Crónicas de celuloide #3

Crónicas de celuloide #3

Desde Mar del Plata, y como todos los días, nuestro secretario de redacción nos envía un resumen de todo lo que sucedió durante la cuarta jornada 30° Festival Internacional de Cine de la ciudad más felíz de Argentina.

Por Matías Lapezzata*
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La primera proyección del día de hoy correspondió a Mecánica Popular, la nueva película del director argentino Alejandro Agresti, que compite en el certamen internacional y que fue proyectada en carácter de estreno mundial. Agresti es argentino pero no filmaba en nuestro país desde hace unos años, pasó incluso por Hollywood (dirigió allí La casa del lago), y está de vuelta con dos películas nuevas bajo el brazo. La que nos ocupa aquí se realizó en dos meses, un tiempo bastante corto para cualquier proyecto cinematográfico (aunque ya dijimos que El arrullo de la araña de Campusano se había filmado en una semana…), y que impone las condiciones materiales que se aprecian en el filme mismo. Una única locación y un número pequeño de actores. La historia transcurre en tiempos paralelos entre una noche de tormenta en que un prestigioso editor regresa a su oficina para matarse, harto de su trabajo y cansado de publicar libros vacíos, y la mañana del día siguiente en la misma oficina. Por la noche, el edificio de la editorial está habitado sólo por García, el guardia del horario nocturno. Pero esta noche se encuentra también Silvia, una joven mujer que se aparece en el momento justo en que Zavadikner está por apretar el gatillo. Silvia se ha escondido con el fin de interceptar apenas pueda al director, y reclamarle la lectura de una novela que enviara para que se publicase. A partir de allí comienza un juego dialéctico sobre qué publicar, cómo hacerlo, qué es buena literatura y cuál el estado de cosas actual en el mundo editorial, del que participará ocasionalmente García en representación de una clase y un saber popular, que lo diferencia de sus sorpresivos, burgueses e intelectuales compañeros nocturnos. Podríamos decir que toda la película, salvo por un par de escenas, es una gran discusión, y que ese es todo su problema, pues los actores parecen declamar un guión que siempre les lleva la delantera, en un juego y entrecruce de conceptos uno mayor que el otro, cada vez más grandes, hasta que ya nada del cine importe y solo quede en exposición una idea que no viene al caso. Hay que reconocer de todas maneras la pericia de Agresti para filmar en un espacio cerrado, siguiendo el deambular frenético de Zavadikner borracho y creando siempre recursos para ampliar el horizonte de la mirada y nuevos puntos de vista para cada plano.

 

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La siguiente película, La luz incidente, también es argentina y participaba de la competencia internacional. Ariel Rotter, su director, comentó en la presentación que todo el universo que se recrea en el filme está ligado a su propia historia familiar. Puede ser un dato sin importancia, pero el tono de la película hace pensar en sus palabras. Drama intimista ambientado en la década del sesenta (unos años poco visitados por la cinematografía nacional), expone el duelo y sufrimiento de una mujer madre de dos pequeñas niñas, que acaba de perder a su marido y a su hermano en un accidente automovilístico. Entre el deambular lacónico por su departamento revisando cajones y tomando pastillas que le administra su mucama y las visitas de su madre que la anima a comenzar una nueva vida, Luisa conoce a un hombre de su edad, sorprendentemente soltero, que se enamora de ella y comienza a cotejarla sin darle respiro. Es una película extraña, porque parece suspendida en algún lugar por fuera de toda realidad, y quizás es esa su virtud, pues nos instala de lleno en algo que no puede ser dicho, el dolor de Luisa no puede expresarse ni en sus propias palabras, su familia desapareció de golpe y al enterarse del accidente, un estado de shock le impidió formar parte del ritual de despedida. La sutileza en el manejo de la información se nos administra en dosis homeopáticas y a partir de juegos de sentidos, y en esto que algunos ven una virtud de Rotter como cineasta, nosotros apelamos a los exagerados diálogos de Mecánica Popular, para decir que no siempre menos es más, a veces por acumulación de mínimas expresiones se termina por crear un universo en una escalada de sentidos que exigen haberla resuelto de una sola vez y sin tanto artilugio intelectual. El caso es que terminamos sin saber por qué asistimos al sufrimiento de Luisa, o quizás solo sea para disfrutar de la interpretación de Érica Rivas, una actriz enorme y cada vez más presente en la filmografía local, pero eso no alcanza.

