Crónicas de celuloide #4
Seguimos en Mar del Plata con las crónicas de lo que vamos viendo en el XXX Festival Internacional de Cine
Por Matías Lapezzata
Esta mañana volvió el frío a Mar del Plata. Nada de playa para los contingentes de turistas que deambulan por doquier y habitan todos los hoteles. Es raro que no incluyan en los paquetes de viajes programados las actividades del festival. Sería un buen programa, pero parece que a los comerciantes del ocio no se les ocurre. Sí se les ocurre a muchos otros asistir a las 9 AM al estreno de El precio de un hombre, proyectada hoy en el Auditorium en competencia internacional. La película de Stéphane Brizé está protagonizada de manera excluyente por Vincent Lindon, quien interpreta a Thierry, que al comienzo de la película está sin trabajo, en una entrevista con una agente del gobierno la cual administra las nuevas posibilidades laborales que tiene. Podríamos pensar El precio… en relación directa a El arrullo de la araña, la película de Campusano presentada hace unos días. Pero no es una relación directa, ambas tienen como tema el trabajo, pero desde diferentes perspectivas. Si esta última se encargaba de construir un micro relato de las relaciones de poder que se establecen entre los empleados de una ferretería y su patrón, y de cómo el abuso de poder termina por doblegar y enfrentar a los mismos empleados (supuestamente libres para decidir qué hacer), la película de Brizé adopta una visión que circunscribe el problema a una lógica aún mayor, la del capital y de cómo el sistema laboral propuesto para cualquier persona de clase obrera termina por enfrentarlos también con sus convicciones y sus compañeros. Thierry tiene una familia, una esposa y un hijo con los que comparte pequeñas alegrías: comen y beben juntos, van a bailar. Pero el resto del tiempo, Thierry se la pasa en entrevistas con el gobierno solucionando cuestiones burocráticas para acceder a un empleo. Filmada con planos distantes y medios, siempre el tono está centrado en Lindon, quien se mantiene calmo y acepta las condiciones que de a una se le van imponiendo en pos de recuperar un salario. Finalmente, cuando consigue un trabajo como vigilante en un supermercado, se verá de a poco en una posición en que todo estará en juego nuevamente, y lo que era una solución comienza a ser un problema. Ascender en su trabajo puede significar eventualmente estar en contra de sus compañeros. Es un regreso discreto sobre un tema que no propone novedades en materia cinematográfica, pero que se hace cargo de un llamado a la consideración del otro, un tema nada menor en la Francia de hoy.
Se repite en todos lados que lo mejor del festival está en los márgenes. El límite preciso es el de las competencias oficiales, por fuera de eso, todo puede suceder. Y sucede, porque las películas que coexisten allí son de una variedad total. En cambio, en la competencia internacional por ejemplo, no parece haber lugar para la experimentación, el riesgo o propuestas que se desmarquen categóricamente de las producciones más convencionales. El mismo Martínez Suárez, director del festival, así lo enuncia. De todos modos la riqueza de propuestas del festival se puede constatar día a día, en un trabajo que lideran Fernando Martín Peña como director artístico, y Cecilia Barrionuevo, Marcelo Alderete y Pablo Conde como algunos de los programadores más importantes del grupo enorme de gente que trabaja para esta y todas las ediciones. El trabajo de Peña es crucial en alianza con Martínez Suárez en lo que refiere a los programas que el festival lleva adelante desde hace algunos pocos años en materia de retrospectivas y recuperación de materiales fílmicos argentinos, en pos de la restauración de un patrimonio diezmado por el descuido y la desidia de otras gestiones.
