“Me interesa atravesarte con la voz”

Entrevista a Gabo Ferro, por Belén Aquino

Un caleidoscopio inquieto, apasionado, amante de las margaritas que se esconden en los chiqueros. Deconstructor de belleza y etiquetas, Gabo Ferro vive al amor, la palabra, la paz y la libertad como motores de cada uno de sus días. Un ser despreocupado por gustar y atento a conmover con eso que lo maravilla.

–Una de las primeras cosas que se puede saber de vos es que sos historiador, además de cantautor y poeta, si es que cabe la diferencia. ¿Vivís esto como distintas identidades?

–Sí, son identidades múltiples y siguen apareciendo cosas nuevas… Al principio, hace 20 años cuando dejé una cosa para recomenzar otra pensé que había perdido el tiempo, y después me di cuenta que estas supuestas paralelas en algún lugar en el infinito se encontraron y se empezaron a nutrir; la chispa original es la misma para un ensayo que para un poema.

Todo me nutrió a mí mismo sensible, a mí mismo persona; tanto estudiar determinada corriente historiográfica, leer a cierto poeta, o escuchar ciertas músicas. Cada cosa tiene su tono de género para la escritura o para lo performativo, y creo que son cosas que se acompañan amorosamente, pero son diferentes: cosas que se complementan, y tienen el mismo sustrato.

–Como cantautor, ¿te pensás como un documentador?

–Sí. No en el proceso creativo, pero sí después cuando veo la canción o los discos. Por ejemplo, «Canciones que un hombre no debería cantar» tiene la canción «El amigo de mi padre», un tema del año 2004 cuando era impensable el matrimonio igualitario; no por supuesto una relación de ese tipo. Esto ahora es una barrera superada históricamente, pero ahí en la canción está el dato.
En cambio con los discos no, me gusta hacer discos sin tiempo. Mucha gente me dice: «tu primer disco parece grabado en los 70». Me gusta mucho desmalezar los géneros de audio que anclen el registro del disco a una época. Atiendo mucho a esto: trabajar en lo clásico desde lo técnico y la tecnología, pero no en las letras, ahí es lo contrario, es histórico todo el tiempo.

–Considerás entonces a la poesía y la música como dos discursos separados; ¿creés que podrían estar separados en tu obra?

–Me están tratando de convencer, pero me da mucho pudor… esto de convencerme de que soy un poeta. Porque los y las poetas que admiro y leo, tienen esa autonomía de vuelo de llegar acá y dar tres vueltas al mundo. Los y las poetas que me escriben, que vienen a los conciertos… eso me conmueve porque para mí el lugar de la poesía es un lugar más alto; no sólo por la factura y el logro del poema, sino también porque la poesía tiene eso performativo en la lectura, que me alucina y me parece la terminal perfecta: que pueda estar leyendo y de repente ponerme a cantar una parte porque siento que es un pasito en la enunciación de la poesía: cantar algo que me lo pida y escuchar eso que se conforma entre la gente que está escuchando y lo que me pasó a mí en ese momento con ese poema ese día. Eso me lo da la poesía y me lo da la música también. Entonces acá es donde yo me pongo a pensar que estoy desagregando algo que es un mismo cuerpo, al menos como yo lo entiendo. Entonces soy muy respetuoso de la letra canción, y probablemente por eso se la emparente con la poesía.

–En tus letras, y también en el título que elegiste para tu libro, se puede entender un protagonismo del cuerpo en la poesía, ¿no?

–Claro, y de nuevo lo performativo; no puede haber ausencia del cuerpo. No me animo a decir que no existiría, pero sí sé que se concreta en la lectura; en voz baja, en voz alta, como sea, pero con un cuerpo; con un cuerpo de lectura y también con un cuerpo que está siendo atravesado por un sentimiento que se conforma en una forma alfabética, porque la poesía es tratar de armar una geografía alfabética e imaginaria para lograr un fin: conmover. Y en eso el cuerpo no puede estar ausente.

