Texto de apertura DEODORO Octubre 013
Mariano Barbieri
Un morocho transpirado, de jeans y de remera gris, corre en cámara lenta en una escena de cuadro por cuadro impactante. Lo iluminan torres de reflectores desde los dos costados de su carrera. Corre con los brazos extendidos, como indica la postura de un buen atleta. Las manos abiertas. La música podría haber sido la de los juegos olímpicos; es gloriosa, es emocionante. Todo es agonía y mientras corre él abre su boca volviéndose un gesto épico, rodeado por conitos naranjas de seguridad que indican algún tipo de peligro. Llegando a la meta salta hacia lo que podría ser un arenero, o una fila de vallas de carreras con obstáculos. Pero no. Salta y choca contra una enorme puerta de acero. Todo retumba como en eco. Su rostro rebota en alta definición y se ve, con infinito detalle, cómo el cachete, los labios y los ojos se deforman en movimientos ondulantes. El hombre cae hacia atrás. Se ven las zapatillas blancas, lisas, sin marcas como la remera y el pantalón. La música continúa y las letras aparecen: puertas Pentágono, más duras que la realidad. Durante muchos años vimos esta publicidad como un paisaje más dentro del ojo cíclope de cristal.
Tiempo después apareció Micky Vainilla, el genial personaje de ficción de la mano del también genial Diego Capusotto. La sátira y la realidad funcionan prácticamente con la misma imagen. Micky no pudo exagerar esta publicidad, pero nos hizo reír. Si es un programa de humor, es gracioso. Si no, es realidad. Y una ideología o una cosmovisión se imponen cuando se convierten en sentido común, cuando su esencia está presente en todas partes. A Micky la pobreza le molesta –dice– estéticamente. El problema no es que existan los pobres, el problema es que yo los tenga que ver, explica.
El miedo extorsiona. Alessandro Baricco cita a la cultura de los derrotados para hablar de las invasiones bárbaras: “El miedo a ser derrotados y destruidos por hordas bárbaras es tan viejo como la historia de la civilización. Imágenes de desertización, de jardines saqueados por nómadas y edificios en ruinas en los que pastan los rebaños son recurrentes en la literatura de la decadencia, desde la antigüedad, hasta nuestros días”. El miedo es fascinante. Es absolutamente cautivante. Ni el cine, ni la literatura pueden funcionar sin el miedo. Ni siquiera las historias más tradicionales del amor.
En Córdoba, el miedo a cualquiera de todas estas invasiones ha sido alimentado metódicamente por la publicidad y las acciones de gobierno en los últimos 14 años. Desde sus comienzos, allá por el año 2002, la idea de la invasión cultural justificada en el miedo al contacto con lo diferente permitió que, a través de la segmentación de los espacios urbanos en ciudades barrios o countries y barrios privados, se separaran los estratos sociales en formaciones de tipo gueto. Hoy, esto ya es percibido como algo natural. Lo mismo sucedió con la estigmatización del pequeño consumidor de estupefacientes (combatiendo el narcotráfico), la persecución a las trabajadoras sexuales (combatiendo la trata de personas) y a los jóvenes de los barrios periféricos (combatiendo la delincuencia). El cotillón y una extenuante campaña mediática acompañaron cada una de estas acciones. Así nacieron, entre otras, las reformas al código de faltas, las nuevas unidades de control policial como la CAP y la estrella más grande, el león del circo, la mujer barbuda: un helicóptero con tecnología infrarroja y sensores de cámara termográfica que patrulla la ciudad. Córdoba es un set de filmación.
Los guardianes de la moralidad se alimentan del miedo. En nombre de los peores temores se atropellan las libertades más primitivas: trabajar, caminar los espacios públicos, decidir sobre tu propio cuerpo. La territorialidad del delito y la complicidad policial terminó de descubrir el finísimo velo que todavía la disimulaba. El escándalo de la narcopolicía que lo volvió público con notable contundencia impuso un nuevo momento de revisión. Las instituciones a cargo de la seguridad, garantizan la impunidad y la delincuencia. Mientras el narcotráfico tenía aliados azules, un consumidor de marihuana podía estar preso. Parece un juego de palabras, pero es una práctica. Es que es tan pornográfica la realidad. Cientos de prostitutas sacadas de sus tradicionales lugares de trabajo por operaciones de impacto mediático trabajan ahora en la clandestinidad en condiciones mucho más precarias que las anteriores. En nombre de ellas, su propio castigo.
En la ciudad de Córdoba hay un arresto cada trece minutos concentrados en adolescentes y jóvenes detenidos por merodeo. Por transitar. Por ser portadores naturales de la sospecha.
Trece minutos.
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