Por Gonzalo Puig, en DEODORO de Agosto, 014
José Luis Aguirre, labrador de canciones. Breves conversaciones con quien es tal vez una de las figuras más deslumbrantes de la nueva canción argentina.
Fotografía de Carolina Herrán
La más reciente película de los aclamados hermanos Coen, “Inside Llewyn Davis”, cuenta la historia de un joven músico folk que acompañado por su guitarra, intenta hacerse un espacio en la escena musical neoyorquina de comienzos de los 60. Ahí se enfrenta a una serie de obstáculos aparentemente insuperables, algunos creados por él mismo. La historia tiene esa cosa épica hollywoodense, pero con cierta mirada derrotista: el muchacho no logra su deseada fama, pero además se autoboicotea cada vez que tiene una buena oportunidad. Busca ser genuino y no lo logra, y por más que la fuerce, la suerte nunca aparece en su vida. Llewyn Davis es tan oscuro como sus canciones.
En las antípodas de este cantautor está nuestro José Luis Aguirre. También con la guitarra en la mano adonde quiera que va, el transerrano se hace notar y se distingue; porque la luz que derrocha Aguirre a través de sus ojos y su cálida sonrisa –casi permanente y sello de personalidad– movilizan todo lo que está a su alrededor. Pero además de eso, José, tiene muy en claro a donde quiere ir y su concepción sobre el éxito tiene muy poco que ver con la fama que busca el personaje de la película. Aguirre es feliz y exitoso en cada escenario, patio de tierra, estudio de radio o juntada matera donde pueda poner en juego sus canciones. Así, con esa luz, la suerte le sonríe.
Su último disco “Gajito i´luna” de 2013 fue aclamado por el público y por la prensa. Una hermosa obra donde las canciones nos conectan con imágenes y paisajes serranos, tranquilos y soleados. Y en este segundo disco solista de Aguirre tuvo mucho que ver eso de forzar la suerte, de hacer el propio destino, pero de forma espontánea: “Este disco ha sido muy particular, porque vino en un momento donde no estaba preparando un disco. Siempre ando como desbolado con mis canciones y de pronto apareció un concurso de la municipalidad. Me presenté con una maqueta, cuando en realidad el concurso era para un disco ya listo para salir. Yo grabé lo mío en 2 días, me tiré un lance y salió. Y ahí me metí en un brollo terrible. Porque en un mes tenía que estar todo listo, y yo solo tenía una maqueta, un demo. Y me puse a grabar, a hacer los arreglos y no tenía quién me hiciera la gráfica porque ya era diciembre de 2012. Y me puse a dibujar. Hice todo… y me quemé el bocho. Entonces fue como mucho laburo condensado en un momento. Un mes antes no tenía ni idea que iba a hacer un disco. Fue un aprendizaje muy grande… y encima el disco se agotó rápidamente y tuve que reeditar”, cuenta José Luis mientras abraza su guitarra.
Claro, más allá de las formas o fórmulas, son las canciones las que empujan una obra, una carrera. Eso Aguirre lo sabe bien. Sus canciones pintan su aldea y sus momentos, pero no dejan de ser universales. Hoy el cantautor vive en Paravachasca. Todavía está en viaje, aún no volvió a asentarse a su Villa Dolores natal. Dejó el paisaje de Traslasierra hace varios años ya, cuando se vino hasta Córdoba a estudiar. Sus primeras composiciones, cuando integraba Los nietos de Don Gauna hablaban de un chango que se iba de su pueblo a la gran ciudad. “Pinturas de pago chico” –primer disco solista–, muy austero en su sonido, demuestra la nostalgia del hombre que está lejos de su tierra. Y “Gajito I´luna” es de la persona que retorna, que vuelve al paisaje. Las nuevas canciones también hablan de eso, y ahora la añoranza es respecto a la ciudad. “Uno no deja de viajar y movilizarse. Estoy mirando Córdoba desde lejos para ver qué le voy a cantar, qué le voy a decir”, explica Aguirre.
Con la desfachatez de aquel que está seguro de lo que hace, José Luis afirma que: “La canción es una herramienta fundamental porque genera realidades“. ¿Se pone a pensar el cantautor contra qué molinos de viento lucha su canción?, José Luis dice que no. “Si uno fuera consciente, no haría canciones. Si uno fuera pensante tampoco, no te da tiempo la canción a pensar. Creo que uno tiene que estar sin pensar, sintiendo solamente. Lo que pasa después con las canciones es otra cosa. La canción se larga al viento y genera mundos, cosas impensadas en cada una de las personas. Esa es la brujería de la canción. A veces esas canciones se convierten en banderas, en maneras de sentir la vida, y ahí sí pasan a ser parte de todos y de nosotros. Cuando uno las hace, quizá no piensa en luchar con molinos de viento o en cambiar algo. La canción es indómita, no te da tiempo. Si te ponés a pensar la cabeza te frena y no te deja hacer nada. En definitiva quienes le dan el poder a la canción son aquellos que la escuchan. Lo maravilloso de la canción es que se agiganta y no la podés cambiar, y por lo tanto conlleva una gran responsabilidad componer canciones. Por eso la canción nunca es de uno, es de nosotros”.
Aguirre piensa, crea y piensa. Así existe, trasciende y nos toca con su música. Sabe que es fundamental generar cultura, “porque es nuestra forma de confrontarnos a la nada, a la oscuridad” dice, y agrega que “las canciones son fundamentales para darle continuidad al árbol pueblo”. Y en ese concepto centra toda su mirada filosófica sobre la forma de construcción cultural amplia, diversa, moderna pero anclada en la raíz. Aguirre cuenta que “el árbol pueblo es una raíz que viene siendo. Es un ser que se dijo, que está plantado, agarrado, de la historia, tiempo, lenguaje, barrio, lo que sea y que es lo que le da la posibilidad al nuevo brote, al nuevo cantor de poder ser. Y se abren nuevas ramas que tienen diversidad, colores y maneras de decir, pero siempre desde el pueblo. Siempre es folclore porque nace de alguien que está inmerso en ese hecho folclórico, en ese árbol pueblo. Si a uno le preguntan qué hace, no hay que responder, sino decir yo soy de acá, del árbol pueblo. No soy ni folclorista, ni hago reggae, ni hago rock, soy parte del árbol pueblo. Soy músico, soy el nosotros. Eso es el árbol pueblo. Y la raíz es tan grande como la copa… sino no sería un árbol autóctono”.
El poder de la canción en cada verso es lo que pone en juego el changuito de Dolores. En su zamba inédita, “Labriego del mundo”, Aguirre dice:
“Pucha si te he visto con el verso al hombro
irte desahuciado pájaro en el hambre, ronco hasta las manos.
Pero allá vuelves porque es destino apartar maleza.
Ginebrita y chala a ganarle al invierno,
y preñar la vida con tu copla nueva”.
Cada palabra, cada escenario es un espacio ganado para apartar maleza. Cerrando los ojos, rasgando la guitarra, el poder de la canción que crea mundos, espacios comunes para esparcir semillas al viento, con su decir de fuego.
José Luis Aguirre, labriego del mundo, a fuerza de canciones va armando su camino de luz. Feliz, simple y honesto, algo que seguro envidiaría Llewyn Davis, el personaje de la película de los hermanos Coen.
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