“Tengo más de treinta mil afinaciones encima”

Entrevista Con Miguel Puch, por Julián Barbieri (Músico) en Deodoro Febrero 015

La figura de Miguel Puch es un emblema en el circuito musical de Córdoba. Con poco más de cincuenta años, es un referente indiscutible como afinador de instrumentos de teclado. Su taller de pianos tiene un gran presente y su vida tanto profesional como personal, es una auténtica historia extraordinaria.

“Nací el 21 de noviembre, un día antes del Día de la Música. Mi viejo solía decir que nací un día antes porque tenía que afinar los instrumentos”. El menor de cuatro hermanos, Miguel se crió en medio de instrumentos desarmados y discos sonando en su casa. Lejos de querer retirarse, está feliz con su presente y nunca deja de proyectar para el futuro.

El piano es un digno representante de la sociedad moderna. Ha definido la cultura occidental mejor que cualquier otro elemento, a pesar de ser el instrumento más nuevo. “La música clásica antes era también música popular, la burguesía y el pueblo estaban más mezcladas. Por ejemplo, hoy hay cosas que alejan a la gente común de la música clásica, como eso de no aplaudir al finalizar los movimientos, cuando antes no era así. La gente aplaudía, comía, hablaba, si le gustaba algo lo gritaba, era mucho más ruidoso todo. Las oberturas por ejemplo, se usaron en un momento para que la gente se vaya callando mientras entraba al teatro. Después las clases altas alejaron al pueblo de esta música. El paradigma social de la música clásica ha cambiado mucho ahora, las piezas se ven como piezas de museo, mientras que antes eran parte de la realidad”.

–Vos venís de una familia de afinadores.

–Sí, mi viejo era un genio loco que en realidad era ingeniero, pero amaba los instrumentos y hasta el último momento de su vida estuvo con los instrumentos desarmados en su casa. Yo aprendí así. Me he mandado cada cosa en su casa, pero como era el más chico de la familia siempre me perdonaba, era el consentido. Mi viejo era un inventor nato, trabajó en la Fábrica de Aviones, entre otros lugares. Además era organista, y un melómano de la música clásica, sobre todo de Bach. Me solía decir que en Bach estaba todo, desde los Beatles hasta Piazzolla, Chopin, todo. Bach era un laburante de la música, ahora hay otra concepción del músico, como si fuese un iluminado. Siempre digo que Liszt fue la primera estrella de rock (risas), ahí es cuando empieza a tomar importancia el artista, el músico. Cuando en realidad es solo un músico, ni más ni menos.

–¿Hace cuánto que trabajás como afinador?

–Es algo que hice toda la vida, al primer piano lo afiné a los trece años. No como algo profesional, pero en fin… Después mi hermano, que no se terminó dedicando a eso, me enseñó un poco, lo hacíamos para hacernos unos pesos de chicos. Después le afiné el piano a una compañera de la escuela, y más tarde la gente me empezó a confiar los pianos. Me sorprendía que la gente le confiara algo tan valioso como un piano a un chico tan chico como yo en su momento. Entonces ahí, mi viejo, que era un tipo muy derecho, me dijo que si me iba a dedicar a esto estudiara sobre eso y le diera seriedad al asunto. A mí también siempre me gustó mucho meter mano, saber cómo funcionaban las cosas, reparar. Arreglar las licuadoras, el televisor, etc. Era un buscavida. Si bien mi familia era de clase media, éramos cuatro hermanos y no sobraba la plata. Mirando atrás fueron varias cosas que me llevaron a ser lo que soy: yo era muy idealista con la música y rápido me dije que vivir de la música que me gustaba, como Pink Floyd o King Crimson, no iba a ser posible. Entonces, me di cuenta que con la afinación lograba vivir de la música pero sin sacrificar otras cosas. Me acuerdo que a los 18 años por ejemplo, tuve la oportunidad de tocar con artistas como Carlitos Rolán o Cacho Buenaventura, pero eso a mí no me interesaba en su momento. A lo mejor ahora he cambiado mi forma de ver esas cosas. Mi viejo quería que yo toque en la sinfónica, que estudiara el fagot, que era un instrumento de los que hay pocos, que era seguro y que iba a tener un sueldo, etc. Pero yo veía a los instrumentistas de la sinfónica bostezar a cada rato y dije esto no es para mí. Quizás fue un error pensar que no iba a poder vivir de eso. Hoy a los chicos les aconsejo al revés, que apuesten a la música, que no aflojen. Sin embargo seguí tocando, pero sólo lo que yo quería hacer.

