Crónicas de un snob*

Crónicas de un snob*

(Balance acotado de 7 años del Festival Internacional de Jazz de la Provincia de Córdoba)

por Mariano Barsotti

A fines del año 2009, los amantes de la música nos sorprendíamos con el anuncio de la realización de un Festival Internacional de Jazz. Más aún si teníamos en cuenta que era organizado por la Agencia Córdoba Cultura de la Provincia. Y digo esto porque, atrapada en un sistema de escasa transparencia, por ser piadosamente elíptico, la gestión de cultura nunca había sido otra cosa que oportunista. Quienes gustamos del género nos veíamos en la exigencia de viajar a Rosario o Buenos Aires para ver figuras que excedieran lo local o nos encontrábamos  limitados a una o dos visitas de jerarquía al año, con entradas de precios exorbitantes.

Sin embargo ahí estaba, programado en la grilla, Fred Hersch, Javier Girotto-Quique Sinesi-Martín Bruhn, y la Orchestre National de Jazz (ONJ). Ya, en esa primera edición, estaban presentes todas las aristas que luego serían exploradas y profundizadas en los sucesivos años: un consagrado, un artista local “repatriado”, y una sorpresa.

En aquel primer año, el Festival mostró algunas desprolijidades a nivel organizativo (incompatibilidades en la programación, problemas de sonido en algunas presentaciones, entre otras cuestiones) y el caudal de asistentes no fue el esperado. Sin embargo demostró ser una apuesta lanzada al futuro. Y el futuro redobló la apuesta.

Los tiempos cambian

El tiempo mejoró los atributos del Festival. A nivel logístico en las últimas ediciones fue impecable y creció en accesibilidad a través de cuatro acciones: la reducción (en algunos casos total) del precio de las entradas, el libre ingreso a Cocina de Culturas (junto con las salas de teatro, el lugar de los recitales de mayor calibre) la consolidación de los espacios al aire libre y la proliferación de escenarios en el interior de la Provincia (Villa María, Río IV, San Francisco, Alta Gracia, Río Ceballos). A nivel programación los grupos de antesala fueron elegidos con mayor cuidado, siempre en consideración al músico cordobés, nunca subestimándolo. Y si bien hay músicos que se repiten año a año (no podría ser diferente por otra parte, Córdoba es una plaza acotada y el Festival pretende mantener una standard musical alto, ello obliga a recurrir a las mismas figuras aunque se busca que el proyecto musical sea distinto) la programación ha realizado un esfuerzo notable para que el escucha no avezado perciba la variedad y proliferacion de propuestas autóctonas, aunque no siempre sea así. Esta apreciación es un cumplido, claro: el trabajo organizativo genera una ilusión que redunda en una percepción beneficiosa para la escena jazzística local. Por ejemplo. Gaby Beltramino se ha presentado con su banda, con Dream Jazz (junto a Osvaldo Brizuela que a su vez se presentó en otros formatos) y a dúo con Eduardo Elía. Este último también lo ha hecho en solo piano, a dúo con Cristian Andrada, participando de un cruce con Horacio Fumero y con el cuarteto de Cristian Andrada. Similar caso para otros músicos como Gustavo Lorenzatti, Darío Íscaro, Germán Nager, Diego Clark, Milton Arias, Luis Barzola, etc.

 

No fue magia

El Festival es posible por la coicidencia de varios “accidentes”: La construcción de un circuito chico de escenarios nacionales (es dependiente del Festival de Jazz de CABA y paralelo al que se hacía en Rosario) lo que permite reducir costos de cachéts artísticos; la colaboración de distintas embajadas/instituciones representativas (EEUU, Italia, España, Francia, durante la última edición la embajada de Israel, etc.); y el gran aporte económico del Consejo Federal de Inversiones. Esta alquimia presupuestaria, a la que se suman recursos humanos y fondos propios, es compleja pero sin esa astucia el Festival no habría existido.

El jazz es parte ineludible de la gramática musical de cualquier músico. Sus aportes a la improvisación y su versatilidad para las fusiones obliga a no soslayarlo como parte de la propia formación. Pero a nivel de consumo, audiencia, su alcance es limitado. Entonces, ¿cómo es posible que en la esfera provincial, tal como la habíamos caracterizado en un comienzo, exista un evento poco “rentable” en el corto plazo como el Festival Internacional de Jazz, una isla dentro de la triste isla que es Córdoba?

