El sentido de la memoria

En DEDORO de Octubre 013

La edición del best seller del periodista Ceferino Reato, contiene un proyecto ambicioso desde su propio título: ¡Viva la Sangre! Córdoba antes del golpe. Capital de la Revolución, Foco de las Guerrillas y Laboratorio de las Dictaduras (Sudamericana, 2013). De polémicas hipótesis, el libro parece pensado no como mera reseña histórica, sino –como los libros de Juan Bautista Yofre– como herramienta de deslegitimación de las posiciones de organismos de derechos humanos, así como de diversas instituciones y movimientos políticos y sociales con inédito protagonismo desde la derogación de las leyes de impunidad.

Luis «Vitín» Baronetto

(Exdirector de Derechos Humanos de la Municipalidad de Córdoba)

VivaLaSangre

Impacta el título. Intenta atrapar desde cierto sensacionalismo. Pareciera remitir a un macabro festín de embrujados o dementes. Pero en esta parcial presentación de la “Córdoba antes del golpe” también se exagera en los subtítulos. Sólo un análisis descontextualizado podría afirmar que aquí estaba la “capital de la revolución” o el “foco de las guerrillas”. Se ignora, por ejemplo, la larga, dura y violenta resistencia peronista que tuvo expresiones importantes en Buenos Aires, Rosario, Tucumán y otras zonas del país donde surgieron experiencias guerrilleras.

Acepté compartir algunas opiniones sobre “Viva la Sangre”, el último libro de Ceferino Reato, advirtiendo mis limitaciones. Sólo unas pinceladas como perteneciente a una época que todavía requiere ser testimoniada, debatida y registrada en función del desafío del presente. Ese es el sentido de la memoria. Y por supuesto ubicado en un lugar del escenario. Pero nunca con la pretensión de la inexistente objetividad en la que se escudan los que se niegan a tomar partido, a sabiendas que esa prescindencia en realidad intenta ampliar el consenso a favor de los que necesitan que le escriban la historia para justificar su buen pasar. Nunca han faltado las buenas plumas para dibujar esa historia.

El periodista Reato diagramó un relato que se pretende objetivo. En la presentación de su libro en Córdoba dijo que su rol se limitaba a “describir la realidad”. Así eludió responder cuando se le requirió su opinión sobre los juicios de lesa humanidad en curso. Pero ya se sabe que toda palabra pronunciada en un lugar y en un tiempo está siempre teñida por la subjetividad propia o de los entornos. Difícilmente una descripción de la realidad pueda abstraerse de la cosmovisión del escritor. El recurso de que hablen de un lado y de otro no alcanza para ocultar posiciones del autor en temas que están en disputa. Las “partes” hablan bastante y esto puede confundir a desprevenidos. Desde la historia que conocemos no ponemos en duda algunos de estos relatos. Porque están narrados por protagonistas, ya sea en forma directa o a través de los expedientes judiciales. No ubico en el mismo plano lo que cuentan los condenados por delitos de lesa humanidad, que obviamente no se autoincriminarían; y necesitan además reafirmar las excusas que fundamentaron sus tropelías.

Pero lo observable no está en esta selección de relatos. Sino en el esquema que diseña el autor. La selección de hechos, que definen los títulos de los capítulos, revela la orientación del escrito. Y aquí se olfatea la parcialidad. Porque se los descontextualiza y presenta como relatos acabados, cerrados, como si los hechos que se describen –que en su mayoría son los de mayor violencia– hubiesen caído como meteorito en suelo cordobés y pudieran analizarse en forma aislada. Si bien algunos capítulos contienen párrafos que disimulan esa cirugía, los relatos reafirman la petrificación de los demonios que torna impoluta la complicidad civil beneficiaria del genocidio.

Los números

Reato se introduce en la cifra de los desaparecidos para desacreditar la política de derechos humanos asumida por el gobierno nacional, un tema que no es nuevo ni exclusivo. Pero el kirchnerismo no fue el inventor de los 30.000. A falta de archivos oficiales, siempre negados por los genocidas, se fue elaborando hasta constituirse en el símbolo del genocidio argentino desde mucho antes de la aparición del actual gobierno. Al menos en este caso los números no corresponden a las matemáticas, sino a la política. No agrandan ni achican la ferocidad del terrorismo de Estado. Revelan sí la magnitud que los sectores dominantes necesitaban para clandestinizar la sepultura final de cualquier proyecto de transformación social. Y en ese sinuoso fango, la trivialidad sobre las indemnizaciones, tema recurrente ya abordado en sus publicaciones anteriores. Con todo eso, como efecto colateral, preparando el terreno para atenuar la delictuosidad de los enjuiciados por delitos de lesa humanidad.

Perón-Montoneros-Obregón Cano

Suele ocurrir en este tipo de libros sobre la historia reciente. Se plantean hipótesis acomodando luego los hechos para sostenerlas. Así por ejemplo la disputa de Perón y Montoneros “por la conducción del peronismo, del gobierno y del país”. No sólo se exagera la aspiración de Montoneros en ese momento, sino también la presencia de estos en el gobierno de Obregón Cano Y se mezclan fechas y lugares. El enfrentamiento tuvo expresión pública en Plaza de Mayo en 1974 y ya hacía un par de meses que se había producido el navarrazo en Córdoba. También las conclusiones sobre ese período del gobierno constitucional cordobés son parciales. Sin negar la importante tarea de Montoneros en la campaña electoral y su secundaria presencia en el gobierno, la radicalidad de las posturas del gobernador Obregón Cano eran de su propia cosecha. Y respondía a la realidad social de Córdoba, donde además de lo político –que reclamaba el pluralismo reflejado en la composición de su gobierno– podía destacarse una mayor movilización obrera que no quería quedar encorsetada en el “pacto social”. Y también un notable dinamismo estudiantil –aquí sí con bastante presencia de las distintas vertientes de la izquierda– que se arrastraba desde varios años atrás. Pero lejos de “capitales” o “focos”. En el libro no se destacan los entramados sociales y políticos en el escenario del conflicto. Se fragmenta la realidad y se la reduce a una lucha violenta de aparatos. Si se une el título de tapa a los capítulos finales quizás pueda entenderse mejor el propósito del escrito. Los dos últimos, dedicados al derrocamiento del gobernador Obregón Cano, siguen en gran parte la letra de los escritos históricos de un militante del F.I.P. (Frente de Izquierda Popular), poco afecto a la entonces llamada “tendencia revolucionaria” del peronismo. ¿Por qué este final? Como no creo en el periodismo “aséptico”, sospecho que la intencionalidad general es descalificar con sangre, bombas, violencias y consignas utópicas, las posibilidades de encauzar nuevos proyectos portadores de mayor justicia social.

Estas sospechas no dejan de reconocer un relato inteligente, que incluye síntesis históricas ajustadas a la realidad como el capítulo 14. Pero también yuxtaposiciones forzadas para introducir subtemas principalmente relacionados con la violencia montonera, que exceden el ámbito cordobés; y el autor relaciona para deslegitimar políticas del actual gobierno nacional. No sería grave si atrás de esa crítica no se escondiera el cuestionamiento de fondo sobre proyectos populares de transformación social aún pendientes de concreción.

Sin agotar otras observaciones: Reato magnifica algunos hechos para sostener su hipótesis que “luego del retorno del peronismo al gobierno, en 1973, Córdoba se convirtió en el centro estratégico del tablero político nacional”. Una evidente sobrevaloración porque los principales acontecimientos y sus definiciones tuvieron como escenario las cercanías del poder político central.

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