Por Fwala-lo Marín
El 2015 corre como si no le quedara tiempo, y pasada la mitad del año, un resumen sería extenso. El teatro, lejos de estar ajeno a la realidad cordobesa, se sacó la ropa de entrenamiento, sacudió los trajes del estreno, y salió a invadir las noches. Una impresionante cantidad de obras se presenta cada viernes, sábado y domingo. Incluso jueves, miércoles, o lunes. La Agenda Teatral Córdoba le pone números: en un mes, unas setenta obras están en cartel, y unos 30 teatros prenden las luces y suben las persianas. Desde marzo, el Instituto Nacional del Teatro edita mensualmente una agenda que se distribuye en soporte papel y web, centralizando la actividad teatral en Córdoba, y es un pequeño acontecimiento que afecta sensiblemente a la reunión entre grupos de teatro y espectadores. Encuentro que es, en definitiva, el teatro mismo.
Ciertamente, ha comenzado a hacerse cada vez más notorio un proceso, que para los hacedores y los espectadores habituales, resulta cotidiano. Se produce teatro en Córdoba. Mucho teatro. Diversas propuestas díficiles de encuadrar, en las que los géneros calzan como ropa de supermercado, haciendo que cada obra encienda un universo único. Hay obras que son poesía. Otras son película de acción. Hay puestas que son un cuento, una historia mítica, un salto de dimensión. Hay grupos de teatro capaces de crear en una noche una atmósfera propia, con olores y densidades particulares. Hay teatro que se escucha, donde pierde el reino la visión, sumando nuevos tronos y abriendo nuevas puertas. Otros, al dar sala, ofrecen un territorio de degustación, del paladar y del cuerpo. Hay obras, espectáculos, performances que demandan al público un único riesgo: decidir, esa noche, asistir al teatro.
Nutriendo la escena cordobesa existen unos cuantos directores, actores, dramaturgos, escenógrafos, iluminadores, diseñadores y técnicos de todos los tipos, dramaturgistas, críticos, bailarines, performers, intérpretes. Son una multitud de jugadores. A veces, se reúnen en grupos, o en obras, o en salas. Puede que se hayan formado en alguna de las tres instituciones estatales de enseñanza del teatro: la Escuela Superior Integral de Teatro «Roberto Arlt», el Seminario de Teatro “Jolie Libois”, dependientes del gobierno de la Provincia, o en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Córdoba. O bien han aprendido en talleres teatrales de salas, en el encuentro con pares, o en la escuela de la calle. Puede que todas las anteriores sean correctas. Cierto es que para que ocurra una puesta en escena, los hacedores aprenden, entrenan y producen. El espectador asiste, por lo general, al final de un proceso extenso de ensayos, recibiendo los diamantes que el grupo se encargó de encontrar y pulir, para regalar unos cuantos, cada noche.
En un afán de presentar algunos nodos de esta red, sin poder abarcarla por completo, ni mucho menos querer representarla, este dossier levanta la persiana del teatro y se asoma para que los teatristas mismos presenten de qué se trata su trabajo. Jorge Dubatti titula El teatro sabe. Sabe de sí mismo, de sus gajes y oficios, de sus modos de producción, de sus procedimientos, de sus problemáticas y de los modos de afrontarlas. Y lo que no sabe lo imagina, lo intuye. A veces, el teatro cree, aunque parezca extraño creer, tener esperanzas. Entonces, el teatro dice: el público está volviendo al teatro. Y todos decimos amén. Y creemos. Y trabajamos para que esa idea se haga cuerpo. Algunos hasta argumentan, el porqué el espectador está retornando a las salas, a las plazas, o al sitio en que tiene lugar el acontecimiento. Piensan que es por las poderosas fuerzas de la comunicación virtual, que viraliza en las redes sociales las propuestas independientes, o por la agenda teatral que aporta un poco de claridad en el enjambre, eventos de cada fin de semana. O porque estamos haciendo un excelente teatro últimamente. Un par de voces dicen que todo tiene que ver con cómo nos vamos sintiendo como ciudadanos.
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