Palabras para Bonino
El grupo Zéppelin Teatro crea a finales de 2014 una obra llamada Esdrújula, palabras para Bonino, en la que se plantea un diálogo estético, humano y artístico entre laboriosas hormigas y el gran ave.
por Jorge Villegas (dramaturgo y director teatral.)
Escena Uno: El psiquiatra está en su consultorio escuchando a una paciente (depresiva) externa de la colonia; lo hace mirándola a los ojos, escudriñando los pliegues donde aún se aferra la vida, otrora serena y simple de esa no tan joven mujer. De pronto la puerta del office se abre e ingresa intempestivamente un hombre corpachón, parece un ángel viejo y triste rogando por el cielo: doctor, doctor, sáqueme de aquí, no aguanto más doctor. El médico gira sobresaltado y responde Bonino, no ves que estoy atendiendo. Pero no aguanto más, no aguanto, sáqueme. Bueno, armá un bolsito en un rato nos vamos. La puerta se cierra, la sesión con la paciente externa se retoma. El silencio inunda la habitación, fría y húmeda del hospital psiquiátrico. Se avecina una tormenta y el olor a lluvia junto a una brisa fresca dan un tono especial a esa tarde de campo cordobés. La puerta del consultorio vuelve a abrirse y con el rostro desencajado una enfermera grita doctor, doctor, por favor venga urgente venga. La sesión termina cuando lleno de abrupsis el hombre de guardapolvo corre afuera de la habitación y se dirige a interceptar a dos enfermeros que llevan en una camilla crujiente el cuerpo aún vivo pero agonizante de Jorge Bonino, paciente del manicomio y otrora actor y performer vanguardista. Por qué hiciste eso Bonino. Yo ya estoy terminado, doctor. No voy a salir más de acá. Estoy terminado. Los ojos abiertos dejan huir a un miedo feroz y salvaje, el miedo a la muerte que corre siempre segura de sí hacia la colonia. Un hueco en la cabeza del paciente que acaba de arrojarse al vacío escaleras mediante impide la salida de palabras en los hombres que rodean los restos aún vivientes de este ícaro en desgracia. Preparenló, voy a llamar una ambulancia, dice el médico que acierta a encontrar a un importante neurólogo al teléfono, hermano del paciente agonizante. Ya mando una ambulancia, dijo. Los enfermeros, el médico y algunos pacientes desvelados ante la situación esperaron en vano la llegada del vehículo comprometido; sí llegó ella, con sus manos heladas, su corazón de hielo y su infalible puntualidad. Perfecta como siempre, la muerte se llevó al iniciarse la madrugada del 17 de abril de 1990 a un hombre gigante, entero como el sol, bravo como una marea, y despierto como un búho vigilando la noche cualquiera.
Entremés primero: En un pequeño teatro suizo un actor barbado y corpulento que parece salido de un cuento fantástico, realiza a fines de los años sesenta su espectáculo estrella –Bonino aclara ciertas dudas– en medio de un congreso de lingüistas al que asisten personas de todo el mundo, japoneses, hindúes, sudafricanos, belgas, todos creen encontrar en el misterioso lenguaje del actor, argentino y cordobés, palabras pertenecientes a sus lenguas. Usted ha dicho seis palabras en japonés. Sí y veinte de sánscrito. Nada de ello. La obra en cuestión, de la que sólo quedan audios de las funciones porteñas –en el Di Tella– era una explosión de lenguaje pleno de sentido pero ausente de significado, donde el actor y sus gestos conducían una suerte de historia de la humanidad tan hilarante que la risa registrada en las grabaciones y en la memoria de los espectadores de cualquier lugar del mundo dejaba paso a una inquietante sensación de no saber nada. Nada de nada. Habría que empezar de cero. Perturbación. Yo sólo quería explicar la historia de los hombres desde ningún punto de vista. Decía.
Entremés segundo: París. Año 1968. El actor argentino Jorge Bonino, de notable éxito parissien, se dirige a su función dispuesto a suspenderla, simplemente por falta de ganas. Abatido. Mentalmente agotado. Posiblemente en experimentación con drogas y en pleno flower power –sin olvidar el hervidero que es París, el de la imaginación al poder y Sartre junto a Jean Vilar discutiendo una madrugada en la toma del Odeón– el joven artista cordobés está dispuesto a devolver el dinero y a explicar a sus espectadores las razones de su falta de deseos teatrales. Al llegar el público lo reconoce, él explica que no habrá función, todos ríen, él insiste, más risas, se sube al escenario y hace pasar a algunos espectadores, cuenta que está abatido, que se siente mal, más risas, dice que se volverá a Córdoba, risa generalizada, que abandonará París y la cambiará por la tranquilidad de su Villa María natal. El público tentado ovaciona al cómico, la vida, el arte, todo está confundido en ese instante en el que lo real y lo imaginario son una misma cosa.
Escena segunda. Escena final: Un pequeño grupo de teatristas cordobeses conversan durante el invierno de 2015 acerca de Bonino. Están dispuestos a montar un texto que simula ser una entrevista al genial actor. Una entrevista en la que un autor imagina –Casarín M– un diálogo con Bonino en el Hospital para enfermos mentales donde éste morirá. El texto será texturizado por las cosas que pasen durante el tiempo previsto de ensayos –tres meses– e incluirá canciones, pequeñas situaciones teatrales nuevas, bailes, aproximaciones a un posible diálogo entre este grupo de artistas –también cordobeses y que no conocieron a Jorge Bonino por razones etarias– y el mito de un actor genial que se había tomado, como él mismo lo había dicho, la existencia muy en serio. La selección de las partes del texto original, bastante extenso, llevó al colectivo a pensar en los vínculos de Bonino con la dictadura de Onganía donde éste fue expulsado de la Facultad de Arquitectura; Bonino además era Arquitecto; el Cordobazo seguido desde París; y la molesta presencia que este inclasificable artista armaba congestionando el razonamiento de los jóvenes de una época cuya racionalidad extrema hacían imposible aceptar con candidez la bomba de sentido arrojada con valor estético inusitado por un contemporáneo de Tosco y Pampillón al edificio perfecto de la razón y la elocuencia.
Palabras finales. Bonino dice, en sus últimos días en el manicomio un pensamiento acerca de Dios. Y yo entiendo por Dios la unidad total, la unidad total de las cosas que se mueven, los pájaros que cantan, la lluvia, las flores que nacen, las estaciones, todo eso es Dios. Y Dios existe en una personalidad que es consciente; Dios escucha también; y Dios es la luz y el agua y el fuego y también es la tierra.
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