Waldo Cebrero en Deodoro, Marzo 015
Hay 20 millones de usuarios de Facebook en Argentina. En esa virtualidad conviven víctimas y victimarios. Algunos lo usan para cometer delitos, desde estafas hasta ataques contra la integridad. También lo utiliza la Justicia en las investigaciones. Pero en la red social más popular, hasta los criminales pueden ser presas.
Facebook puede ser un terreno fértil para el delito o una estepa donde nadie –ni siquiera un criminal– puede esconderse.
Si no pregúntenle a Marcos Dávila, que se camuflaba bajo el nombre de “Brian Love” y adornaba su perfil con fotos de un musculoso adolescente –que no era él, porque él tiene 34 años– para seducir chicas, sobre todo menores de edad.
O a Jonathan Ronco, prófugo de la justicia con una condena por robo, que asistió a una cita amorosa a ciegas y terminó preso, porque la mujer que lo sedujo por chat era policía.
O al comisario Pablo Márquez, que irá a juicio por ordenar detener a inocentes para sumar estadísticas, y en su foto de perfil, donde se muestra barbudo y desalineado, un subalterno le escribió: “Jefe, se ve como uno de esos que detenemos cuando estamos al pedo”.
El Facebook puede ser un mar donde nadar como un pez o puede ser un anzuelo. Una red o una telaraña. Si no vean a los que se columpiaban como elefantes exponiendo en sus muros el botín de los saqueos de diciembre de 2013, hasta que atrajeron a la Policía.
Por ejemplo la vida de Walter Vinader, asesino múltiple. En Facebook parece una copia burdamente falsificada. Hasta la foto de su perfil es trucha, con uniforme de Prefectura y condecoraciones que nunca recibió. En su perfil se jactaba de saber esconder un cadáver, pero la realidad lo desmiente: al cuerpo de Araceli González lo llevó en un remis, envuelto en bolsas, hasta un basural.
El Facebook también dejó en evidencia a Adalberto Cuello, quien poco antes de matar a su hijastro de 9 años subió fotos y videos con el niño. “El oficio de ser padre”, escribió. Cuando lo señalaron como el homicida sus «amigos» se fueron borrando. Todos, menos alguien que dejó escrito: “Apa, ¿y el oficio de asesino lo aprendiste?”.
Todos son casos conocidos en los que se mezcla delito y tecnología. En especial con Facebook, ese confesionario público que cuenta con 20 millones de usuarios en Argentina. Entre ellos, algunos delincuentes. En la era de las redes sociales hay nuevos delitos, nuevas palabras para nombrarlos, nuevas leyes para perseguirlos que motivaron la creación de áreas especiales para investigarlos y hasta se debate en el ámbito judicial el uso que se le da como prueba.
María Laura Quiñones Urquiza es perfiladora criminal. Estudió criminología y tanatología forense en la Policía Federal y Psicología en la Universidad Kennedy. Su trabajo consiste en leer el crimen como si fuese un texto (la escena, la víctima, la relación con el victimario) para saber así algo de su autor. Sus análisis han sido citados en fallos de casos célebres, como el de Walter Vinader o Adalberto Cuello.
En el último tiempo otros perfiles comenzaron a desvelarla: los delincuentes cibernéticos, los que se apoyan en la ingeniería social para desplegar sus estrategias. “Son personas con características particulares. Un coeficiente intelectual superior a la media, una gran capacidad para lo abstracto y de adaptación al avance constante de las tecnologías para poder innovar en delitos basados en el engaño”, dice.
En Argentina el robo de identidad no está penado. “Las redes sociales pueden ser una gran bendición pero también un peligro para gente desprevenida, nadie está exento de hablar con alguien que no es tal –dice la especialista a la revista Deodoro–. Una persona puede crearse un perfil falso en Facebook, contactar a un menor, desarrollar la confianza, lograr que prenda la web cam, capturar imágenes y comercializarlas en las redes de pedofilia”. Así las redes sociales son como la vida misma: “Un niño con Facebook sin supervisión es como dejar a tu hijo solo a las dos de la mañana en la calle”, alerta.
Un poco de todos esos condimentos coexiste en la personalidad de Marcos Dávila, el primer imputado por el delito de grooming (acoso por internet) en Córdoba. Dávila tiene prisión preventiva, la causa en su contra fue elevada a juicio en diciembre de 2014 y podría enfrentar una pena de hasta 4 años de cárcel. El acoso cibernético no existía en la legislación penal hasta noviembre de 2013, cuando se aprobó la ley que tipifica y penaliza “las acciones deliberadas” de un adulto “para ganarse la confianza de un menor a través de Internet con fines sexuales”. Antes, algunos jueces habían logrado dictar condenas por “exhibiciones obscenas” o “extorsión”.
En Facebook Dávila era “Brian Love” y su última víctima fue una adolescente de Río Segundo. Fue detenido el 12 de septiembre pasado, cuando iba a concretar un encuentro con la niña. Antes había cooptado a otras chicas. Almacenaba el material fotográfico en una computadora instalada en su casa de barrio Juniors, que fue rastreada gracias al trabajo de los abogados José Arce y Luciano Monchiero, del área de Coordinación y Seguimiento del Cibercrimen de la Fiscalía General, y de los técnicos de la División Tecnología Forense, a cargo de Gustavo Guayanes.
José Arce cree que muchos delitos sexuales tienen origen en las redes. “En muchos casos de abuso sexual en los que no hay parentesco el primer contacto entre víctima y victimario se da de manera virtual, si pudiésemos rastrarlos nos encontraríamos con muchos más casos de grooming que se pierden desde la calificación legal porque culminan en otro delito”, dice.