 

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Uno de los focos del festival está dedicado el cineasta austríaco Gustav Deutsch, quien está aquí en calidad de invitado especial para dar una master class el próximo viernes 6 de noviembre. Deutsch trabaja desde sus inicios con un método denominado en la jerga cinéfila como found footage, que consiste en trabajar con registros audiovisuales de otras personas y realizados con otros motivos, para armar una especie de collage audiovisual y lograr una película con un nuevo sentido, resignificando las imágenes utilizadas y dándoles un nuevo contexto y otra intención. Hoy se proyectó su segundo trabajo, Film ist a girl & a gun, que parodia un viejo dicho de Griffith que Godard supo reinterpretar muy bien a su vez. “Para hacer cine solo hace falta una chica y un arma”, reza esta máxima en una expresión de simpleza que no se condice para nada con el experimento de Deutsch. Efectivamente, la película comienza con una mujer y una escopeta, disparando y haciendo gala de una puntería extraordinaria. Lo curioso es que se trata de una filmación de los primeros años del siglo XX, y a partir de ahí se contará la historia misma del mundo, de su creación y desarrollo con citas de las más diversas fuentes, pero siempre de material antiguo y casi preferentemente pornográfico (y mucho de él proveniente del archivo del Instituto Kinsey de Estudios sobre Sexualidad, Género y Reproducción), pues Eros es quien desata el acto creativo y el magma de la primera sustancia cinematográfica. Toda la película respira a partir de cuerpos que se encuentran y someten y entregan en todas las circunstancias posibles, en un montaje que los pone en relación directa con material científico e imágenes de los procesos de nuestro planeta Tierra. El critico estadounidense J. Hoberman dice que Deutsch posee un sentido de la imagen en movimiento como una forma de magia sexual, y parece estar en lo cierto.

 

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Para terminar el día y habiendo varias opciones, optamos por una no tan recomendada en los pasillos del festival. Efectivamente, 11 minutos no es la gran obra que podría esperarse de un cineasta de la trayectoria y edad de Jerzy Skolimowski. Pero esto parece importarle muy poco al mismo director, que ha realizado un sorprendente ejercicio de estilo y montaje cinematográfico. El título hace referencia a los 11 minutos en que se desarrolla toda la acción de la película, en su tiempo diegético claro, solo que está desmontado en numerosas partes a modo de relato coral, conformando un entramado de situaciones que conducen de manera frenética y cada vez a mayor velocidad a un único punto final en donde se resuelve de manera explosiva y fatal esta secuencia que no da respiro. Es un filme de un preciosismo virtuoso, que juega con los ralentis y los planos enrarecidos, y lo más importante, que incluye rubias fatales. En el catálogo del festival se lo asocia a Di Palma, por el uso del espacio, y no es menor esta seña. Mirar 11 minutos es una experiencia que nos involucra como pocas películas de acción pueden hacerlo. El uso de coordenadas específicas y el modo en que las causas y los efectos más distantes terminan por adquirir un único sentido en un mundo caótico, no solo atrapa en una escalada de final tremendo, sino que terminan por cuestionar, aunque esto sea más un guiño canchero que una reflexión en un sentido profundo, la realidad de una imagen. Según Jerzy Skolimowski, quizás no seamos, el mundo entero digo, más que un pixel muerto.

 

*Crítico de Cine y Secretario de Redacción de Deodoro.

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