Hay cadáveres

Hay cadáveres

A principios de 2000, en la gestión del intendente Germán Kammerath, se inauguró en Córdoba una sede del Museo Nacional de Bellas Artes. Se proyectaron edificios y emplaces que acompañarían el nuevo emprendimiento en la zona del exmercado de abasto. Pero como un acto fallido, todo duró mucho menos de lo pensado.

Emilia Casiva. Lic. en Comunicación Social

Mediados del año 2000. El director del Museo Nacional de Bellas Artes Jorge Glusberg y el intendente de Córdoba Germán Kammerath, firman un acuerdo de cooperación para abrir la primera sede permanente del MNBA en el interior del país. Como patada inicial se monta una retrospectiva de Julio Le Parc. Suenan bombos y platillos, se descorcha el champán y se estrechan manos. Dicen que hasta Darío Lopérfido, entonces ministro de Cultura, estaba entusiasmado con la idea. Por la misma época, Glusberg firmaba un acuerdo similar con el secretario de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Neuquén. En ambos casos los compromisos eran asumidos tanto por la Secretaría de Cultura de la Nación, como por los respectivos municipios. La federalización del patrimonio artístico estaba en marcha, y los cordobeses habíamos sido elegidos.

El MNBA Neuquén cuenta hoy con más de 200 piezas que van del Renacimiento al Impresionismo, además de colecciones nacionales integradas por obras de los precursores, la Generación del 80, el Grupo de París y las vanguardias. En sus salas también se realizan muestras temporarias de artistas nacionales e internacionales, como Goya o Picasso. El MNBA Córdoba es un depósito que alberga vehículos confiscados por la Municipalidad, neumáticos viejos y yuyos altos.

Gentrifica y reinarás

Aquel evento inaugural presagiaba un futuro reluciente al lugar que ocuparía la ciudad en el mapa artístico de Argentina. Desde las páginas de La Nación, una Alicia Arteaga exaltada y rebosante de federalismo anunciaba: “Finalmente, el arte cruzará la barrera de la General Paz, y Córdoba tendrá una sucursal del Museo Nacional de Bellas Artes, tal como ocurre con el MoMA, en Queens; o con el Guggenheim, en Bilbao”. La idea: convertir a los viejos galpones del exmercado de Abasto, ubicados sobre la costanera entre Ibarbalz y el puente Maipú, en “una especie de Puerto Madero”, según lo proyectaba el arquitecto Fermín Alarcia, funcionario municipal y autor del proyecto. El plan: recuperar la zona, conectar el Museo a través de un puente con una “Plaza de la Música”, y sumar bibliotecas, bares, disquerías y restaurantes que permitieran sostener el emprendimiento. La preocupación central era que éste se autofinancie para que no sea “como los museos del interior, que dan lástima» se escuchó comentar a Glusberg. Lo que quería decir era algo más, lo que quería decir era ocio, negocio, criterio empresarial. Entre planes e ideas, se prometieron dos millones de dólares por parte del municipio y 50 millones por parte de la Nación.

En 2001 se licitó el proyecto, y se presentaron bocetos y maquetas en el marco del envío de la Primera Bienal Internacional de Arte en el Cabildo de la ciudad. Tres arquitectos cordobeses (los mismos que habían ganado un concurso internacional para diseñar el MALBA), proponían enmarcar los 1400 metros cuadrados del futuro MNBA mediterráneo, en un plan de desarrollo urbanístico que buscaba recuperar la historia del lugar, la memoria de esos galpones que hace años miran al Suquía. Pero la cosa es que el estudio AFTArquitectos tuvo que hacer un rollito con los planos. Roger Chartier escribió una vez que es responsabilidad de la historia volver inteligibles las herencias acumuladas y “las discontinuidades fundadoras que nos han hecho lo que somos”.

Imaginen un silencio largo. Luego de eso vendrían negociados del gobierno con las tierras; protestas de empleados municipales por las condiciones de seguridad e higiene de su lugar de trabajo (en los galpones comenzó a funcionar la Dirección de Control de Transporte); amenazas de llevarse las chapas del techo (hubo quien las compró y después no pudo sacarlas); planes de urbanización imaginados por cándidos estudiantes de arquitectura en sus trabajos finales.

