«Yo creo que es más delito atacar a este Gobierno con el supuesto del periodismo independiente que defenderlo»

Por Javier Quintá en DEODORO, Marzo 014

Es politólogo y periodista, aunque si lo apurás te saca de la manga algunos títulos de historia, como el Loco Dorrego (2007), o El éxodo jujeño (2012). Esporádicamente se lo pudo ver como panelista en el programa 678, o escuchar, en su columna política en Mañana más, que se emite por Radio Nacional (Bs. As). No obstante, hubo dos hechos, el primero irrelevante (la pelea con Jorge Lanata), pero relacionado con el otro, más fundamental, que lo plantó en la pantalla y provocó que mucha gente se dijera: ¿Quién es este «gordito» que está entrevistando a la presidenta?

brienza

Lanata leyó, en julio pasado, una larga lista de periodistas que habían trabajado en Clarín y que ahora, dudosamente, se habían dado vuelta. Sembrar la duda sobre la honestidad o no de tales posturas, o cambios de camisetas no lo incluía a él, extrañamente. Lanata tildó de cínicos a estos periodistas, que sólo trabajaban por dinero y dejó picando una pregunta: ¿si realmente se creían, como Cristina, sus propias mentiras? La respuesta no se hizo esperar y vino de una editorial de Brienza en el diario Tiempo Argentino: «Lanata nunca tuvo problemas en venderse al mejor postor: el Gobierno, Mata, Clarín, De Santibañes. Y en el medio, claro, dejar de «garpe» y sin laburo a cientos de trabajadores como hizo en Data 54 y el mismo Crítica». No obstante, se apreciaba cierta nostalgia en tales declaraciones: «Yo admiré a Jorge Lanata durante mucho tiempo, antes de que se convirtiera en la caricatura de sí mismo».

La anécdota entre excamaradas no sería interesante si Hernán no hubiera sido el primero en entrevistar a la presidenta, antes de que se sometiera a la intervención quirúrgica que la tendría poco más de un mes fuera de la política. Rápidamente, los medios se hicieron eco del vocero del grupo, y a la pregunta de quién era este tipo, como suelen hacer con casi todos lo que no conocen (o no les conviene), no dudaron: «Ferviente kirchnerista, participa de actos de La Cámpora, la JP, Unidos y Organizados y Vatayón Militante; en 1998, se coló en la morgue para ver el cadáver de Alfredo Yabrán», por ejemplo, como lo describió el diario La Nación.

–»A mí me da mucha simpatía la desvergüenza con la que operan políticamente. A mí me invitan las agrupaciones políticas para dar charlas de historia y de política y yo voy. Si me invitaran de otros sectores también iría. Eso no significa que yo no tenga una identidad política determinada, una simpatía política determinada, pero hablar de fanatismo y de todo ese tipo de cosas es parte de las operaciones políticas.

–Es como si tuviera que presentar a Jorge Lanata y dijera «el ultraclarinista» y omitiera intencionalmente toda su trayectoria.

–Yo trabajé en todos los medios que tienen que ver con todo el andamiaje del periodismo empresarial. Conozco todos los códigos de ese trabajo. Trabajé en Perfil, La Prensa, en la revista Tres puntos, colaboré en Ñ, en Le Monde Diplomathique.

Describe tu aldea

En el campo las espinas (2013, Recovecos), su primer libro editado en Córdoba, recopila las crónicas que salieron publicadas en la revista TXT, durante gran parte de 2003. Con una mirada ajena, la del porteño que recorre el interior aunque sin aires de superioridad, se moja los pies en Mar Chiquita, para sacar del fondo las historias de aquella Atlantis, actualmente una de las mayores reservas naturales del país. O escarba en los desechos la pobreza de una de las capitales de la miseria: Concordia. O sale a cazar fantasmas, en Monte Maíz, tras las denuncias contra un espectro que tiene la mala costumbre de aparecérsele a la gente en los lugares menos indicados.

