Por Juan Manuel Conforte
Este número de Deodoro nace con una discusión. Discusión posterior a que el dossier estuviera terminado, pero sospechada de antemano. La discusión gira en torno a una pregunta ¿hay un lenguaje con el que podamos comunicarnos y entendernos más allá de todo tecnicismo? ¿Existen verdaderamente diversos registros de lenguaje: académico, epistemológico, frente a un lenguaje popular y del sentido común? ¿Pueden comerciar esos diversos registros? ¿Cómo? El psicoanálisis, desde aquellas viejísimas y conocidísimas obras de Freud sobre el chiste o sobre los lapsus, hasta la más compleja utilización de la lingüística por parte de Lacan, tiene la certera sospecha de que por todos lados reina el malentendido y que allí donde creemos comunicarnos, no hacemos más que no escuchar lo que el otro quiere decir, y allí donde no entendemos, tenemos la oportunidad (si logramos salir de la frustración) de dar un sentido nuevo. En la disputa cultural que conlleva hacer una revista como Deodoro, la discusión no es menor y la apuesta singular de este dossier es que en el mundo cultural del mercado, cualquier complejidad podría ser estimulante.
Lo que el psicoanálisis comprueba con su práctica, es que hay al menos dos estratos en el lenguaje que no tienen que ver con los diversos registros impuestos por las divisiones sociales, o culturales: el lenguaje vacío; es decir, el lenguaje que siempre va en una dirección, el lenguaje previsible en el que podemos ir anticipando y entendiendo como quien monta uno de esos caballos que hacen siempre el mismo recorrido; y el lenguaje pleno, es decir el lenguaje que, separado del camino regular, toca eso que llamamos con el psicoanálisis real, en contraposición a la realidad. La realidad cotidiana, como el sentido común, o el lenguaje común, es el lugar donde los sentidos son dirigidos en una dirección. Lo real, es lo que trastoca esa dirección de sentido único, poniendo las brújulas, como en el triángulo de las bermudas, a dar vueltas. El psicoanálisis, así, tiene una atracción por lo que suena raro y que no es de fácil asimilación, e intenta encontrar las fórmulas que lo producen.
Si entendemos por formula una especie de receta que se aplica para obtener determinada comida, el intento del psicoanálisis es el de encontrar la receta de aquello que excede a la receta, ese sabor que la hace singular y que diferencia el saber precocido de la cocina cultural, de su zona de innovación, de disputa. Ese quizás sea el sentido de los ingredientes que tanto ofuscan a los que entran en el discurso del psicoanálisis como a un Mac Donalds buscando la cajita feliz del esclarecimiento; el psicoanálisis los expulsa con una buena dosis de sin sentido como su picante principal. El ánimo siempre es el de movilizar la capa del sentido único para encontrar nuevas formas de lazo, de unión, para unir la palabra con eso real que está en juego.
Por eso el psicoanálisis nunca es referido a sí mismo, sino que siempre está haciendo borde con otras teorías, y prácticas culturales: en este dossier encontraremos textos sobre la poesía (o el poema), la historia, la lectura, el arte, que cada uno a su modo y en su estilo singular dan cuenta de esa zona fronteriza de tráfico entre prácticas diversas. El psicoanálisis es así, una disciplina molesta, parásito, siempre vamos a encontrar a un psicoanalista en los lugares más inhóspitos intentando captar tal o cual cosa de física cuántica, de cálculo infinitesimal, del Ulises de Joyce; colándose en los archivos más diversos, y organizando eventos culturales de distinta índole. Hay allí una política singular del psicoanálisis en referencia a otras disciplinas: no desestima ninguna que se ocupe de la cultura en general, pero no para empatizar con ella o para realizar alegorías con su campo, sino para intervenir en sus puntos oscuros, en sus imposibilidades; para obtener de ellas las fórmulas de su fracaso. No podemos decir que siempre triunfen en ello como tampoco siempre triunfan en el esclarecimiento del inconsciente, que de por si es gustoso de máscaras, pero aún así se sostienen e instalan su discurso a veces molesto, casi siempre enigmático, e insistentemente desoído por el oficialismo cultural que lo tilda ya sea de complicaciones absurdas, o de simplismos sospechosos. El psicoanálisis se sostiene en ese complejo lugar y, en el mejor de los casos, no hace concesiones. Cuenta Fabián Fanjwaks en la entrevista que le realizamos que incluso en la universidad francesa París VIII el Departamento de Psicoanálisis se ve siempre amenazado de perder su lugar. Es un convidado de piedra, cuya palabra molesta. Este dossier ha zozobrado también haciendo temblar la línea de lo culturalmente esperado. En el peor de los casos, dará que hablar. La invitación al lector es, entonces, adentrarse en esa suerte de aventura de lenguaje para rondar en algunas de sus superficies y rasparse con algunas de sus espinas.
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