El edificio, gigante y despedazado, sigue allí. Cuentan que aquella noche de la inauguración previa, en el Abasto hacía un frío glacial. Y que, entre medio del emperifollado público (Le Parc y señora incluida), la artista Zoe Di Rienzo se paseaba con un cartel que decía: “cuidado, frágil”.

Levantad, carpinteros, la viga del tinglado

Una voluntad incansable de las artes contemporáneas es hacer de ellas mismas, de sus prácticas y objetos, un lugar de lo inacabado. Pero habría como mínimo un error de cálculo, cuando esa voluntad se traslada –no sé si por ósmosis, contagio o torpeza– hacia la esfera de la gestión pública de la cultura. Allí es cuando empieza a sonar un loop constante, hecho de olvidos e interrupciones. “Quizás las relaciones del Museo con las políticas que lo exceden sean el mejor lugar para buscar su especificidad”, sugería la investigadora Carolina Romano en las páginas de Parabrisas, una publicación que proponía pensar los museos que tenemos frente a los museos que queremos. La pregunta es ¿por qué nos acostumbramos a que nos corten el chorro? ¿Qué se espera de la “comunidad artística” de Córdoba? ¿Qué esperamos de nosotros mismos?

Pero toda comunidad –que dice, calla, hace y deja hacer– está siendo cada vez otra, diferente de sí misma. Por eso no tiene “última palabra” ni “ars poética”, por eso no hay para ella una declaración de principios, de esas que se hacen de una vez y para siempre. Hay, sí, ciertas imágenes sueltas, singulares, convocadas por lo común. Como la del cartelito de Di Rienzo, que se me ocurre acompañada de otras imágenes de la “comunidad artística”, que pasan rápido y le hablan. Son, además, imágenes que exceden al museo, como sugería Romano.

Una: En 2012, los muros exteriores del fallido MNBA cordobés son elegidos para el proyecto de arte urbano Inside Out. Todavía hoy pueden verse sobre su fachada, los rastros dejados por las pintadas de Elián Chali, Lucas Aguirre, French Napp y otros artistas. “Museo Virtual de Bellas Artes”, se lee sobre uno de los muros. La palabra “virtual”, estencileada sobre fondo rojo, cubre parte del logo anterior.

Dos: en febrero de 2016, cientos de ciudadanos se manifiestan ante un edificio histórico del centro de la ciudad, no por el cierre de un Museo, sino por el corte abrupto del proyecto curatorial que se sostenía desde allí adentro. En medio de la peatonal, ven relampaguear el vacío que se forma cuando paredes, política y gestión se piensan, otra vez, de manera separada.

Tres: de vez en cuando alguien recuerda. Durante el último verano, en el Museo Palacio Ferreyra se realiza un ciclo de arte contemporáneo llamado Interferencias. Mauricio Cerbellera, uno de los artistas invitados, se pone a dibujar mientras mira obras de la colección. En un momento, se detiene ante una vieja panorámica de la ciudad. La obra es de Honorio Mossi, y se titula “Córdoba en 1895”. “Yo fui con mi vieja cuando era un pibe a la inauguración de los galpones, a ver la muestra de Le Parc”, me cuenta después por chat, “ahí compré mi primer libro de arte”. En la copia que Mauricio hace de la obra de 1895 dice, tenue y escrito en lápiz: “aquí se construirá el Museo Nacional de Bellas Artes”. En ella aparece, en primer plano, un terreno vacío de la costanera, entre Ibarbalz, las vías y Maipú.

2 comentarios

    • Valeria el 22 abril, 2016 a las 15:53
    • Responder

    Se me puso la piel de gallina con el relato… y un poco de impotencia y bronca contenida me subió desde la boca del estómago.. porque suceden estas cosas?

    • Hernan S. el 17 mayo, 2016 a las 22:53
    • Responder

    …y que puedo contarte de mi escondite detrás de las obras de Le Parc. Estaba encargado del mantenimiento de la muestra. En silencio, con mi perfil bajo… Escuchaba cada sonido de los pasos en la oscuridad, la gente que «dialogaba con la luz…», yo lo espiaba todo, recorría cual fantasma en el oscuro galpón. Por momentos, asombo y ensueño. Otros, concierto de los mecanismos que hacían que todo funcione. Mucha tristeza sentí con el desarme de la muestra, pero fue incomparable con la muerte lenta del edificio donde, pensaba dentro mío, un día con poca modestia de mi parte pensaba decir: «aquí tuve la dicha de ser parte de una obra de Julio Le Parc…»

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