–Dejaste el papel de analista político para convertirte en cronista.

–Son laburos de hace diez años, les tengo mucho cariño porque fue la primera vez que laburé en crónicas de viajes. Recorrer el país contando historias es diferente a cualquier tipo de turismo, porque te lleva a conocer el lugar desde una arista distinta. Es un viaje más profundo, otra realidad, tampoco la realidad del tipo que está viviendo ahí. Son historias que tienen algo de amor pero también tienen desgarro.

–Parecieran historias mínimas que te sirven para contar la historia de otra Argentina, a lo mejor más oculta.

–A mí me gusta esa idea que plantea Borges, en el Aleph, de que hay un punto luminoso por el cual se ve el universo, y al mismo tiempo está en ese único punto. Es un punto que sintetiza y condensa el universo. En alguna medida las historias tienen que funcionar para explicar el todo.

Cuestión de fe

Otro de los puntos claves del libro es la fe. Con cierta sorna pero al mismo tiempo con respeto, Hernán hace montañismo para acompañar a Silo y a sus seguidores en un rezo al pie de la cordillera. Viaja a Salta para someterse a una curación de la «virgen volteadora», aquella mujer que con una mano y una mirada firme te derrumba en el piso y te quita los males. O comparte una misa negra, donde el satanismo se mezcla en un ritual sexual que roza lo perverso, y se pierde en una charla bizarra que deja conclusiones poco alentadoras: «Somos la consecuencia de este mundo, somos la bosta y algún día vamos a emerger a la superficie».

–Viajar y escribir en busca de fe, dice el libro, hay como una búsqueda por esas historias que hacen foco en las creencias y los mitos de una sociedad.

–El porteño es más laico, contrario al misticismo que tiene mucha gente de las provincias. En el libro está esa búsqueda de fe en la cosa oculta que el porteño no tiene, cierta melancolía por la fe. El cronista en el fondo admira a los que creen, a los que tienen el coraje de creer en algo. Igualmente, cuando la religiosidad es popular hay mucho respeto, pero cuando se vuelve un negocio ya empieza a producir un desengaño.

Ser nacional

«Era una época de reconstrucción», dice Hernán, refiriéndose al contexto de esas historias, de aquella Argentina que había que rearmar culturalmente como un rompecabezas. La idea del campo y las espinas recorre el libro, como si ese espacio fuera demasiado grande para un significante no menos importante: la argentinidad. Y tras pasarse un día de yerra en una estancia cordobesa y comerse el mejor asado del mundo, se toma una pausa para ponernos en la peor encrucijada colonialista con «Indiana Jones vs. los arqueólogos norteños», en aquel famoso descubrimiento de las momias salteñas.

–En los hechos que elegiste contar puede leerse cierta red, como si quisieras resaltar la complejidad de lo que somos. En este sentido, ha habido una vuelta a lo nacional como elemento aglutinante pero que genera al mismo tiempo mucha pelea, ¿la respuesta de lo que es el ser nacional está en el trasfondo de cada proyecto político?

–No hay un ser nacional. Creo que el ser nacional es una construcción cultural, un significante en discusión. Cada bloque político intenta llenarlo de una manera determinada. El kirchnerismo tiene una fuerte apelación a lo nacional, pero también lo tenían otros sectores. El liberalismo conservador también tiene una fuerte apelación a lo nacional, el campo también. En ese sentido, lo nacional es un territorio en disputa cultural, en disputa hegemónica. Yo no creo que la patria sea el gaucho, no creo que la patria es el campo, no creo que la patria sea la ciudad. En estas crónicas hay una búsqueda de algunas manifestaciones sobre lo nacional que se dan de forma más espontánea en las provincias, pensadas no desde el puerto ni desde la mirada hacia el exterior.

–Una crítica que se le hace al kirchnerismo proviene de esta defensa o apelación a lo nacional en los discursos, como si sostener esto en el mundo actual fuera algo ingenuo.

