Me casé con un boludo, mejor me voy a Francia

Me casé con un boludo, mejor me voy a Francia

El último tanque nacional de Taratuto rompe records de público en las salas. Es un fenómeno en relación a las mediciones de audiencia, y en tanto fenómeno, bien podemos mirarlo desde otro ángulo.

Matías Lapezzata

Editor – Crítico de cine

Hay películas que se vuelven un signo de los tiempos, a conciencia o sin ella, y con menor o mayor relevancia según los casos. Las argucias de la razón, la sobre interpretación y las lecturas propias de una coyuntura política que impulsa ángulos precisos de lectura, siempre están a la orden del día para producir textos que desborden de excesos y alucinaciones varias. Pero también, y viendo las películas de fuera hacia dentro por decirlo de alguna manera, existen las condiciones materiales de producción de un film, que terminan por definir hacia dentro su existencia como objeto del arte y de la industria, y de posicionarlo en relación a un contexto social, económico y político.

En el año 1999, Adrián Caetano de manera independiente estrenaba Francia. Protagonizada por Natalia Oreiro en un papel sorprendente para su habitual incursión por el mundo actoral, Francia, en una escala mínima y secreta quizás siendo que se exhibió en proporción directa a sus mínimas condiciones de producción, lograba articular una visión crítica de la Argentina del momento a partir de una visión cinematográfica singular y accesible. En los días de su estreno, Caetano hablaba de esta película como su proyecto más personal. La historia contaba el transcurrir de una familia cuyos vínculos y relaciones se estructuraban a partir de la mirada y los conflictos de Mariana, una niña, en una realidad social contemporánea como era la decadencia de la clase media argentina antes de la crisis del 2001. La historia era atravesada por una reflexión en torno a instituciones civiles. La familia, las subjetividades, la escuela, la policía y la salud pública resultan observadas dejando entrever no sólo un estado de cosas crítico, sino también una potencia para transformar el mundo a partir de la suma de las voluntades ante la adversidad económica y afectiva. Es decir, a su modo planteaba una salida.

No es lo que sucede en cambio en la última obra de Juan Taratuto, Me casé con un boludo, que de manera espectacular y bajo condiciones de producción industriales, clausura de manera sistemática toda posibilidad de comprender el mundo por fuera de cuatro paredes y una cantidad inagotable de dinero.

Una lectura posible puede indicarnos que Me casé con un boludo tiene una factura técnica impecable, un guión de hierro y que se mueve con solvencia dentro del género de comedia romántica. Bien podríamos decir que en resumen es una película eficiente. Da gracia (salvo por momentos en donde el exceso vuelve grotesco lo que debería ser gracioso), y narrativamente es perfecta dentro de todos los lugares comunes que la ya centenaria fórmula chico-conoce-chica supone, incluido su recurso cine dentro del cine, que pretende potenciar una visión romántica en donde el cine actúa como potencia del amor, es decir, el amor triunfa tanto en la realidad como en las películas.

La cuestión entonces sería preguntarse cuál es esta realidad propuesta. Y es la cuestión porque la realidad se cuela aún en las estructuras más herméticas si entendemos que el cine es ante todo una mirada sobre el mundo. Es difícil pensar a Me casé con un boludo por fuera de sí misma, parece un objeto desprendido de alguna parte, como una burbuja que flota libre y suelta en un mundo maravilloso. El crítico de arte estadounidense Manny Farber llamaría a este artefacto “arte elefante blanco”, es decir, un objeto molesto y viejo que representa una maquinaria que en vez de expandirse se contrae, y cuyas apuestas escénicas solo ponen de manifiesto la necesidad del director y el guionista de sobre-familiarizar al público con lo que se está viendo. De este modo, no parece sorprender que en la película Buenos Aires este desdibujada por completo, imposible de configurar más allá de alguna esquina incierta y del plano inicial que sobrevuela un auto de lujo en una zona rica y bella sobre una calle vacía de autos… y de personas. Y es que en Me casé con un boludo el mundo queda acotado a la propiedad privada, no hay por fuera de la casa del protagonista un indicio de que algo esté sucediendo más allá del límite de este universo de clausuras, a no ser por la casa de la hermana del personaje de Bertuccelli, el único afuera propuesto, que es peligrosa, extraña, y también ridícula. Su casa está muy lejos, tanto como para que esa distancia represente un vacío que no puede ser completado con nada. No hay comunidad y entramado social que articule el plano de los ricos con cualquier otro estrato. La única imagen posible de una diferencia está dada por actores que pagados por el personaje de Suar, interpretan a una familia que recibe su dádiva ficticia a la entrada de su hogar, en un acto amoroso que pretende construir su cualidad de buena persona. Y es que Suar, en la interpretación de un boludo que exacerba sus cualidades verdaderas de empresario canchero y exitoso en la vida real, no hace más que confirmar aquello que Ricardo Foster señalaba hace solo unos días a propósito del sujeto dominado por el capital neoliberal que promueve la maquinaria macrista, un individuo autoreferencial, vuelto sobre sí e imposibilitado de establecer una relación con la comunidad.

Me case con un boludo tiende en todo momento a concentrarse sobre sí, no hay grieta que atraviese realmente el conflicto de la pareja protagónica más allá de un desencuentro que se subsana a fuerza de impostación y con la ayuda de un guionista, que le dirá al personaje de Suar qué hacer, ofreciéndole un libreto que oculte sus verdaderas intenciones, que de todos modos están a flor de piel.

La galería de periodistas aduladores en representación de sí mismos y del poder mediático de canal 13 de la que se vale Taratuto para construir esta ficción, sumado a lo anterior, terminan por volver obscena e impune la riqueza que se ostenta como capital de la felicidad. O será que de verdad podemos creer, luego de salir de la sala a oscuras, que en la luz del día de nuestra propia realidad, la felicidad, el amor y el dinero estarán esperándonos a la vuelta de la esquina.