Consuelo Cabral
Todos los días en Argentina, cientos de parejas transitan la ruta de la infertilidad. Diagnósticos, estudios médicos, clínicas especializadas, leyes nacionales y provinciales, tratamientos de tres chances cada uno, obras sociales y costosos medicamentos, son algunas de las paradas de una carrera contra el tiempo cuyo objetivo final es tener un hijo.
El mundo de la fertilización/infertilidad está poblado de eufemismos y pistas tácitas que de algún modo contribuyen a convertir en tabú el deseo de los clientes que están allí sentados, el de nosotros, los pacientes, los que cargamos con el deseo primigenio de tener un hijo y que por causas desconocidas algunos, conocidas otros, no podemos. Los que no estamos enfermos, pero sin embargo vamos a una clínica y nos hacemos estudios, dolorosos, costosos, movilizadores, esperanzadores. Estudios que se llevan horas y meses y hasta años de nuestras vidas. Recorremos obras sociales autorizando recetas y presupuestos mientras la lucha se libra en dos frentes paralelos: tener un hijo y que las obras sociales no se queden con lo que por ley no les corresponde. E implícito, un tercer frente más: luchar contra el tabú social de la infertilidad que con solo pronunciar su nombre genera en nuestro destinatario una extraña mezcla de incomodidad, pudor y curiosidad. Con excepción de aquellos que le agregan a este triángulo un lado más, un sentimiento de pena que paradójicamente acompañan de expresiones llenas de alegría y esperanza que no hacen más que sembrar la pena allí donde antes no existía.
Y es la negación colectiva de la infertilidad la que deja entrever un tabú hecho carne y hueso en las distintas esferas de la sociedad. De manera inconsciente asociamos el hecho de no poder tener hijos de forma convencional a una ruptura con las costumbres de la tribu, a un castigo consecuencia de haber violado alguna tradición enseñada ancestralmente, a una relación de causa-efecto donde por no hacer lo correcto es que nos sucede lo que nos sucede. La palabra infertilidad asociada a una mujer o a un hombre conlleva toda una serie de juicios imaginarios dichos en voz baja en pos de no saltar la barrera de la intimidad. Y es este silencio prudencial de los demás el que perpetúa la imagen de esta palabra como un cuco deforme que no se sabe bien de dónde viene ni a dónde va.
Definida médicamente como “la imposibilidad de lograr un embarazo después de un año de relaciones sexuales regulares, de dos a tres veces por semana, sin protección”, a la infertilidad no le ha alcanzado aún con ser tratada en el Congreso de la Nación, ni en la Cámara de Diputados, ni siquiera le ha bastado con ser convertida en Ley Nacional de Fertilización, para derribar el tabú que la acompaña a donde vaya y que tiene a la negación como primera reacción de quien la mira sin conocerla en profundidad. Negación entendida como tal, pero también como consejo que intenta rescatarnos del club de las 50 millones de “parejas con dificultades para concebir”, que según la Organización Mundial de la Salud (OMS) existen en el mundo.
Negación Toma Uno (con ingrediente yoga): “Leí en internet que es todo una cuestión mental. Tenés que tranquilizarte y seguro que quedan”.
Negación Toma Dos (con ingrediente morbo): “No quiero meterme pero ustedes están… o sea… ¿tienen relaciones seguido?”.
Negación Toma Tres (con ingrediente místico): “Mirá, yo creo que es todo una cuestión de fe. Rezale a la Virgen de la Dulce Espera que una amiga le rezó y le fue súper bien”.
Negación Toma Cuatro (con ingrediente humorístico en detrimento del hombre porque sí): “¿Y si probás cambiar de gallo?”.
Negación Toma Cinco (con ingrediente psicológico): “¿No será que en el fondo no querés tener hijos y por eso no quedás embarazada?”.
Y mientras escuchamos por vez número 100 las mismas cosas, vamos a nuestra agenda y marcamos con un cuadradito el número del día del mes en que otra vez nos vino aquello que impide que venga lo único que queremos que llegue.