–Bueno, también te salieron hijos músicos.

–Sí, es cierto. Hoy quizás hubiera transado un poco más con eso, ser más flexible. Después tuve la suerte de hacer una gira como músico en Italia en el 89. Tenía 26 años. Eso me abrió mucho la cabeza, porque yo de ser muy cerrado, de solo escuchar cierta música selectiva, pude apreciar otras cosas. Al ir a Europa hicimos un muestreo general de todo tipo de música latinoamericana, y poder verlo como algo exótico desde afuera, es decir poder ponerme en el lugar del extranjero me abrió mucho la cabeza.

–¿Se puede concebir ser afinador sin tocar?

–Todos los afinadores tocamos, estamos todo el tiempo con el piano, medio que va junto. Sería muy raro ver que no toquen. A veces los pianistas me piden cosas, y para eso yo tengo que tocar. Creo que uno de los éxitos míos fue darle con el gusto al pianista por saber tocar algo.

–Sos el primer nombre que le salta a la cabeza a la gente cuando se habla de afinación de pianos. Mirando atrás: te ha ido muy bien.

–Creo que eso tiene un poco que ver con que la música es para mí el mejor regalo de Dios, o del Universo, o de lo que sea. El arte para mí encarna la esperanza de la humanidad. La cuestión artística fue mi apuesta: si no voy a meter mi música, entonces voy a meter todo en mí para que hayan muchos conciertos y música, etc. He ido muchas veces a afinar gratis, nunca estuvo la plata en mi objetivo, si no hubiera elegido otra profesión. O sea, yo quiero vivir de esto, y enseñar el oficio a otros, pero es todo un tema: cobrar. Mezclar la plata con el arte es un tema delicado. A mí me cuesta cobrar a veces, porque es mi forma de apoyar a la música en todos lados. Yo quiero ser artista, no comerciante. Sin embargo, por suerte económicamente me ha ido bien.

–La afinación: ¿qué relación tiene con la lutería?

–En realidad los lutieres son los que fabrican instrumentos, nosotros somos técnicos de piano. Aunque fabricamos algunas piezas de piano, recordemos que el piano es un objeto industrial desde sus inicios. Hay marcadísimas excepciones que han construido piano en sus casas, y de hecho uno de mis proyectos para la vejez es ese, pero nuestro oficio no se trata de fabricar sino de reparar. Si uno compara las horas que lleva construir un violín y la cantidad de material, y las horas que lleva construir un piano y la cantidad de material, entonces el piano es un instrumento muy barato. El piano tiene como 50.000 piezas, de precisión, relojería, etc. Pero como lo hace una industria y lo fabrica en serie se vuelve más barato. Hay un error común que la gente comete, que es pensar que como los violines Stradivarius del siglo XVIII son los mejores, creen que con los pianos viejos pasa lo mismo, y no es así. El piano, a pesar de que nace en la cuna de la artesanía, es un instrumento industrial.

–Vos trabajas mucho, al punto que cuesta encontrarte en un momento libre. ¿A eso cómo lo manejás?

