De la alegría, las flores y los globos de colores que inundaron la campaña electoral cada vez queda menos. A pocos meses de iniciado el cambio, la propuesta de la felicidad con simple sonrisa va transformándose en paulatina perplejidad, decepción y frustración.
Luis Miguel Baronetto
Aunque algunos conocidos programas radiales se empeñen en apostar pidiendo paciencia, la realidad choca como la ñata contra el vidrio.
Más que hacer una enumeración de males neoliberales que hasta los argentinos no muy veteranos han padecido, valdría hacer un esfuerzo para encontrar explicaciones que vayan más allá de diagnósticos exculpatorios o predicciones apocalípticas.
No será fácil ver bajo las aguas turbias. Pero habría que hacer el intento para evitar mayor sufrimiento a los empobrecidos que la pasarán todavía peor. Cuando un presidente de la Nación dice que “proteger el empleo es alejar las inversiones” está claro el panorama de la pobreza agudizada en los próximos meses. Pero más claro está la apuesta esencial del macrismo: la centralidad del capital, especialmente extranjero que ahora pasa por sobre naciones e incluye a los paraísos fiscales, terrenos que muchos funcionarios actuales conocen muy bien. Los inversores no son caritativos. Ni como limosna dejarán caer una moneda. Es el capital acumulándose a costas de la vida humana. Nada nuevo, pero palpable, violento y criminal.
Se ha pretendido justificar el pago a los fondos buitres para recuperar la credibilidad. Hasta la madre patria financiera ha quedado sorprendida de la rapidez con que el macrismo hizo los deberes. Es de buen alumno hacer mérito sin mezquinas especulaciones. Pero es probable que las inversiones vengan, y el endeudamiento crezca a cifras inconmensurables. Nada de eso indica reactivación del aparato productivo ni generación de empleo. El aumento de la pobreza ya medido por las últimas encuestas de la Universidad Católica Argentina se agigantará. Después de varios meses de gestión ya no se podrá culpar al pasado. La quita de beneficios sociales, de subsidios a elementales servicios públicos, los despidos, etc., serán peor padecidos por los más necesitados de la sociedad. Pero también afectará a esa ancha franja de la clase media, donde se suman los trabajadores con mejores salarios. Quizás sientan más los efectos de los cambios. Acostumbrados a un nivel de consumo que se va restringiendo es probable que crezca el reclamo contra el deterioro del poder adquisitivo. Las estructuras asociativas más fuertes, preservadas especialmente en el gremialismo, se verán enfrentadas al desafío de asumir los reclamos no sólo de sus afiliados, sino de los sectores sociales todavía más afectados. Será con los dirigentes al frente, aunque buena parte preferiría esconderse.
No sería beneficioso que el pueblo agotase la paciencia, haciendo “tronar el escarmiento”, como solía repetir Perón. Muchos años de democracia, con sus idas y venidas, han consolidado su valor. Pero no pueden utilizarse sus formalidades para reimplantar la dictadura del mercado. Los políticos amantes de los cargos públicos utilizarán el argumento de la prudencia para no hacer olas. Pero si no se generan canales para encauzar las necesidades serán los responsables del futuro incierto que se les abre tanto a los más pobres como a las clases medias. Esa incertidumbre puede ser criminal porque la represión violenta será feroz. ¡Hay que garantizar la gobernabilidad para no espantar a los inversores! Alerta para los que ocupan la función pública. Porque hacerlo sin ocuparse del pueblo es corrupción. La estafa a la voluntad popular debería prever penas como las otras.
La perversa especulación con la memoria corta que bien se usó con la apelación al “cambio”, haciendo olvidar historias parecidas y padecidas no hace mucho tiempo, es riesgosa. Porque “la necesidad tiene cara de hereje”; y ahora los herejes no mueren en la hoguera.
Avizorar dificultades para la vida de los empobrecidos y de los sectores que crecieron en calidad social en estos años de democracia, no es para aproximarse al abismo. El viejo aforismo dice que los pueblos no se suicidan, porque contienen el futuro que los anima en la marcha. Pero la apuesta a la esperanza no es en el aire. Se sustenta en los esfuerzos de organización y articulación a partir de lo concreto. “Y en la calle codo a codo somos mucho más que dos”, poetizó Benedetti. La política no se construye sin amor, que es generosidad. Nadie puede pretender poner su bandera para capitalizar nada, porque la nada es la nada; un cuchillo sin mango y sin hoja, dice el refrán.
Aunque con los años hemos recorrido mucho camino, con avances y tropiezos, aprendimos que sólo pisando la realidad se va haciendo el proyecto de justicia y dignidad para todos, pero empezando por los que están en el subsuelo de la sociedad. Con el terror y con el miedo nos hicieron desaparecer aquellas apuestas hoy adormecidas. Imponiendo el individualismo, ganaron la cabeza y el corazón. “Por algo será… Yo no fui… Me salvo solo”. Queda una dura batalla cultural, que no es primariamente intelectual, sino de sensibilidad. La política no es para los insensibles, o no debería serlo. Si lo es, algo no funciona bien en esta democracia acotada. Pero la nueva realidad de acelerado empobrecimiento hará despertar a todos/as, aún a aquellos que se sintieron hartados de diversa forma.
El macrismo presenta lo viejo como nuevo, aunque no sea calco de lo vivido. Puede todavía ser peor, aunque edulcorado para alguna parte de la sociedad que por un tiempo mantendrá sus expectativas en cambios prometidos. Diferenciarse del demonio neoliberal presentando el rostro desarrollista es pretender esconder el tridente. Sería hasta un retroceso intelectual volver al dilema de países en vías de desarrollo o dependientes. Con tanta deuda acumulada, con tanto capital internacionalizado e informatizado sólo con vendas en los ojos se podrán seguir viendo globos de colores; mientras quedan sepultados en el basural de los descartables los niños hambrientos y los ancianos abandonados. Que la cuestión social se vea agravada no equivale a deducir expectativas de cambios en sentido contrario. Mucho tiempo se malgastó sin organizar desde las necesidades del pueblo. Hacerlo desde las urgencias de los partidos políticos es errar para una imprescindible politización que reinstale a los sectores populares como protagonistas y no como clientes. Otra vez los movimientos sociales articulados, pero preservando su autonomía. Si estas reflexiones al vuelo despiertan el debate, bien. Pero si además, y especialmente, animan al compromiso de transformación como tarea concreta y constante, mejor.
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