Crónicas de ceuloide #5

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La nueva película del uruguayo Federico Veiroj (hacedor de esa pequeña joya que es La vida útil) está filmada en España, en Madrid para ser más precisos, y renueva la apuesta de Veiroj por un cine que busca la belleza, que se detiene en ciertos detalles para crear una forma y un relato que generan siempre un camino de aprendizaje y que acompaña a sus personajes. Peluca anda por los treinta y pico y no parece haber resuelto la vida según el plan familiar. Tiene un trabajo impreciso e informal, no logra recibirse en la carrera de Filosofía que cursa desde hace demasiados años, y para colmo de males está enamorado de su prima. Pero lo más importante, desde donde se articula el relato y se desatan los cambios que vendrán, es que Peluca quiere apostatar, borrar su registro de bautismo de la base de datos de la Iglesia, abandonar la institución. Pero lo que debería ser un trámite, termina siendo mucho más complicado e implica un periplo por dependencias eclesiásticas y despachos de funcionarios del gobierno, que en vez de ayudarlo hacen todo por impedir que logre su cometido. En medio está la película; la magia de Veiroj consiste en lograr una reflexión genuina sin ánimos de mover la estantería teológica, sino para mostrar el devenir del deseo y las preguntas que atosigan a su protagonista por su lugar en el mundo, y también en encontrar y saber mostrar a partir de recursos propios, de movimientos originales de su cine que ya son marca registrada (el uso de la música siempre anacrónica e incidental, movimientos de cámara que despiertan una sonrisa, y un poco de fantasía, porqué no…), expresiones que solo pueden ser dichas en el juego del lenguaje del cine que él mismo se ha inventado, y que siempre, pero siempre, son una especie de acto de amor.

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Los Pibes de Jorge Leandro Colás, aborda una realidad poco visitada por el cine, de la que se habla mucho en TV y en las conversaciones de los aficionados, pero de la que se sabe muy poco: la de los encargados de armar los equipos de las ligas inferiores de los clubes de fútbol, en este caso, de Boca Juniors. Tal como lo hiciera con su primer trabajo, Parador Retiro, el documental se propone como observacional, su director no interviene en directo, sino más bien posa la cámara y deja que las cosas transcurran delante de ella. Como resultado, vemos el trabajo de estas personas a lo largo de varias jornadas y en diferentes circunstancias, ya acostumbrados a la cámara, como si esta no existiera. Y allí reside lo más valioso del trabajo de Colás, pues lo más interesante está en los destellos de cada uno de ellos, en los breves momentos en que cada uno de los que se registran actúa de alguna manera reveladora e inesperada. En las conversaciones, chistes que se dicen por lo bajo, en las charlas al odio de los pibes en cuestión, se gestan pequeños instantes justos para la cámara que pintan a los actores de pie a cabeza. Vemos en acción el mecanismo de una institución/empresa de un tamaño sideral y que representa los sueños de miles de niños (en las estadísticas, llega a primera división 1 de 40.000 aspirantes), también cómo se vende y cómo vende el amor al fútbol. Vemos a los niños impulsados por sus padres en colas interminables para probarse aunque sea una vez, y a muchos con eso ya les alcanza. Cobra dimensión así el fútbol como deporte omnipresente y sueño de generaciones y generaciones, desde un lugar pequeño, humano, y como dice su director, imperfecto.

 

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Un clásico de los festivales argentinos es el director japonés Takeshi Beat Kitano. Está de regreso en Mar del Plata con una comedia que fue festejada en la proyección. La película se encamina por el absurdo, y no para en su escalada hasta un final delirante. Un grupo de viejos amigos yakuzas, que en los viejos tiempos dominaban su barrio a fuerza de violencia y miedo, se reúnen ya ancianos para volver al ruedo. Cada uno de ellos posee una característica que lo identifica, como en los grupos de súper héroes, cada uno tiene su habilidad especial. Pero las cosas no son como antes, y el mundo mismo se les revela en ocasiones incompresible. De no tener nada que hacer, y a fuerza de equívocos, terminan luchando en contra de una empresa multinacional, en una escena final sangrienta pero hilarante, un encuentro de combate entre los mafiosos dispuestos a todo y los ejecutivos, también asesinos a su modo. En medio, la relación entre el líder de la banda y su hijo, que trabaja en la empresa en cuestión, es el núcleo dramático que estructura el relato, disparatado, pero relato al fin, aunque sea como en muchas de las comedias de Kitano, más un compendio de escenas, de gags y de momentos de humor físico que otra cosa.

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