–Lo ves en un espacio, en una geografía…

–Sí, totalmente. Que la construye y construye el cuerpo. Por eso hablo del intérprete como médium; el lector de poesía está trayendo a este mundo algo que antes no estaba; el músico, el cantante, el periodista está trayendo algo que no existía antes, y eso es algo mediúmnico, algo de otra dimensión; construís algo que lo disponés en estas tres. No dejo de asombrarme de eso; cuando me deje de asombrar esa magia, ese efecto mediúmnico que todos podemos tener, me voy a vender cigarrillos a un quiosco en el barrio de Mataderos.

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–¿Cómo pensás al amor, tan presente en toda tu obra?

–En particular te puedo decir que el amor a mí me atraviesa en lavarme los dientes, ir al baño, llevarme con la gente… no me puede no suceder nada si hay amor que esté atravesando eso. Solo soy capaz de hacer lo que me da alegría, lo que me da placer, lo que siento está atravesado por el amor, pero no es ese amor sesentas, ni ese amor manso; es el amor como violencia vital, motor de movimiento, de trabajo y de relaciones. Para mí es difícil no establecer una corriente amorosa con alguien con quien trabajo, con quien me relaciono, con alguien que reconozco. Tampoco siento ningún tipo de cosa embarazosa por ser demostrativo y afectuoso porque nunca me salió mal, y si salió mal alguna vez no valía la pena dejar de sentir que el amor me atraviesa y atraviesa mis cosas; me hace bien. Una canción mía dice ¿A quién le hace mejor que yo te quiera, a mí o a vos? y termina diciendo a mí. Y esto excede una relación de pareja; solo la toca en un punto, excede también las relaciones familiares. Muchas veces en las relaciones el amor no cuenta; no está, no existe, pudo haber estado. Hay mucho trabajo que hacer en laicizar el amor, sacarlo por fuera de los patrones religiosos, sociales, culturales, familiares, mercantiles.
El amor es de los temas que a mí más me interesa, y desde otro costado, porque el amor está alojado en un lugar bastante pelotudo. Las canciones de amor no tienen nada que ver con esa violencia que es el amor; violencia de vida, cuando el bebé sale y hace ¡buuuuaaaa!, es eso. Y muchas veces podemos cambiar de esta entrevista la palabra amor por poesía porque es lo mismo. Yo pensaba: ¿cómo venir a un Festival de poesía en el medio de esta tragedia de las inundaciones?, ¿se podía hacer? Y claro que se puede hacer. A mí me pasó en mi casa en Buenos Aires, una inundación tremenda: un metro de agua, y salí con una canción. Y no es que dije «bueno voy a escribir poesía y salir de la tristeza de la inundación». No. Cuando se hace carne esto no necesitás pensar: se hace carne. En las cosas que uno intenta laburar; escribir un libro, hacer un disco, trabajar en una obra, para que se hagan carne y cotidianos la poesía y el amor, no hay que pensarlos como cosas extraordinarias, sino como cosas cotidianas, ordinarias, del orden corriente y cotidiano. En mí funciona y en una gran cantidad de gente que conozco funciona.
El amor es un problema además, y ahí es donde me gusta también laburar, es un mundo tan complejo que es infinito. Una vez alguien me dijo «vos siempre escribiendo sobre el amor, el amor, el amor y la muerte, el amor y la muerte» ¿Perdón? Puedo escribir tres vidas sobre el amor y la muerte y creo que no me voy a repetir. ¿Por qué esa cosa poscapitalista de abarcar más temas? Yo la verdad que con el silencio, mi voz, mi cuerpo y la guitarra, ya está. «¿Vas con banda?». No necesito banda. Tengo el silencio y el sonido, y me alcanza. Y miré la guitarra otra vez y no vi solo cuerdas y una caja para hacer acordes; vi un instrumento de percusión que puedo preparar para golpear, para arrojar, para tirar. Creo que en eso también hay que mirar el grado cero de verdad: ¿Qué tenemos? Podemos decir, no es poco: empecemos por eso. ¿Cómo hacemos ahora para justificar que tenemos este derecho del decir? Y… cuando arrancás un la mayor y un rasguido desde ese grado cero, ya estás arrancando de un sitio desde el que tenés un tránsito más largo, pero van a aparecer más escenarios.

