El policial cordobés

Guillermo Vazquez, en DEODORO Agosto 014

Es sabido que, a comienzos de los noventa, un profesor de la UBA, Oscar Landi, en una materia vinculada a la teoría política, daba como lectura novelas y relatos del policial negro. Había una nueva institucionalidad, un esquema de vínculos complejos entre poderes políticos, económicos y una sociedad que comenzaba su mediatización más intensa, que no podía –según Landi– comprenderse con, por caso, Alain Touraine, o las ciencias sociales de los ochenta, o la microfísica de Foucault. Eran Hammett, Chandler, Ross MacDonald y otros (Walsh, pongamos) a quienes había que apelar para entender lo que pasaba, la opacidad del momento y el nuevo modus operandi de sus actores.

Más allá de la posible inscripción de la ocurrencia de Landi en una larga trayectoria teórica –de Gramsci a Deleuze– que vincula al policial negro como uno de los mejores compendios de síntomas del capitalismo avanzado (y no con un género “menor” o “masivo”, tomándose peyorativamente estas palabras), lo que es interesante en esta operación, es un señalamiento de Landi para las Ciencias Sociales de entonces. Como si hubiesen perdido cierto rumbo, incluso al interior de sus propias casas de estudios, y dejaran de tener cualquier efectividad. La radicalidad de Landi en eso, la “superación” que produce, consiste ya no en preguntarse (y sugerir su respuesta: en el policial negro, antes que en las ciencias sociales) con qué lenguaje debería hablar un profesor en la tele ante la interpelación del conductor, en una presentación de alguna película del grupo Cine Liberación en un barrio (pongamos, Alberdi o Los Granados), o en una mesa en un sindicato –pregunta por la forma del “compromiso del intelectual”, tan sostenida desde mediados del siglo pasado. Casi como si ésta fuera una derrota un poco admitida, o acaso mucho más complicada que lo que alguien pudiera resolver en una cátedra, Landi habla casi desde su propia dignidad, del principio de todo lo otro: primero, que estos textos nos convenzan a nosotros, nos interpelen a quienes esto leemos en relación a una posible comprensión de lo que ocurre.

Hace ya unos meses, el diario La Nación viene sacando una colección de libros de autores contemporáneos, a buen precio, co-editados con la mítica editorial Siglo XXI (que generó un vínculo masivo quizás inédito hasta hoy entre entre las ciencias sociales y las izquierdas). Paulo Freire, Michel Foucault, Antonio Gramsci, Pierre Bourdieu, etc. Casi ninguno de ellos falta en el programa de las cátedras de ciencias sociales y políticas. ¿Por qué La Nación, al fin y al cabo, tribuna de doctrina, de una doctrina especial, está sacando esos autores, tan propios de una cultura particular (académica, política, juvenil, etc.)? ¿Es una mera argucia del mercado?

La anécdota de Landi, y la cuestión de la colección de autores (que, sin dudas, podría aquí haber sido interpretada hiperbólicamente en orden a terminar este texto, y apenas con unas pequeñas argumentaciones en contra, sobre mercado, universidad, etc., podría cuestionarse con total acierto) que ha decidido sacar uno de los grandes discursos públicos (ya que es uno de los diarios del podio en tirada nacional) a favor de la seguridad jurídica de los fondos buitre, en contra de cualquier reforma garantista del sistema penal argentino o de reformas en la propiedad de la tierra que la hagan más equitativa.

Esto que sucede –a lo mejor–, podría detenernos a pensar, por unos instantes, si las categorías, los textos y los modos (incluso de vida) en que en nuestras propias regiones del saber estamos pensando y discutiendo y promoviendo transformaciones para Córdoba, son las indicadas. Eso implica la seguridad, la historia reciente, la política, la arquitectura, la economía (Saer pidió también alguna vez “un tratado de filosofía en alguna de las lenguas del Río de la Plata”). Y es una interpelación que debería tener una radicalidad cierta, y no ficticia: pues tampoco se logra introduciendo al medio de un paper algún término aymara que reemplace uno francés, ni citas de algún líder popular o un revitalizador de la gauchesca –y hay que decir que nuestro dossier, sobre los pueblos originarios cordobeses, no cae esas tentaciones, en la crudeza del tema que le toca abordar.

El mes que viene tendremos en Córdoba un encuentro de novela policial. Más allá del encuentro en sí (los que vienen, lo que se hace, es decir, el “campo”, según el Bourdieu que generosamente nos lega La Nación), vaya si eligieron la provincia correcta: muertes y encubrimientos escandalosos, abusos por doquier, corporaciones que vehiculizan sus intereses sin límite alguno, la tibieza de los buenos y el cinismo de los malos. Y, también, siempre, un oscuro sentimiento de justicia que aguarda cada vez con menos paciencia.