Todo esto para decir que se presentó la película de uno de los invitados especiales del festival, Atom Egoyan, director nacido en El Cairo, pero que trabaja desde siempre en Canadá. La obra en cuestión se titula Remember, y está muy lejos de representar la potencia de su autor si la comparamos con trabajos anteriores como Exótica (1994) o El dulce porvenir (1997). El mismo Egoyan, al presentar la función, comentaba que es su película más lineal. Y aunque está filmada con maestría, se nota el corsé de un guión de hierro con pequeños trucos propios de la industria norteamericana, en donde se mantiene engañado al espectador a favor de un factor sorpresa que reestructure lo que ha visto. El caso es que las pretensiones del filme están claras para el mismo director, que sabe que ha realizado más un trabajo clásico con una apuesta muy fuerte a una idea original de un joven que escribió por primera vez una película, inspirado en el hecho de que es poca o nula la memoria del pueblo estadounidense sobre las consecuencias de la guerra de Vietnam. Pero es la Segunda Guerra Mundial el tema que la película trata, de modo tangencial, pero revisando los traumas y las consecuencias inesperadas (y en esto vemos la marca de Egoyan, al ser el trauma el motivo de todas sus obras) que la Historia desata encarnada en las personas individuales y en pequeñas comunidades. Remember es un thriller en cámara lenta, pues sigue el derrotero de un anciano con demencia senil que se escapa del geriátrico donde vive, con el fin de encontrar al soldado nazi responsable del asesinato de toda su familia en Auschwitz. Bajo una nueva identidad muchos soldados de Hitler emigraron a EE. UU. El soldado que busca Zev Guttman, interpretado por el gran Christopher Plummer, está oculto bajo un nombre que señala al menos cuatro inmigrantes alemanes, y las visitas a estas cuatro personas son las piedras de toque para su viaje con ánimo de venganza.
Mountains May Depart del chino Jia Zhangke, era una de las películas más esperadas por la cinefilia más dura. Como siempre en sus trabajos, Zhangke aborda a partir de las vivencias y consecuencias directas sobre las personas, la expansión capitalista de su país. La historia comienza en 1999, cuando Tao, una joven mujer de 25 años que atiende un pequeño negocio familiar, debe elegir entre dos de sus mejores amigos, quienes le declaran su amor. Por un lado, Zhang avanza de manera prepotente sobre su amiga, impulsado por un poder adquisitivo que crece, pues le va bien en sus negocios. Por otro lado, y con una actitud más pasiva, Liangzi, quien es empleado en una mina de carbón, espera por la decisión de Tao confiado en que la estupidez propia de su amigo y la sed de dinero, lo alejarán sin que haga nada de su amiga, quien finalmente elegirá a uno de ellos. Y allí, la historia da un salto al año 2014, y luego otro al 2026. No importa tanto lo que suceda con sus personajes, solo diremos que la historia termina en Australia y que Zhangke mantiene siempre un cariño por todos los protagonistas, generando empatía por ellos con el espectador, y que maneja recursos, especialmente musicales, que articulan una narrativa con formas propias y puras del cine, pensar por caso el comienzo y el final con el hit de los 90 Go West, de los Pet Shop Boys. Sin embargo, las cosas no están del todo bien, y una vez más, como en todos sus filmes anteriores, somos testigos de cómo el tiempo opera sobre los individuos con una incidencia concreta y tremenda sobre ciertos aspectos de sus vidas, y de cómo muchas veces se elige a favor de algo en lo que se cree, sin vislumbrar la posibilidad del fracaso total.
Favio, la estética de la ternura, es el segundo y último trabajo documental que se presenta en el festival sobre Leonardo Favio. Y al contrario del anterior, la apuesta que hace aquí la dupla venezolana a cargo, Luis y Andrés Rodríguez, es la de construir un relato cuya puesta en escena supere la convención de un montaje basado exclusivamente en la filmación de entrevistas. Incluso los planos elegidos para esas ocasiones tienen su vuelta. La cámara se acerca tanto que solo vemos el rostro de los que hablan, como si fuera un exceso de registro para captar una voz, los rostros parecen salir de la pantalla; pero es allí justamente donde ya hay una apuesta en términos audiovisuales concretos. Hablan Favio, su hermano, su hijo, productores, músicos, su mujer, colaboradores, críticos, en fin, un sinnúmero de personas que estuvieron ligados a su trabajo a lo largo de todos los años en que filmó. Y la apuesta se redobla al componer un montaje que pone en relación imágenes de sus películas con recreaciones ficcionales que soportan y otorgan nuevos sentidos a las palabras, buscando una relación que las pondere y eleve en una nueva búsqueda poética.
Comentarios recientes