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La ingenuidad de las primeras consultas va mutando lentamente hasta convertirnos en animales desconfiados con el suficiente olfato para detectar en qué lugares anida la posibilidad real de reproducirnos y en qué lugares no. Donde está el diagnóstico. Por qué no podemos. Por qué si todo está bien, no podemos. Poco a poco las dudas comienzan a disiparse y el diagnóstico llega y algo no estaba tan bien como pensábamos. Y es un alivio y un festejo, porque es el comienzo de esta ruta donde hasta la posición y la forma de relacionarse de nuestros cuerpos van cambiando. De la mano y desinformados al comienzo. Espalda contra espalda y terriblemente fuertes después. Somos los ojos del otro ahí donde no puede ver. La madre y el padre de un hijo en latencia cuya gestación implica mucho más que nueve meses. Un hijo con forma de receta médica, de inyección, de ecografía, de intentos fallidos, de un estudio llamado Histerosalpingografía. Sí, de un estudio llamado His-te-ro-sal-pin-go-gra-fí-a. Un nombre que debiera estar escrito así, en sílabas, para representar de modo brillante los estremecimientos de dolor que provoca el sentarse sobre una mesa debajo de una máquina de rayos X y colocar los pies en los estribos mientras a través de un catéter nuestro útero y trompas de Falopio se llenan de un líquido que lo habita todo buscando detectar si algo está obstruido. Histerosalpingografía. Palabras que en general sólo conocen algunos integrantes de la comunidad médica y quienes pertenecemos al selecto Club de los 50 millones.
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Cigor es uno de los numerosos centros de reproducción asistida que existen en Córdoba. Y aunque las letras que conforman su nombre signifiquen Centro Integral de Ginecología, Obstetricia y Reproducción, es imposible no imaginar a sus fundadores en el momento de elegir un nombre donde las palabras se acomoden de tal modo que dejen entrever la misión principal de este lugar. Cigor, de cigoto: célula resultante de la unión del gameto masculino (espermatozoide o anterozoide) con el gameto femenino (ovocito) en la reproducción sexual de los organismos. ‘Bingo’, habrá pensado Daniel Estofan, su director, cuando a él o a alguien más se le ocurrió.
Cigor está ubicado sobre una de las veredas que el bulevar Chacabuco tiene cerca de la ex-Casa de Gobierno y de Mc Donald’s. Casi en cruz con la antigua casa que ahora habita Ronald. A media cuadra hay un bar donde las parejas se sientan a tomar café mientras acomodan el papeleo y se cuentan qué entendieron realmente de todo eso que los médicos acaban de explicarles.
Probablemente este lugar no sea el primero que consultan, como tampoco lo sean los médicos a quienes confían sus cuerpos y el deseo de tener un hijo. En la ruta de la infertilidad hasta dar con el diagnóstico y el tratamiento indicado se cruza Córdoba de norte a sur, y de este a oeste.
Las indicaciones de la doctora son concretas, precisas y rápidas.
–Primero se hacen estos estudios lo antes posible para aprovechar tu ciclo. ¿En qué día estás? Bueno, no importa. Después lo ves con la secretaria que te va a dar los pedidos para el dosaje de progesterona, la ecografía trasvaginal y el test de compatibilidad. Necesitamos repetir espermograma… ¿Vos ya te habías hecho uno, no? ¿Te acordás la fecha? Ah, pero ese laboratorio no nos sirve. Hacelo acá a la vuelta que son especialistas en andrología.