Estas mejoras paulatinas pero sostenidas que mencionábamos antes, no sólo son posibles por la continuidad del Festival en la grilla cultural cordobesa. Son también fruto de una visión estética que se mantiene a lo largo de estos siete años, encarnada en la persona de Ignacio García programador del Festival.  Es otro de los accidentes que mencionábamos, pero no es uno más. Es el que permite que el resto de los elementos coagulen una vez al año, durante siete días.

Ignacio García además de ser empleado de la Provincia es músico y amante del jazz. Pero más allá de sus gustos musicales, tiene una visión plural del género, poco prejuiciosa, que le ha valido cuestionamientos pero que sin duda le ha permitido poner en escena un Festival de Jazz contemporáneo, actual, nada recalcitrante. Puede tener sus detractores, pero ha permitido instalar la idea de que no hay un jazz, sino muchos. Tantos como variantes estilísticas sean posibles, condicionadas por tradiciones, orígenes territoriales, hasta posibilidades materiales (para algunos el Festival empieza con un Peter Bernstein, para otros con un Hank Benink haciendo percusión sobre las tablas del escenario).

Su continuidad ha permitido corregir lo que estaba mal y mejorar lo que estaba bien. No es un resultado exclusivo de su permanencia. Sí habla en cambio de su capacidad para asimilar experiencias.

Se van instaurando también algunas tradiciones que otorgan al Festival una identidad determinada. Desde la programación se ha trabajado con distintas alternativas para sostener un Festival de Jazz de calidad internacional, entre otras cosas (también se ha promovido la música local, los músicos locales, la proliferación de escenarios, pero siempre pivoteando desde lo “internacional” como sinónimo de “calidad”). Este diálogo entre lo vernáculo y lo foráneo se fue profundizado con el recital de apertura que se realizó en el 2013, una de las tradiciones ya instaladas: músico cordobés, radicado en el exterior, interpretando sus composiciones y arreglos con la Banda Sinfónica de la Provincia. En aquella oportunidad fue Gabriel Pérez, el año pasado Gerardo Di Giusto, en la última edición el gran Javier Girotto. Pisar el teatro mayor, tocar con el cuerpo estable más importante de la Provincia, resignificar la música al ampliar la paleta musical, no deja de traicionar, si embargo, algunos preceptos de tradición jazzera. La Banda Sinfónica, de desempeño no siempre equilibrado, suele congelar dinámicas musicales (y no por un problema de nuestra Banda Sinfónica -casi nunca- sino por un problema del propio esquema de toda Banda Sinfónica). Lo que se perdería en espontaneidad, debería ganarse en una dinámica otorgada por el arreglo, y esto no siempre ocurre. La tradición de las Big Bands en el jazz ha trabajado esta dialéctica (entre la libertad del solista y el corset de la banda) de diferentes formas que han permitido apuntalar en lugar de obturar la improvisación (la utilización de riffs a través de las distintas secciones, la puntuación, el contrapunto, pero sobre todo el swing, algo que no se puede escribir en una partitura… y se demuestra andando). Pero más allá de esta apreciación personal, se trata de una tradición que para el grueso del público resulta atractiva.

Otra de ellas es la presentación de esambles, orquestas, y big bands en el escenario al aire libre (Parque de las Tejas). Este año también se llevó a cabo un recital dedicado al octogenario saxofonista Cacho García, pareciera ser que el año que viene, si hay una octava edición (todos los años el mismo interrogante se hace presente, y durante siete años la respuesta ha sido afirmativa) se va a continuar homenajeando a figuras relacionadas con el jazz local.

 

Todas las tradiciones, la tradición

Quintaesencia del jazz, el Festival cierra con una jam session. Un maestro de ceremonias, este año el extraordinario Leo Genovese, el año pasado Minino Garay, participa y va haciendo participar a los distintos músicos que han pasado por el festival, permitiendo una mezcla variopinta de nacionalidades, niveles artísticos y mensajes musicales.

El mundo del jazz es de lo más promiscuo. Todos contra todos, juntos, en parejas, solos, en grupo. Se enciman, colaboran, a veces se agreden. Una orgía arriba de un escenario y los músicos pareciendo decir: “Si nos organizamos, tocamos (y escuchamos) todos”.

Mingus Dinasty, Ralph Towner, Enrico Pieranunzi, Hugo Fattoruso, Kenny Werner, Arild Andersen, Tom Harrell, Henri Texier, Myra Melford, Pat Martino, Antonello Salis… algunos de los nombres que pisaron por primera vez Córdoba gracias al Festival. Vendrán más.

 

*(Las discusiones entre los que gustan de jazz suele ser apasionada. En el último Festival discutimos con Adrián Baigorria después de la presentación de Antonello Salis, me acusó a los gritos de snob. Segundos antes le había dicho “viejo choto”).

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