–En general, quienes critican esta idea de lo nacional, son quienes apelan al individuo por sobre lo colectivo. Son apelaciones que tienen que ver con los modelos liberales. La crítica que hace el liberalismo deja algunas dudas. Los liberales en Argentina admiran mucho a EE. UU. que es un país con fortísimas apelaciones a lo nacional, y ahí hay una gran contradicción fundamental para su propia lógica, ¿no? Yo creo que la apelación a lo individual despreciando lo nacional es una posición filosófica, pero también es una posición económica: es la defensa del individuo como hombre fuerte de la sociedad, como sector dominante de la sociedad.

–Así como los modelos neoliberales se pusieron de moda en Latinoamérica y países como Perú, Bolivia, Brasil, aplicaron las mismas recetas foráneas, ahora nos encontramos con gobiernos de corte popular, que se encuentran y coinciden aplicando políticas similares, ¿seguimos atados a las modas, o son las posibilidades que nos permite el contexto internacional?

–Los noventa fueron hijos del consenso de Washington. EE. UU. pensó para Latinoamérica una estrategia política determinada: las democracias neoliberales. La principal diferencia ahora es que EE. UU. a fines de la década del noventa y comienzos de 2000 dejó de pensar América Latina. Esto nos permitió buscar nuestras propias experiencias. Y las propias experiencias fueron estas democracias. No sé si es exactamente una moda. Creo que son experiencias comunes, así como fueran experiencias comunes las dictaduras militares. Por lo menos, lo importante es que no fue dirigida por EE. UU. Eso parece ser el cambio principal.

–No te preguntás, digo, conociendo ahora todo aquel andamiaje comunicacional que se armó para sostener la política neoliberal de Menem, desde Grondona pasando por Neustadt, ¿no tenés miedo de convertirte en uno de ellos porque te consideren un periodista «militante»?

–Yo no tengo problema en que me digan que yo defendí el mejor gobierno de los últimos 60 años en la Argentina. La diferencia entre Grondona, Neustadt y yo es que ellos defendieron un gobierno que dejó a la población en el cincuenta por ciento de la pobreza y en el treinta por ciento de desocupados. Yo defiendo a un gobierno que hasta ahora no ha hecho otra cosa que achicar la brecha de desocupación, achicar la brecha de pobreza y de miseria que hay en la Argentina. Vos podés decir hay errores, cosas que me gustan más, cosas que me gustan menos, pero cuál es el delito de apoyar un gobierno que le permitió a los gays y a las lesbianas casarse, que les permitió a las madres de las familias más pobres tener su asignación universal, que le permitió a quienes sienten diferencia de su identidad sexual tener su propia identidad, que nacionalizó Aerolíneas Argentinas, que nacionalizó YPF, que está nacionalizando los ferrocarriles, que nacionalizó las AFJP, que eran un curro espantoso. Digamos, cuál es el delito de defender un gobierno que se preocupa por la calidad de vida de las grandes mayorías. Si eso es un delito, pónganme las cadenas. Invito a los lectores y a quien quiera a que me digan qué gobierno fue mejor que el de los Kirchner en los últimos sesenta años. Yo creo que es más delito atacar a este gobierno con el supuesto del periodismo independiente que defenderlo.

Hernán Brienza nació en Buenos Aires en 1971. Es politólogo y periodista. Miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Iberoamericano Manuel Dorrego. Editorialista del diario Tiempo Argentino y columnista político del programa Mañana Más, que se emite por Radio Nacional. Colabora en las revistas Caras y Caretas y Bacanal. Trabajó en los diarios La Prensa, Perfil y Crítica y en las revistas Tres Puntos, TXT, Impacto, Acción, Ñ y Le Monde Diplomathique. Ha publicado, entre otros títulos, El loco Dorrego (2007), Los buscadores del Santo Grial en la Argentina (2009), El éxodo jujeño (2012). En el campo las espinas, crónicas es un país fantasmal (2013) es su primer libro publicado en Córdoba. Además, es hincha de River Plate.