo en que dormimos adonde triunfa el sueño? Sear logra un interesante contraste en su novela, pues la mujer de Wenceslao es quien no despierta al mundo, quien por más que tenga los ojos abiertos siempre mira hacia la oscuridad de adentro. Ganada por el luto, ella permanece hundida en el sueño del dolor por la pérdida tiempo atrás de su pequeño hijo. De este modo Saer logra hacer un contrapunto entre la total lucidez del despertar, y las abruptas irrupciones del sueño del recuerdo a plena luz del día, pues una y otra vez, van apareciendo a lo largo de la novela, como epifanías que por momentos arrojarán claridad en el devenir turbio de las horas, escenas como la siguiente: “se estará sentado en la puerta del rancho, o al lado de la mesa bajo el paraíso, preguntándose a cada momento qué es esa isla, qué son los árboles, quién es esa mujer que vive silenciosa bajo su mismo techo y que no habla más que cuando está sola, envuelta en esos sempiternos batones negros que a la vuelta de los días se ponen más y más descoloridos”.

Un último episodio de esta serie tiene por protagonista a la poesía, que es como decir que tiene como protagonista al mismo devenir. ¿Qué pasaría si al despertar quisiéramos ser otros y pusiéramos entonces todo nuestro esfuerzo en llevar adelante esa aventura? Vigilámbulo es el último libro de poemas que ha publicado Arturo Carrera y bajo el cual se reúne toda su poesía desde 1972 a la actualidad. No sólo su título llama la atención al señalar por medio de una cita de Deleuze que un vigilámbulo es aquel que “se pasea en estado de vigilia afectado por un exceso de presencia; en un estado intersticial entre el sueño y la vigilia, entre la vida y la muerte”, sino también al señalar que un vigilámbulo es aquel que quiere despertar bajo la forma de otra cosa y continuar soñando. Una cita de Sándor Ferenczi, psicoanalista húngaro y amigo de Freud, sirve para introducir la historia de Arpad, un niñito que despierta y desea ser un gallito: “El comportamiento del niño cambió de manera singular –dice Ferenczi. Antes se interesaba por todos los sucesos que atraen la atención de un niño tanto en el interior como en el exterior de una casa; pero a partir de aquel momento su interés se centró en una sola cosa: el gallinero que había en el patio de la granja. Al amanecer acudía junto a las aves, las contemplaba con un interés infatigable e imitaba sus ruidos y sus andares, llorando y gritando cuando se lo obligaba a alejarse del corral”. Como siempre la poesía es una invitación a despertar del adormecimiento desencantado y a soñar en el más profundo extrañamiento. Despertar entonces a la animalidad del movimiento, a la pérdida del habla y el comienzo del cacareo; en definitiva despertar al sueño de dejar de ser tan humanos parece ser la lección de Carrera que, en versos como los siguientes, nos recuerda la sentencia de Macedonio Fernández, no toda es vigilia la de los ojos cerrados: “…que los cuerpos gemelos / entraran en tu sueño / como luz / más que como palabras. / Aunque el sueño desmintiera sus signos / robándoles los dedos, / la suavidad de las yemas a la horda de gallinas ciegas / que depondrían huevos / más pequeños, / testículos”.

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