Todo lo que el poder odia es todo lo que el poder oculta
Por Javier Quintá
Un recorrido por las páginas de la vida de Viviana Avendaño, la presa política más joven del país. Militancia, amor y muerte a 40 años del Golpe
Hace ya tiempo que la crónica periodística —pese a los pronósticos que le auguraban una muerte prematura, a su salida cada vez más esporádica en los diarios, a su largo peregrinar por suplementos turísticos—, ha vuelto a aterrizar sino como la mejor, al menos, la forma más cercana de lo que, muchos entienden, es el periodismo. Frente al manejo supuestamente ascético de la información como operación, al dato vía twitter que vuelve anecdótico un crimen o informa el minuto a minuto de un montón de temas que no le sirve a nadie, frente a esa noticia donde importa más quien titula en negritas que quién la escribe, la crónica es el último bastión para acercarse a la cara oculta de los hechos.
Seguramente lo que está en el fondo de esta cuestión no sea solamente una crisis del periodismo, sino más bien de quienes se apoderaron de las armas para contar lo que pasa. Quienes por mucho tiempo nos hicieron creer que para decir algo hacían falta un montón de recursos que únicamente ellos podían garantizar, donde no importa tanto el periodista que está detrás e investiga, que sabe preguntar y se arriesga libremente.
Por suerte las buenas historias perduran. Y el libro de Alexis Oliva, Todo lo que el poder odia, de ediciones Recovecos, es un ejemplo que desbarata esa mentira. Que se puede hacer periodismo e, incluso, se pueden editar obras de calidad sin tanto preámbulo. Pero quizá la mejor repuesta a ese débil ardid jurídico provenga hace décadas de la ficción, en boca de aquel personaje del Largo adiós, de Chandler: «Soy dueño de periódicos, pero no me gustan. Los considero una amenaza (…) sus chillidos constantes sobre la libertad de prensa significan, con algunas escasas excepciones, libertad para comerciar con escándalos, crímenes, sexo, sensacionalismo, odio, insinuaciones, y para el uso político y financiero de la propaganda. Un periódico es un negocio para ganar dinero mediante los ingresos que proporcionen los anuncios».
Más claro, echale agua.
Nunca es tarde
Al periodista el dolor le llega tarde, leí por ahí. Y a Alexis Oliva su acercamiento a Viviana Avendaño, el personaje central de su crónica, sin saberlo él aún, le llegaría días antes de su muerte. ¿Cuántas cosas querrá decirle ahora que, luego de seis años de investigación, escribió su biografía? ¿Cuántas muertes se encierran en la vida de Viviana Avendaño, que sobrevivió a la dictadura pero no a aquel fatídico octubre del año 2000, cuando en las protestas sociales que la llevaron a ocupar un lugar central en los cortes de ruta de Cruz del Eje, en reclamo de trabajo, un extraño accidente automovilístico le quitó la vida? ¿Cuánto decía esa muerte de lo que se vendría un año después, el 19 y 20 de diciembre de 2001? ¿Cuánto dirá de las luchas sociales que aún restan por todo lo que falta?
A cuarenta años del Golpe del 24 de marzo, cuando todavía hay quienes plantean dudas
—como si eso sumara algo al debate— de la cantidad de desaparecidos, editoriales que piden tratos humanitarios para los torturadores, de especulaciones sobre si el triunfo de Montoneros no hubiera sembrado más terror —y, por lo tanto, se lee, la dictadura sería el mal menor—, la historia de Viviana Avendaño regresa de la muerte para decirnos algo del presente.
La niña que nació al ritmo de la resistencia en uno de los barrios más populares de Córdoba, Villa El Libertador, trae consigo una pieza más del rompecabezas que dejó la dictadura. Porque la historia de Viviana sobrevive al Buen Pastor, la cárcel devenida en shopping y aguas danzantes, donde pasó sus primeros años de encierro. Sobrevive al anquilosamiento de un partido político —el PC, al cual quiso a pesar de sus desencuentros—, a esa lucha entre aquellos ideales que la movilizaban y las trabas, muchas veces burocráticas, otras culturales, de una dirigencia que debía transformarse a los nuevos albores democráticos, transformaciones que la tendrán a ella como protagonista. Porque Viviana era mujer en un partido mayoritariamente de hombres, y era lesbiana en un mundo de corsés apretados.
Porque todo lo que el poder el odia es también todo lo que el poder oculta, Alexis se dedicó a la ardua tarea de desentrañar aquellas lógicas de una sociedad de clases a través de la vida de Viviana Avendaño. Que bien podría empezar con la desaparición de su hermana, Juana Avendaño, en el centro de detención clandestino La Perla. O más atrás, en la dura vida de una madre, Pituca, criando a sus tres hijos con un padre ausente en la miseria. Y de ahí en adelante la vida de Viviana será siempre una partida ganada a un final que, como todo el mundo, tenemos asegurado. Viviana eligió la militancia. Y no hace falta atar muchos cabos para darnos cuenta de que en su cuerpo quedaron grabadas las heridas de una política represiva vigente hasta el día de hoy, con cargos ocupados sino por los mismos hombres, sí por los mismos mecanismos violentos. Primero disparo, luego pregunto.
Ser periodista, dice Cristian Alarcón —en referencia a la eliminación de los archivos de Infojus por parte del Gobierno, trabajo llevado a cabo por colegas, ahora despedidos, durante tres años—, «es vivir en el desacuerdo, en la tensión con las fuentes, con los protagonistas de los acontecimientos, los lectores y con los dueños o financiadores a quienes se los frena siempre con convicción ética y evidencias producidas de la investigación permanente». Con maestría podría aplicarse esta ética al trabajo de Alexis, quien con una exhaustiva búsqueda de testimonios —en el facebook que lleva el nombre del libro se encuentran documentados— y fotografías plantea serias dudas sobre una muerte que la justicia se apuró en dar por resuelta.
Pero tampoco se confundan si creen que se encontrarán con una historia triste. Las grandes batallas que libran estas mujeres —sumamos a Juana Avendaño y a Pituca— tienen, sin lugar a dudas, como recompensa, una vida digna de ser vivida. Y aunque suene injusto, que es cierto que Viviana no debía morir, este libro es la muestra de que aquellas armas que ella usó para enfrentarse al poder de turno, no se esfumarán como muchos querrían. Porque Viviana ha vuelto a nacer en cada uno de nosotros.
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