–Cuando empecé los primeros años me costaba. Después, cuando pasé las cinco mil primeras afinaciones me empecé a acostumbrar. Tengo un récord de nueve afinaciones en un solo día. Encima acá, donde las instituciones son muy desorganizadas, me llaman siempre a último momento; y yo encima los malcrío, porque siempre les digo que sí. Ahora en estos últimos años yo tengo a mi hijo que me ayuda y todo un equipo detrás, además que los años no vienen solos, por eso estoy intentando cortar antes. Solía hacer cinco o seis afinaciones de pianos por día, ahora no llevo más ese ritmo. Trato de evitarlo porque realmente te agota. La afinación de un piano lleva mucha concentración y atención. Los norteamericanos, que tienen ranking para todo, tienen uno para los diez trabajos más estresantes y entre esos está el de afinador. Es una tensión constante, vos tenés que afinar 240 cuerdas y las tenés que dejar en un punto, no en otro. Estás haciendo mucha fuerza con una llave que tiene que ser muy controlada, son movimientos milimétricos a veces. Llegué a sufrir bastante de las cervicales. Por eso tengo que aprender a manejar los tiempos con el laburo y la familia. Además, a mí me gusta mucho viajar con mi profesión, incluso si tengo que perder plata.

–¿Cuántas afinaciones tenés encima a esta altura?

–Más de treinta mil. Llevo un registro de todos los años. Hay todo un contexto del porqué. Después de tantos años de hacer esto se ve que tan mal no lo hago. Además, muchos de los afinadores viejos se fueron muriendo, la gente joven no se dedicó a esto, otros se fueron a vivir a otro lado, entonces me dejaron el campo abierto también. El laburo fuerte empezó cuando afiné un piano que lo tocó Humberto Catania, un pianista célebre de Córdoba, que me recomendó, y así vino otro gran pianista, Dante Medina. Siempre digo que les debo mucho a ellos también.

–En este oficio, digamos familiar, veo que tenés un recuerdo muy lindo de tu viejo.

–Sí, yo soy lo que soy gracias a mi viejo. Él realmente era el genio, el tipo sabía de todo. Yo siempre le consulté, empecé ayudándolo de chico hasta que se puso más grande, y después lo terminé llevando a él a que me ayude, mirá vos las vueltas de la vida. Cuando me preguntan qué hago, yo digo: soy técnico de piano, órgano de tubo y armonio, pasa que me dediqué más al piano. El órgano es una profesión más solitaria, estás solo en una iglesia, mientras que la afinación del piano es una cuestión más sociable.

–¿Cómo ves el piano en la actualidad? Sé que es una pregunta muy amplia que puede incluir la afinación como oficio, la atracción de los jóvenes al piano o el piano en la música grabada.

–El piano no es lo que fue en una época, donde todas las mujeres tenían que estudiar piano, algo que te daba estatus, aunque un poco de eso todavía hay. Mucha gente cree que el piano ha muerto, que es de otra época y, sin embargo, en los últimos cincuenta años es cuando más pianos se fabricaron en la historia del instrumento. La verdadera revolución del piano es hoy. Un poco gracias al mundo de la música clásica que nunca aceptó el piano eléctrico, pero sobre todo por la entrada de la cultura occidental en oriente. La introducción del piano en países como China o Japón ha dado lugar a una nueva revolución del piano. Están fabricando muchos pianos y mandando a sus hijos a estudiar música clásica, mientras que acá en Argentina pianos nuevos se venden muy poquito. Seguimos reciclando pianos viejos y siguen andando.

La música clásica es la primera en la utilización del piano como instrumento, después están el jazz y el tango, que todavía quieren un piano, y por último los músicos del rock y de la música popular que aceptan pianos eléctricos o digitales. Además, ahora hay librerías digitales de todo tipo de instrumentos, pero nunca es tan real como el instrumento genuino. De todas maneras, en instrumentos digitales muy buenos a veces es difícil notar la diferencia con los pianos acústicos.

–¿A futuro tenés algún plan?

–Creo que me voy a morir afinando pianos (risas). Pero también me interesa tocar más, me están presionando unos amigos para retomar la grabación de un disco, sin apuros. También quiero volver a juntarme con Ay que qué, un grupo de composición espontánea que tengo con amigos. También me interesa como te dije la construcción de un piano artesanal, experimentar con la construcción de algunos instrumentos, continuar con la venta y reparación de pianos en mi taller de pianos y el proyecto de la investigación de afinadores en la historia del piano. También disfruto de otras cosas. Tengo una huerta en mi casa y estoy priorizando mi salud. Disfruto mucho de viajar, me encanta el campo, las montañas y el mar. El estrés del escenario es difícil de aguantar, vos sabés.

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