En la Deodoro N° 57 publicamos una carta abierta A Roger Koza del director Matías Herrera Córdoba. Aquí su respuesta.
Lo pequeño no es hermoso
Roger Koza
Programador y crítico de cine
He leído tu carta abierta con atención y cariño, e intentaré responderte con precisión, aunque al mismo tiempo aprovecharé la ocasión y el carácter público del intercambio para expresar algunas inquietudes que tengo respecto de lo que se ha denominado “Nuevo Cine Cordobés”.
Para empezar, una primera coincidencia. No se trata de un movimiento, como bien vos decís en tu texto publicado en el número anterior de Deodoro, sino de un fenómeno. Quisiera entonces esclarecer qué significa aquí el vocablo “fenómeno”. La primera necesidad que me solicita ese término es su adjetivación. ¿Un fenómeno social? Probablemente sí. Adjetivado ya, permítaseme una genealogía mínima.
A fines de siglo, y unos pocos años después, justo cuando la imagen en movimiento completó su mutación ontológica y su naturaleza analógica fue sustituida por otra –digital–, hubo una deriva estructural en todos los órdenes vinculados al cine. Se empezó a filmar, exhibir y discutir sobre él de un modo novedoso y jamás imaginado. El surgimiento de un cine hecho Córdoba es imposible de ser concebido sin esa mutación que nos excede pero que nos determina.
En esas coordenadas técnicas y simbólicas está la genealogía del fenómeno. Mi forma de pensar sobre él es concebirlo como un conjunto de prácticas (filmar, escribir, hablar, debatir) destinadas a constituir una cultura cinematográfica. A diferencia de otras provincias, existe en Córdoba –en una escala pequeña, pero verificable– una comunidad cinematográfica en construcción.
Está claro que había algunos indicios previos que nos remontan a décadas analógicas. Vos nombraste a Juan José Gorasurreta, un verdadero Juan el Bautista de la cinefilia cordobesa. Los primeros realizadores que empezaron a escribir esta nueva historia del cine cordobés, como Liliana Paolinelli y Santiago Loza, pasaron, incluso como vos y otros realizadores cordobeses de la generación posterior, por ese espacio sin sede precisa que se denominó La Quimera, un cineclub nómade que fue una escuela de entrenamiento para casi todos (y aún hoy lo sigue siendo). Aquí habría que decir también que La Quimera es un desprendimiento indirecto, una huella, de todo un movimiento que ni siquiera empezó aquí, sino en Santa Fe. Gorasurreta es un emisario del espíritu de la Escuela de Santa Fe, epicentro de una invención insólita de un cine que empezaba a interpelar lo real y que fue el puntapié inicial que signó la experiencia cinematográfica en Latinoamérica. Pero seguir por aquí nos alejaría de nuestro tema; basta con señalarlo, porque es necesario. No quisiera, de todos modos, dejar de mencionar a Daniel Salzano. El Cineclub Municipal Hugo del Carril ha sido el otro espacio simbólicamente relevante de estos últimos años, y sin él la historia hubiera sido distinta. Estoy seguro que hay nombres que deberíamos incluir. Menciono ahora también a Enrique Lacolla, pero debe haber otros. Recordar e historizar es siempre un buen ejercicio.
El único señalamiento que me pareció pertinente de la famosa entrevista de Sergio Schmucler que mencionás es aquel en el que cita a Leonardo Favio en tanto cineasta que encarnaba una virtud y una actitud. Él lo expresó de otro modo, y yo prefiero decirlo así: en el cine de Favio había una sustancia popular que atravesaba sus relatos y estos, además, podían sortear la comodidad de representar el pequeño mundo privado al que se pertenece. ¿Quién entre nosotros podría aspirar a filmar una película delirante y hermosa como Nazareno Cruz y el lobo, o una como Gatica, el Mono? Si ese es un interrogante extremo, preguntemos entonces: ¿quién estaría dispuesto a filmar la época kirchnerista, la cual se ha desplegado como una hiedra tanto en el seno de la intimidad como en el orden público? En otros términos: ¿cómo puede ser que no haya existido aún una ficción cordobesa (y argentina) que examine directa e indirectamente la infiltración del ubicuo antagonismo relacionado con la experiencia política en el resto de las experiencias íntimas, familiares, laborales, sociales? La mayoría de nuestras ficciones transcurren en el limbo. Me anticipo: un personaje de El grillo dice algo al respecto, y la crisis existencial en la que ella y el resto están sumergidos no solamente se limitaría entonces a un universo clausurado en el que el afuera es inexistente. Es un indicio.
El desafío del cine cordobés es aspirar a cierta grandeza. Ya tenemos demasiadas películas de adolescentes hechas por cineastas que recién han dejado ese estadio y que ni siquiera llegan a superar con sus relatos una idea de juventud desprovista de rebeldía e inconformismo. Películas como Criada, Yatasto, De caravana, La sombra azul e Hipólito, con sus aciertos y desaciertos, anunciaban una posibilidad de ir más allá del recurso seguro de filmar lo que se conoce y espejar simétricamente una generación a la que se pertenece. Luego, los cineastas cordobeses eligieron el repliegue en la intimidad (Los besos, El último verano, Todo el tiempo del mundo, Atlántida, Miramar, entre otros títulos), esa tendencia a sacralizar las historias mínimas, cuya expresión más perfecta, exitosa y conservadora es Ciencia naturales, una película inofensiva e inobjetablemente sensible, pero que clausura todo riesgo y termina siendo la más paradigmática de un sistema estético global.
En tu carta mencionabas una preocupación en torno a la crítica. Comparto todas tus preocupaciones y podría enunciar problemas aun más acuciantes. En los últimos 10 años, la crítica que se escribe en Córdoba dejó de ser moldeada por la reseña semanal de los diarios, la cual suele estar determinada por la redescripción de un argumento y la interpretación de este por parte del crítico. En este sentido, la publicación de los libros Diorama y Hacia lo que vendrá. Escritos desde el cine, sumada a la existencia de una revista como Cinéfilo, fueron hitos de una transformación literaria en torno al cine.
Debo decir que la promesa que veía en esa publicación llamada Cinéfilo ha sido en cierta medida traicionada. El staff es formidable y sus redactores son gente sensible e inteligente. Después de un par de años de existencia, los jóvenes que tienen a su cargo la revista han conseguido sostenerla y mantener un nivel más que aceptable en tanto discurso general y análisis específico de películas y temáticas. Sin duda, es mejor que otras revistas que se publican en Argentina, pero lamentablemente comparten un espíritu de época: en cierta forma, participan del discurso general de la crítica acoplándose a las certidumbres del consenso. No cuestionan ni rivalizan con el status quo de la crítica porteña. Así, han quedan aislados y en todo caso no son otra cosa que una curiosidad de provincia. A su vez, se han mantenido distantes del “fenómeno”, incluso siendo parte de él. El gesto combativo de pensar a fondo y escribir sobre las películas cordobesas y cuestionarlas en su propia física y en el ordenamiento simbólico concomitante a las poéticas elegidas por los cineastas de la provincia, brilla por su ausencia. Lo mejor que hicieron al respecto fue cuestionar honestamente Salsipuedes para después encarar una entrevista con el director, un ejemplo de discusión que conjuró el desprecio y el resentimiento. Pero todo quedó ahí.
Nada más por ahora. Lo único que nos queda es trabajar, trabajar y trabajar. Y seguir también pensando y estudiando.
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