–¿Pensás en alguna idea de belleza al crear?

–Sí. También desde lo cotidiano. Por suerte me conmuevo y encuentro cosas bellas donde la gente no las ve. Y por lo tanto aparecen canteras de inspiración en el desayuno, en alguien que se acerca y me da un abrazo. Yo creo que hay que buscar belleza en la no belleza. Yo encontré mucha belleza en la no belleza. Y hay que trabajar para derrumbar el canon de belleza. Una vez un cantante célebre me dijo «pero si vos podés cantar lindo, ¿por qué cantás así?»; y cuando le expliqué esto me miró y me dijo: «Qué lástima». Y hay un montón de gente que canta «lindo». La verdad que a mí me interesa atravesarte con la voz, no tengo complejo con que me quieran; «cantá lindo para complacer a todo el mundo»; no me interesa.
Yo quiero poner en crisis permanente con todo lo que haga, el canon de belleza, sacando esta supuesta no belleza; del grito, del movimiento no correspondiente, del imprevisto, del quedarse sin aire, de ir a la fascinación: hacer belleza. Porque la belleza también es eficacia en el toque sensible. La belleza no es sólo ver esas cosas que están en el canon; una canción, una persona, un vestido… la belleza también se mide en su eficacia en cómo te sacude. Si no sacude, no es bello. Y este canon asocia a la belleza con la idea de bien; si sos bello sos bueno, si sos feo sos malo; según el color de piel, como te vestís, el color de pelo; la cultura empezó a tirar un montón de gestos que te asocian a lo bueno y bello, o te alejan. Entonces yo trabajo con el desecho, con la basura, con el residuo, con un montón de cosas que otros no, vaya a saber por qué cuestiones –sospecho algunas–: tienen miedo a no gustar, a que no los quieran.
Yo no paro de encontrar margaritas en los chiqueros porque… soy amigo de los chanchos. A mí la mugre no me asusta, ni la mugre ni la oscuridad. Y eso es una cantera preciosa, la no belleza.

–¿Pensás en el público y en el impacto de tu obra?

–Sí, porque está muy presente. Pensando diría que escribo para alguien libre, y por tanto angustiado. Y siempre me encuentro con gente que está escuchando y participando, comprando mis libros, mis discos… y es gente que está en paz, y que encuentra mucho placer cuando ve a alguien ejerciendo su libertad, en su trabajo.

–¿Te sentís parte de algún movimiento, de una contemporaneidad?

–Yo lucho mucho para no ser parte, no porque no me guste, pero hay algo en las clasificaciones que pretende encasillar, entonces yo le escapo. Cuando me dicen que soy cantautor me voy a una ópera, cuando me dicen que soy cantante de ópera, voy a otra cosa. Creo que las clasificaciones intentan eso, como los malos matrimonios: atraparte, enjaularte y dejarte astillado y me parece que se da de patadas con este laburo a nivel de producción, el estar «clasificado», suena policial, estar dentro de una escena, de un circuito. No, si a mí me preguntan yo siempre me corro. Entiendo que a veces las definiciones ayudan, no me molesta que me digan cantautor, trovador; no me molesta si te dispara una idea de más o menos en qué territorio me muevo. Pero hay gente que ha ido a verme pensando que era Silvio Rodríguez y no… yo no canto lindo.

FOTOGRAFÍA: Alejandra López

1 comentario

    • Ernesto el 11 abril, 2015 a las 18:56
    • Responder

    Qué grande Gabo!

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