Aunque todavía no cuentan con estadísticas, en el área de Coordinación y Seguimiento del Cibercrimen creen que son más comunes los fraudes económicos que los delitos contra la integridad física. Internet es el paraíso de los estafadores. En las redes sociales está toda la información que necesitan. “Pueden confeccionar un perfil de la potencial víctima basándose en el estilo de vida, hábitos y billetera que ostenta en su Facebook o Twitter. Esta imprudencia hace que los delincuentes puedan darse un banquete no solo a la hora de elegirlos como objetivo, sino también vigilando sus movimientos”, dice Quiñones Urquiza. Por ejemplo, las redes creadas para encontrar parejas, muchas son usadas como base para las estafas.
“Las redes sociales no han sido tan explotadas para las estafas como el correo electrónico o los sitios falsos, pero no dudo que en cualquier momento se empezarán a usar”, explica Luciano Monchiero. Los trucos más conocidos son phishing (fraude mediante manipulación informática) o el carding (usando una tarjeta de crédito o débito ajena). También se usa la “estafa nigeriana”, que consiste en anoticiar al usuario de que se ganó un premio a través de las redes o por mensaje de texto, y así se valen para conseguir información valiosa.
“Este tipo de fechorías va migrando todo el tiempo, es cambiante, su mayor característica es la adaptación a las tecnologías”, dice el ingeniero Gustavo Guayanes. Desde el área de Informática Forense, se encarga de analizar los dispositivos en busca de evidencia. “Antes había compartimentos diferenciados; los teléfonos por un lado y las computadoras por otro. Ahora con los dispositivos móviles todo cambió. Por eso estamos creando un área específica de Internet Forense”, cuenta.
“El tiempo que pasa es la verdad que huye”, aquella cita del criminalista Edmond Locard encaja como un guante en los casos de los delitos cibernéticos. “Estamos hablando de un entorno virtual donde lo que estás viendo en este momento, un instante más tarde puede que ya no esté. Ahora lo ves, ahora no lo ve”, dice Guayanes, haciendo gestos de un mago.
En la “nube”. Allí radica la debilidad de las redes, para los investigadores. Ningún servidor cuenta con la capacidad técnica para almacenar la información que se borra de las redes sociales. No existe, por así decirlo, algo así como la “vejiga de la nube”. Si se borra, ya no está como evidencia.
Por ejemplo, para obtener el IP (número que identifica a un dispositivo que se conecta a la red) de la computadora de “Brian Love”, los investigadores del Poder Judicial solicitaron la información, mediante oficio judicial, a las empresas que proveen el servicio. Recién entonces pudieron actuar. Como en cualquier caso, los tiempos procesales deben respetarse.
Aunque también los pesquisas pueden valerse de las zonas grises que deja el sistema. Un investigador de Homicidios de la Policía no tiene empacho en confesar que él mismo tiene varios perfiles “falsos” para seguir a sospechosos. “Hace poco detectamos a un hombre prófugo desde hace dos años. Estaba en el sur del país. Lo supimos porque se casó y no se aguantó subir fotos al Facebook”, se mofa.
Eso es posible porque, además de la vida real, tenemos una virtual. Internet es una red informática, tecnológica, pero también de subjetividades, un espacio donde las emociones se expresan, se liberan, hasta delatarnos.
En su trabajo de perfiladora criminal, Ana Laura Quiñones Urquiza se apoya en las redes sociales de los sospechosos. “Siempre suelo revisar todas las cuentas que tienen, para ver cuál es la real y cuál utiliza para engañar o extorsionar, por ejemplo en casos de grooming. En los casos de Adalberto Cuello y Walter Vinader encontré contenido importantísimo. En el primero un alarde sobre lo que había hecho con su hijastro Tomás Dameno Santilla, este análisis fue citado por los jueces en el fallo condenatorio. En el de Vinader se lo pudo observar engalanado con un uniforme y con condecoraciones que no le pertenecían a modo de engaño”, cuenta.
El debate sobre su uso en las investigaciones criminales ya se inició en Tribunales. El punto en cuestión es la intimidad en Facebook, un oxímoron a esta altura. Como medio de acceso a la prueba, para las redes sociales rige la misma regla que en los casos donde se involucra la intimidad. Se llama “regla de expectativa razonable de la privacidad” y permite usar información como prueba siempre que no goce de “expectativa razonable o intensa de privacidad”. El ejemplo es el siguiente: sería como mantener relaciones sexuales con la luz prendida y la ventana abierta y, sin embargo, demandar al vecino fisgón porque con su mirada viola nuestra intimidad. En ese caso no se tomaron recaudos para mantener la privacidad.
Igual funciona para Facebook. “Los límites son los que impone el usuario al configurar la privacidad de la cuenta”, explica el fiscal Federal Maximiliano Hairabedian. “Si es de acceso irrestricto, cualquier investigador, hasta un particular, puede usarlo como prueba. Y si tiene restricción, a través de las personas aceptadas como amigos, se puede usar como prueba”, explica. “El problema está en los casos de las identidades simuladas, cuando a través de perfiles falsos se induce a error a una persona. Eso no se debería hacer y sin embargo muchos policías usan eso como técnica”, sostiene.
Por fortuna las relaciones interpersonales no se equiparan a las virtuales para la Justicia. En caso por despido, la Cámara Nacional del Trabajo sostuvo que ser amigos en Facebook no es lo mismo que ser amigo en la vida real, fue para aclarar que un testigo no será parcial sólo por “amigo” de una de las partes.
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