El tour del diagnóstico implica una serie de pasos a cumplir en tiempo y forma, en días exactos. Todo está regulado por el ciclo femenino y olvidar un turno médico puede significar un mes perdido y nuevas horas de trámites para actualizar los pedidos, por lo que la organización es un requisito indispensable a la hora de comenzar a transitar la ruta de la infertilidad. Los centros de reproducción asistida suelen trabajar con determinados laboratorios e institutos de diagnóstico por imágenes estableciendo así aceitados circuitos de vida: de Cigor a Lar, de Lar a Dominis, y de Dominis vuelta a Cigor, todo en el radio de dos manzanas, todo rápido y furioso, aunque lleve años alcanzar el objetivo.
La mayoría de las mujeres que consultamos, tenemos entre 30 y 38 años, siendo 28 millones el DNI más escuchado en el hall de entrada, decorado con notas periodísticas prolijamente recortadas y enmarcadas en grandes cuadros de marcos oscuros. Notas cuyos titulares anuncian exitosos casos de fecundación in vitro realizados allí mismo, donde estamos sentadas. Una de esas notas dice que hasta los cuatrillizos del milenio parece que fueron concebidos acá. Los hombres rondan la misma edad que las mujeres, o tal vez tengan unos años más. Son, como la médica que nos atiende, expeditivos y concretos. Como nosotras, obedecen dóciles, mansos y pacientes, las indicaciones que nos dan.
Las causas de infertilidad pueden ser múltiples, pero si la His-te-ro-sal-pin-go-gra-fí-a, la eco trasvaginal, los espermogramas, los análisis y los demás estudios, dieron bien, el trabajo se centra en un test postcoital donde a través de un microscopio se observa una muestra de los fluidos del hombre y la mujer interactuando. Allí la meta es “analizar la sobrevida espermática en el moco cervical de la mujer, evaluándose su calidad, el número de espermatozoides presentes y sobre todo su capacidad de movimiento en el moco”. Lo que resulte de este examen determinará si el tratamiento a seguir son relaciones programadas con Clomifeno recetado, inseminación intra uterina con inyecciones de Menopur y Gonacor que debe aplicarse la mujer previamente a la inseminación, o Fecundación in vitro con punción ovárica y testicular, previa transferencia de embriones. Baja, media y alta complejidad, respectivamente. Bajo, medio y alto dolor físico, respectivamente. Baja, media y alta expectativa, respectivamente. Bajo, medio y alto costo económico, respectivamente.
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El caso de Córdoba es particular y paradójico. La provincia tiene su propia normativa y no adhirió a la Ley Nacional 26.862 de Reproducción Médicamente Asistida sancionada en julio de 2013 que obliga a las obras sociales a brindar cobertura a parejas heterosexuales, homosexuales y mujeres solteras, en tratamientos de reproducción cubriendo hasta cuatro intentos, cada uno de los cuales oscila entre los 12 y 50 mil pesos. Tampoco por lo tanto adhirió a la cobertura gratuita y pública que dicha ley establece para aquellas personas que no poseen obra social ni prepaga, teniendo en cuenta que en Argentina una de cada diez parejas tiene problemas de fertilidad. Sin embargo, en marzo de este año la presidenta Cristina Fernández inauguró el Instituto Universitario de Medicina Reproductiva en la Maternidad Nacional, ubicada frente a la Plaza Colón, siendo el primer centro de fertilización asistida del interior del país, con tecnología de baja y alta complejidad, completamente gratuito para todas las parejas que no tengan obra social y sí tengan problemas de reproducción. Por otro lado, quienes vivimos en Córdoba y tenemos ambas cosas, problemas y obra social, seguimos entonces regidos por la normativa provincial que deja en manos de las obras sociales y las prepagas definir qué parte del tratamiento y de la medicación deciden cubrir, de acuerdo a si su afiliado es hombre o mujer. Obras sociales que se rigen por precios de tratamientos en Buenos Aires y que ni aún con fallos judiciales de por medio, cubren lo que debieran cubrir. En Córdoba, la obra social del personal universitario (Daspu) es prácticamente la única que cubre este tipo de tratamientos respetando lo que expresa la Ley Nacional.
IMAGEN: Grabado de María Beatriz Cabral
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